Un ensayo crítico donde se reflexiona sobre la producción de memoria a partir de tres exposiciones y un podcast.
por
Cristina Lleras Figueroa
curadora y museóloga
03.08.2024
ilustración por Nefazta
Historias del conflicto armado contadas desde Bogotá
Desde que los humanos han existido, hemos sido narradores: Aarathi Prasad
Hablamos con la comunicadora e investigadora británica, autora del libro “Silk: A World History”, a propósito de su participación en “Change Stories” en Bogotá. Prasad habló sobre la narración como actividad central en la experiencia humana. 070 la entrevistó y este es su testimonio.
¿Por qué no empezar un relato del conflicto armado por el futuro que podremos compartir (y que hable de lo que se necesita para llegar a allí)? Un futuro que necesariamente acepte lo que nos ha pasado sin menospreciarlo ni banalizarlo. Un relato complejo y completo que incorpore en su realización un compromiso ético hacia las personas que han sobrevivido el conflicto armado interno. Una narrativa que nos convoque sin cargarle más peso a las víctimas que ya han dado tanto.
Hay suficientes insumos, aunque para cualquier persona resulten abrumadores: diez volúmenes del informe final de la Comisión de la Verdad, entre otros documentos de su producción y un sistema de justicia transicional y restaurativa muy complejo, para nombrar solo algunos de los más recientes. ¿Tanto tiempo le hemos invertimos al pasado que poco y nada queda para imaginar un futuro justo? Este ejercicio no es un fin que justifique los medios: El cómo se llega y con quién, es más importante que la narrativa misma.
Con esta pregunta sobre la posibilidad de narrar el conflicto armado de otras maneras, quiero detenerme en tres exposiciones que se pueden ver ahora en Bogotá: Hay futuro si hay verdad, de la Colombia herida a la Colombia posible, realizada a partir del Informe Final de la CEV en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación; Horizontes seguros, un camino hacia la restauración, “fruto del trabajo conjunto entre la Jurisdicción Especial para la Paz y el Museo Nacional, que busca presentar a sus visitantes testimonios y objetos enmarcados en este proyecto del Sistema Restaurativo que viene liderando la JEP”; Ejercicios de memoria #1 Líderes y lideresas asesinadosde Camila Rodríguez Triana en la Cinemateca Distrital.
En Hay futuro si hay verdad, de la Colombia herida a la Colombia posible, hay un despliegue cronológico de información avasallante en forma de textos y cifras y algunas imágenes, con poco espacio para los relatos humanos confinados a unas pantallas en blanco y negro, que les resta potencia a sus experiencias de vida. Al final del largo camino que prioriza el conocer el horror de las últimas décadas, hay un pequeño cuarto con una síntesis de las recomendaciones de la CEV pero sin espacio para pensar, imaginar, crear lo que vamos a construir con todo lo que hemos visto.
En una pantalla donde los visitantes consignan sus comentarios, leo el de Orlando que responde: “Siento mucha impotencia, tengo ganas de ayudar de alguna forma, pero no sé cómo”. El horror que prevalece aquí solo lo confirma. Es la misma pregunta que desde hace muchos años se hacen las personas que visitan este tipo de exposiciones que se realizan desde los tiempos del Grupo de Memoria Histórica. Ya podríamos estar en capacidad de trabajar con los públicos para no solo entregarles el peso de la responsabilidad del saber sin crear conjuntamente las herramientas para el hacer.
Horizontes segurosde la JEP en el Museo Nacional, más que una exposición, es una selección hecha pública de documentos (facsmilares) de un proceso relacionado con las Sanciones Propias y los trabajos, obras y actividades con contenido restaurador (Toar) dictaminadas por la Jurisdicción Especial para la Paz. El proyecto piloto que registra “promueve la educación en el riesgo de minas en cuatro municipios de Antioquia” en la que un grupo pequeño de comparecientes ante la JEP (firmantes de paz y exintegrantes de la Fuerza Pública en el marco del Caso 04 que reúne crímenes en el Urabá), hizo también una serie de talleres con víctimas del conflicto armado que se sintetizan en la metáfora de una maceta rota que se debe reparar.
En el espacio ocurre todo lo contrario de lo que sucede en el primer ejemplo: peca por una carencia de información y hace falta un contexto para entender cómo se inscriben los documentos de ese encuentro, las cartas de compromiso de los comparecientes, por ejemplo, en un proceso mayor y hay un vacío enorme del impacto que tienen estos procesos en las víctimas, aunque en la fachada se anuncie como: “Las víctimas le enseñan al país a restaurar lo irreparable”. Habría que dedicar otro espacio a la reflexión sobre si realmente la metáfora de la matera rota es la mejor manera de hablar del daño causado y sus responsables en el conflicto armado.
