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El virus, los objetos: claves para cuestionar el consumo en el capitalismo

Uno de los triunfos del capitalismo del siglo XX fue la glorificación del consumo. El bienestrar y la felicidad se podían encontrar en una de las promociones de Black Friday. Con la llegada del corononavirus a nuestras vidas, ¿este modelo de vida es viable?

por

Edward Salazar

Profesor de la Universidad Santo Tomás


01.06.2020

Hace unos años, en una conferencia en la Universidad de los Andes, Jesús Martín-Barbero señaló que en Colombia había clase media desde que las familias podían celebrar el cumpleaños de la abuela en Crepes & Waffles. Hace unos días, a propósito de la coyutura del Covid19 y el día de la madre, los usuarios de Twitter comentaban que si en la fila que se forma en los restaurantes se guarda la distancia de dos metros entre cada persona, entonces la fila le daría la vuelta al planeta. Luego fueron noticia las filas en Zara, en Francia, tras el primer día de su reapertura.

Esta serie de eventos, en apariencia triviales, relatan uno de los triunfos del capitalismo del siglo XX: la promesa de bienestar y felicidad a través del consumo. Bajo esta promesa, las familias e individuos podrían superar sus condicionamientos socioeconómicos de origen por medio del trabajo y, en consecuencia, del consumo que el dinero promueve. La mayoría de los países experimentaron, en diferentes momentos y circunstancias, el aumento de la clase media, que es en últimas un fenómeno de movilidad social y de acceso a los bienes y formatos de cierta felicidad material. También fue posible la expresión individual de la subjetividad por medio del consumo y la elección liberada. Esta subjetividad performada por medio de los objetos fue –y es– una gran herencia y un gran lastre del capitalismo. Herencia, por todas las reivindicaciones estéticas y subjetivas que posibilitó; lastre, pues condicionó la expresión individual, en muchos casos, a la identidad del mercado. Las personas aprendimos a movernos entre el sistema, a pesar del sistema, e incluso contestar desde los mismo objetos que nos ponía al alcance.

"Esta subjetividad performada por medio de los objetos fue –y es– una gran herencia y un gran lastre del capitalismo"

En ese proceso, la basura se posicionó casi como un objeto inmanente: está ahí, como está una piedra o un árbol de 200 años, y lo que nos corresponde es gestionarla. Es decir, la basura no era vista como una consecuencia nefasta del consumo, sino como un elemento casi ontológico, simplemente susceptible de transformación por medio del reciclaje. Este préstamo de identidad como objeto natural creado por el desarrollo capitalista, ha sido cuestionado por las perspectivas ambientales que ven el problema en la generación de basura por medio del consumo, y no solo en el objeto residual en sí mismo.

Al tiempo, las luchas ambientales globales comenzaron a tomar mayor forma y lugar visible desde los años noventa, lo que no significa que no existieran desde antes. En el campo de la moda, por ejemplo, el desarrollo de la moda rápida, tan celebrado en esa década, empieza a ser revisado con más detalle debido a sus consecuencias ambientales, sociales y políticas. Como esta, muchas industrias de producción masiva empiezan a ser cuestionadas por diversos movimientos sociales, y por múltiples ciudadanos consientes de los problemas derivados del híperconsumo y la negación de la basura. Es decir, la mirada sobre los bienes y el bienestar comienza a cambiar, y a cimentarse la idea del consumo como amenaza.

Lo que quiero señalar, como ya lo han apuntado las múltiples lecturas sobre la situación actual, es que el Covid19 no ha creado nada nuevo. Ha sacado a la luz, como si de revelar una fotografía guardada se tratara, las profundas fisuras de un sistema voraz y desigual. El Covid19 podría, además, advertir algún tipo de cambio en el modelo social sobre el consumo. La lectura sobre lo indispensable comienza a fracturarse; el miedo a las aglomeraciones resquebraja la naturalidad con la que asistimos a un espacio de multitudes.

Estas posibilidades son las que me interesa explorar.

