¡Cuántos elementos de vida, salud, prosperidad y riqueza tenemos entre nosotros, que no sabemos aprovechar ni queremos estimar! El tabaco, la quina, el cacao, la azúcar, el café, el añil, son elementos comerciales que por sí solos podrían darnos la prosperidad, sin cuidarnos de las riquezas minerales que encierra nuestro fecundo suelo. Pero hemos sido desgraciados: los dos primeros artículos han caído en los mercados europeos; otros, no se ha tratado de hacerlos conocer fuera del país, y los últimos, tan excelentes en sí, apenas ahora empiezan difícilmente a ser exportados; pues entre las virtudes de que adolecemos, hay la costumbre de hacer la guerra a todo, menos a la guerra misma, único negocio que goza de completa popularidad en Colombia.
En días pasados dimos con un artículo que trataba a la ligera de la COCA: esto nos llamó la atención, y procuramos buscar pormenores acerca de esta planta en varias obras; pero éstas no han podido satisfacer nuestra curiosidad y, deseando saber algo más, nos hemos decidido a apelar a otras personas más competentes para suplicarles, por medio de este articulejo, que si encontraren el objeto importante, se sirvan informar al público acerca de la utilidad que resultaría del uso de la coca en nuestras poblaciones.
Aquí, donde la anemia y falta de vigor en la sangre causa casi todas las enfermedades, principalmente entre las clases acomodadas de la sociedad; aquí, más que en ninguna otra parte, se debería buscar en los alimentos habituales todos los gérmenes que puedan dar fuerza a nuestra constitución, neutralizando así los elementos debilitantes de estos climas.
Los botánicos nos dicen que la coca pertenece a la familia de los Erythroxylum, planta que se encuentra en casi toda la América intertropical, en algunos puntos de las Indias orientales y en las islas del África austral. Parece que tiene una virtud que ha llamado siempre la atención: una sustancia modificadora del organismo humano.
Se encuentra, en estado silvestre, principalmente en los sitios (casi siempre en las faldas de los cerros) en que crecen los árboles de quina, es decir, en los climas templados de Suramérica.
La hojas de esta planta se emplean mascadas o en infusión, verdes o secas; los indígenas las mezclan con una especie de tierra blanca, probablemente para darles sabor, pues la coca es naturalmente insípida. Ellos dicen que quita el hambre, la sed y el sueño, que da fuerzas y energía, que produce calor e impide que sean perniciosos los miasmas exhalados por el agua corrompida. ¿Esta última propiedad no bastaría para que se recomendara su uso a los habitantes de las orillas del Magadalena y nuestros grandes ríos?
Un naturalista, Mr. Gosse, refiere que los habitantes de las altas planicies de los Andes bolivianos viven días enteros sin otro alimento que las hojas de coca, y resisten al frío sin necesitar casi de sueño; trabajan día y noche en las minas, llevando enormes pesos de un punto a otro y por caminos casi intransitables, sin manifestarse acobardados o fatigados.
Esto hace comprender por qué en muchas tribus indígenas la coca era considerada como una planta casi sagrada, y aun parece que algunos de los antiguos Incas se reservaban su monopolio, distribuyéndola como un alto favor entre su aristocracia y los jefes extranjeros distinguidos que los visitaban. Aseguran que, en algunas partes del alto Perú, esta planta estaba reservada sólo para el uso de los sacerdotes del sol, y era el símbolo de la Divinidad, que todo lo vigoriza.
Un señor Gall quiso experimentarla, no ha mucho tiempo, por sí mismo, y se convenció completamente de sus virtudes.
He aquí lo que dice:
“Un joven marino que había llegado recientemente de la Confederación Argentina, puso en nuestras manos algunos gramos de coca que había conservado, y con ella nos propusimos un día hacer un opíparo almuerzo. Este almuerzo, a estilo boliviano, se compuso todo de coca; primer servicio, hojas; segundo, idem; tercero, hojas y más hojas. Nos comimos tres gramos de coca y, ¿lo creerán?, estuvimos tan satisfechos que si nos obligaran a optar entre un roastbeef inglés y la coca boliviana, escogeríamos sin vacilar el pasto más bien que la carne.
“Nuestro almuerzo duró cinco minutos a lo más; sinembargo, después de él nos sentíamos perfectamente satisfechos; sentíamos tal como si hubiésemos tomado una cantidad suficiente de alimentos tónicos, acompañados de un vino generoso. No dudo que todos se acomodarían en breve a un régimen que tiene tantas virtudes”.
“Si creyésemos a los entusiastas partidarios de la coca”, dice otro autor francés, “tendría un inmenso interés para Europa la introducción aquí de esta planta. Un hombre, bajo este régimen, no necesitaría alimentarse con carne; se vería exento de tomar café y vino, etc.; no tendría que usar vestidos abrigados, y el sueño no sería para él una necesidad; todo debido a una pequeña porción de hojas tomadas cada tres horas, y esto sin obligarlo a suspender el trabajo ni a preparar el alimento… ¡Qué progreso y qué comodidad!”
Parece que varios sabios han procurado últimamente hacer conocer esta planta en Europa, y [si] sus cualidades son en realidad tan maravillosas como dicen, no dudamos que éste sería para nosostros un ramo más, sumamente importante para el comercio interior y de exportación.
Experimentemos todos, pues, esta bebida, que vendría a hacer un alimento que sobrepujara a todas la bebidas conocidas en el mundo hasta ahora.
*Soledad Acosta de Samper (Bogotá, 5 de mayo de 1833 – 17 de marzo de 1913) fue una historiadora, periodista, cuentista y novelista colombiana. Esta nota fue publicada en El Bien Público (No.18, 1870). Edición de Carolina Alzate.