“Mírame al ojo izquierdo porque el derecho es de vidrio” son las palabras con las que Orlando Rincón me recibe en el escritorio de su oficina. Un cubículo pequeño para el tamaño de su cargo. Viste un traje negro, camisa blanca y corbata roja. Es elegante pero descomplicado. La vida lo castigó con la pérdida de un ojo en su juventud, pero lo premió con una visión para los negocios.
Orlando era un joven rebelde, “eso de estudiar no era lo mío”. Abandonó el colegio y se dedicó a trabajar en el negocio de su padre, una fábrica de calzado en el barrio zapatero de Bogotá: El Restrepo. El porcentaje de las ganancias que recibía no eran suficientes, por lo que añadió a su hoja de vida un trabajo ideal para sus uno noventa de estatura: bouncer (guardia de seguridad) en un bar de Chapinero a donde llegaban los narcotraficantes primerizos de los 70 con sus “ensiliconadas” a dar órdenes. Y aunque las mujeres a quien todos los fines de semana requisaba antes de entrar al bar eran una tentación, Orlando sólo pudo fijarse en una cosa que todas tenían en común: “sus boticas Reebok”.
No tuvo que pensar dos veces al renunciar a su trabajo como “acaba-broncas de bares” y suplicar a su padre una segunda oportunidad en la zapatería: “Con lo que gané en el bar, pedí a un familiar en Estados Unidos un par de botines Reebok que desarmé completamente para entender su confección. La semana siguiente nuestro almacén se convirtió en el único proveedor de replicas de botines Reebok a zapaterías comerciales dentro y fuera de la ciudad”.
“Su sueño siempre fue exportar los zapatos, volverse negociante, pero sabía que para esto primero tenía que hacer lo que por tanto tiempo evitó: estudiar”, cuenta Orlando, su padre. Probó suerte en el exterior y la suerte estuvo de su lado: consiguió una beca en la Universidad de Boston donde se graduó de administración, mercadeo y economía.
Al terminar sus estudios, viajó al “Paraíso de la réplica”: Panamá, lo que él consideraba el “San Andresito internacional” y a donde esperaba exportar sus zapatos. En su viaje estableció buenas relaciones con personas del comercio. “Cuando conocí a Orlando, me sorprendió su voz firme y convincente al venderme su negocio”, cuenta Luis Ernesto Sierra, empleado de Reebok en Panamá. Añade que “yo sabía que en Reebok estaban buscando un nuevo gerente regional. Le sugerí que pasara su hoja de vida y creyó que no lo estaba tomando en serio”, y agrega entre risas: “Le dije que quién más podría conocer a la perfección los productos de que su mayor imitador”. Orlando llevó su hoja de vida, al día siguiente realizó la entrevista y en menos de un mes era el nuevo Gerente Regional para Latinoamérica de Rebook.
Además del nuevo trabajo, Orlando Rincón también encontró a su nueva esposa, Adriana Figueroa, una odontóloga paisa a quien le construyó un closet sólo para ella en el tercer piso de su casa y con quien tiene tres hijos. “Para Orlando su familia siempre ha sido lo primero en su vida, aunque sus tiempos y su agenda sean apretados, sus reuniones familiares siempre serán más importantes que las laborales”, cuenta Edgar Rincón su hermano.
Con el nacimiento de su última y única hija, también llegó una propuesta en su vida laboral: la gerencia y apertura de ZARA Colombia. Una propuesta tentadora, donde debía competir con el Grupo Uribe, nada más y nada menos que los encargados de traer al país uno de los grandes íconos de la moda española: Mango.
“Orlando es un hombre ambicioso, de una competencia donde sólo puede ganar él, lo haría todo para tener lo que quiere. Pero, bueno o malo, es lo que lo ha llevado a tener todo lo que tiene y a ganarse la confianza y el respeto de todos los que dependen de él”, cuenta uno de sus compañeros del trabajo cuyo nombre ha pedido reservar.
