“Parce, cuando yo las vi entrar a ustedes tres al salón pensé: ‘estas viejas huelen a Soacha’”. Así recuerda Carolina Rojas que le confesó hace poco una amiga que entró con ella a estudiar psicología a la Universidad de los Andes. Carolina es beneficiaria del programa Ser Pilo Paga (SPP), vive en El Tintal, en el suroccidente de Bogotá, y se graduó de un colegio público. Su amiga, por otro lado, hace parte de los estudiantes usuales de la universidad: vive en el norte de la ciudad, estudió en un colegio privado y la matrícula de la carrera corre por cuenta de sus padres. Y continúa Rojas: “Al principio, a mí me daba pena decir que vivía en El Tintal, así que decía que mi casa quedaba en Hayuelos, que es como más conocido”.
Casos como el de Carolina y su amiga son comunes desde que en 2014 nació el programa Ser Pilo Paga. De sus cerca de 40 mil beneficiarios actuales, todos jóvenes con resultados superlativos en las pruebas Saber 11 y con Sisbén 1 o 2, el 79 % decidió estudiar en universidades privadas como Los Andes, la Javeriana, el Rosario, la Icesi o el Eafit. El objetivo inicial, darle educación superior a una población que de otra manera no hubiera accedido a ella, se cumplió. Sin embargo, que jóvenes de escasos recursos de hayan ido a las universidades más costosas del país ha tenido un efecto colateral. Según le contó María José Álvarez-Rivadulla, profesora de Sociología de Los Andes, a La Silla Vacía, está generando interacciones sociales novedosas entre personas que de otra manera no se habrían encontrado. Si bien la docente resalta lo positivas que pueden ser a largo plazo dichas interacciones, el inicio de los pilos ha estado cargado de dificultades que o son solventadas por universidades y grupos estudiantiles o terminan por cambiar la forma de ser de los jóvenes.
En las clases de matemáticas los profesores daban por sentados temas que mis compañeros ya habían visto y que yo ni siquiera había escuchado
Diferencias académicas
En su artículo “¿‘Los becados con los becados y los ricos con los ricos’? Interacciones entre clases sociales distintas en una universidad de élite”, Álvarez-Rivadulla explica que “el buen rendimiento académico aparece como un capital nivelador, que hace que los estudiantes becados sean y se sientan valorados por lo que saben, independientemente de su nivel socioeconómico y que facilita la formación de redes interclase”. Steven Morales, un joven vallecaucano de SPP que hace el pregrado en Economía y Negocios Internacionales en la Universidad Icesi, sentía admiración por parte de sus compañeros: «Me respetaban por tener una beca”, dijo.
A pesar de ser pilos, muchos sufren las falencias académicas con las que vienen desde el colegio. “En las clases de matemáticas los profesores daban por sentados temas que mis compañeros ya habían visto y que yo ni siquiera había escuchado”, explica el mismo Morales.
A lo anterior hay que sumarle que las universidades de élite del país están acostumbradas a recibir graduados de colegios bilingües, por lo que desde el primer momento hay lecturas en inglés en los cursos. Al mismo tiempo, la mayoría de los pilos son egresados de instituciones de educación media públicas y privadas cuyo nivel de inglés es muy bajo: ninguno de los 250 mejores colegios en inglés es de carácter oficial. “Hubo una clase del curso Historia y Filosofía de la Ciencia para la que nos pusieron una lectura como de 100 páginas en inglés. Era pura Antropología. Me tocó con las uñas. Pasé varias noches con el traductor de Google tratando de hacerla”, recuerda David, un pilo de La Tebaida (Quindío) que está a punto de terminar el pregrado de Filosofía en Los Andes. Carolina aún tiene en la memoria la vez en que le tocó leer «un título de una lectura en inglés”, la forma incorrecta en que pronunció y la vergüenza que tuvo.
La cuestión del segundo idioma no sólo se convierte en un problema durante las clases, también se traslada a la capacidad para relacionarse con los compañeros que no son becarios. “Yo pensaba, ‘¿por qué lo hacen?, ¿qué sentido tiene? Si están hablando español, ¿para qué meten palabras en otro idioma?’”, narra Gisselly Moya sobre su experiencia en la Universidad Javeriana de Cali. Ella es una pila que nació y se crió en Turbo (Antioquia) y que debido a la beca se mudó a la capital del Valle. Y agrega: “Sentía que yo no era capaz de socializar con ellos, que no teníamos nada en común. Ellos eran, por así decirlo, de la élite”.
¿Qué hacen las universidades?
Desde las instituciones educativas, de manera oficial y no oficial, se ha tratado de salirle al paso a dichas dificultades para que los becarios no sientan tan duro el impacto de llegar a universidades con ambientes tan distintos a los que están acostumbrados. En principio, les dan apoyo y los relacionan entre ellos con el objetivo de que no comiencen solos el pregrado, con el objetivo de que conozcan a personas en sus mismas condiciones.
