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Juan Esteban Constaín y la búsqueda de un milagro

Juan Esteban Constain es el primer ganador del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2015. Cerosetenta habló con él sobre su libro, la religión, la narración y los milagros.

por

Ángela Rivera


12.02.2015

Foto: FIL Guadalajara @ Flickr

Obsesionarse valió la pena para Juan Esteban Constaín. Perseguir el nombre del escritor inglés G.K. Chesterton, buscarlo entre archivos y libros y prensa, tratar de entender su época, su manera de vestir, de pensar, de reír, conocer su vida al derecho y al revés, tratar de atrapar su personalidad y su espíritu para, entonces, convertirlo en el protagonista de El hombre que no fue jueves, su más reciente libro. Todos los esfuerzos valieron la pena para este escritor, historiador y columnista payanés quien, el pasado 28 de enero, recibió el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana, para el que también estaban nominados  El libro de la envidia de Ricardo Silva Romero y Lo que no aprendí de Margarita García Robayo.

El hombre que no fue jueves, es un viaje delirante por las dudas de la religión, los avatares de la historia, la inteligencia y el humor. Pero por encima de todo, para su autor, este es un libro sobre los milagros, sobre las felicidades y los amores y la belleza que no se pueden explicar.

 

El día del lanzamiento del libro, su autógrafo en mi libro decía: “Para Ángela y Esteban, este libro sobre ese milagro que es encontrarse en la vida”. ¿Qué significan esas palabras?

Juan Esteban Constain: Esas palabras tienen mucho que ver con la historia que yo cuento en el libro y con la idea que lo mueve y es que en el fondo todo lo que ocurre es un milagro. Los seres humanos damos por descontado que somos necesarios para que el mundo exista y resulta que no. Hay ciertas cosas que le dan sentido a la vida humana  y por su puesto una de esas es el amor, otra es la amistad. Entonces, encontrarse en la vida es algo milagroso. A veces también es al revés, esos encuentros son desencuentros y el mundo también esta hecho de eso. Pero cuando yo veo que hay gente que se quiere y que el amor empieza, me parece que uno tiene que agradecer eso como el milagro que es. Este libro está movido por esa idea: por la certeza de que todas las cosas que ocurren en el mundo son fruto de algo milagroso y por eso la relación de Chesterton aquí con su esposa es tan bonita, como era en la vida real, porque es una pareja muy agradecida con el hecho de haberse encontrado.

¿Qué es lo que le fascina de Chesterton?

JEC: Me fascina por un lado su inteligencia, era un tipo muy inteligente.

¿Qué es ser muy inteligente?

JEC: Era un tipo con una visión muy lúcida de las cosas, muy certera, pero al mismo tiempo compasiva. Yo creo que el indicador mayor de la inteligencia es siempre el humor. Y también el indicador mayor de la falta de inteligencia es la ausencia del humor. Es decir, a mayor nivel de humor, digámoslo así, creo que hay más inteligencia. Y la gente más brillante, más aguda, es la que le encuentra al mundo su cariz de chiste y de caricatura. Chesterton era un gran escritor, era un gran pensador y tenía una capacidad inagotable para las paradojas, para los juegos de palabras. Me fascinó desde que lo leí: un tipo que todo lo que decía me deslumbraba porque con palabras muy sencillas, sin ninguna afectación, sin conceptos rebuscados, siempre encontraba cómo poner la luz sobre aquello que uno no ve.

El mundo siempre tiene dos caras y –por lo general– los seres humanos vemos una cara que es siempre la misma. Yo creo que la gente inteligente, para continuar con la definición, es aquella que sin mayor esfuerzo logra ver lo que los demás no ven. En eso también consiste la inteligencia y Chesterton hacía eso, con un lenguaje accesible y amable terminaba diciendo unas cosas que son todas muy estremecedoras, pero con el agravante de que las dice todo el tiempo. Entonces, cuando uno lo lee se acostumbra a esa forma de la inteligencia y ya luego deja de maravillarse y de asombrarse porque está instalado en ella. Pero hay que pellizcarse y darse cuenta de que uno está frente a un tipo muy lúcido. Chesterton es uno de esos casos milagrosos en los que hay muchas virtudes que se conjugan en una sola persona. Cuando me encontré esa cantidad de cualidades en un personaje lo incorporé a mi vida, me leí sus libros y se volvió como una presencia constante en mi vida. Yo siempre quise rendirle algún homenaje y con esta novela se dio la oportunidad. O como dicen los futbolistas: se me dieron las cosas.

