Guaviare día 3 Un resguardo vacío, un paro de maestros y el puerto. Así fue el tercer día de periodismo en terreno 2017.
Un resguardo vacío, un paro de maestros y el puerto. Así fue el tercer día de periodismo en terreno 2017.
Un resguardo vacío, un paro de maestros y el puerto. Así fue el tercer día de periodismo en terreno 2017.
Por: Maria Paula Martínez
Guaviare no es Amazonas pero casi. No es Meta pero se parece. Tiene la biodiversidad de los bosques y la selva amazónica con sus frutos, tiene el río Guaviare como puerto de transporte y navegación, está cerca a la Serranía de la Macarena, pero no es tan famoso. Es una ciudad sin un acento en particular, sin una identidad de rasgos que la diferencias de sus vecinos. Es una ciudad de colonos donde parece que los une el hecho de ser migrantes, de venir de otros lugares y asentarse en esta zona. El río que bordea la ciudad es el río Guaviare, ancho, café. Su corriente arrastra palos y espuma. Al fondo la selva y el cielo de nubes grises. En el borde lanchas de madera largas cargadas de fruta y unos planchones con carga cubierta en plásticos.
Estamos en el puerto. No hay mucho movimiento. Ocho hombres arrastran una viga de metal a un planchón y otros tres descargan bultos. No hay pesca. Talvez por la hora del día. Aunque en el mercado tampoco se ven pescados frescos.
Hace calor húmedo. Las horas pasan lento. La corriente del río sigue. La gente nos observa. El trípode, la cámara, los audífonos, los micrófonos, la pinta de cachacos.
A las tres de la tarde llegamos a Aguabonita, el lugar donde están asentadas unas cincuenta familias Nukak que perdieron su territorio por el conflicto y de semi nómadas pasaron a mal vivir en una finca de la alcaldía cerca de San José. El taxista dice que no hay nadie, que ya no están en la Maloka.
Yo no veo ninguna maloka, ni lo que habría sido un resguardo. Veo menos de diez casas de madera, sin piso, sin nada. Paredes hechas de retablos y nada más. No queda sino basura en el piso, ropa olvidada. Ya no están los Nukak aquí. Se han ido a otra finca, están trabajando en la recolección de Asaí con Don Flaviano.
Don Flaviano Mahecha es un campesino ganadero que vino de Boyacá y hoy es el líder de la asociación de campesinos Asoprosegua que trabaja comercializando carne, leche, asaí, araza y madera. Lo entrevistamos al final de la tarde frente al río. “Allá no están los Nukak están trabajando conmigo, recolectando”. La palma da fruto una vez al año y se recoge entre marzo y agosto. Nos acercamos a la época pico de cosecha.
Nos cuenta sobre las formas de recolectar y procesar la pepa, del trabajo con los Nukak que trepan la palma para agarrar racimos de asai y de la asociación de campesinos y finqueros que hacen parte del proceso. Un dato que no se me va a olvidar: un blanco demora 8 minutos en bajar un racimo con herramientas y sin trepar, un Nukak 2 minutos para bajar varios racimos, trepando hasta la punta de la palma.
Por: Juan Camilo Chaves
Hablan dos taxistas, un realizador audiovisual y un periodista.
– Mire en este estadero las Farc venían a bailar.
– ¿En ese estadero familiar?
– Sí, en ese. Uno pasaba por acá y los veía bailando con sus armas. Justo en ese kiosco de allá.
–¡¿Pero si eso es sobre la carretera principal y acabamos de pasar un batallón?!
–Ah sí. Eso cuando ya estaban tomados comenzaban unas balaceras sin fin con el batallón. Pero sólo por darse plomo porque nunca pasaba nada más.
–Pero, ¿y no pasaba nada en serio?