Mientras juega con un vaso, Orlando recuerda este momento y habla como si estuviera escribiendo sus pensamientos. “Recuerdo el día en que presenté la propuesta a los representantes de ZARA en Latinoamérica. Las caras de todos, hasta de mis jefes, parecía aburridas y desalentadoras. En ese momento sólo se me ocurrió hacer una cosa: mentir. Recuerdo el cambio de postura de los españoles, pero recuerdo más la patada que me pegó mi jefe por debajo de la mesa cuando les dije: “Señores, en este momento me encuentro en negociaciones con el Señor Serrano dueño de Iserra, el local más grande y con mayor centralidad, en el centro comercial con mayor afluencia: Unicentro”. Lo que los españoles no sabían era que el Señor Serrano no tenía ni idea que su local estaba siendo vendido por un completo extraño. Con estas palabras o mejor dicho, mentiras, se firmó el contrato que convertía a Orlando en el nuevo gerente nacional de ZARA Colombia.
Cuando se presentó a donde el señor Serrano, a quien sólo había escuchado en los periódicos por el declive de su empresa, la respuesta que obtuvo a su propuesta fue: “estas loco mijito, ¿quién eres tú para que yo te crea?”. Orlando se ríe mientras revive el momento. En un segundo intento, presentó ante Serrano las ganancias netas de la empresa a nivel mundial y sin autorización de sus jefes, le prometió una repartición del 30% de las ventas del almacén que dos meses después, el 27 de julio de 2007, se construiría en su local. El primer ZARA en Colombia en el Centro Comercial Unicentro se convirtió en el local de la marca con mayor número de ventas en el mundo. Orlando aprendió la primera lección de su vida laboral: “En los negocios hay que saber improvisar, pero más importante aún es saber cerrar los negocios que se improvisaron”.
“Yo veía a Orlando muy desgastado con ZARA, el tipo de franquicia no le daba opción de opinar, si no más bien lo reprimía, llegaba a la casa de mal genio y los ratos en familia, cada vez eran menos”, cuenta Adriana, su esposa. Luego de tres años de trabajo en ZARA, Orlando renunció en busca de otra felicidad y en uno de sus viajes a España la encontró. “Orlandito desde joven siempre ha sido un hombre extrovertido, tomador de pelo y medio desguarilado con sus pintas, por eso Desigual», marca de ropa catalana de moda bohemia, de colores y patrones alocados, «le cayó como anillo al dedo”, cuenta doña Anita, su mamá.
Orlando trajo Desigual a Colombia. Quiso probar suerte en un país que en temas de moda sigue siendo muy conservador. “Mi papá llegaba a la casa con unas camisas de pepas de colores, pantalones en todas las tonalidades, y yo sabía que era parte de su entrega a la marca, pero yo sólo pensaba, a este hombre se le perdió el circo”, dice entre risas su hijo mayor.
“Mi esposa solo me decía que ella le pedía a Dios para que al día siguiente no fuera a llegar con un cacho de marihuana a la casa. Yo sólo me reí y le prometí que lo iba a dejar. Me dijo: ‘¿dejar qué, la marihuana?’. Me volví a reír, le di un beso y le dije: ‘no, el trabajo’”, relata Orlando en un tono romanticón.
Sin trabajo, Orlando volvió a retomar las riendas de su vida y a hacer lo que le gusta: montar en bicicleta, nadar y trotar. Se preparó y viajó a Japón a participar en la famosa triatlón IRONMAN. Cuando llegó a Tokio, su hotel daba hacia un edificio en obra blanca, donde la noche siguiente se inauguraría la tienda más grande en Japón de la famosa marca Forever 21. Como buen curioso quiso saber más sobre tan apetecida marca. Lo que encontró fue suficiente para que la noche siguiente estuviera parado frente a la entrada del nuevo edificio con su portafolio en la mano y convenciendo a los guardias de seguridad, “con un inglés flojo” que el señor Don Chang –dueño de la marca– lo tenía como invitado especial. Entre inglés y japonés y por casusas del destino Orlando logró colarse en el evento.
Se lleva las manos a la cabeza cuando recuerda y dice: “¡Yo ni siquiera sabía qué estaba haciendo allá! De repente fue que me encontré cara a cara con el señor Chang. Sabía que era él por lo que había investigado. Siempre usaba los mismos pantalones negros entubadísimos, la misma camisa blanca interior, el mismo blazer negro pegado, la misma cara de seriedad, estaba casado y tenía dos hijas”. Se para y continua. “Le dije: ‘Hi Mr. Chang’, le conté quién era y por qué estaba ahí, le entregué mi portafolio y le dije que me encantaría llevar la marca a Colombia. Lo recibió, me dio las gracias y siguió caminando. Cuando me volteé vi por el espejo, en frente mío, como le tiraba a su asistente mi propuesta y como después este la dejaba sobre un stand cualquiera.”
