Todo está limpio.
Las superficies de trabajo presumen ser de mármol. Todo está en orden. Así brilla la cocina de la Senadora de la República María del Rosario Guerra, una “defensora de la familia colombiana”, precandidata a la presidencia del Centro Democrático que renunció cuando supo que su nombre tenía el menor puntaje en la encuesta interna del partido. Su nombre brilla como su cocina: María del Rosario Guerra de la Espriella, una de las ases femeninas de Álvaro Uribe Vélez.
Guerra viene de una familia poderosa de Sucre que acumuló tierras, dinero y puestos políticos en la región. José Guerra Tulena, patriarca liberal, excongresista y padre de María del Rosario, era propietario de una finca ubicada en la frontera con el municipio cordobés de Purísima, donde se dedica a la ganadería extensiva. Al lado opuesto de la frontera departamental, en una vereda del corregimiento de Aserradero, queda la casa de otra familia, la de «Yeny» Luz Riondo Rivera.
Su abuelo Raimundo Rivera Contreras trabajó por años para los Guerra. Parecía entonces natural que le ofrecieran trabajo a su nieta en la nueva casa de la hija del patrón en Bogotá. En el apartamento en el norte de Bogotá, nueve años después, y mientras el vapor del café emerge sobre su cara afrocolombiana, me cuenta su historia.
“Lloré día y noche. Hasta me estaba enfermando (…) Lo más duro que me ha pasado en la vida fue venirme a Bogotá”, me dice «Yeny» en la mitad de la cocina. Su uniforme luce en un blanco tipo clorox, desde los zapatos hasta el cuello. Todo el tiempo tiene el celular en sus manos. No se sienta: “¿Un tinto, un pan, galletas?”.
Me siento incómodo. Recibo de su mano el tinto, que no es de ella, sino de la Senadora que físicamente no está presente aunque en toda casa reina su autoridad. Pero es por «Yeny» que las ollas brillan y todo está en orden. Tiene 46 años, robusta, madre de tres hijos de 22, 19 y 16 años, abuela de un nieto de 4 meses, cabeza de familia y su principal fuente de ingreso. Su voz es suave, su risa contagiosa y su acento costeño fuerte.
«Yeny», creyente, siempre le ha pedido a Dios tener su casa propia para cuando esté “viejita”. Pero para lograr este sueño debió dejar a su familia y vivir en una casa que no es de ella. Está muy agradecida con lo que la “doctora” le ofreció, aunque afirma “todavía chillo por tener mi familia lejos”.
Siento el dolor de esta mujer por la distancia de sus seres queridos, pero ella dice que encontró a otros. “Yo digo que después de mi familia, están ellos” refiriéndose a la familia Guerra y al buen recibimiento. “Me pagaron los viajes ida y vuelta. Llegué un sábado y me dijeron si no me amañaba hasta el lunes me podría volver sin ningún problema”.
Claribed Palacios, secretaria del Sindicato Utrasd (Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico en Colombia) se enfurece sobre la situación de vivienda que le ofrece la Senadora Guerra a Yeny
Pero se quedó. “No me considero sirvienta, tampoco una familiar, pero en todo este tiempo nunca hemos tenido un disgusto o un mal roce”. Aunque sí afirma que a veces “los pelaos (los hijos de la Senadora) llegan malgeniados y me pongo a chillar”. Sobre la Senadora dice que es una persona “pequeñita pero tiene corazón grande” y adjunta, riéndose la ‘mano firme’, –refiriéndose al eslogan del partido Centro Democrático.
«Yeny» cuenta que en su región reinaba la pobreza. Por eso recuerda con énfasis lo que el “presidente Uribe” y los Guerra hicieron por sus pueblos que se volvieron una cuna de paramilitares. “Gracias a Dios y a ellos” sus niños pueden estudiar en buenos colegios. El “presidente Uribe” – que para ella nunca será un expresidente– viene también a veces a comer. Le prepara comida típica de la costa: “langostino al ajillo, arroz con coco y sopa de espárragos”.
Esta “cadena de agradecimiento” que va desde el abuelo hasta el expresidente Uribe es un sentimiento común entre los empleadas del servicio, explica Ana Teresa Vélez de la Escuela Nacional Sindical. Estoy lejos de la zona verde del parque El Virrey, en una reunión convocada por varios sindicatos en Bosa, en el suroccidente de la ciudad. Acá los parques son asfaltados y las calles de lodo. Acá las mujeres, empleados domésticas de “carne y hueso” conocen muy bien la historia de «Yeny», porque también es la de ellas.
Nivia Palacios llegó a Bogotá hace diez años del Chocó para trabajar en la casa de una familia del exgobernador chocoano William Halaby Córdoba, condenado por corrupción en 2010. Según ella, fue engañada con promesas de un buen trabajo y con la posibilidad de estudiar. Dice que nunca más volverá a trabajar como interna: “Es muy agotador, muy consumidor, explotan mucho”, me explica con voz tierna y directa. Ahora trabaja como empleada externa, lo que le da el tiempo para ser la cabeza de familia de sus dos hijos.
«Yeny» muestra con orgullo las fotos en su celular, por lo menos ella puede hablar todos los días con sus hijos. “Trabajo de seis de la mañana hasta las 7 o 8 de la noche, pero tengo una hora de descanso en el día para llamarlos.” En sus manos gira el celular, una especie de ventana virtual para comunicarse con su familia. Su cuarto diminuto, justo al lado de la cocina, no tiene en cambio ninguna ventana.
Solo contiene una cama sencilla y unas maletas en la pared. “El cuarto no tiene mucho, pero la señora me regala cositas, el colchón por ejemplo me lo regaló cuando llegué”. Eso fue cuando Uribe todavía era presidente, hace casi una década.