–Pues eso era así como hasta finales de los noventa. Luego llegaron los paramilitares acá… después de lo de Mapiripán. Y uno los veía ahí echando ojo. Era obvio. Unos tipos ahí parados en esta esquina mirando quién pasaba y por qué. A uno de taxista lo conocían y pues no le hacían nada, pero si uno llevaba un pasajero raro lo paraban y era la preguntadera: “¿Quién es? ¿Qué lleva ahí? ¿Para dónde va? Y lo peor no era eso, eso se puso feo y había muchos muertos todos los días.
–¿Nos falta mucho para llegar?
–No, por allí nos desviamos y ya es cerca. Son 25 min desde San José. Pero le sigo contando. A mí me tocó irme de nuevo al Meta, a mi pueblo y allá fue peor. Allá a todo el que llegaba que no era del pueblo lo mataban, “que porque era amigo de la guerrilla”. Allá eran 5, 6, 7 muertos diarios. Y eso uno veía que paraban las flotas y bajaban gente…
–Pero, ¿usted se quedó allá?
–Pues sí, tocaba porque allá estaba la familia y la casa.
–Suena muy duro.
–Sí, fue duro.
–Tenaz. ¿Es por acá el resguardo?
–Sí, esto es Agua bonita… por acá ya van a empezar a salir niños. Pero toca con cuidado. La vez pasada a un taxista que venía con unos gringos les quitaron las cosas.
–¿Cómo así? ¿Los robaron?
–Sí, pero ellos cogen las cosas es sin intención. O sea son es como curiosos. Igual después devolvieron todo.
–Ahí ya están las casas.
–Sí, pero como que no hay nadie.
–¿QUÉ?
–Yo sí había escuchado que estaban como por otro lado hace rato. Pero hace como mes y medio vine y acá estaban. Eso usted llega y no lo dejan ni parar. Los niños tratando de subirse y ver cosas.
–Bajemonos acá.
–Esto es una cancha y algunas de las casas.
–Voy a mirar si hay alguien.
–De pronto en la parte de atrás, ¿no?
–No, por acá no hay nadie tampoco. Las casas están vacías sin cosas y de hecho algunas con cadena y candado.
–¿Y esto se los dio el Estado?
–Sí, esto hace parte del plan de atención a la etnia Nukak. Es una finca de la alcaldía de San José… Acá les traen comida cada cierto tiempo y pues les dan un espacio para quedarse y que tengan sus casas.
–¿Pero sí se quedan? Porque son nómadas… ¿no?
–Pues hay gente que habla de que están en el tránsito a la sedentarización. Pero usted ve que por acá no hay nadie… es que ellos no tienen esa misma noción de territorio de límites y de la propiedad privada.
–Eso ellos se meten en lios por andar en fincas ganaderas… o en terrenos privados.
–Pues claro porque para ellos el territorio es todo, no entienden la propiedad privada, que uno tenga un territorio de aquí hasta aquí. De cerca a cerca. De palo a palo.
–Y es que el Guaviare es todo su territorio, este clan viene del suroriente, de Miraflores. De allá fue que los sacaron.
–Sí, la guerra…
Por: Sara Cely
El calor está insoportable. Para una persona como yo, de la nevera bogotana, algo por encima de 20 grados ya es asadero. Pero hoy sí que hizo calor, la mayor temperatura desde que llegamos. Básicamente me estaba derritiendo y se lo hacía saber a todos.
Lo primero en la agenda era ir a la Defensoría del Pueblo a buscar al defensor y hablar con él. Preguntamos y resulta que la defensoría, como todo lo demás, queda a menos de cinco cuadras del hotel. Cinco cuadras no son más de 500 metros, pero aquí en el Guaviare, en el inicio de la selva, cinco cuadras bajo el sol es como caminar en un desierto. No importa que tanta agua tome uno, la deshidratación es inevitable. Llegamos a la defensoría pero el señor Trian dijo que nos atendía a las 4:30 p. m. En ese momento lo único que pienso es que pudimos haber llamado y nos hubiéramos ahorrado ese paseo bajo el sol.
