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El nuevo rostro de las protestas en Colombia

Más allá del relato trillado de “sediciosos” e “intereses oscuros”, las protestas por el paro agrario demostraron que hay nuevas fuerzas sociales con otras formas de comunicarse y que salen a las calles sin libretos.

por

Omar Rincón


01.10.2013

Foto: Simone Bruno

Un relato diferente

En Colombia no sabemos protestar. Ni la policía, ni los medios, ni el gobierno, ni los ciudadanos sabemos marchar y protestar. Y no sabemos protestar porque nunca nos han dejado.

Pero todo parece que cambió el 29 de agosto de 2013. Y cambió porque ahora, con las redes sociales, con el periodismo de la gente, todo se pone en evidencia:

  • que el gobierno no lee bien a su pueblo porque vive más en los clubes de economía USA,
  • que la policía solo actúa pegando porque es lo único que sabe hacer,
  • que los medios solo cuentan el desorden porque eso les da rating y despolitiza,
  • que los ciudadanos tenemos mucha bronca y que por eso es muy fácil que se propague la violencia.

Todas estas paradojas se pusieron en evidencia porque las redes sociales sacaron del libreto a todos los actores institucionalizados y mostraron que la realidad es más grande que los discursos oficiales.

Había un país llamado Colombia que tenía dos relatos establecidos de la protesta social: uno de violentos y otro de terroristas, y ambos le gustaban al establecimiento y a los medios de comunicación. Pero llegó otro relato hecho de jóvenes, redes sociales e indignación colectiva y todo mutó. Veamos:

Relato 1: el espectáculo de siempre

omar rincom campesinos papaFoto: Simone Bruno

El relato era muy conocido. Venía una protesta y el gobierno salía a decir que no estaba justificada y que invitaba a marchar en paz, la policía salía a provocar a los manifestantes, los marchantes salían a provocar a la policía (que es el Estado en las calles), los periodistas entrevistaban a los líderes y no entendían nada, los medios cubrían en directo las violencias (sin disturbios no hay cámara, ni noticia, nirating), los violentistas se sentían felices del caos propuesto, los comerciantes y dueños de casa y edificios se llenaban de rabia, los manifestantes que creen en la democracia salían llorando en las imágenes, y al día siguiente todo esto era noticia olvidada.

El relato siempre era el mismo, y funcionaba bien: el gobierno no hacía nada porque con violentos no habla, la policía justificaba sus robocops por los desadaptados y la presencia terrorista, los medios se excitaban por dos días y los periodistas se sentían re-valientes por haber estado en medio de los desórdenes.

Siempre estaban los provocadores que se mostraron exultantes por el caos y la confusión producida, los ciudadanos que se quedaron en casa felices de no haber salido, los políticos que se escondieron encantados de asumir las banderas de la protesta, y los ciudadanos que de verdad buscaban dignificar su vida y sus problemas, al olvido.

Este relato era cómodo, vende rating y tranquiliza políticamente.

Relato 2: los miedos de siempre

El otro relato instalado en el país es que todo disenso, toda protesta, toda marcha, es terrorista y guerrillera, y que por eso es que hay que reprimirla.

Y esto se debe a que en Colombia, la guerrilla ha ocupado política y mediáticamente la protesta y los sindicatos no han sabido innovar en su comunicación pública, por lo que la ciudadanía socialdemócrata se ha quedado sin lugar de acción o ilusión (¡ya está demostrado que las extremas derecha e izquierda son igualitas de autoritarias!).

Así, todo lo que disienta del poder es terrorista y guerrillero; y en el caso de Petro, es de un cartel. O sea, si se protesta contra el gobierno nacional se gradúa uno de terrorista y si se protesta contra el alcalde obtiene uno diploma de narco. Y así nos encontramos: una política de polarización y unas ciudadanías del miedo.

En este dualismo conservador de “estás conmigo o contra mí” se ha vendido la idea que protestar es estar con los malos, y que los buenos somos más y nos quedamos en silencio y en la casa. Este relato es muy cómodo para los gobiernos: somos los buenos y los violentos e inadaptados son los otros.

Este discurso fue todavía más trillado por los 8 años de represión que vivimos: todos nos fuimos a las casas, asustados dejábamos que el “innombrable” hiciera lo que le diera la gana con la finca Colombia y nos daba miedo protestar porque ese señor no se andaba con “maricadas”.  

Relato 3: los nuevos protestantes

omar rincon protestas jovenesFoto: Simone Bruno

Pero el mundo del siglo XXI llegó con tres innovaciones que cambiarían para siempre nuestro modo de habitar en sociedad:

(I) El capitalismo se enloqueció de avaricia, olvidó las realidades, dejó el poco corazón que le quedaba y se dedicó a hacer billete (¡o si no mire las ganancias del sistema bancario!); y este capitalismo financiero llevó a que la gente quedara al margen y en la basura, y la gente ya no aguanta más y se ha puesto a gritar, lo que es su último derecho de existencia.

