por
28.03.2025
Juan Sebastián Barriga Ossa
periodista
28.03.2025
foto: Isabella Bobadilla
Comenzó una nueva edición del festival con una calmada y muy popera jornada que mostró la diversidad que este encuentro conjuga.
Quienes vivimos en Bogotá siempre estamos al borde del colapso. No importa en qué año naciste, qué época de la ciudad te tocó enfrentar, qué incompetente alcalde te tocó aguantar, aquí sobrevivimos en un eterno remolino de confusión y caos; de ruidos estridentes y personas con ceños fruncidos y poca paciencia.
Pero aún así nos aferramos a algo que nos permite seguir transitando estos agrietados andenes. A los amores que nos sostiene mientras caemos al abismo; a las amistades que nos muestran la luz entre el smog y las sombras; a los símbolos, rituales y esperanzas que creamos para no sucumbir ante la frustración; y a los momentos que nos regalamos para olvidarnos del mundo y entregarnos a algo tan simple y hermoso como es la música en vivo, para soltar el peso de los días y ser felices aunque sea por un ratico.
Entre el 27 y el 30 de marzo, el Estéreo Picnic se hará por segunda vez en el Parque Metropolitano Simón Bolívar. Analizamos el impacto de este acuerdo público – privado.
Click acá para verEl primer día del Estéreo Picnic 2025 fue un recordatorio de eso; de cómo por unos días el ruido del mundo se silencia mientras se le sube el volumen al goce, al derroche y al desenfreno. Este año, el segundo en el Parque Simón Bolívar, empezó bendecido por la tormenta capitalina; y no sólo por la lluvía que cayó durante las primeras horas de festival, sino por esa tempestad continua que es el tráfico bogotano.
A las afueras del parque, el canto R&B de Mayra Sánchez, artista caleña con raíces cubanas, le daba un poco de luz a la cacofonía de bocinas, pitos, exostos y motores que vibraban desesperadamente intentando salir rápido de ese desmadre. Pero apenas uno entra al parque todo se congela; y entonces te metes en una dulce burbuja sonora que te va llevando por las ondas que salen de los parlantes.
O por lo menos eso hice, ya que debo confesar que conocía muy poco del cartel de esta primera jornada. Uno de los pocos nombres reconocidos fue el de Armenia que regresó al FEP, esta vez al escenario principal, y en general sonó bien. Esta es una banda que ha crecido mucho en parte gracias a la fuerte conexión que tiene con su público, el cual le madrugó y llegó en una buena cantidad para no solo cantar el rock de este grupo sino un par de vallenatos.
Luego de esto no quedó de otra cosa que entregarse al parque y ponerse a “reconocer el espacio”, el cual este año es más reducido. Se acercaron los escenarios y se cambió su ubicación, lo que los cansados pies agradecen, pero genera el problema de que el sonido se mezcla entre canciones.
Eso le pasó al cantante español PabloPablo, quien no solo es el hijo de Ana Laan y Jorge Drexler, también es un buen músico que ha creado un sonido muy reconfortante. Las dulces canciones de este artista son como abrazos que generan una atmósfera de bienestar, la cual, de alguna forma, nos recuerda esa sensación de cariño y cuidado que se recibe de alguien importante después de tener un mal día.
Ver a PabloPablo interpretar solo con su voz y un piano una composición conmovedora me permitió dejar por una lado ese complejo y rudo rostro de Bogotá y abrazar la parte de la capital y su gente que ha construído este tipo de espacios y que no sucumbre ante el pulso bogotano.
Actualmente vivimos en una ciudad herida, rota, cubierta de polisombras, polvo y escombros; sin agua, costosa, insegura. Sin duda es muy positivo tener el festival en el corazón de la capital, y se agradece la gestión, pero no hay que olvidar que esto es un ratico porque Bogotá sigue con racionamiento de agua, la calles siguen colapsada, la sensación de inseguridad sigue creciendo; los pilares del metro cubren casas, quiebran negocios y tugurizan sectores; y la desazón merca los días.
A veces es difícil entrar al FEP y olvidarse del complejo contexto global. Es difícil levantarse sabiendo que uno abre el celular y llega la noticia de que en pocos segundos las bombas de Israel acabaron con la vida de 200 palestinos. O que hubo un nuevo combate en Catatumbo o en el Cauca; o que mataron a unos jóvenes músicos y líderes en el sur de Bogotá, o que se intensificó la presencia paramilitar en la Sierra Nevada, o que metieron a un montón de latinos en un campo de concentración para migrantes; o que hay escasez de medicamentos y nadie se hace responsable; o que aparecieron más pájaros muertos en el parque.
Y cae la culpa y la confusión. De repente buscar la felicidad se vuelve una carga, una contradicción. Uno está aquí bailando y afuera las negras tormentas agitan los campos.
Pero de repente aparece un vaquero vestido con un overol negro y lleno de tatuajes en una tarima y uno recuerda que no está dentro de un callejón sin salida. Que no es culpa de uno que Bogotá no tenga una buena infraestructura para conciertos y que sucumbir al pesar no es la opción porque cuando todo el mundo te dice que odies, un cantante que no conoces te dice: “que lindo que es amar”.