Caminamos de regreso al hotel y comienzo a detallar los locales que hay alrededor del parque, y en general en la capital, me doy cuenta que muchos parecen estar cerrados y no entiendo por qué si todavía no es hora de almuerzo. Sin embargo, entre más se acerca uno a los locales más descubre. Casi todos los que tienen la puerta cerrada tienen un letrero que dice “siga, aire acondicionado”, como pequeños oasis en el desierto.
Aquí el aire acondicionado es como un lujo y a la vez una necesidad. No sabría bien cómo describirlo, o como lo describen los guaviarenses, pero en todo caso lo cuidan como un objeto preciado. Es tan preciado que en muchas otras partes uno ve a las personas estar afuera de los locales atrayendo turistas, en especial nosotros que no podemos con la pinta de cachacos, pero aquí no. Casi que prefieren estar frescos a prestar un buen servicio, lo que me sorprende. Pero eso sí, entre usted a un sitio con aire acondicionado y qué buen servicio le prestan a uno.
Yo sé que el calor alborota el mal humor de las personas pero, ¿hasta dónde están dispuestos a dejar que esto pase? Digo yo, en un municipio como este, donde el turismo está en crecimiento y cada vez llegan más extranjeros (nacionales e internacionales), uno pensaría que una sonrisa lo ayudaría a uno a vender más e intentaría parecer más amigable. Eso haría yo. En todo caso, aquí siento que nos han acogido y nos han consentido, eso sí, siempre y cuando haya aire fresco.
Por: Laura Velandia
Salimos a desayunar y hablar de lo que haríamos en el día. El calor era tan fuerte que salir de la habitación y chocar con el aire carente de ventilador, era un despertar aterrador y sudoroso. La primera cita que tenía era con una profesora de acá de San José que había tenido contacto directo con el conflicto, la cita era supuestamente a la una pero al llegar al parque (el lugar de encuentro) pasó media hora y ella no aparecía, decidí llamarla y me dijo que ella me llamaba cuando se desocupara. Al colgar, Luz Amanda, una de mis compañeras y quien hace su reportaje con un enfoque parecido al mío, me dijo que la acompañara a comprar algunos dulces para ofrecerles a los niños con los que trabajaría, y eso hicimos.
Buscando un supermercado, encontramos la zona hipercomercial de Guaviare; tiendas con reggaetón a lo que marca y enseguida cantinas que reventaban los parlantes con música popular, niños pequeños corriendo entre los borrachos, en la esquina, justo antes del supermercado, había un grupo de indígenas que no supe si eran Nukak o Jiw. El calor era cada vez más insoportable y cada paso era como estar en una caminadora eléctrica, no avanzaba nunca. Al entrar a “Lopez supermercados” (así sin tilde) sentí la leve brisa de los ventiladores, que aunque no era tan fuerte, ayudaba un poco al agobiante calor. Luza consiguió los dulces y de paso compramos agua y mecato porque la sed no dejaba hacer nada.
La profesora nunca llamó, pero ya era hora de almuerzo y supuse que por ese momento no llamaría. Ya después de almuerzo llegó el momento de la siguiente cita con Zaida, una señora que trabaja en la parte administrativa de la Secretaria de Educación de Guaviare. Llegamos y en medio del calor, fue increíblemente refrescante entrar a la Secretaría que contaba con el lujo de un aire acondicionado. Zaida primero nos comunicó con uno de sus jefes, que no solo insultó el oficio del periodista, sino que no nos brindó ninguna información útil. Luego de salir de la oficina del hombre (de quién igual anoté el número porque pensé que de pronto sería útil tener su visión de la historia) Zaida nos dijo que esperáramos, que ya iba llegar Freddy, un profesor de un internado en una vereda que trabajaba con niños directamente afectados por el conflicto “buenísimo” pensamos.