Claribed Palacios, secretaria del Sindicato Utrasd (Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico en Colombia) se enfurece sobre la situación de vivienda que le ofrece la Senadora Guerra a «Yeny»: “No estamos hablando de cualquier persona sino de una figura política conocida, económicamente solvente. Pero como que a ella no le importa que la calidad de vida de esta trabajadora se reduzca a ese espacio. Eso es lo más normal en Colombia.”
Y continúa con su discurso: “Personas que supuestamente están promoviendo el desarrollo del país, pero como tratan a sus trabajadoras… es que tratar mal o discriminar o descalificar un ser humano no solamente se hace verbalmente sino también con acciones como estas. La discriminación está muy camuflada”.
María Clara Patiño Gómez, asesora en el área de derecho laboral del Consultorio Jurídico en la Universidad de los Andes, explica que es una “concepción de la época de la esclavitud que se ve reflejada en el espacio de la habitación”. Para Patiño la Senadora cumple la ley con el horario y las vacaciones, pero con el cuarto de «Yeny» se queda jurídicamente en una “zona gris”.
Una estimación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirma que de las 19,5 millones de personas que se dedican al trabajo doméstico en América Latina, 95 % son mujeres, es decir una de cada diez mujeres en la región.
La Senadora no diseñó el cuarto, por supuesto, ni tampoco el edificio. En Bosa, Claribed Palacios suspira profundo. Las casas de la élite colombiana son así, dice: “Los arquitectos son los mismos niños ricos”. Una nota del portal peruano La Mula la respalda: “Estos arquitectos del siglo XXI diseñan casas y departamentos desde una mentalidad del siglo XVI.”
En una columna del El Espectador, la escritora Carolina Sanín comparó el cuarto de ‘la muchacha’ con un “zulo”, como llamaban los cuartos de los secuestrados en los noventa. El “zulo” de «Yeny», al menos, tiene baño privado. No, «Yeny» no está retenida, pero si está encarcelada, al menos, en la estructura de pensamiento colonial y paternalista.
La socióloga y feminista Magdalena León Gómez asegura que “el servicio doméstico, en especial para la trabajadora interna, representa la máxima expropiación del tiempo. Se vende su disponibilidad de tiempo, sacrificando su vida personal y privada.”
«Yeny» afirma que no tiene una vida social, pero explica: “Me acostumbré a estar así, soy de poco compañerismo”. Ella, como muchas mujeres en Colombia, espera “milagros” de una mujer presidenta. “»Yeny»” dice que las mujeres “somos las esclavas más grandes del mundo. Tal vez una presidenta nos saca de este infierno del machismo.”
Para Claribed Palacios el cuarto “muestra el poder” en la relación entre mujeres como la Senadora Guerra y «Yeny». Sin embargo, los logros de Guerra se fundan en el trabajo de su empleada. Su vida exitosa, moderna e independiente costó la de otra mujer, de “»Yeny»”. Guerra no solo quiso ser la primera presidenta, sino también la primera costeña desde los tiempos de Rafael Núñez, hace más de 130 años. Sin embargo no es una luchadora para los derechos de la mujer, ni de la costa, pero ni tampoco es una matriarca antifeminista. Detrás de ella se constituye un poder paternal, una estructura machista de que la elite colombiana no se da o no quiere darse cuenta. Un poder que vive en el cuarto de la ‘muchacha’.
Por “asuntos de tiempo” de la Senadora Guerra, y por la campaña electoral, fue un reto comunicarse con ella para obtener su punto de vista sobre esta situación. Pero al final me mandó un mensaje de voz por WhatsApp. Su respuesta se queda en lugares comunes, explicando que “separarse de los hijos, separarse de la familia es muy difícil, y muchos colombianos buscando mejores oportunidades – sobre todo, muchas mujeres – han tenido que migrar de su sitio de viviendo y buscar oportunidades en Bogotá o Medellín de trabajo.”
Su modo de mejorar la situación laboral de su empleada es: “Básicamente trato de escucharla, de animarla, de acompañarla.” Lo que la Senadora subraya es que le da más vacaciones en el año que la ley exige. “Y fuera de eso, pues, todos los días, telefónicamente, está en contacto con los suyos.”
Una estimación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirma que de las 19,5 millones de personas que se dedican al trabajo doméstico en América Latina, 95 % son mujeres, es decir una de cada diez mujeres en la región. Se tiene que tener en cuenta que todas estas mujeres tienen sueños, tal vez no de ser presidenta, pero si las tienen.
El de «Yeny» es “estudiar turismo y hostelería”. Y todavía lo sigue, por lo menos con su mirada que se queda pegada en los imanes de la nevera gigante. “Estos son de todos los viajes de ellos (de la familia Guerra), de cada destino traen”. Medio mundo está pegado en la nevera – y en los ojos de «Yeny». No me mira mientras me cuenta su historia, se quedó mirando la nevera y el otro mundo. Parece que la nevera convoca otra ventana, una a su sueño. Ella nunca viajó, “solo de la costa a Bogotá y de Bogotá me regreso”.
«Yeny» tiene libre un día en la semana, los domingos y los festivos cuando la “doctora” está viajando. Ella no viaja con ellos, pero se busca sus salidas propias con el Transmilenio. Vive hace casi una década en la capital, pero solo la conoce a través de las ventanas de los buses rojos que corren de portal a portal. Son la última ventana para lanzarse a la realidad o tal vez es la salida a su sueño de turismo. No se baja de este sueño, vuelve con el mismo tiquete a la casa que no es de ella. Pero como dice, “solo Dios sabe” si su camino le va a llevar a otro cuarto de ‘muchacha’ o a su sueño que se manifiesta en sus huidas silenciosas.
*Stephan Kroener es un periodista alemán radicado en Bogotá. Esta nota se escribió en 2018.