Pasar de ver el consumo como libertad a como amenaza para la vida y la dignidad en la Tierra, implica repensar nuestra relación con los objetos. El virus nos enfrenta a saberes científicos como formas de cuidado: cuánto dura el virus en cada superficie, qué porcentaje de alcohol debe tener un antibacterial para ser efectivo, cómo se fabrica un tapabocas eficiente. El consumo orientado a la relación material de las cosas implica, al igual que el Covid19, saber de qué están hechas, de dónde vienen, cómo se hacen, cómo se arreglan y cómo pueden reemplazarse unas por otras. En el estudio antropológico de Arjun Appadurai sobre ‘la vida social de las cosas’, el pensar las biografías y trayectorias de los objetos emerge como una clave intelectual para los tiempos que vienen: leer biográficamente las cosas como una acción política y de cambio.

"El consumo masivo nos ha enseñado a suponernos vanamente inteligentes al aprovechar una rebaja de precios en las tiendas de moda".

Una de estas acciones puede verse en el aumento del interés por la ropa de segunda mano. Su consumo reconfigura la historia de las cosas, alarga el tiempo de su uso, al tiempo que propende por revertir desde la acción política individual las crisis ambientales y laborales generadas por la industria de la moda masiva. Iniciativas colombianas en segunda mano como True, Love and Poems, KalColombia, Hebra con Hebra, Monze Vintage o Garage Sale by Eleonora Morales, promueven nuevas formas de relación con los objetos y su historia. Reconocerlos, comprenderlos, incluso amarlos y atesorarlos; permitirnos una relación con su materialidad y no meramente de su valor como símbolo.

Esto implica, además, cambiar nuestra relación con el dinero y la adquisición de bienes. El consumo masivo nos ha enseñado a suponernos vanamente inteligentes al aprovechar una rebaja de precios en las tiendas de moda, al pague 2 y lleve 3 en detergentes, al martes de descuento. Nos ha educado de modo tal que en el universo de los bienes estetizados, bellos y deseables, el dinero pierde paradójicamente su capacidad de comprar valor, para comprar caducidad, que es lo mismo que adquirir basura. ¿Por qué insistimos en comprar una camiseta económica para cinco meses en vez de una buena producción para cinco años? ¿Por qué preferimos, además, comprarla a la industria internacional y no a la nacional? El cambio en esta relación llevaría a comprar desde otras comprensiones de lo que  verdaderamente el dinero consigue. No se adquiere una promoción, sino una prenda caduca; no solo se compra la moda, sino que se reproduce un sistema desigual.

Al buscar objetos y experiencias de las que conocemos su biografía ética, política, sentimental y estética, reconfiguramos la relación con el gasto y el ahorro. Sería, además, contribuir al crecimiento de las industrias locales y los proyectos de autogestión. La durabilidad pensada desde la crisis podría ayudar a derrumbar la premisa triunfadora del siglo XX: el amor por la caducidad, la obsesión con los precios bajos sin considerar aquello que lo sostiene.

Hoy veo tres posibilidades de posturas que se asumirán frente a lo planteado: la continuidad capitalista, que en un año o menos va a querer arreciar y asechar al consumidor con la oferta de bienes y experiencias para celebrar ‘una nueva vida’, e incluso presentar con nuevas estrategias de marketing verde y sostenible viejas necesidades de acumulación y placer. La reconfiguración moderada, que favorecerá el ahorro, la producción y consumo de tiempo y experiencias de bienestar éticas, significativas y durables, en donde si bien no se cuestionan todas las esferas de la vida y la economía, muchas de ellas serán revisadas desde sistemas de valores ajustados. Una tercera de profundización en la transformación, de reacción organizada o individual contra el sistema de consumo masivo y de orquesta internacional, abanderada por activismos personales o colectivos cuya conciencia no nace en la crisis, pero cuyas voces se amplifican a propósito de ella.

Lo que señalo no es de ninguna manera una novedad para las organizaciones sociales feministas, ambientales, intelectuales, populares, etc., que han abanderado voces silenciadas y poco escuchadas frente al consumo. Es más bien una recapitulación intelectual para leer la coyuntura y el futuro próximo. Convoca a personas, familias, colectividades y empresas dispuestas a amplificar la metáfora de nuestra relación presente con las cosas y la Tierra: lo que tocamos y no tocamos, de lo que nos protegemos y nos distanciamos, lo que priorizamos y lo que descartamos. Es decir, lo que consumiremos y lo que seremos desde una renovación ética y estética.

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Edward Salazar

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