Mientras esperábamos, decidimos ir al colegio que quedaba en frente, a ver si nos dejaban hablar con niños, niñas y profesores, pero ni el celador quiso atendernos. En este punto Luza y yo ya estábamos al borde de la desesperación, nadie quería hablar o aparecerse y los que hablaban solo daban con rodeos y trabas que no servían de nada, hasta que por fin llegó Freddy en una moto como un ángel en medio del desespero. Hablamos con él y quedamos en contacto para subir a la vereda al día siguiente. Nos fuimos al hotel y enseguida me entró un mensaje de la profesora que nos había dejado plantadas en la mañana. “¿Te parece si nos vemos a las 4?” me dice “Siii” respondí, la verdad es que pudo decirme que nos viéramos a las 4 de la mañana y yo contenta habría aceptado. Miré el reloj y eran apenas las 3:20 así que puse una alarma a las 3:50 y me planté en la cama, inmediatamente caí muerta.
A las 4:20 éramos de nuevo la misma imagen de Luza y yo en el parque esperando a la profesora que aún no aparecía. Como si mi cuerpo supiera, volteé y ahí estaba la profesora con su esposo llegando detrás de nosotros. Le sonreí de inmediato y ella me devolvió la sonrisa, muy amable. El parque es muy ruidoso, construcciones a un lado, niños corriendo por todas partes, carros que pasan a toda a nuestro lado, en definitiva, el peor sitio para una entrevista. Los dos nos llevaron a un centro cultural que quedaba bastante cerca de lo que se había convertido nuestro spot, una heladería grande que lindaba con el parque. Mientras caminábamos, ella nos dijo que quién hablaría sería su esposo, que también era profesor, se me hizo un poco extraño pero no dije nada en el momento porque a la larga estaba consiguiendo mi entrevista. Una vez llegamos al centro cultural, la profesora caminó por ahí y se separó de nosotros, de nuevo, un poco extraño pero no dije nada. Al fondo había una cafetería en forma de barco que desafortunadamente estaba cerrada, pero nos sirvió como el perfecto lugar para una entrevista. Entre los árboles se veía el río y el cielo a punto de atardecer, era una imágen hermosa.
“Fernando Barbosa” fue el pseudónimo que decidió adoptar el profesor pues hablando con él fue un poco más evidente el que la profesora estuviera tan reacia a hablar: Ambos han vivido el conflicto a flor de piel y son amenazados por la guerrilla.
Cuando Fernando me dijo esto, el mundo se me cayó al piso. El siguió hablando de su experiencia como maestro en medio de la desesperación de la guerra, de cómo mataron a compañeros y estudiantes suyos y de cómo, muchas veces, el fue el único apoyo verdadero con el que contaban sus estudiantes. Nos contaba que al llegar a Guaviare, el veía a la guerrilla como los salvadores del pueblo “Robin Hood pues” pero se dio cuenta que la cosa no era tan rosa y así mismo el gobierno no dejaba las cosas tan fáciles ni eran de mucha ayuda y terminó en una situación entre la espada y la pared, sin saber quien era el bueno y el malo y tratando de mantener la calma suya y la de sus alumnos. Ser maestro en Colombia es cosa jodida definitivamente.
Por: Nicolás Hernández Muñoz
El lunes me desperté con un dolorcito en las piernas que me recordaban el recorrido del día anterior, y sonreí frente al recuerdo. A partir de este momento debía empezar a emprender la investigación de los cultivos de coca y el proceso de sustitución que se venía implementando en el marco de los acuerdos de paz esperando hacer una investigación exitosa. Así que desde temprano empecé a llamar a algunos de los contactos que había conseguido y averigüé la dirección de la oficina del Defensor del Pueblo en San José del Guaviare. Este sería mi primer objetivo para obtener una entrevista; debía tener una perspectiva desde la institucionalidad que me permitiera entender mejor la forma en que el gobierno ha ido entendiendo este proceso para después poder contrastar con el resto de mis entrevistados que serían ajenos a esta perspectiva. Cerca al medio día emprendí el camino hacia la oficina de la Defensoría. Desde el Hotel Panorama la mayoría de edificios gubernamentales y de importancia se encontraban en un rango de algunas pocas cuadras que parecían alargarse estrepitosamente por el sol que fustigaba sin piedad las calles en aquella mañana de lunes. Sudando por el cuello y toda la cara avanzaba junto con María, Sara y Juliana, mis compañeras de travesía, hacia la oficina donde esperaba tener mi primera entrevista de la semana. Pero apenas a dos cuadras del hotel y directamente frente a la gobernación se nos interrumpió el paso por la manifestación de los profesores del departamento que, al pertenecer a la Fecode, le recordaban a las autoridades que el paro seguía muy en firme con cacerolas y pancartas que anunciaban una resistencia duradera frente a las políticas educativas del gobierno de Juan Manuel Santos. Si bien los profesores alientan la paz, consideran que una verdadera transformación de la realidad social del país sólo podrá ocurrir cuando el eje central de la política de desarrollo sea enfocado en la educación y en el pago y sostenimiento digno de los educadores.
