[Esta nota fue publicada originalmente en el portal Vove de Argentina]
Cada espacio se encuentra verde de pañuelos, que se traducen en discusión, intercambios, argumentos, las estrategias y las publicaciones no cesan. En estos días estamos expectantes, en guardia y en estado de lucha permanente. La sensibilidad y la emoción se instalan y nos movilizan.
En tiempos donde la política partidaria decepciona, o nos deja aún anclados en ese tramo en que fuimos un poco más felices y sin ver horizontes claros y alentadores, otra vez son las mujeres las que hacen la diferencia. Y no es casual, de ellas venimos, nos parieron siempre. Somos la dignidad rebelde que se engendró en las Madres de plaza de Mayo. Y por eso sabemos que somos capaces de todo, inmensas.
Hay múltiples actividades, vigilias, memes, videos, fotos, activismos de todos los sectores y clases sociales.
Nuestro derecho a una indiscutible y demorada soberanía sobre nuestros cuerpos y la decisión de querer o no ser madres, cuándo y cómo serlo, no puede seguir siendo un tema a postergar Nunca Más. Deben dejar de exigir y esperar que el cuerpo lo sigamos poniendo las mujeres
No es casual que Salta tenga una gran mayoría de legisladores varones, nos es casual que nuestra provincia tenga los índices más altos de femicidios y muertes por abortos clandestinos. No es casual que todas nosotras estemos exigiendo a esos mismos diputados y senadores que voten como representantes y responsables de esas muertes, cada una con nombre y apellido, con historia y con futuros robados en manos del machismo y la brutalidad.
Esta lucha lleva décadas, cientos de años. Cuando comenzó el debate por una ley para el aborto legal y por sobre todo anti-clandestino algunos compañeros incluso “progresistas, críticos y de izquierda” osaron en decir que no seamos inocentes, que lo estaban usando para distraernos del avance del ajuste y la pérdida de derechos de los trabajadores tras la intensión de imponer la flexibilización laboral. Ese ajuste está y cada día lo sentimos hombres, mujeres, travestis, trans, niñas y niños. Lo dijimos en ese momento y ahora lo volvemos a repetir, también hay que salir a batallar contra todo eso, pero bajo ninguna condición ni posibilidad una cosa quita la otra, ni una retrasar a la otra.
Nuestro derecho a una indiscutible y demorada soberanía sobre nuestros cuerpos y la decisión de querer o no ser madres, cuándo y cómo serlo, no puede seguir siendo un tema a postergar Nunca Más. Deben dejar de exigir y esperar que el cuerpo lo sigamos poniendo las mujeres. Por ésta y todas las causas exactamente justas y urgentes deben salir a exigir con nosotras las garantías para que seamos “socialmente iguales, humanamente diferentes y completamente libres” tal y como lo escribía hace tiempo Rosa Luxemburgo.
Más allá de la espera al 13 de junio, es fundamental sacarle una foto y concientizar lo profundo que caló el debate. Son miles de jóvenes, muy jóvenes, que andan con su pañuelo verde a cuesta. Que ya saben que tienen derechos, que son mujeres plenas y que el estado debe garantizarnos a todas esa plenitud. Miren, conversen con sus hijas, observen en sus colegios y en las facultades, en la calle, en los barrios, en los hospitales. Es que si alguien cree que esto termina o se controla con un posible boicot a la ley, está ciego o no quiere ver, lo que es peor.
Los derechos y los salarios se van perdiendo en cada acción retrograda y mercenaria del gobierno, y es en las calles que se sigue dando pelea, se sigue tironeando de la soga, porque sabemos que la dignidad es nuestra. Argentina se destaca por hacer de las calles y las plazas el lugar de lo público, de la disputa, de la lucha. No sólo se da ahí, pero es ahí donde te sentís parte y protagonista. Las calles y rutas han sido parte del Animanzo y todos los “azos” del país, del Malón de la Paz, de los piquetes, de las Marchas Federales, del 2001, del 17 de octubre, de las marchas anuales de los Encuentros Nacionales de mujeres, de las rondas de la Madres, de la Carpa Blanca. Por eso no es casual que el #NiUnaMenos se inició en las redes pero rápidamente tomó las calles y los espacios públicos, y en todos esos territorios exige visibilidad, tranversalidad y políticas concretas. Hemos tenido cientos de marchas los últimos años en nuestra ciudad y en todas las ciudades de nuestro país, y sin lugar a dudas o necesidad de estadísticas, las más grandes, diversas y alegres han sido las vinculadas a las luchas feministas. Pero no solo se pretende eso, también el cambio radical y para siempre en nuestras cotidianeidades, rehacer no solo los discursos sino también desarmar lo que creíamos inmodificable, naturalmente aceptado y socialmente construido, deconstruir y tirar abajo el patriarcado.
