FILBO: ¿qué hacer con el país invitado?

El invitado de honor es «Colombia, 200 años». Escritores y escritoras reflexionan sobre lo que debe o no tener un certamen que habla de lo que somos (o no) como país. Este Gobierno invita a leernos a nosotros mismos pero tal vez sea un error quedarnos anclados en 1819.

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Para este año, la Feria Internacional del Libro de Bogotá FILBO, que se realizará desde el 26 de abril y hasta el 6 de mayo, tiene como país invitado de honor a “Colombia, 200 años”, una referencia a la celebración del bicentenario militar. Según FILBO, la idea es conmemorar “la instauración de los cimientos políticos republicanos que dieron vida a las instituciones democráticas, los derechos y deberes de los ciudadanos consignados en la Constitución y las leyes sobre las cuales se gestó un nuevo orden a la sociedad”. Durante doce días, como consignan en su comunicado, los visitantes conocerán las experiencias de los múltiples actores sociales que jugaron un rol fundamental en la consolidación de la República”. 

El anuncio fue un tanto polarizante. Algunos hablan de una politización o gubernamentalización del evento y otros creen que nunca ha tenido una naturaleza distinta. La línea de tiempo en redes se estiró entre burlas y defensas. El escritor y cineasta Andrés Burgos, por ejemplo, escribió que “Después de tener a Colombia como país invitado en la FILBO vamos todos a firmar una carta pidiendo que a esos hijueputas no los vuelvan a traer”. Hubo medianas críticas como la de la escritora Melba Escobar: “Que yo sepa Colombia nunca antes había sido el País invitada [sic] a la Feria del Libro de Bogotá (Colombia, por si las dudas). Grandes momentos para enfatizar lo que es la colombianidad y las colombianadas. Si no nos invitan a nada, pues nos auto invitamos a nosotros mismos”. Y buenas críticas, como la de Daniel Samper Ospina, con una columna que versó sobre la importancia de que Colombia cuente con Colombia porque posiblemente “dará lo mejor de sí”.

A propósito de las polémicas, invitamos a ocho escritores y escritoras colombianxs para que pensaran en las posibilidades que tiene el país como invitado en su propia feria literaria. ¿Debe Colombia, en palabras prestadas, quedarse anclada en 1819?

Juan Gabriel Vásquez

Destacado como periodista, cuentista, ensayista y traductor, pero principalmente novelista. Es bogotano. También uno de los seis autores finalistas del Premio Internacional Man Booker 2019, que reconoce a las mejores ficciones escritas en inglés. Con su obra La forma de las ruinas o The shape of the ruins ya había tenido una nominación al mismo estímulo en el año 2005. Por la misma también recibió el Premio Alfaguara de Novela.

Sí creo que hay miles de preguntas importantes sobre, por decirlo así, nuestro contrato social como colombianos; sobre, por decirlo de otro modo, el ADN de nuestra democracia. Y está bien que una feria del libro piense en esas cosas, entre otras cosas porque nadie fuera de los libros lo está haciendo. ¿Hay algún político que piense seriamente en lo que somos como país, en el gran relato común que es nuestra historia y en lo que ese relato implica? Yo no lo veo. En nuestro lamentable congreso hay poquísima gente a la cual se le pueda hablar de ideas sin sentir que la comunicación se rompe inmediatamente. En fin: creo que está bien que la feria abra el espacio para esta conversación. Pero para mí la conversación tiene que pasar por el cuestionamiento de nuestro momento presente, porque esto que nos está pasando es lo más importante que nos ha pasado como país en décadas. Es decir, la conversación sobre los acuerdos de paz del Colón y las decisiones que tomemos al respecto van a definir el país en que viviremos durante una o dos generaciones. ¿Qué país queremos que sea ése? ¿Para quién será? Para que se debate se dé bien, se tendrá que dar en escenarios ciudadanos, no en las redes sociales. Yo me imagino que la feria puede ser uno de ellos.