Después de detenernos un momento continuamos nuestro camino hacia la Defensoría, tan solo a un par de cuadras de distancia de la administración departamental. Dentro del recinto nos recibió Laura, una bonita joven con una sonrisa amplia, y que se identificó como la secretaria del señor Trian Jesús Zuñiga, el señor Defensor del Pueblo. Nos pidió un momento para anunciar nuestro pedido para una entrevista a su jefe y salió a decirnos que nos atenderían hasta las 4:30 de la tarde. Con nada más por hacer durante algunas horas volvimos al hotel, y tras un breve descanso fuimos a almorzar al asadero Donde Juliana que vendía una ternera a la llanera tiernita y jugosa que fue la parte más sobresaliente del almuerzo. Después, y tras tener la barriga llena, volví a la Defensoría con mi compañera Sara para entrevistar a don Trian Jesús que, si bien tuvo la mejor disposición hacia nuestras intenciones y preguntas, parecía un burócrata de esos que reciben un puesto en alguna entidad política por los contactos que tiene y no por la preparación y disposición hacia el importante tema de la defensa de los derechos de los civiles en un departamento con una situación muchas veces complicada con respecto a este tema. Finalmente, y para terminar el día fuimos a tomar algo todos juntos a un café, en donde tuvimos una larga e interesante charla con Kelly, una socióloga con maestría en antropología de la Universidad Nacional, que nos compartió su conocimiento de los Jiw, los Tucanos, pero sobre todo de los Nukak, de su cosmovisión, de la muerte, de su estética, de sus creencias. Kelly nos cuenta que para los Nukak el suicidio muchas veces es una opción porque para ellos todos tendremos una vida tras morir en la que se llega a una especie de paraíso donde hay fiestas, sexo irrestricto y manjares etílicos y comestibles para saciar todo deseo imaginable. Reflexiono en torno a esta idea, pienso que de tener esa creencia saltaría de algún edificio abrazando la muerte en la caída, para librarse al fin del dolor y el sufrimiento terrenal. Pero no, la muerte continúa siendo, para mí, un abismo gigante de oscuridad, de incertidumbre cubierta en una densa bruma de la que no sé nada y de la que espero no saber nada al menos por un buen tiempo. Lo único que espero es que los Nukak tengan razón y que la muerte sólo nos reserve un paraíso de alegría infinita que nos haga olvidar las penosas cargas que siempre nos impone la vida.
Por: Luz Amanda Hernández Galindo
A las 8 am ya estaba sentada desayunando en el Hotel-Heladería, pedí solo cereal con leche y frutas porque ya había aprendido la lección con el inmenso desayuno del día anterior. Después de desayunar estuve organizando mi día con Laura Velandia, una compañera que tiene un tema de reportaje similar al mío. Nuestro primer destino fue la Secretaria de Educación; hablamos con Zaida, una funcionaria muy amable, que estuvo dispuesta a colaborarnos desde el principio. Zaida admitió no ser experta en el tema así que, nos llevó a la oficina del Licenciado Julio César. Este último, nos concedió una entrevista para el día siguiente, no sin antes criticar soezmente el oficio del periodista colombiano.