La Universidad del Valle, por ejemplo, tiene la Estrategia ASES: “Queremos acompañar a los estudiantes de primeros semestres, beneficiarios de Ser Pilo Paga y admitidos por Condición de Excepción a la Universidad del Valle, en su adaptación, aprovechamiento y disfrute de la vida universitaria. Nuestro principal objetivo es brindar herramientas para que los estudiantes se movilicen hacia el éxito académico y la realización personal”.
En la Universidad de los Andes coexisten Andar y Sociedad Pilo. El primero es “una red de apoyo a estudiantes con programas de beca y financiación […]. Oficialmente fue creada el 7 de noviembre de 2013, y desde ese momento, ha venido ampliando su campo de acción y sus miembros”. Una de las estrategias de Andar es el programa de padrinazgo. “Por intermedio de la oficina de Apoyo Financiero nos contactamos con los becados y, a los que quieran, les asignamos un padrino con al que pueden acudir para solucionar cualquier inquietud”, cuenta Gabriela Herrera, la presidente de esta red de apoyo.
A Michael Hernández, beneficiario de la tercera cohorte de SPP que estudia Ingeniería Electrónica en la Javeriana de Cali, los grupos estudiantiles le fueron muy útiles. En los primeros semestres, cuenta, asistió a bastantes de los eventos que organizaban. Allí conoció a muchas personas. Con el tiempo, cuando consolidó un grupo de amigos, dejó de ir.
Gran parte de las relaciones sociales en las universidades ocurre en los huecos, el tiempo entre clases, a la hora de comer y después de las clases. Durante esos periodos, el gasto de dinero se dispara.
“No, yo no soy becada. Ojalá”, le dijo Andrea a Moya. Desde el principio de su relación, Gisselly pensó que Andrea también era beneficiaria del programa y por eso no tuvo ninguna prevención para hablar con ella. “Cuando me di cuenta de que no, entendí que me podía relacionar con todo el mundo”, recuerda. Hoy, Moya es la líder de Sociedad Pilo de la Javeriana de Cali y cuenta entre sus amigos más cercanos de la universidad a varios estudiantes que no son beneficiarios del programa. Se ve a sí misma como la muestra de que con el tiempo las interacciones entre los becarios y los no becarios se dan de manera exitosa.
¿Problema resuelto?
Gran parte de las relaciones sociales en las universidades ocurre en los huecos, el tiempo entre clases, a la hora de comer y después de las clases. Durante esos periodos, el gasto de dinero se dispara. “El tinto que al lado de mi casa cuesta 700 pesos, en la universidad cuesta 2.000 o 3.000 pesos”, dice David. En estos casos se sube una barrea económica, debido a que en ocasiones los pilos no pueden asumir el costo de ir a tomar un café con sus amigos.
Varios de los becarios que hablaron con Cerosetenta cuentan que han tenido que decir que no a muchos parches por falta de dinero. “Hace poco había una salida a una finca. Yo no pude ir porque no tenía el dinero. Me dijeron que me gastaban, que no había problema, pero a mí no me gusta salir sin plata”, relata Moya. “Solo el taxi desde la 85 hasta mi casa cuesta como 20.000 pesos y yo no lo comparto con nadie porque nadie vive por allá. Más todo lo que uno gasta allá. Eso es mucho”, explica Carolina. Proporcionalmente, para los pilos una salida es más costosa que para un estudiante promedio de una universidad de élite.
Esto podría explicar por qué las relaciones de los beneficiarios, aunque no se limita a un círculo de otros becarios, es mayoritariamente de jóvenes del programa. “Mis dos mejores amigos de la universidad son personas muy, muy, de un origen socioeconómico completamente diferente del mío”, dice Morales, “pero la mayoría de mis amigos son también del programa, como yo”. Gisselly vive una situación similar. Andrea se convirtió en una de sus mejores amigas -con la prima de Andrea también tiene muy buena relación-, pero gran parte del tiempo lo pasa con sus amigos pilos.
Ahora bien, según Óscar Fino, un bogotano de segundo semestre de Ingeniería Electrónica en la Universidad Distrital que forma parte de la última cohorte de SPP, las relaciones sociales en las instituciones privadas pasan por la transformación del estudiante. “En las privadas pueden pasar dos cosas: o uno se adapta y cambia su forma de hablar, de pensar, su porte y entonces lo incluyen o a uno lo marginan. Por eso, cuando me dijeron que tenía la beca, yo escogí una pública”, explica.
Fino cuenta que tiene una amiga que también tiene la beca, pero que se decidió por una privada. Dice que la ve muy cambiada, que está muy gomela. David admite que su forma de vestir y de hablar también se ha modificado con el tiempo. Morales dice que las veces que ha vuelto a su colegio para hablar de SPP ha notado lo diferente que es él ahora, sobre todo, en su forma de hablar. Gisselly, entre risas, confiesa que ahora es ella la que a veces mete palabras en inglés mientras habla en español. Por su parte, Carolina cuenta que hace poco vio unas fotos de cómo se vestía en sus primeros semestres y se dio cuenta de lo mucho que ha cambiado. Ella, dice, ya se quedó como la “guisa”. Ahora prefiere decir que vive en Patio Bonito, un barrio más cercano a su casa que es reconocido por su inseguridad, para ver la cara que pone la gente.