No voy a referirme al “relato de la FILBO”, porque realmente no sé lo que es. Si se trata de despolitizar la conversación cívica que tiene lugar en un espacio público como la feria del libro, no estoy seguro de que se deba. Demasiada gente tiene la idea de que es mejor que no se hable de política, para no crear incomodidades: para que todos salgamos más tranquilos. Yo digo que el deterioro de la democracia en este país viene de ese momento oscuro en que se nos olvidó hablar de política sin sacar el machete. Nuestros líderes le han sacado frutos incontables al odio y al sectarismo, a la polarización y al enfrentamiento, y nosotros hemos sido cómplices muchas veces felices o satisfechos. ¿Cómo se desactivan esos mecanismos? No es despolitizando nada: es politizándolo de otra manera y con otras éticas. Ahora bien, esto es distinto de “gubernamentalizar” (qué palabra horrible) cualquier cosa. Ahí sí me queda claro que una feria del libro, que es o debería ser un encuentro de ideas, es también un espacio de contestación y de crítica y de inconformidad. Es decir, lo contrario de lo gubernamental. Si no, es una pérdida de tiempo.

Piedad Bonnett

Es poeta, novelista, dramaturga y crítica literaria antioqueña. Lo que no tiene nombre, su más reciente novela publicada por Alfaguara en 2013, ha sido celebrada públicamente. Es autora de cerca de una decena de poemarios, incluida en la misma cifra de antologías y en 2014 obtuvo el  Premio Casa de las Américas y el Premio de poesía José Lezama Lima.

Habiendo optado por ser Colombia misma el invitado de honor de la Feria, me gustaría que la reflexión girara sobre una  pregunta: ¿En qué medida el abandono del Estado y la indolencia y la codicia de las clases más poderosas (políticos, empresarios, terratenientes) desató la violencia del último siglo y medio de la vida colombiana? No me parece la mejor escogencia. Pero tampoco me parece que, necesariamente,  equivalga a una gubernamentalización del evento. Toda reflexión histórica es bienvenida en un país desmemoriado, cuyos gobiernos muchas veces han manipulado la verdad para protegerse de sus desmanes, y donde la historia ha sido desterrada de las aulas de clase.

Orlando Echeverry Benedetti

Escritor y periodista cartagenero. Ha publicado en la Revista El Malpensante y Universo Centro, entre otras. Está incluido en la antología de cuentos colombianos de Rey Naranjo Editores llamada Puñalada trapera, 2017. Ese mismo año publicó su libro Criacuervo con Angosta Editores y al año siguiente publicó el cuento La fiesta en el cañaveral con Literatura Random House. 

Me parecería interesante plantear, como concepto, la identidad colombiana a través de la literatura nacional. Dicho de otro modo, qué ve un colombiano de sí mismo en el espejo de la literatura de su país. Supongo que plantearía ese tema porque a mí mismo me cuesta entenderlo cabalmente: no sé cuál es el reflejo o qué tan exacto es, qué es lo que dice y si acaso existe realmente. Hay trabajos académicos, abordados sobre todo por historiadores, que han intentado resolver esa cuestión, y, sin embargo, creo que esa pregunta solo podría resolverse cuando haya una apropiación del sujeto colombiano por el relato crítico de su propio país. 

En cuanto a si representa una gubernamentalización del evento, de entrada, me parece que se presta para un debate conceptual, quiero decir, qué tan República es Colombia y de qué manera las leyes gestaron “un nuevo orden a la sociedad”. 

Vera Grabe

Cofundadora y comandante del M-19. Primera parlamentaria después de la firma del acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla, en 1990. Hija de inmigrantes alemanes. Fórmula vicepresidencial de Lucho Garzón y escritora de tres libros, así como autora de ensayos. Su obra más reciente es La paz como revolución, publicada por Ediciones Roca.

No sé qué enfoque le dan a eso de construcción de nación. Obvio un tema es el papel de la guerra, pero igual yo daría visibilidad a la paz en la historia como configuración de país. A los actores sociales que configuran la nación, en interacción con actores políticos. La diversidad de todo tipo. Sería con un enfoque desde la complejidad y buscando aportar a la comprensión de lo que somos. En todo caso, ir más allá de lo político y la violencia.

Sí es un enfoque desde lo institucional, es una mirada parcial, pero hay mucha producción en este país de otro tipo y esa también hay que mostrarla como historia social, cultural, de mujeres, de izquierda, de militares, de luchas sociales, de las ideas, de memoria. Se asocia nación solo con instituciones y política y poder. Poder institucional. Un concepto muy siglo XIX.

Juan Diego Mejía

Es escritor y matemático. Nació en Medellín. Sus obras más célebres llevan títulos como El cine era mejor que la vida de 1997 o Camila todos los fuegos en 2001. Se mueve en el género cuento, también en televisión. Ha trabajado con el Ministerio de Cultura y fue durante cuatro años director de la Fiesta del libro y la Cultura de Medellín, después de ser secretario de cultura municipal. Su más reciente obra es Soñamos que vendrían por el mar publicada por Alfaguara en 2016.

