Una novena para rezar con cacerolas, un cuento para entendernos como familias, una lista de regalos. Omar Rincón y el artista Juan Andrés Barreto se unieron para regalarles este kit para sobrevivir estas (raras) fiestas.
En la Colombia 2019 el hecho más mágico y potente que vivimos fue la alegría de las marchas y las protestas.
Allí volvimos a ser democracia: perdimos el miedo. Despertó la clase media y los jóvenes. Protestar fue la tendencia hípster, pop y popular. Colombia está aprendiendo a marchar y protestar después de sesenta años de represión por el discurso de que “quien marcha es guerrillero y comunista”. Ahora quien marcha y protesta es mujer, joven, campesino, trabajador, indígena, afro, trans, hípster, gomelo, artista, hippie, izquierdista, socialista, derechista, proaborto, antiaborto… somos muchas cosas.
Y llegaron las fiestas y mandaron a parar. Y llegó la novena. Y los regalos. Duque celebró ese parar de marchar como un milagro por su rezar el rosario. Los marchantes alegres se prometieron volver en el 2020.
y mientras tanto, este es el kit para la Navidad posparo.
Novena Uribista
Benignísimo Uribe de infinita autoridad, que tanto desprecias a los derechos de las mujeres y los hombres, que disteis en vuestro Duque la prenda de vuestro odio, para que hecho gobernante en las entrañas de la economía naranja sirviera a tus venganzas. En nombre de todos los sufrientes os damos infinitas marchas por tan soberano maleficio. En nombre de los que protestamos os reclamamos nuestros derechos, nuestras penurias, nuestras pobrezas y demás sufrimientos. Esperamos que no sigas gobernando con tal desprecio de las protestas y que no mores eternamente. Amén. (Se reza tres veces Gloria a Uribe, gloria a duque, gloria a cabal, paloma y pachito).
Novena protestante
Acordaos, ¡oh dulcísimo Niño Duque!, que dijisteis: «Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y nada te será negado». Llenos de confianza en vos, ¡oh Duque!, en el 2019, vinimos a pediros una vida en derechos, con equidad y justicia social para conseguir una eternidad democrática. Por eso, nos entregamos a Colombia, en alegre protesta, seguros de que no quedará frustrada nuestra esperanza. Amén
UN CUENTO DE NAVIDAD
FAMILIA QUE PROTESTA DESUNIDA, SE JUNTA EN NAVIDAD
La alegría nos invade cuando llega la navidad: hay abrazos, buena comida y buenos deseos. Y regalos. Y cuando de regalos se trata hay que entenderlos por quién los da y por quién los recibe. He aquí la noche de la navidad en una familia colombiana modelo 2019, esa de marcha (fiesta), de marchas (política) y de anti-marchas (negacionista de photoshop).
La niña de 18, llena de belleza rumberil de Instagram que salió a marchar por primera vez y perdió su virginidad política y ha seguido activa, decidió enviar un mensaje por WhatsApp, a todos, diciéndo: “En esta navidad no quiero regalos, quiero que me den dinero para regalárselos a unos niños pobres indígenas que vi en la calle”. Sus padres y madres y novios y hermanos y tíos piensan: ese comunismo no le dura hasta año nuevo, pero dejemos a la niña ser feliz con su caridad (cristiana).
El niño de 12, ese que video-juega a más morir, mandó carta en que no pedía nada en especial: solo dinero. ¿Para qué? Nadie sabe. No responde. Sigue virgen de política, pero decidió no consumir (rechazar el espíritu consumista y ahorrar para ya verá qué). Todos lo miran raro, pero ni modo, es la nueva generación digital de likeame, seguime, kereme.
Sigue el joven a punto de terminar la universidad. Y no quiere regalos, pero le regala a su abuelo el libro de El Hambre de Martín Caparrós para que gane en solidaridad social, a su abuela le da Cien años de Soledad para ver si por fin entiende, a su padre le da El manifiesto comunista solo para sacarse la piedra, a su madre le da una camiseta de Frida Khalo para ver si por fin descubre que es mujer y dominada. Ah, y a su novia Natalia le regala una camiseta que dice que sin protesta no hay sexo.
Y llegamos por fin al padre, quien decide regalar lo que, cree, es educativo (por autoritario) para poner las cosas claras: a su hijo mayor una tarjeta de crédito para que se vaya de viaje, a su hija gomela un tiquete a Miami para que vea que es a lo que hay que aspirar, a su hijo pequeño un curso de alto voltaje en academia militar para que aprenda a ser hombre, a su mujer una lavadora nueva y digital, al abuelo una pijama y a la abuela otra pijama.
Queda la madre. Ella le da a su abuelo unas pantuflas, a su abuela otras pantuflas, a su madre unas zapatillas Nike para sus aeróbicos, a su marido goticas inorgánicas para su mal genio, a su hijo niño un nuevo celular, a su hija neo-revolucionaria un masaje anti-marchas y a su hijo post-revolucionario una mochila auténtica arhuaca.