O por lo menos eso le entendí a Teddy Swims, o tal vez fue lo que me quise decir a mi mismo. En el show de este cantante estadounidense que explora el country, el soul y R&B y les da un toque de pop, se pavoneó la que tal vez es una de las caras más lindas de este festival y de esta ciudad: la unión generacional y su diversidad.
Estéreo Picnic lleva 15 ediciones, lo que significa que el festival demográficamente experimentó un cambio generacional. Esto se ha visto de forma muy intensa los últimos cuatro años, pero no solo en este espacio, en general la noche bogotana está viviendo un relevo y una nueva camada está llegando con ganas de cambiar paradigmas y aprovecha este tipo de espacios como plataforma para crecer.
A pesar de que Estéreo Picnic es un espacio exclusivo, que sólo un porcentaje reducido de la población puede disfrutar a plenitud, pasa algo interesante en torno a este tipo de eventos y es que casi la totalidad total de la diversidad de la ciudad está representada. Entre el público, los artistas, la gente que trabaja en producción, en la limpieza, en los restaurantes, en la logística hay personas que vienen de casi todas las localidades y viven entre los estratos 1 y 6.
En Teddy Swims hubo desde matrimonios llegando a sus cincuenta, pasando por veinteañeros más preocupados por sus videos de redes que por gozar, hasta llegar a los fans más apasionados que cantan lagrimeando. Pero quien más me llamó la atención fue una joven mujer de unos 22 años, piel color canela y contextura delgada. Cuando comenzó el show, esta mujer quedó anonadada con la música. Era conmovedor ver la sorpresa en su rostro y el brillo en sus ojos que probablemente nunca habían visto una presentación así.
Ella miraba con la boca entreabierta sin moverse y olvidando por completo la razón por la que estaba en el festival. Esta mujer era parte de la Policía Nacional y tímida miraba de vez en cuando las caras de aburrimiento de su superior y compañeros, para asegurarse que no se estaban dando cuenta que ella en vez de “vigilar a la ciudadanía”, estaba perdida en la voz del viejo Teddy.
Luego vino otro desconocido para mí, el también estadounidense Benson Boone. Un chico guapo que es de las voces emergentes de la gran industria pop, del cual resultó que conocía los diez segundos virales de “Beautiful Things”. Este rubio y atlético cantante que se baja de la tarima dando botes en el aire y al que la gente le coreo “¡papacito!”, tiene un show muy profesional hecho con canciones diseñadas para pegar, pero después de un par de temas la cosa se agota y toca pasar al siguiente grupo.
Arde Bogotá es una banda de rock de Cartagena, pero no la del Caribe, sino la de Murcia, España; y es probablemente una de las bandas más flojas que he visto en este festival. Aunque ojo, malos músicos no son, cada uno toca muy bien, pero la voz es terrible, una copia muy fea de Enrique Bunbury, cuya música me duerme en diez segundos. Pero independientemente de lo poco que me movió, es importante destacar la pasión y entrega que le dieron a su público.
Kei Lynch en cambio mostró una de las mejores caras de Bogotá. La presencia de esta rapera en el escenario es muy imponente. Ella salió vestida de blanco y acompañada de una banda que incluyó tres coristas, con la que se tragó esa tarima con ternura y firmeza. Sus rimas tocan las fibras y aceleran los corazones y a pesar del poco público que llegó en un principio, el show fue de lo mejor que vi en la noche.
Foster The People fue chévere, una banda versátil, bien hecha que muestra porque ya es un ícono del rock indie, pero no hay mucho más que decir. Lo mismo pasó con The Marias. Su sonido showcase, dream pop, oscuro pero a veces tropical es perfecta para bailar suavecito. Para meterse entre la gente, buscar unos ojos hechiceros y lanzar una sonrisita coquetona. Lo más destacable de este grupo, a parte del ingeniero de sonido que los esculizo de forma perfecta, es la simpatía de María Zardoya, la cantante puertorriqueña de esta banda californiana, que a pesar de su lindo sonido, en un punto se pone aburrido, la energía baja y el cuerpo comienza a doler.
Es en esos momentos que uno se pregunta ¿Estoy muy viejo para esto? Pero sale Alanis Morissette con 50 años a cantar de forma impresionante. La dosis de nostalgia del día. Esta estrella canadiense que marcó los 90, trajo una presentación que nos devolvió a esa época, no solo en lo musical, sino en lo técnico. El sonido de la banda no estaba tan pulido como el de otros artistas y a veces era demasiado saturado, pero también es el estilo. Así sonaba la música en vivo antes, pero si bien es una tremenda artista, en un punto se vuelve aburrido y uno se sienta a esperar a que suene el hit para cantar lo que poco que uno se sabe del coro.
El último artista que ví en esta jornada fue al británico Artemas, a quien escuche por unos 5 minutos y se ganó el premio al peor artista que he visto en un Estéreo Picnic. Música artificial que no produce nada, cantada para un público apático que solo se bamboleaba de un lado al otro. Apenas para dar la vuelta e irse, porque solo es el primer día de cuatro. Esta fue una jornada de pop, de música linda, de poco descontrol y de bienestar. Como para ir tomando impulso y energías porque las fibras están sensibles y el alma pide movimiento.