Desde antes de posesionarse, el presidente Iván Duque habló de crear un ‘gran pacto por Colombia’. Lo hizo en el discurso el día que ganó las elecciones: “Para mí es muy importante decirles a ustedes y a toda Colombia que hoy no hay ciudadanos vencidos, porque quiero ser el presidente que le dé el mismo amor a los que votaron por mí y a los que no lo hicieron o votaron en blanco”. Lo hizo el día que se posesionó: “Los invito a todos a que construyamos un gran pacto por Colombia, a que construyamos país, a que construyamos futuro y a que por encima de las diferencias estén las cosas que nos unen”. Insistió en su primera semana de Gobierno cuando radicó junto con representantes de todos los partidos los seis proyectos de la consulta anticorrupción. Lo repitió cuando radicó su Plan de Desarrollo que, de hecho, se llama ‘Pacto por Colombia”. Y lo volvió a repetir a finales de mayo de este año, después de que la JEP ordenó la libertad de Jesús Santrich y de que renunciara el ex fiscal Néstor Humberto Martínez. Un año después, sin embargo, ese gran pacto parece lejos de consolidarse. ¿Por qué?
Le pedimos a Miguel García, profesor de Ciencia Política de la Universidad de los Andes que nos ayudara a entender qué hay detrás de esta propuesta de unidad del Presidente y a analizar qué tan efectiva ha sido tras un año de estar en la presidencia.
***
La idea de pactos, de unidad nacional, ha sido un elemento común en la retórica y en la práctica de la política colombiana. A lo largo de la historia republicana siempre han existido este tipo de llamados a la unidad, a la búsqueda de consensos. Lo hizo, por ejemplo, Rafael Reyes a inicios del siglo XX, donde, a pesar de ser un gobierno del partido Conservador, buscó algún tipo de acercamiento con el Partido Liberal. Luego llegó el Frente Nacional, un período marcado por lógica de construcción de pactos, de acuerdos, entre las élites políticas y partidistas. De ahí en adelante, los gobiernos recientes también lo han buscado: Juan Manuel Santos llamó a la Unidad Nacional y ahora Duque habla del ‘Pacto por Colombia’. Son ejemplos, todos, de esta misma retórica.
Lo que pasa es que la retórica de los ‘pactos’ y ‘acuerdos’ nacionales que impulsan los gobiernos tienden una suerte de engaño, porque promueven la imagen de que el presidente representa ‘a todos’, cuando no es así. Quien representa no defiende unos intereses globales que dejen feliz a todo el mundo –aunque diga que sí– sino unos intereses sectoriales y partidistas.
En el caso de Duque, la idea de un ‘pacto nacional’ surge a sabiendas de que no puede gobernar sólo con su partido, el Centro Democrático, y muy a pesar de que fue el candidato más votado en unas elecciones recientes (10.3 millones de votos). Duque está forzado a juntarse con otros partidos para poder promover su agenda legislativa porque su partido sólo tiene el 30 por ciento de la representación en el Congreso. Está obligado a armar una coalición de gobierno. Pero entre esa coalición y el ‘pacto nacional’ del que ha hablado hay una diferencia.
La retórica de los ‘pactos’ nacionales tienden una suerte de engaño: promueven la imagen de que el presidente representa ‘a todos’, cuando no es así.
Duque pretende vender la imagen de que es un presidente que quiere disipar los temores revanchistas de su partido y las divisiones que generó la contienda electoral entre la izquierda y la derecha. Sin embargo, ha hecho poco para lograrlo. Ha convocado ciertos sectores políticos y se ha acercado a otros pero, en la práctica, no ha logrado armar una verdadera coalición de Gobierno. Le ha costado articular a otros partidos fundamentalmente por su negativa a usar la herramienta o el mecanismo a través del cual en Colombia se suelen hacen los pactos nacionales: la negociación, la participación burocrática con otros partidos políticos. La mermelada, en una palabra.
A eso se suma que después de tres décadas finalmente tenemos un estatuto de la oposición que marcó una dinámica diferente en las relaciones entre el ejecutivo y el legislativo. El Estatuto obligó a que los partidos tuvieran que autodenominarse como de gobierno, de oposición o independientes al Gobierno y eso le ha generado problemas al Presidente. Hoy vemos partidos como Cambio Radical o el Liberal, que sabemos que están cerca al Gobierno pero que no quieren declararse como tales porque lo que quieren es establecer un juego de negociación: maximizar sus posturas para sacar adelante sus propios intereses a sabiendas de que el Gobierno los necesita, necesita sus votos para aprobar su agenda legislativa.
Los ‘pactos nacionales’, además, no solo incluyen a los actores y partidos políticos. En el caso del gobierno de Duque es evidente: Este es un Gobierno que se ha planteado como vocero de los sectores empresariales, los tiene como aliados y ciertamente ha favorecido sus intereses. Esto tampoco es una novedad en la política colombiana. De hecho, con los matices que obliga el tiempo, así funcionaron los presidentes conservadores que gobernaron el país entre 1886 y 1930. Esa ‘modernización conservadora’ se trataba de un proyecto político en el que el Estado se puso en función de los intereses de los empresarios de la época con el supuesto de que si les iba bien a ellos, le iba bien a la economía, y por lo tanto, le iría bien al país. Duque está haciendo algo parecido aunque con discursos contemporáneos como el de la Economía Naranja.
Así, el ‘pacto’ de Duque hoy incluye al uribismo, al Partido Conservador y a partidos más pequeños como los cristianos mientras los otros partidos grandes como Cambio Radical y el Liberal juegan más a ser los fieles de la balanza. Es un ‘pacto’ que incluye a los sectores empresariales y deja por fuera a los movimientos y organizaciones sociales y partidos de izquierda. Definitivamente no nos incluye a todos. Es un pacto entre el Gobiernos y los sectores con los que él quiere gobernar.
El ‘pacto’ es ficción, es retórica. Porque en últimas, a ese ‘pacto’ sólo pueden entrar los que piensan como Duque.
Así funcionan las democracias representativas. Uno no puede juzgar a un Gobierno por las cosas que sabemos que no va a hacer. Los gobiernos privilegian unos sectores sobre otros, aunque no nos guste a los que estamos por fuera de esa representación. Es el juego de la democracia: a veces ganamos, a veces perdemos. La lógica de la democracia representativa justamente supone esa alternación.
Por eso, el ‘pacto’ es ficción, es retórica. Porque en últimas, a ese ‘pacto’ sólo pueden entrar los que piensan como Duque. Es un problema que no es exclusivo de este Gobierno. Es la misma ficción sobre la que se montó el Frente Nacional asumiendo que, al juntar liberales y conservadores, estaba representado todo el país pero siempre van a quedar sectores por fuera. La única forma de lograr un ‘pacto nacional’ en la coyuntura actual es con negociaciones burocráticas y políticas, con prebendas. Es una cuestión de realidad política en una democracia representativa y multipartidista como la nuestra.