Salimos de la Secretaría de Educación con el propósito de ir al Colegio Minuto de Dios que queda justo al frente, le comenté mi intención al portero que fingió que entraba y buscaba a la coordinadora, sin embargo, nos dimos cuenta claramente, que lo que pretendía era ignorarnos y dejarnos esperando. Mientras esperábamos al frente del colegio, Zaida llamó a Laura y le confirmó la llegada de un profesor de primaria, esencial para nuestro trabajo, porque se trataba de una escuela veredal, perteneciente a la jurisdicción del Retorno, a la que asistían niños indígenas y colonos que habían sido víctimas o testigos del conflicto. El profesor Freddy nos invitó cordialmente a su escuela no sin antes advertirnos que el transporte era complicado puesto que, solo se podía llegar en moto o en un camión pequeño, aun así, quedamos en buscar transporte para el día siguiente. Eran las 3:00 pm cuando volvimos al hotel porque estábamos desesperadas por el calor y nuestra siguiente cita era a las 4:30 pm. Eran las 4:33 minutos cuando llegamos a la plaza, la profesora que había contactado Laura nos estaba esperando, ella afirmó que prefería no hablar, pero que su esposo en cambio iba a contestar, si y sólo si, la entrevista se grababa como anónima.
Fernando Barbosa fue el seudónimo que escogió el profesor que terminó contándonos su experiencia como docente y colono en el Guaviare. Cada frase era más desalentadora que la anterior ya que, él dejó en evidencia el subvalorado papel del maestro y la violencia que todavía circula entre las calles y las veredas del Guaviare. A las 6:00 pm salimos del Centro Cultural, donde se había desarrollado nuestra conversación, y nos dirigimos de nuevo a la plaza para encontrarnos con los demás. Terminamos en un café discutiendo el tema de los indígenas en el Guaviare con Kelly, una socióloga de la Universidad Nacional, que parece estar totalmente empapada del tema.
Por: María Borrero Sierra
Hoy es el día en el que empezaremos a hablar con nuestras fuentes, Sebastián nos dice que nos espera a las 2:30 para llevarnos a la reserva de los Nukak, Aguabonita, y nos manda los pequeños documentales que ha grabado junto con la cooperación internacional. Estos videos me inspiran y me llevan a soñar con llegar a hacer algo igual de bueno.
Por otro lado, empiezo el día sin saber que me voy a encontrar, los imaginarios comunes de este lugar tampoco son muy claros para mí, ya que entiendo que todo ha cambiado mucho desde hace algún tiempo. Así, el día comienza, volvemos por un buen desayuno y después trato de escribir algunas historias, pero sin lograrlo me quedo dormida, el calor me adormece. Cuando me despierto vamos a un asadero típico llamado “Donde Juliana”, en donde pido un plato de carne y pruebo por primera vez la ternera, o eso creo. Ya en pocos minutos era el momento de encuentro con Sebastián para ir finalmente al resguardo.
En el taxi nos fuimos con él, y en el camino nos contaba sobre el trabajo que ha realizado y el tiempo que lleva en el Guaviare. También nos contó sobre Kelly, una antropóloga y socióloga que lleva siete años viviendo en San José, trabajando con las distintas etnias indígenas del municipio, por lo que lleva a Sebastian a acercarse por primera vez a los Nukak. En el trayecto me imaginaba que íbamos a llegar a una casa blanca y grande, pero a medida que avanzábamos todo era mucho más diferente de lo que pensaba. Al llegar nos sorprendimos al ver que el lugar estaba vacío, no había nadie, a excepción de un perro que estaba en los huesos. Con esperanzas buscamos por el lugar esperando encontrar a alguien, pero no era el caso, los indígenas se encontraban en las afueras recolectando açaí. Sin embargo, pudimos observar detalladamente el resguardo y vimos las condiciones precarias en las que viven, lo que me hizo entender una realidad desconocida para mí. Las “malokas” (que en realidad eran una especie de choza) estaban construidas de palos y hojas, había restos de llantas de bicicleta por el lugar, cubiertos partidos, ropa rota, zapatos y los restos de lo que una comunidad dejó allí. Además, los taxistas que nos llevaron nos contaron con detalle las experiencias que han tenido con esta etnia y estos resultaron siendo nuestra primera entrevista para el reportaje.
