Yadira se dio cuenta de que era una mujer encerrada en el cuerpo de un niño de siete años. Desde ese día –dice– quiso ser peluquera y hoy desde su salón ayuda a los hombres que están en el clóset a liberarse por unas horas.
Se dio cuenta de que vivía en el cuerpo equivocado cuando cumplió siete años y lo único que se le ocurrió pedir antes de soplar la velita era un pelo largo para que su mamá le hiciera trenzas. Se convenció de ser mujer en alguno de sus días de adolescencia y comenzó a transformarse. “Lo primero que decidí es que no iba a estudiar la misma vaina de mi papá”, dice entonando una de sus canciones favoritas: «El gran varón» de Willie Colon. La cual le gusta porque el Simón en la canción y el hombre que ella fue –y que no quiere recordar– se parecen. “En la sala de un hospital, a las 9 y 43 nació Simón (…) cuando crezcas vas a estudiar la misma vaina de tu papá (…) tendrás que ser un gran varón (…) al extranjero se fue Simón, lejos de casa se le olvidó aquel sermón: cambió la forma de caminar, usaba falda, lápiz labial y un carretón.”
El padre de Yadira León –su nombre legal desde hace 15 años– también se llenó de alegría al tener otro varón y como el papá de Simón, el de Yadira fue recio con su educación y lo sacó de su casa al saber de su naciente identidad. Su mamá si la apoyó desde el primer momento y convenció a su esposo de volver a recibir en la casa a la nueva hija, la de la falda, el lápiz labial y el carterón.
Esa fue la primera batalla que le ganó a la discriminación: hoy es la tía Yadira de sus muchos sobrinos y sobrinas y es una hija y hermana amada y respetada. Sin embargo, en muchos otros aspectos –dice– la vida de Yadira es “una lucha constante contra los prejuicios de este país machista”. A pesar de haber trabajado en varios salones como estilista, la primera “batalla ganada” fue obtener un local para montar su negocio propio. Después de muchos codeudores, referencias y papeles logró que le alquilaran un local en el barrio Fontibón: “ese señor creía que yo tenía una vida muy desordenada para pagar cumplidamente… me imagino, no tenía más razones”. Allí montó su pequeña peluquería, llena de color fucsia, animal print y fotos de ella en el desfile del orgullo gay desde el año 2003. A su local, ubicado en una de las calles más transitadas del Fontibón, llegan clientes cada día. De vez en cuando van sus «favoritos»: hombres que quieren transformarse en mujeres por un rato con la ayuda de sus manos expertas.
Cuando habla de esos clientes especiales, se le iluminan sus ojos miel. Pero, no puede ocultar su tristeza. Habla con amargura de la necesidad que sienten de ocultar lo que son realmente: «Hay un machismo demasiado fuerte. Esconderse es un modo de no lidiar con las agresiones” y agrega: “pero es lo peor que pueden hacer: yo los ayudo a liberarse, a sentir la paz que sentirían todos los días si se aceptaran». Yo si soy feliz como soy y de haberme enfrentado desde tan joven a la vida que me tocó vivir”. Rosa Sánchez, habitante del sector, dice: “Yo sí he visto que les dicen cosas feas, y ellos se ponen como bravos, pero siguen vistiéndose y hablando igual, y uno los ve como contentos” y añade: “pero imagínese los que son así y se esconden…dicen que a esa peluquería iba los viernes un señor casado y con hijos que dizque que para que lo vistieran así, de mujer. Eso sí es bravo, ¿no? ”
Lyda Ocampo, psicóloga de la Universidad Católica dice que la tendencia de algunos hombres a negar a su identidad de transexuales es consecuencia del rechazo de la sociedad a estas personas: «de la relación aparentemente inherente del sexo con un género específico viene la idea de la ‘antinaturalidad’ de los transgénero. La realidad es que la identidad de una persona no se limita solamente a tener o no vagina sino a muchos otros aspectos sociales y psicológicos. Tenemos que entender que no son personas enfermas o anormales, sino que nacieron en un cuerpo que no se corresponde a su identidad psicológica.»
Las que tienen que ser prostitutas lo hacen porque la sociedad nos cierra muchas puertas
En el barrio, Yadira tiene fama de ‘atravesada’: «Es que los hombres irrespetan mucho, dicen cosas feas y ahí si no me importa la femineidad ni nada, yo si les zampo su golpe en la cara pa’ que respeten. Es que dentro mío, quiera o no, sigue habiendo un hombre”. Sin embargo, es reconocida como una gran estilista y cuenta con una clientela numerosa y fiel. Paola Rubio es una de sus clientas transgeneristas: “No hay mejor peluquera por aquí, es muy pulida, hace cosas bien lindas en el pelo”. Por otro lado, Pablo Rojas, vendedor ambulante del sector, dice: “Yo he visto con mis propios ojos entrar hombres y salir damas, o sea, vestidos y todo. No sé cuánto cobrará, pero debe ser un billete largo, porque es que eso no parecen hombres, sino mujeres”.
Esta habilidosa peluquera quiere reivindicar a sus «hermanas», como se refiere a las mujeres transgénero. Lucha por que se les respeten sus derechos. Se ha ganado un par de problemas porque no permite que se la requise un hombre, se ofende profundamente cuando le dicen «señor», o le ofrecen dinero a cambio de favores sexuales. “Nunca tuve necesidad de venderme, pero creen que todas somos por obligación así”.
No sueña con formar una familia, le teme al matrimonio (a pesar de que ha tenido parejas estables) porque no le gustan demasiado los niños, pero está comprometida con la causa de las personas que si desean adoptarlos. Cuida de su aspecto cada detalle y combina su fucsia adorado hasta con su French Poodle que tintura en su peluquería cada ocho días, como una tarea inaplazable.
DESDE LOS ANDES...
Recomendamos la edición CALETO de la clase Laboratorio de Medios del CEPER
Asegura que su situación ha mejorado en los últimos años, pero que sigue habiendo ideas falsas sobre sus hermanas: «nosotras no tenemos sida: somos personas que pueden amar, cuidar, dar placer. Ahora, las que tienen que ser prostitutas lo hacen porque la sociedad nos cierra muchas puertas. Ahí mismo está la discriminación”
Yadira ya tiene el pelo largo y se gana su vida haciendo(se) trenzas. Le sigue encantando la canción de Willie Colón y, a veces, llora por el triste fin de Simón que puede ser el mismo fin de sus hermanas en el clóset. Es la mujer que quiso ser desde el día que sopló siete velitas en su torta de cumpleaños. Cuando sople la vela número “treinta y muchos” va a desear que la acepten, a ella y a sus hermanas, confiada de que, como cuando deseó tener el pelo largo, su anhelo también se va a cumplir.
* Nathalia Valencia es estudiante de Lenguajes y Estudios Socioculturales y de la opción en periodismo del CEPER. Esta crónica se realizó en el marco de la edición CALETO de la clase Laboratorio de Medios.