(II) Los medios de comunicación perdieron el privilegio de la verdad públicay ya nadie les cree; la gente cree que mienten, que dicen la verdad de sus amos: el empresario, el gobierno, el anunciante, dios. Los medios perdieron la credibilidad ciudadana, que era su mayor valor. La verdad mediática acabó de sucumbir con la aparición de las redes sociales e internet, por eso ya no dependemos de los medios masivos para saber lo que pasa en el mundo, ahora vía internet y redes sociales podemos conocer verdades parciales pero con el poder testimonial de los mensajes y eso ya significa más verdad.

(III)  Los jóvenes, que están en esa edad en la que se quiere hacer algo por el mundo, llegaron a la ciudadanía sin oportunidades pero con mucho saber simbólico, así que se tomaron las redes sociales, las calles y las plazas con una alta innovación estética y “performativa” propia de las culturas del espectáculo; así renovaron el paisaje de las imágenes y diversificaron los modos de disentir en público, creando una sensación festiva para defender los derechos, recuperando la indignación y la imaginación más allá de los eslóganes de izquierdas y la fe de derechas.

La protesta de vanguardia en Colombia

Y estas tres nuevas realidades ya actúan en Colombia:

(I) La gente ya no aguanta más capitalismo financiero que el “innombrable” disfrazó de confianza inversionista y autoritarismo democrático y el “nombrable” quiere convertir en modernidad para los del billete y esclavismo para los del campo.

Como la gente no sabe de acciones ni capitales ni de ganancia billonarias de los bancos sino de comida y sobrevivencia, se rebotó y se convirtió en la noticia que hay que cubrir: hasta a un director de noticias que solo va a las capitales del mundo le tocó ir a Tunja.

(II) Y los medios informan como el gobierno les dice, cuando van y encuentran desorden se ponen felices porque viven de la carroña: en directo, periodismopresentista, testimonio fácil, la cámara como noticia.

Para comprender el paro les tocaría investigar y, sobre todo, dejar de ser gobiernistas y ponerse en los zapatos del otro para comprender sus razones. Y eso no les gusta: ellos prefieren foto y viaje con la fuente oficial a la paciencia y escucha de las otras culturas.

Pero su versión ya es solo eso, una versión más de la realidad, porque las redes sociales comienzan a mostrar todas las ambigüedades de la información y ahí ponen en evidencia que el gobierno no sabía qué hacer, los robocops solo saben pegar y mandar bombas (ver: “desmintiendo a los medios” video 1 y video 2), y que había destructores de oficio en el asunto de la violencia.

Video1

Video 2

Y así los medios al engañar van creando una rabia más grande: los ciudadanos saben que los necesitan para sus causas, pero cada vez queda más claro que para ellos solo importa la voz oficial y la de sus empresas. La careta mediática se está cayendo.

(III) Los jóvenes no saben cómo pero andan en la revuelta, y lo hacen conectados por redes sociales, lo hacen fascinados con su activismo interior: de casa, de cuarto, de cama, pero conectados a una comunidad que se siente sin presente ni futuro. Y son muy creativos y emocionales y comprometidos, y logran poner a la protesta en trending topic… pero poco salen a la calle.

Lo bueno del 29 de agosto de 2013 es que esta vez los jóvenes sí salieron y muchos y se pusieron la ruana, y tal vez no sepan bien por qué protestan pero saben que hay que hacerlo y que ahí está el futuro: en el activismo de las redes digitales pero cuando se sale al activismo en las calles.

 

Happy end

Estas protestas y las marchas del 29 mostraron muchos asuntos que prometen esperanza democrática para Colombia:

(I) un presidente torpe, ciego y tartamudo, pero que ha permitido que la gente salga a la calle y se exprese (¡refresca que el “innombrable” sea pasado!),

(II) una bronca masiva que como nunca antes se expresó en valores de solidaridad y afirmó que ya no aguantamos más,

(III) unos medios de comunicación que demostraron que su lugar político es con los poderosos,

(IV) unas redes sociales que han permitido crear una diversa, ambigua y compleja opinión donde caben más verdad y muchos más países,

(V) unos ciudadanos que ya no aguantan más, que se indignaron y quieren luchar por una sociedad más justa,

(VI) unos jóvenes que han querido innovar la política con los símbolos de nuestro tiempo de espectáculos,

(VII) unas fuerzas policiales que demostraron que solo quieren agredir, reprimir y joder a la gente (¡ya nos dimos cuenta… y tienen que cambiar!)

(VIII) unos jurásicos que desde el caos y la violencia quieren demostrar su incompetencia política y su irrespeto por los ciudadanos que sí quieren producir cambios.

Y para todo esto, la internet, los celulares y las redes sociales son las pantallas que permiten que la realidad deje de ser solo Caracol y RCN y comience a tomar las muchas formas que tenemos de ser Colombia.

Los jóvenes, los nuevos medios, las redes sociales, los ciudadanos indignados nos permiten imaginar un final feliz: claro, que ahí al frente están los villanos que no quieren perder su poder: los medios, los políticos y los dueños del país que mira desde y hacia USA.

[Nota del editor: esta nota fue publicada originalmente en Razón Pública]

*Omar Rincón es director del Centro de Estudios en Periodismo (CEPER) de la Universidad de los Andes. 

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