Noticias falsas paralelas
Sabía que en el feed de mis redes sociales estarían hablando de lo que había sucedido el día anterior. Sabía que hablarían sólo de eso: como un borracho enfrascado en una idea, como alguien tan enterrado en su propia cabeza que no logra hilar una conversación con alguien diferente al eco de sus propias ideas.
La noticia –digo noticia– era una: “Ayer, en los premios Óscar hubo un error y, salvo unos minutos de incomodidad, no pasó nada más”. Y sin embargo, la gente empezó a postear indignada. Mi Facebook repleto de notas en las que analizaban, segundo a segundo, el video en el que se anunciaba por error el triunfo de La la land. Segundo a segundo para llegar a la conclusión que, en todo caso, ya todos sabíamos: hubo un error.
Hoy hablamos tanto de noticias falsas y sus peligros: “Disinformation was for dictatorships, banana republics and failed states” escribió Jim Rutenberg para el New York Times sobre el asunto. Los feeds llenos de galerías fotográficas con las no reacciones faciales de Ryan Gosling. Hablamos tanto de las fake news, de los alternative facts, ¿pero qué pasa con los facts paralelos? ¿Con las noticias que no lo son?
Amusing Ourselves to Death: Public Discourse in the Age of Show Business
Hace 31 años, Neil Postman escribió:
“Lo que [Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz] nos enseña es que en estos tiempos de avances tecnológicos, la devastación cultural probablemente venga de un enemigo con una cara sonriente y no de alguien cuyo semblante refleje odio y sospecha. En la profecía de Huxley, el Gran Hermano [propuesto por George Orwell en 1984] no nos observa por decisión propia. Nosotros lo vemos a él, por decisión nuestra. No hay necesidad de guardias o rejas o Ministerios de la Verdad. Cuando una sociedad se distrae con la trivia, cuando la vida cultural es redefinda como una ronda de entretenimientos, cuando conversaciones públicas serias se convierten en una forma de balbuceos de bebés, cuando, en resumen, una persona se convierte en audiencia y sus asuntos públicos un acto de vaudeville, entonces una nación se encuentra en riesgo; la muerte cultural es una posibilidad inminente”.
También dijo esto:
“La mayoría de nuestras noticias diarias son inertes, hechas de información que nos da algo de qué hablar pero que no nos lleva a una acción significativa”
Ayer, El Espectador publicó una nota con esta frase:
“[Ricky Martin] reconoce que ver a John Travolta en ropa interior durante una de las escenas más subidas de tono de ‘Fiebre del sábado noche’ le ayudó con el tiempo a asimilar que era gay”.
También dijo esto sobre las acciones activistas de Martin a favor de los derechos LGBTI:
“La última de ellas implica directamente al actor John Travolta, o al menos al carismático personaje que interpretó en la mítica cinta ‘Fiebre del sábado noche’ (1977), ya que el derroche de sensualidad del que hacía gala gracias a sus impactantes movimientos de baile o a las escenas en las que salía en ropa interior llevaron a Ricky a cuestionarse por primera vez si en realidad le atraían los hombres”.
El problema no es la llegada del entretenimiento como tema de agenda sino como ángulo periodístico
Al algoritmo le encanta E! Entertainment
La web, creímos, era la revolución del conocimiento. Era la caja de pandora del saber: link a link, clic a clic, nos haríamos mejores ciudadanos. Pero no sólo eso: lo haríamos a nuestra medida. Cada lector, pensábamos, tendría control sobre su periplo de lectura, tendría total agencia de la profundidad o superficialidad en la que accedería a ese conocimiento.
Pero entonces llegó Google y, con él, su algoritmo organizador y todopoderoso. Google, escribió Nicholas Carr, ha declarado que su misión es “organizar la información del mundo y hacerla universalmente accesible y útil”.
Y sin embargo.
En la esquina de todo, escribió Quartz, está el tecnocapitalismo. Al final, el algoritmo de Facebook, Google et alt. se convirtió en una deidad. Una deidad que exige darle a los usuarios lo que quieren. Y lo que los usuarios quieren, dice el algoritmo, es más Kim Kardashian.
¿El entretenimiento es una manera de informar?
¿Sirvió de algo toda la contracamapaña que le hizo Saturday Night Live a Trump? ¿Sirvió de algo que Hollywood, como un ejército, se enfilara a favor de los derechos de los inmigrantes? ¿Sirvió que los medios replicaran todo esto todos los días?
El asunto es que, a pesar de lo que quieren creer los bienpensantes, el entretenimiento sigue siendo consumido como entretenimiento, y nada más. Lo light, parece, nos divierte, nos relaja, nos hace olvidar de nosotros mismos un rato. Pero parece que no mucho más.
Periodismo de entretenimiento Periodismo entretenido
Un diario que de tapa a tapa sólo habla del congreso es impensable. Por supuesto que entre las muchas realidades que nos componen como sociedad se incluye lo que ocurrió en el estadio el domingo o en el reality de turno. Por supuesto que nuestra educación sentimental no sólo está compuesta de escritores rusos del siglo xix. Pero el problema no es la llegada del entretenimiento como tema de agenda sino como ángulo periodístico.
El problema, creo, no es que el periodismo se ocupe de lo pop, de lo light, de lo banal. El problema es que se ocupe con banalidad.
El problema no es el periodismo de entretenimiento, el problema es estar obligados a hacer periodismo entretenido.
El problema es que los noticieros cubren la política como se cubre a las celebridades. Y es un problema, insisto, porque los políticos lo han entendido bien. Los políticos, como las Kardashian, son ahora sus propios canales de noticias. Los políticos, como las Kardashians, saben que están a un trino de ser titulares. Los políticos, como las Kardashians, saben que las noticias no tienen que serlo. “La figura política y la figura mediática”, escribió Omar Rincón, “se unen para construir un sujeto del deseo, un superhéroe que va a salvar nuestros “equivocados países”. Presidentes que elevan en virtud moral a los pobres, lo local, lo patriótico y lo provinciano”.
La sobrevaloración del entretenimiento, la normalización de su lenguaje, ha desnaturalizado al resto de la agenda y a la cultura. Sólo en este contexto podría uno de los países más importantes del mundo elegir a Trump una estrella de reality como presidente.