Y así, todo estaba raro, muy raro. Los viejos hablaban de fakenews, de la belleza de Uribe, de la vergüenza de Duque y los jóvenes se preguntaban en qué país viven estos manes.
Pero se emborracharon juntos y fueron felices como siempre en Colombia donde la política es de mala educación en navidad.
Pero de pronto entró Rosita, la señora empleada doméstica, la que los “ayuda”, la que mucho cariño pero poca prima, a la que quieren “como si fuera de la familia”.
—¿Van a querer algo más? ¿Me puedo ir a dormir?
Y se acordaron que había pobres y pueblo en Colombia, y sacaron el regalito de caridad que le tenían (el mismo de siempre: una ancheta y un buzito) y se acordaron del vigilante (y le mandaron el tarro de galletas y un vino dulce baratón). Y ese país de abajo apareció…
Ese país de la gente, ese que protestó cuando pudo porque si lo hacía todos los días, los patrones antiprotesta y proprotesta no le pagaban y se quedaban sin con qué comer; ese que viaja horas en Transmilenio y se ofusca porque las marchas no los dejan cumplir con su esclavitud; esos que saben que ni Duque ni Uribe ni Petro le van a dar para sobrevivir el día a día. Ese pueblo que marchó y protestó con la esperanza de siempre, pero que al final del día, y del año, y del siglo sabe que no lo oyen, poco importa, y que lo único que pueden hacer es trabajar, trabajar y trabajar para que todos vivan mejor, menos ellos.
Ese pueblo que recuerda que sus regalos, en sus familias, son simples: lo que se pudo, pero llenos de la alegría de los vínculos y solidaridades cotidianas que les permiten tener felicidades al alcance de lo que dejan los dueños del país. Y la certeza de saber que sin ellos y ellas no podríamos vivir ni los ricos, ni los poderosos, ni los académicos, ni los periodistas…
REGALOS CON ORIENTACIÓN DE ALEVOSÍA
Esta es una guía de regalos según su posición y actuación en las marchas (haga la suya y mándenosla):
Para-duque. Una dosis de realidad y de escucha ciudadana que lo saque de su negacionismo, su jugo de naranjas, su frito de maduro, su rezar el rosario y sus ansiolíticos.
Para-uribe. Una sesión de decencia que lo lleve a poner a la democracia y al país por encima de sus odios y venganzas.
Para-militares. Pueblo y más pueblo, porque vienen del pueblo y no del status quo, para que sientan que son del pueblo y al pueblo pertenecen y no a las elites que los tratan como empleados del servicio.
Para-policía. Un Robocop de lego para que desmonten la máquina de represión y muerte que han armado con el Esmad.
Para-políticos. Una democracia para que sepan para qué están. Y oigan y escuchen a las calles.
Para-empresarios. Un sentido de realismo de para qué billete si no lo pueden gozar porque el pueblo los odia.
Para-medios. Un periodismo que recuerde que nos debemos a los ciudadanos y no a los dueños del país.
Para-antimarchas. Un dejar sus guerras de WhatsApp y pensar más allá de sus narices.
Para-hippies. Una dosis grande de calle y cuerpo porque no todo es buena onda, nueva era y marihuana.
Para-onegeros. Un dejar de joder con sus verdades autoritarias que quieren hacer marchar a la sociedad en sus intereses particulares.
Para-académicos. Calle y territorio para que dejen la comodidad del discurso.
Para-hipsters. No basta con marchar, hay que politizar la vida y aprovechar su posición de privilegio para hacer transformaciones sociales.
Para mí (el crítico, académico y marchante). Dejar tanta comodidad, desmovilizarme de Bogotá y habitar el territorio donde la Colombia de verdad vive y habla.
Para los marchantes. Seguir con la alegría de tomarse las calles y molestar la comodidad de los ciudadanos cómodos de la neo-burguesía que se hace la que no entiende y hacer que el poder oiga.
¡Y felices fiestas!
Colombia ya no es de guerrilleros y paras, ni de buenos y malos, ni de Petro o Uribe, sino es esa que descubrió la protesta, esa que nos dice que todos podemos ser felices escuchando al otro, sabiendo que lo que sabemos lo sabemos entre todos. Los únicos que no se han enterado son Uribe y sus camaradas y Petros y sus discípulos… y Duque que ni oye, ni sabe, ni se entera.
La ironía. Lástima que jesuses y marías, los que son del pueblo, los que hacen la realidad, ellos y ellas los que protestan cada día con sus modos de inventar desde la precariedad, ellos y ellas no cuentan para la democracia. Por ahora la paradoja es que despertó la juventud, las mujeres y las clases pudiens, ojalá que estemos a la altura de nuestro pueblo.