¿Cuál fue el primer libro que leyó de Chesterton?

JEC: El primer  libro que me leí de Chesterton se llama, en inglés, All Things Considered –“Todas las cosas consideradas” o “Todas las cosas tenidas en cuenta”– una pequeña  recopilación de artículos de él para la prensa. Ahora, también debo decir que lo primero que leí de Chesterton no fue un libro, sino los prólogos que él le escribía a las novelas de Charles Dickens en una edición que se llama The Everyman’s Library. Yo adoro a Dickens, es uno de mis autores favoritos y esa edición tiene en cada libro un prefacio de Chesterton, un prologo suyo. Entonces, cuando yo leía a Dickens hace muchos, muchos años siempre empezaba por los prólogos de Chesterton y me parecían maravillosos pero no sabía que él a su vez era un gran escritor y era el personaje que era. Yo pensaba que era un tipo cualquiera, algún profesor o algo así. Pero luego, leyendo a Borges, me di cuenta de que ese señor, al que yo leía introduciendo a Dickens como si fuera un profesor cualquiera, era todo un maestro por derecho propio. Entonces fui a buscar libros suyos y me conseguí All Things Considered y ya después me leí todos, los más importantes.

¿Cuál recomienda?

JEC: Uy, pues yo recomiendo El Hombre que fue Jueves. Es una novela magnífica de misterio y una metáfora religiosa muy interesante. Recomiendo también otro que se llama Ortodoxia, que es una reflexión de él sobre la fe y el cristianismo. Y por su puesto, si uno quiere tener más entretención y pasar ratos muy agradables, recomiendo cualquiera de las historias del Padre Brown que era como la versión chestertoniana de Sherlock Holmes.

¿Tiene algo en común con Chesterton?

JEC: Pues yo diría que la buena fe. Además de la fe. Es decir, yo tengo en común con Chesterton o querría tener en común con él la fe, la fe en Dios y la fe cristiana. Pero también la buena fe y es la idea de que el ser humano es una criatura medio extraviada en el mundo, llena de defectos. Uno no puede venir aquí a desconfiar de todo y a sospechar. Entonces yo trato de partir de la buena fe y de entender a los demás. Creo que eso podría tener en común con él.

Además de su admiración por Chesterton y que la petición para canonizarlo le haya parecido una historia delirante ¿Qué más lo inspiró para escribir este libro?

JEC: Lo que pasa es que yo había escrito una novela, mi segunda novela que se llama ¡Calcio!. Es sobre la historia del fútbol y le fue muy bien. Le fue muy bien en ventas, le fue muy bien ante los críticos, ganó un premio en España. Esa novela surgió de manera mágica, casi que por casualidad y por azar y a mí me encantó haberla escrito y salió tan bien que yo estaba como asustado porque no sabía con qué seguir. Y se me atravesó esta historia de la canonización de Chesterton, y empecé a tener ahí en las manos un material que daba para contar una historia. Entonces un día me senté y escribí la novela y creo que el resultado me dejó muy tranquilo porque yo también quiero aprender con cada nuevo libro que escriba. Siento que hubo una cierta evolución entre ¡Calcio! y El Hombre que no fue Jueves. Para mí el resultado fue muy feliz y a este libro le fue muy bien también. Podría decirte que le fue mejor que a ¡Calcio! en ventas y en el recibimiento de parte de la crítica. Todo eso me hace muy feliz, pero la inspiración estaba en la necesidad de hacerle un homenaje a Chesterton y la necesidad de combinar muchas historias, que es un poco la estructura narrativa de la novela.

