Del aborto ya se ha dicho suficiente en la prensa. Suficiente para que las mujeres tengamos claro que manejar nuestro cuerpo es algo que nos corresponde a nosotras. La semana pasada, la prensa dejó clarísimo que el fiscal Montealegre, apenas dos meses después de haber querido investigar a Carolina Sabino por un aborto, defiende ahora un proyecto de ley donde la interrupción del embarazo no debe ser penalizada si ocurre en los primeros tres meses de gestación. Es un avance en la ley vigente desde el 2006 en Colombia en la cual se dictan tres justificaciones del acto: 1. cuando hay malformación genética, 2. cuando la madre fue víctima de violación y 3. cuando el embarazo atenta contra la vida de la madre.
La prensa lo dijo.
El proyecto del fiscal aún causa gran cantidad de reacciones tanto a favor como en contra. Reacciones por parte de mujeres sobre las mujeres y para las mujeres de la población colombiana. A veces hablan hombres, pero no tanto.
Hasta ahora no sé dónde están los papás discutiendo en la prensa sobre la prevalencia de la vida de un bebé posible. Hasta donde tengo entendido, hace miles de años que un bebé no es concebido por el Espíritu Santo. Y cuando los hombres hablan, no hablan de experiencia. Hablan de proteger a la familia. Hablan de homicidio. De que Dios nos hizo perfectos.
Ana Milena Puerta sí escribió en Las 2 Orillas sobre la exclusión del hombre de la decisión de la mujer. Y aquí, en este texto, hay otra mujer intentando hacer el mismo ejercicio. ¿Para qué? Quizás para pensar por qué las reflexiones de género siempre provienen de los personajes subyugados por la sociedad machista, pero nunca de parte de los actores privilegiados de esta sociedad. Quizás porque Colombia en este momento se ha privilegiado la justicia histórica sobre la igualdad de género. Quizás porque el país está posicionando a la mujer en un altar donde puede, por fin, redimirse. Un ritual en en que ningún actor social privilegiado puede (o quiere) participar.
El colombiano no ha hablado en la prensa sobre esta nueva noticia del fiscal. Ningún Ana Milena Puerta con pene por ahí. En casos de hombres poderosos ha pasado lo contrario: magistrados y académicos están pendientes del asunto. Hombres que participan de diálogos tan problemáticos como en el reciente XII Conversatorio Nacional de Género de las Altas Corporaciones Nacionales de Justicia en Medellín, cuyo eje fue la violencia de género, sobren todo en mujeres.
Me gustaría ampliar los detalles sobre el conversatorio en otra nota. Por ahora, lo que queda por ejemplificar de lo que vi en las sesiones de aquél encuentro es que las víctimas de la violencia de género fueron quienes menos espacio tuvieron para poner la voz al micrófono. Los hombres de altas posiciones políticas están evidentemente presentes en la discusión sobre el género, sobre la mujer, sobre el “cuerpo débil” de la sociedad. Y el débil siempre necesita que le traigan un megáfono cuando no lo dejan gritar.
Hasta donde tengo entendido, hace miles de años que un bebé no es concebido por el Espíritu Santo. Los hombres no hablan de experiencia. Hablan de proteger a la familia. Hablan de homicidio. De que Dios nos hizo perfectos.
Fuera del conversatorio, fuera de debates como los de las Altas Corporaciones Nacionales, fuera de esos estrados donde la prensa está siempre concentrada (y también el poder), ¿dónde están los “hombres promedio”, los heterosexuales que conocen el poder que pueden ejercer al inflar a una mujer con su propia herencia? Si los hombres magistrados y destacados académicos reconocen que son quienes dan voz a mujeres que aún así buscan expresarse por su cuenta, ¿dónde está el macho? La pregunta que toda mujer se hace al pensar en una gestación accidental es parte de su secreto. Es parte de su capacidad de ocultárselo al hombre. Y no sé por qué ese hombre, frente a ese secreto, no se pregunta qué haría si pudiera descubrir la verdad a tiempo.
Hombres, mujeres, personas transgénero son quienes conforman los colectivos LGBT. LGBTQI. LGBTQIAH. Las siglas que quieren ponerle. Aunque la H, de heterosexual, siempre viene de últimas: es el último en experimentar el rechazo.
Según dos científicas sociales, “numerosos estudios sobre masculinidades y paternidades en América Latina señalan que la paternidad es descrita por muchos varones como la realización personal más importante en la vida de un hombre”. Si es así, la prensa no lo ha hecho notar. O al menos ningún Ana Milena Puerta con pene se ha acercado a pronunciar una palabra sobre cómo se sentiría si la realización personal más importante de su vida le fuera arrebatada.
¿Es posible que a los hombres no les interese el aborto de sus propios hijos?
Si es cierto que los problemas de género en sociedad son discutidos por quienes alguna vez estuvieron o están bajo el yugo de otros, si es cierto que necesitamos ser empáticos para sumarnos al debate, como seres humanos tenemos un problema. Si tenemos que tener la posibilidad de embarazarnos para pensar que quiero o no que aprueben la propuesta del fiscal, estamos fallando. No hemos aprendido que la experiencia directa no tiene ni debe garantizar la capacidad de relacionarnos con otros seres humanos. Con experiencias no vividas. Con situaciones que jamás sufriremos.