Orlando volvió a Colombia y sin respuesta alguna siguió trabajando en pequeños proyectos que tenía con su hermano. “Cuando a Orlando no le salen las cosas como quiere, que se tenga el mundo. Se transforma, se desespera, se estresa y estresa a todos los que están alrededor de él”, asegura su hermano menor Edgar.
Una mañana sonó el teléfono de su oficina y Orlando estaba en una reunión con sus jefes. Esas llamadas siempre las desviaba a su secretaria si no eran de su familia, pero esa día decidió contestar. Lo llamaba desde Los Ángeles un personaje que se identificó como el asistente personal de Don Chang, el gerente general de Forever 21. Cuando colgó pasó por la oficina de sus jefes y en un tono muy serio les dijo “Don Chang y su asistente vienen a Colombia en agosto, están interesados en abrir Forever 21 en Colombia”. Cuando vio la reacción de sus jefes “los tres nos abrazamos como niños chiquitos y empezamos a brincar encima de las sillas”.
“Yo siempre le he dicho a mi papá que por qué no compra el baloto si sabe que se lo va a ganar. Y el siempre me molesta diciendo que el día que se lo compre se le acaba la buena suerte”, dice Tatiana su hija menor.
Llegó agosto y con agosto llegaron Don Chang y su asistente indio. Fue un mes donde Orlando no tuvo tiempo ni para parpadear. Luego de viajar por toda Colombia, comer en el mismo restaurante la misma sopa de lentejas, porque fue la preferida de Chang, Orlando lo llevó a los cinco lugares que había escogido para el local y de los cinco, cinco fueron rechazados. Después de caminar un día entero por la zona rosa de Bogotá, Chang encontró el lote. Estaba ocupado. Era un edificio de residencias y Chang lo quería.
Dos días después, sentados en la misma mesa del mismo restaurante de la sopa de lentejas, Chang, su asistente, Orlando y sus jefes brindaron por la firma del contrato que traería a Forever 21 a Colombia. Orlando nunca creyó que Don fuera a sonreír pero ese día, además de no parar de sonreír, no pidió la sopa de lentejas si no que le pregunto a Orlando: “¿Qué me aconsejas del menú? Porque ahora confío en ti”.
El 24 de octubre de 2012 se inauguró el primer Forever 21 en Colombia y Latinoamérica. Ese día las ventas alcanzaron los 300 millones de pesos. Chang, en un rincón del almacén, pensaba en lo acertada que estuvo su decisión. Ese día, Orlando consiguió el trabajo que hoy en día ama y defiende a muerte. Aprendió la segunda lección en su carrera: “es importante amar a cualquier empresa en la que se trabaje, seamos o no dueños de esta”.
“Es un hombre que nunca mezclaría su vida personal con su vida laboral. Pero como jefe se goza su trabajo, motiva a sus empleados y hace que uno se enamore de la marca y de lo mejor de sí para transmitir lo mismo al cliente”, cuenta Juan Sebastián Figueroa trabajador de Forever 21.
Hoy en día Orlando es el Gerente Regional para Latinoamérica de Forever 21. Recientemente ha inaugurado tiendas en Chile, Uruguay, Ecuador, Perú. Aquí ya cuenta con tres locales en Bogotá, uno en Medellín y uno en Bucaramanga y se espera que para este año lleguen a Cali y Barranquilla. Sigue felizmente casado con su esposa y dedica más tiempo a sus hijos del que podía antes. Pero nunca va a dejar de ser un hombre ocupado y de afanes. En un tono nostálgico dice: “me encanta lo que hago porque le meto la cabeza y el corazón. Con el tiempo he aprendido que puede que la buena suerte haya estado de mi lado, pero con la buena suerte se conforman los mediocres. Lo mío ha sido un esfuerzo, unas ganas de progresar y de ser el mejor en lo que hago desde el día en que decidí ser el mejor imitador de boticas Reebok”.
* Laura Santacruz es estudiante de Administración de empresas y de la opción en Periodismo del CEPER. Esta nota se realizó en el marco de la edición W-402 de la clase Laboratorio de medios.