¿Cuál fue su proceso académico y personal para escribir el libro?

JEC: Académico por suerte ninguno. Porque, entre otras, yo fui profesor por muchos años y dejé la academia para poder escribir novelas porque son mundos incompatibles. El mundo de la academia es cada vez más rígido, cada vez más burocrático y eso hace muy difícil que uno pueda dedicarse a lo que le gusta, o por lo menos si lo que a uno le gusta es contar historias, escribir literatura y ficción. La academia es el lugar menos indicado para hacerlo porque todo allí es tan rígido que nada de lo que uno haga vale. Entonces no hubo un proceso académico. Lo que sí hay es un proceso de investigación, que tiene que ser muy exhaustivo y riguroso. Si uno va a contar solo una historia –todas las novelas tienen un contexto histórico, obvio­- puede prescindir de una cantidad de aspectos históricos y materiales que no se necesitan. Pero si uno va a escribir una ficción inspirada en el pasado, en la historia, necesita ser muy riguroso y muy exhaustivo para que esa ficción sea verosímil. Es decir toda ficción histórica necesita un andamiaje investigativo que a veces puede ser más arduo que el de una investigación académica. Entonces ese fue el proceso.

¿Cuánto tiempo le tomó? 

JEC: Por lo general me toma dos años…un año y medio de lecturas, de investigación. Leí la autobiografía de Chesterton otra vez, muchos de sus libros, averiguar sobre su época, saber cómo se vestía la gente. Incluso ese trabajo de utilería, de preparación y de investigación puede llegar a ser muy ingrato o inútil porque uno puede leerse un libro entero sobre la época victoriana para saber cómo se vestían los escritores en ese tiempo y en la novela nunca habla de eso. Pero yo creo que al final la investigación y la familiaridad con el mundo de los personajes que están en la novela sí se nota aunque uno no sea explícito. Recuerdo la anécdota de Visconti, el gran director de cine italiano, que dirigió una película inspirada en una novela que se llama El Gatopardo. Es una novela histórica que ocurre en la Sicilia del Siglo XIX y Visconti era tan obsesivo con el tema del rigor histórico que los armarios de la película están todos llenos de ropa de la época en la que ocurre la película. Él llenó los armarios de sus locaciones con ropa del siglo XIX y resulta que en la película no se abren jamás los armarios. Los armarios están siempre cerrados, pero la obsesión del tipo por el rigor histórico era tan grande que prefirió tener la tranquilidad de que si alguien mete la mano más allá de lo evidente encuentra la misma sustancia con la que está hecha toda la obra.

¿Y el proceso personal?   

JEC: El proceso personal es muy interesante porque a mí me gusta mucho escribir. Yo, por suerte, no vivo ni padezco eso que llaman muchos «el terror de la página en blanco». Para mí es inconcebible la literatura como un suplicio y como una batalla desgarradora con mis demonios y mis fantasmas, que es un poco la idea que tienen muchos escritores, y que me parece muy válida: cada quien verá cómo resuelve sus problemas y cada quien verá cómo hace sus cosas. Pero a mí me gusta mucho escribir, disfruto mucho la escritura de una novela. Después, cuando se ha podido verter el texto en un objeto maravilloso como un libro, me produce una sensación muy extraña porque trato de recordar cómo fui capaz de hacer eso que está ahí. Yo ahora puedo abrir uno de mis libros y leerlo casi como un tercero, como un lector ajeno a la escritura del texto. Hay cosas que me parecen mágicas y que yo no sé cómo están allí. Pero mientras las estoy logrando frente al computador, me encanta, me encanta la escritura y por suerte lo puedo hacer y puedo vivir de eso.

¿Qué sensaciones tuvo mientras escribía el libro?

