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El ABC imposible para denunciar una violación en Colombia

Las víctimas de violación sexual en Colombia están condenadas a una doble victimización. Tras ser abusada sexualmente por uno de sus compañeros de trabajo, María*, una joven universitaria, se enfrentó con un sistema judicial congestionado, funcionarios indiferentes y protocolos imposibles de cumplir.

por

Angie Bautista, María Elvira Espinosa, Andrés Pérez y Juan Manuel Ospina


21.02.2018

La Secretaría Distrital de la Mujer desarrolló un protocolo llamado ABC para la atención y denuncia en casos de violencia sexual. Allí se consignan los derechos de las mujeres víctimas y se establecen una serie de parámetros para que estos no se vulneren, para que la penalización del crimen se materialice y para que haya justicia. Nora Picasso, abogada de la Facultad Libre de Derecho de Monterrey en México y miembro del colectivo ‘No Es Normal’ de la Universidad de los Andes, dice que la mayoría de las mujeres no sabe a dónde acudir ni cómo actuar en estos casos.

Ha pasado un año y dos meses desde que María* fue abusada sexualmente. Un año. Dos meses. Sólo una audiencia. En medio de la espera y el proceso, la herida se abrió una y otra vez: con la indiferencia de los funcionarios de la Fiscalía, el maltrato del médico que la vio primero, los cuestionamientos bienintencionados de las personas más cercanas, y la rabia por los “si hubiera”. “Si se hubiera ido más temprano”. “Si no se hubiera quedado sola allí”. “Si hubiera hecho tal cosa o tal otra”.

¿Puede estar justificado el temor de las mujeres a denunciar? ¿Tendría razón Claudia Morales cuando dijo que de la experiencia de contar su abuso le queda la reafirmación de su miedo y la sensación de que las mujeres cada vez encuentran menos razones para denunciar?

María estaba haciendo su práctica organizacional en una empresa de Bogotá. Su labor era ayudar a que los trabajadores tuvieran un mejor nivel de vida en la compañía. Cuando la práctica terminó, en diciembre de 2016, sus compañeros organizaron una despedida. Se encontrarían en un bar.

A las cuatro de la tarde del viernes 2 de diciembre, María llegó al sitio con sus compañeros, dos mujeres y dos hombres. Comenzaron a tomar aguardiente. Ella recuerda que uno de los hombres se encargaba de servirlo y que a las seis de la tarde la mujer más cercana a ella, se fue. Luego uno de sus compañeros la sacó a bailar. Él era operario y le llevaba unos 20 años. No más alto que ella pero sí más fuerte, por la maquinaria con la que trabajaba. Cuando estaban bailando el hombre le empezó a coger de forma rara la espalda. María estaba bastante prendida, pero recuerda que lo miró con expresión de sorpresa. En ese momento él le dijo que lo pensara, que al salir podrían ir para su casa.

Cuando terminaron de bailar, María se fue al baño. Allí se encontró con su compañera y le contó lo que el operario le había dicho. Regresaron y María recibió otro trago de aguardiente, bebió, volteó a mirar, pero la otra mujer se había ido. En ese momento se angustió. Salió a buscarla pero ya no estaba.

Cuando volvió al bar, vio a los dos hombres bailando en un círculo con otras mujeres. A partir de ese momento todo se difumina en su mente.

Nora Picasso, que realiza investigaciones en temas de género aplicados al derecho, dice que las situaciones en las que se presentan este tipo de violencias no siempre son claras. “La mujeres tardan en caer en cuenta que hubo un abuso. Pueden tardar días, pueden tardar meses, pueden tardar años”, asegura.

Cuando María recobró la consciencia estaba llegando a su casa en un taxi y vio a sus papás esperándola. Ella recuerda que en ese momento volvió en sí misma y escenas inconexas aparecieron en su mente, unos flashbacks: uno en el que la suben en una moto; un lugar feo que parece un motel, con piso de baldosa blanco, pero que ella no puede asegurar que lo fuera; ella diciendo “me duele, me quiero ir”; ella llorando; ella intentando llegar al baño a vomitar; ella con la ropa vomitada porque no alcanzó a llegar a baño.