Nuestras abuelas habrán sentido este placer de dar pelea y sentirse grandes cuando disputaban el derecho a estudiar, a votar, a la posibilidad de ser elegidas. Parece tan simple y fueron pasos tan grandes que nos facilitaron el camino para que nostras podamos nacer en un mundo un poco menos injusto. Así también se deberían haber sentido nuestras madres que nos educaron (siempre con contradicciones y aprendiendo en el andar) que se podía trabajar, tener sueños, tener vidas propias incluso teniendo hijxs. Enseñándonos con la experiencia misma la sobrecarga de tareas y roles, la capacidad de resistencia, y la generación de oportunidades y deseos para nosotras.
La generación que hoy tiene entre 30 y 40 años, ya no le debía preguntar a nadie si podía estudiar, militar o trabajar, si era capaz y si había lugar para eso. Lo heredamos más o menos resuelto, aunque inmerso en un sistema profundamente machista y desigual. Nuestra tarea es otra en esta suma de eslabones, nos toca dar pelea para ser el punto de quiebre entre las enormes cadenas de abusos infantiles que se heredaron en casi todas las familias de generación en generación en la historia de la humanidad. Explotan las búsquedas en terapias alternativas o habituales, constelaciones familiares, biodecodificación, psicoanálisis, flores de Bach para cortar con los secretos y la pesada herencia de los abusos en cada generación familiar.
Vale volver a decir que legalizar el aborto no significa volverlo obligatorio, algo que se cae de maduro, pero parece inevitable recalcarlo a cada rato: quien no quiera practicarlo no lo practica, y quien necesite hacerlo no pondrá en riesgo su vida ni estará socialmente condenada ni penalmente comprometida
Nos toca el desafío de inventar otros modos y otras estrategias para evitarles a nuestras hijas e hijos que “tengan” que repetir caminos tortuosos, nos toca seguir el legado de cambiar “lo natural” por lo justo, lo correcto. Y eso se hace en cada casa, en cada familia, en cada escuela, en cada calle. Es tarea de todos los días desde lo más íntimo de cada quién.
Pero volviendo al tema de la semana, cabe mencionar que el aborto es legal en muchos de los países del mundo desde hace décadas, el ejemplo “mundialista” es Rusia que desde hace casi 100 años lo tiene despenalizado. No es un problema moral porque es un tema de salud pública. Vale volver a decir que legalizar el aborto no significa volverlo obligatorio, algo que se cae de maduro, pero parece inevitable recalcarlo a cada rato: quien no quiera practicarlo no lo practica, y quien necesite hacerlo no pondrá en riesgo su vida ni estará socialmente condenada ni penalmente comprometida. Todos y todas sabemos que es una práctica cotidiana que se cobra vidas fundamentalmente de mujeres de los sectores más pobres. En Argentina son alrededor de 450.000 abortos clandestinos anuales que se practican en clínicas o consultorios con elevados e inaccesibles costos en el “mejor” de los casos. Pero los sectores populares sólo pueden ejercerlo en condiciones de alto riego, lo que desemboca en una innumerable cantidad de víctimas por infecciones.
Es por todo ello que recuperamos las reflexiones del filosofo Darío Sztajnszrajber, quien fue uno más de lxs que expuso a favor del proyecto de ley para la interrupción voluntaria del embarazo en el Congreso. “El aborto es una cuestión política, no metafísica”, y es política porque limita los derechos de las mujeres sobre sus cuerpos, pero además porque es un problema de salud pública muy grave y de sencilla resolución. “El debate sobre el origen de la vida es un debate que no vale la pena priorizar frente a las urgencias de la existencia social del aborto”. En ese sentido sostuvo oportunamente que “nuestra sociedad tiene que hacerse cargo de las desigualdades sociales que condenan a las mujeres a abortos en condiciones infrahumanas y por ello tiene que acompañar el proceso de emancipación del cuerpo de las mujeres”.
Y es que por momentos parece absurdo tener que pedir permiso para decidir sobre nuestros cuerpos, pero la verdad es que es profundamente perverso. Lo que da cuenta de la enorme hipocresía que aún tenemos en nuestras democracias, pues “una mujer que no decide sobre sí misma es una ciudadana de segunda”.
Pero como toda ciudadanía rebelde y transformadora volvemos a gritar que los derechos no se piden, se toman y eso es lo que estamos haciendo.
A ustedes sólo les toca aprobar y ver cómo, otra vez, lxs invitamos a hacer historia.
*Ana Müller es comunicadora social, integrante de la Cooperativa de comunicación Coyuyo.