JEC: De mucha placidez, de mucha curiosidad también porque el libro está escrito con una estructura que es muy delirante, llena de saltos, llena de variaciones de paréntesis y eso era para mí tan sorpresivo como puede llegar a serlo para el lector. Yo mismo estaba muy intrigado por saber qué iba a pasar en la siguiente página. Tuve siempre una sensación de perplejidad y maravilla que creo que se nota también en el libro. Hay una gran alegría, que es también la herencia de Chesterton. Creo que el alma de Chesterton sí está presente en este libro porque es un libro festivo, es un libro que celebra las cosas buenas y trata de ponerlas a todas en un mismo universo.

A propósito de eso, cuando uno lee el libro tiene la sensación de que usted no tiene límites, que piensa en voz alta y eso que piensa lo escribe en el libro. ¿Tiene límites cuando escribe?

JEC: No. Antes tenía. Antes tenía porque uno siempre está aprendiendo y cada nuevo libro y cada nuevo texto es el descubrimiento de algo que uno no sabía y es un aprendizaje arduo y benéfico –y a veces también doloroso. Pero cuando yo empecé a escribir estaba muchísimo más condicionado por mis influencias, por mi falta de experiencia, por mis prejuicios, pero con este libro me di cuenta de que uno puede hacer lo que quiera y que al final eso no importa. Entonces me encantó haberme liberado por completo y haber sido capaz de hacer unas apuestas, creo yo, salieron bien. No es solo un ejercicio alocado de reflexiones y de juegos estilísticos, sin que pase nada. Este libro también es eso más una historia.

Si un lector quisiera saber cómo es Juan Esteban, ¿Cuál de sus libros debería leerse?

JEC: Éste: El Hombre que no fue Jueves. Éste sí es un resumen bastante completo de cómo soy yo, de lo que me interesa, de lo que me gusta, de lo que pienso, de lo que siento. Creo que, curiosamente, para este libro me sirvió mis años de profesor, porque al final uno como profesor es un narrador. Las clases funcionan o no si uno logra tejer un hilo narrativo. Todos los profesores son narradores y yo creo que mi estrategia narrativa en las clases es muy dispersa, va por muchos lados y sin embargo al final yo creo que sí hay como un punto de llegada. Sí hay un hilo. Este libro funciona igual.

Usted tiene un pensamiento hipertextual, como diríamos ahora en el mundo digital.

JEC: Es probable. Y así funciona eso. La verdad es que internet y el mundo de hoy es hipertextual porque todo es un sistema de referencias y de saltos en que uno llega a un sitio y va al otro y va al otro y va al otro. Esa estructura hipertextual existió siempre. Es decir, cuando solo había libros de papel, yo leía un libro y encontraba algo que me llamaba la atención y me iba a una enciclopedia y buscaba una cosa y después buscaba otra que había encontrado por casualidad… Al final las enciclopedias de antes eran como Wikipedia.

En el libro aparece esta frase: “Lo interesante era que Chesterton encarnaba una idea del cristianismo y del catolicismo muy peligrosa: la del cristiano de verdad, el hombre compasivo y bueno que era capaz de tolerar, de reconocer con ironía sus errores y su pequeñez, aun él.” ¿Por qué dice que encarnaba una idea del cristianismo y del catolicismo muy peligrosa?

JEC: Porque en el fondo es revolucionaria. Es decir, muy peligrosa para los dueños del poder al interior del mundo católico y cristiano. Hay cierto tipo de figuras que encarnan una rebeldía que es muy peligrosa porque lleva siempre la verdad. Jesús es un gran ejemplo. En un momento dado el mensaje del propio Cristo se vuelve peligroso para quienes se sienten amenazados por esa visión de las cosas tan absolutamente revolucionaria y por eso, entre otras, lo crucificaron. Lo mismo pasa con Sócrates y, cambiando lo que haya que cambiar y guardando todas las proporciones, en el caso de Chesterton pasa lo mismo. Es más fácil adorar a un santo que encarne unas virtudes que se acomodan mejor a lo que la iglesia católica quiere de sus fieles: la resignación y otra cantidad de cosas. Pero una idea del cristianismo que se inspira en la compasión y en el humor y en la risa es un peligro. Al final si uno empieza a ver la fe cristiana de esa forma va a minarse la legitimidad de los que tienen el poder. Y los que tienen el poder no quieren perderlo nunca.