Esta podría ser una oportunidad para hacer un fresco de la nación colombiana. Habría que contarles el país a los visitantes, y hacer que lo sientan. La forma como lo contamos es un reflejo de lo que entendemos como país. En estos doscientos años Colombia no ha estado quieto. Por el contrario, su vida ha sido convulsionada y la fotografía de la geografía, de la economía, de la sociedad, de las creencias cambia con bastante frecuencia. Ya no somos un país rural. Ya sabemos que somos un país diverso. También, lamentablemente, sabemos que no somos un país incluyente. Pero el gran fresco de Colombia como invitado de honor a la Filbo 2019 debe mostrar esa gran diversidad cultural.

Creo que es un error quedarse anclado en 1819. La celebración del bicentenario tiene sentido si se muestra lo que ha pasado en estos 200 años. El relato debe ser punzante, autocrítico, doloroso y a la vez optimista. La sensación del visitante después de atravesar la Filbo 2019 debe ser la de un país serio. No una república manipulada por sus gobernantes. Debe quedar la sensación de que hay una sociedad civil que escribe, pinta, danza, crea, canta, reza, cocina, celebra, narra. Es un un relato paralizado en el tiempo. La Filbo 2019 debería arrojar lejos el incensario y proponer una feria digna de un país contemporáneo.

Santiago Rodas

De Medellín. Es Poeta, publicista, casi filósofo, grafitero, muralista, fanzinero, editor independiente e ilustrador. Es autor de Gestual y Trampas Tropicales, ambos libros de poemas pero el último ilustrado por Jim Pluk y publicado por Editorial Atarraya. Plantas de sombra, su último poemario, fue publicado por Angosta Editores en 2018.

Es un tema bastante complejo el diseño conceptual de una Feria. Creo que en este caso, en que el país invitado es Colombia y la celebración de sus 200 años, es un asunto ornamental. Siento que los escritores son los mismos que se invitan siempre y habría que expandir esa idea de Colombia, que sigue siendo una Colombia central, medio blanca y masculina y, por otro lado, Colombia es cualquier cosa en ese sentido. 

No veo una búsqueda, una temática, una pregunta. Es otra feria del libro en donde el invitado es uno mismo, y no sé si haya una especie de oportunidad para proyectar más, para encontrar esas otras tradiciones, esos otros cánones que no han sido ni lo que publica Alfaguara y las editoriales más reconocidas, básicamente. No han querido buscar la literatura en otras esferas, en otras ciudades, para ver qué es Colombia al final. Falta expandir la onda y entender que el canon no es solo el editorial, también hay muchas formas de entender la literatura nacional, desde las márgenes, desde las periferias. 

A la luz de lo que ha pasado con la película Niña Errante de Rubén Mendoza y a la luz de las formas políticas sobre cómo se entiende la cultura (naranja) y todo lo del nuevo gobierno que se instauró, creo que es una oportunidad política en asuntos de cultura, como siempre lo creo, para dar unas puntadas más o menos del horizonte de sentido de lo que quieren construir los gobernantes. 

Se instrumentaliza, sí, pero no es nuevo. La cultura siempre –es una generalización– y en el sentido menos académico posible y sí en el electoral, funciona como un adorno, “algo que hay que hacer” y, por esa misma razón, hay un desenfoque: digamos que es Colombia, pero a través de Duque. Una Colombia cerrada: bastante blanca, insisto, poco venezolana, centrada sobre sus propios ejes: algo que se ha hecho siempre. La cultura en procesos de significación es mucho más amplia que eso y que no se cierne solamente sobre lo que los gobernantes proponen como en este gobierno actual, que tiene unos desenfoques y un proyecto un poco gaseoso.

Marta Orrantia

Escritora y periodista bogotana. Ha trabajado como editora de la revista Gatopardo y fue editora internacional de la revista SoHo. Su más reciente novela es Mañana no te presentes, publicada en 2016 por Literatura Random House y que recrea la toma del Palacio de Justicia en primera persona de una exmilitante del grupo guerrillero responsable. 