Un poco desanimados por no haber encontrado a los indígenas nos fuimos al puerto y Sebastián en el camino de de vuelta nos habló nuevamente de Kelly y de la posibilidad de verla por la noche. Me parecía una gran oportunidad, ya que es una persona reconocida por muchos en el pueblo, por el trabajo que hace con las distintas etnias de alrededor. Poco a poco me iba enterando de más cosas y mi curiosidad incrementaba.
Después, decidimos ir por un café y en el camino, de repente, Sebastián se encuentra con una señora de poca edad, bajita, morenita y con un aire alegre. Pronto se presenta y nos dice “Hola, mucho gusto, me llamo Kelly”. En ese momento todos reconocimos que debíamos esperar, ya que esta era la fuente que estábamos buscando. Ella muy amablemente, tras una breve explicación que le brinda Sebastián decide acompañarnos por el café y por aproximadamente una hora y media nos habla de sus inagotables historias con los Nukak y sobre todo lo que sabía de ellos. En ese momento me di cuenta que podíamos hablar con ella horas y horas y cada vez tendría algo más que contar, lo que me parecía increíble.
Al final del día pude acostarme con mucha satisfacción, ya que sabía que había aprendido una cantidad de cosas que no reconocía. Además, me llevó a reflexionar sobre la idea de dos mundos, es decir, cómo a pesar de que somos tan diferentes de los indígenas, a la misma vez somos tan iguales. También me parecía sorprendente la manera en que una fuente de información nos llevó a la otra y cómo todo se iba conectando poco a poco, se formaban así “corrientes que se conectan”.
Por: Juliana Galeano Garrido
Entre el desayuno y el almuerzo, donde sigo comiendo mucho como de costumbre, empezamos el día escribiendo y editando todo el contenido recolectado durante los días anteriores, a pesar que María mi compañera del lado se está quedando dormida por el calor, yo a punta de música y fuerza de voluntad hago lo posible para no quedarme dormida y seguir escribiendo. Luego con muchas ganas de hablar con los Nukak cogemos un taxi para ir a recoger a Sebastián, nuestro contacto no antropólogo, pero sí realizador audiovisual. Lo esperamos al lado de una estación de servicio Terpel durante unos minutos, lo puedo ver caminando con sus pasos despreocupados, portando un jean, una camiseta café, una mochila de rayas y su pelo suelto que le llega a los hombres.
Le dice al taxista que nos lleve al refugio de Agua bonita donde estaban viviendo los Nukak, llegamos y solo se encuentra un perro hambriento que se le marcan todos los huesos, aprovecho y tomo algunas fotos, y al oír contar a los taxistas todos sus encuentros con los indígenas y como les roban todo, les pedimos una entrevista. Donde me explican que al principio los Nukak no entendían el concepto de propiedad, pero que ahora no por curiosidad, sino con malicia e intención les roban todo lo que dejen por ahí. Acabamos la entrevista y nos llevan al puerto, donde grabamos a Sebastián mientras como un helado que me deja las manos muy pegajosas. Estábamos al lado del río, tiendas con música, y viendo un sol que lentamente se va escondiendo,
Le hacemos más preguntas a Sebastián quien nos responde con una sonrisa y nos dice “la sonrisa es una lengua universal”.
Ya se está oscureciendo y queremos ir a comer, en el camino mientras estoy hablando con Sebastián veo que para de caminar y saluda a alguien. Nos presenta a Kelly, una socióloga que trabaja con varias tribus de la zona, le explicamos lo que estamos haciendo y le preguntamos si podemos hablar con ella. Con una sonrisa esta mujer que mide aproximadamente un metro con cincuenta y cinco nos lleva a un café, donde mientras tomamos algo nos cuenta todo lo que sabe acerca de la zona y los indígenas, a pesar de lo interesante que está la conversación me siento muy cansada y me esfuerzo para ponerle atención.