En el libro se habla de la búsqueda de un milagro. ¿Qué es un milagro para usted?

JEC: Una de las ideas motrices de esta novela es que el acto de creer en los milagros es ya un milagro en sí mismo. La fe es un acto de fe en la fe. Los milagros son las cosas que ocurren en el mundo y que hacen que sea mejor y que nos alegra la vida: el amor es un milagro, la amistad es un milagro. Hay cosas que le han ocurrido a la humanidad que no son explicables sino desde una perspectiva sobrenatural, sin meterle a eso tampoco mucha religión. Por ejemplo, los grandes artistas de la humanidad son creadores de milagros. Un gran pintor que en el siglo XV o XVI dejó un cuadro que hasta el día de hoy hace tan feliz a tanta gente no tiene una explicación racional. Eso ocurre porque hay un misterio detrás que lo hace posible y eso es para mí un milagro.

AR: Por último ¿Qué significa ganar el Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana?

JEC: Un gran honor, por varias razones. La primera de ellas porque ese premio está concebido para libros publicados, entonces es un premio no solo al autor sino a la Editorial y al hecho de publicar libros. Eso me parece muy bonito porque en una época en la que todo el mundo está diciendo que los libros se van a acabar y que ya nadie lee, que haya estímulos y premios a la creación literaria –pero también a la edición de libros– es maravilloso. Y para mí también es un honor porque fui el primero en recibir el premio, yo lo inauguré al lado, además, de novelas excelentes. Tanto que yo nunca pensé que me lo fuera a ganar. Yo estaba convencido de que se lo iba a ganar mi gran amigo Ricardo Silva y ese es otro punto de honor. Los otros dos finalistas son escritores de muy alta calidad. Haber recibido el premio al lado de libros tan buenos me hace muy feliz.

***

Los otros dos nominados al premio Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana hablaron para Cerosetenta sobre Constain:

Margarita García Robayo nominada con la novela Lo que no aprendí: “Juan Esteban es uno de esos raros especímenes que ya casi no existen, especies de jóvenes renacentistas capaces de hacer muchas cosas relacionadas con las artes y las humanidades, y en general con mucha maestría. Es como un multitaskeador sofisticado, un petete culto, un erudito. Y en su novela lo demuestra muy bien, pero lo mejor de todo y lo más importante, es que además de todo eso es un gran narrador. La literatura de Juan Esteban me parece un hallazgo maravilloso, estoy muy contenta de haber podido conocerlo en este premio”

 

Ricardo Silva Romero El libro de la envidia : «Juan Esteban Constaín es idéntico a sus ficciones: va detrás de las historias que prueban que aún hay bondad y generosidad y ganas de vivir en este horror de cada día, sigue a los personajes que un buen día supieron inventarse a sí mismos para sobrevivir a la penosa mediocridad de la Historia, y lo hace amparado en un humor reparador y en una compasión que ya querría usted tener, y uno lo sigue a dónde él quiera porque su voz es envolvente y contundente, y es claro que su narrativa es un regalo. Su oído es extraordinario. Su prosa es impecable. Y quien ha leído Naufragio del imperio, ¡Calcio! y El hombre que no fue jueves sabe, además, que su oficio es el de dar ejemplos de que la vida es misericordiosa como una parodia. Sin duda merecía este premio porque (uno) no lo buscó ni lo persiguió, (dos) se lo entregó un jurado más que competente, (tres) fue la iniciativa del talentoso e inteligente Héctor Abad, (cuatro) su novela, El hombre que no fue Jueves, es una maravilla digna de su persona, y (cinco) para un escritor es importante que sus pares le reconozcan su vocación y su destreza, y era cuestión de tiempo que eso le sucediera a Juan Esteban.»

* Ángela Rivera es internacionalista y estudiante de la maestría en periodismo del CEPER

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