 

Me parece que la apuesta sería por la memoria. A mí aquello del bicentenario me suena solamente como una excusa para hacer memoria sobre nuestra formación como país y mas aún sobre los cimientos que han propiciado todo lo que ha ocurrido en nuestra historia. Racismo, tenencia de la tierra, religión, conflicto, guerra, todo eso empieza a generarse hace muchos años. La narrativa colombiana no ha sido ajena a la realidad, al contrario, ha florecido con el rescate de la memoria y la interpretación de la cotidianidad nacional. Creo que el hecho de abordar estos temas desde la perspectiva del rescate de la memoria y la reinterpretación de la historia, con miras a conocernos hoy, sería como enfocaría esa propuesta. 

La FILBO nunca ha sido un espacio de confrontación política o de disensión. Por el contrario, es un espacio donde todas las ideas caben. Esta feria en particular tiene un fuerte enfoque de género y de minorías étnicas, lo que me parece interesante. Señalar a la FILBO como progobierno o anti gobierno, lo que termina por hacer es envenenar uno de los pocos ambientes que han sido apolíticos, como la cultura. Los escritores podemos ser políticos, ojo, los artistas también. Pero la cultura no, porque tiene que ser inclusiva y un punto de encuentro donde se debaten y se exponen las ideas en paz y con creatividad.

Pablo Montoya

Escritor santandereano. Conocido por obras como Terceto, Cuadernos de París, Viajeros, Réquiem por un fantasma, Lejos de Roma, Adiós a los próceres y Los derrotados. La que más, tal vez sea Tríptico de la Infamia, con la que en 2015 ganó la XIX Edición del Premio Rómulo Gallegos​. Fue editada por Random House Mondadori, en 2014. Es el quinto colombiano en obtener este reconocimiento.

Propondría mirarnos con sentido crítico y dejar a un lado el aspecto propiamente nacionalista. Ese aspecto pomposo, populista, patriotero, militarista, religioso, pedante que nos sigue caracterizando. Pero, ¿cómo celebrar la nación? ¿Criticándola? ¿Cómo festejar la nación poniendo en tela de juicio la raíz misma de este concepto que ha sido, a mi juicio, tan negativo? Como sabemos la nación es una estructura reciente. Se consolidó en el siglo XIX a partir de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas. Su núcleo desde entonces ha sido modelado por jerarquías políticas, religiosas, militares y culturales, y este modelo está anclado en la violencia, así tenga constituciones que hablen de paz y concordia, de fraternidad y de libertad.

Entiendo, no faltaba más, que se conmemore el bicentenario, pero para mí es fundamental cuestionar las bases sobre las que se creó Colombia, porque muchas de esas bases son las que sostienen el país tremendamente injusto y violento que tenemos ahora. Ahora bien, esta crítica no surge de un capricho o de la mala voluntad de un escritor. Surge porque los puntos criticables del nacimiento y el desarrollo de Colombia son demasiados. Una nación que ahora tiene unos niveles tan altos de desigualdad social, una nación que le ha entregado su ser a tantos ejércitos (no solo a los estatales sino a los paraestatales), una nación cuya economía depende tanto del narcotráfico, una nación que muestra hoy día tantos desplazados internos y tantos desaparecidos, una nación cuya sistema judicial es tan malsano y cuyos dirigentes políticos estén envueltos en tanta corrupción, no me parece que sea un país digno de celebrar. O al menos de celebrar bajo esa retórica que propone la FILBO.

Al contrario, creo que Colombia ha sido y es una nación anómala, y que está enferma de esa anormalidad por todas partes. La primera feria del libro del país, desde que nació, ha sido un acontecimiento oficial, políticamente correcto, y gubernamentalizado de pies a cabeza. Con el gobierno de derecha de ahora, no creo que sus coordinadores reaccionen en contravía de estos propósitos gubernamentales. Si lo hicieran, de inmediato los mandarían a paseo. El gobierno de ahora, con sus directrices que niegan el conflicto armado y otras calamidades más, supongo que le pedirá a las fichas burocráticas de la FILBO un comportamiento que se pliegue a sus intereses. No conozco, en rigor, la programación del evento para este año –No me cuesta imaginar que habrá globos tricolores surcando el cielo durante su inauguración y su clausura como se hizo en ciertos actos culturales de 2010–, pero me llama la atención que no me tuvieran en cuenta para ninguna mesa sobre el tema del bicentenario, pues soy el autor de uno de los pocos libros literarios (Adiós a los próceres) que cuestiona, de manera sarcástica, a esos prohombres que nos han enseñado a admirar como si fueran los grandes promotores de este país maltrecho que ellos y nosotros hemos construido.