Tanto en una como en otra exposición echo de menos la presencia de los relatos de vida que las mismas víctimas han resaltado. Han dicho que se cuenten las historias completas: cómo formaron un lugar en el mundo, qué les sucedió y quién participó en el daño, pero también qué hicieron, cómo y con quiénes resistieron, y qué hacen hoy en día.
Por último, encuentro que Ejercicios de memoria #1 tiene un objetivo coherente con lo que se propone. Un ejercicio es una aproximación, un proceso, algo que está en curso y que se puede interpelar. Se centra en historias de vida de hombres y mujeres asesinadas reconstruyendo sus relatos personificados por otras que les dan vida en primera persona. Las narrativas son conmovedoras y humanizantes. La muestra se complementa con la película En sombras, la historia de un exguerrillero que regresa a su casa. Al ser un ejercicio más acotado cuida la forma y la verosimilitud, así como una postura ética frente a las vidas representadas.
Historias del conflicto armado contadas desde el país
Y mientras aquí tenemos tiempo de preguntarnos cómo narrar y qué hacer, para Pablo, Socorro, Jorge Luis, Nelso, Andrea, para nombrar algunas, para la gente de las periferias, de las regiones y diversos territorios priman sus propias formas tanto de contar como de documentar. Por ejemplo, más que volver a contar el conflicto armado, en Putumayo la Fundación ItarKa está trabajando con jóvenes en realización audiovisual en torno a los conflictos socioambientales y otros fenómenos. Allá hay un grupo de personas trabajando y pensando alternativas a los conflictos actuales por el uso del suelo.
Nos juntamos para resolver problemas y si tenemos problemas compartidos, los resolvemos juntándonos. Así describe Nelso Enríquez el propósito de su escuela campesina y la organización Suelos Vivos en Putumayo. Él y su esposa Elva han vivido de cerca el daño socioambiental que han causado las plantaciones de coca y las fumigaciones con glifosato. Sus palabras son instrucciones de vida. Y dan claves para que la memoria nos sirva para algo. Escucharlo hablar es esperanzador porque es un retrato de lo que la gente hace en su cotidianidad.
Nelso participó en la programación de una exposición sobre conflicto armado hace algunos años. Lo que piensa de esa experiencia es un relato más largo pero lo que es cierto es que su posición frente a ella lo movilizó hacia el fortalecimiento de la investigación y la pedagogía. Las exposiciones son transformadoras en la medida en que involucren a la gente en el proceso de construcción conjunta y en lo que sucede con esos resultados una vez el proceso termine. Algunas víctimas que han participado en procesos de coproducción conservan recuerdos positivos: “si me dio una sensación de esperanza para el futuro de Colombia […] “Fue una cercanía que no creo que nunca hubiera tenido con personas de lugares tan rurales habiendo vivido siempre en la ciudad … si hubiera más espacios de esa índole creo que en Colombia habría un cambio más fondo…”. Tristemente para ella, la falta de continuidad en estos procesos representa una pérdida de confianza total en el Estado y las instituciones de la memoria.
Construir un relato de futuro en este país será viable si aceptamos que no es posible restaurar el pasado. Primero hay que dar cuenta de un reconocimiento de lo acontecido, de la justicia y de la reparación, para elaborar ese derrotero de lo que es posible y de lo que es deseable poner en público.
Un proyecto iluminador que parte no desde el horror o desde las responsabilidades sino de la vida misma es el podcast Nuestra orilla en el que Ana Luisa Ramírez Flórez recuerda su infancia en el Bajo Atrato, los impactos y el desplazamiento causado por la Operación Génesis y todo aquello que ocurre después, incluyendo su presente. Como oyente es evidente el daño y las respuestas deshumanizantes del gobierno, pero también la solidaridad y la tenacidad de quienes han sobrevivido todo esto. Otra víctima participante en una exposición lo puso en estas palabras: “Porque la guerra nos oprime y la memoria nos libera y nos sana. El impacto fue que nos puso a reflexionar frente a lo vivido y no quedarnos en la queja sino seguir avanzando.” Y eso es lo que la gente sigue haciendo, avanzando, mientras las instituciones que deben convocar al resto de la sociedad se ausentan del todo (Museo de Memoria) o fallan por la imposibilidad de crear las condiciones de un encuentro que posibilite contestar la pregunta sobre lo que podemos y debemos hacer.