La Secretaría Distrital de la Mujer reconoce el abuso sexual como “un momento de mucho dolor, angustia y confusión”. Sin embargo, dice que es importante que se tengan en cuenta las siguientes recomendaciones para preservar la prueba del delito del que se ha sido víctima:

Nora Picasso admite que este tipo de folletos, como el ABC de la Secretaría de la mujer, son importantes para informar a las mujeres sobre lo que tendrían que hacer en casos como este. Sin embargo, cuestiona que los procesos estén basados, mayoritariamente, en pruebas de este tipo pues “parecieran asumir que apenas a ti te abusan, tú puedes ir a medicina legal y en la vida real eso no es verdad”, dice.

Cuando María entró a su casa todavía estaba muy desubicada. Lo siguiente que pasó, dice ella, fue un error. Sus padres la bañaron y con eso se rompió la cadena de custodia, que son las pruebas del delito. Cuando entendieron lo que había sucedido, María agendó una cita con un ginecólogo a través de medicina prepagada.

En la cita María le contó al médico lo que le había pasado, ella recuerda que estaba llorando y que él ginecólogo le respondió que ella no debió haber ido a través de medicina prepagada, sino por urgencias.

Según María, el médico no le explicó sus derechos, ni los procedimientos. Solo le preguntó si estaba tomando anticonceptivos, pues en ese caso no necesitaría tomar la pastilla del día después. En el ABC, la Secretaría Distrital de la Mujer dice que, además de brindar atención integral a las mujeres víctimas de violencia sexual, las instituciones de salud tienen el deber de:

El 5 de diciembre era el día del cumpleaños 22 de María. Tres días después de haber sido víctima de abuso sexual, ella estaba en la Fiscalía para iniciar los trámites del proceso penal en contra de su agresor. El lugar la hacía sentir insegura, pero allí tomaron su testimonio. Luego la llevaron a una sala para un examen físico en donde entregó la ropa interior que tenía el día del ataque. En la tarde fue a otro examen en Medicina Legal. Allí había dos consultorios con dos doctoras y una secretaria. Antes de ingresar, María recuerda que hizo una fila de cinco personas y que había dos jóvenes con esposas en las manos.

Pese al desagrado, este fue el único lugar en donde María dice que se sintió bien atendida. Allí revisaron todo su cuerpo y le encontraron un desgarro anal. Todo era sumamente incomodo para ella. Sin embargo, la doctora le decía que estuviera tranquila, que no se preocupara, que no importaba lo que le dijeran, que lo que había pasado no era su culpa.

Me preguntó por qué había empezado a llorar cuando me pidió mi fecha de nacimiento y le dije que era mi cumpleaños. -cuenta María

Finalmente, María fue a un encuentro con una trabajadora social. Allí vio que su nombre no había quedado bien escrito en el expediente. Entonces la remitieron con el investigador que había empezado su proceso para solicitar la corrección. La respuesta del investigador la ofendió, dijo que no lo molestaran, que “estaba en modo navidad».

Pasaron más de tres meses entre la primera vez que María fue a la Fiscalía y la primera audiencia. El ABC de la secretaría afirma que una víctima tiene el derecho a no conciliar o ser confrontada con su agresor. Sin embargo, María se reencontró en los pasillos de la Fiscalía con el hombre que la había violado. Al final de un largo corredor, ella lo vio. Lo vio y el pánico la atacó y no se podía mover. Esta no era la primera vez que María tenía un ataque de pánico. Cuando salió la citación para la audiencia, el operario la llamó de un número desconocido. Ella contestó, pero cuando supo que era él, colgó. En el corredor tuvieron que esperar casi una hora porque el abogado de oficio no llegaba. Los padres de María estaban muy cerca al agresor. No los dejaban ingresar a la sala porque la juez estaba ahí y como el abogado de oficio nunca llegó la audiencia quedó pospuesta.

Para Nora Picasso la manera en la que funciona la persecución del abuso y la violencia sexual refleja la existencia de un problema estructural. Denunciar, no sólo en la Fiscalía, sino ante cualquier instancia, conlleva unos costos que trascienden lo material, costos personales que no necesariamente terminan con una sanción o un castigo para los agresores. Ella cree que las iniciativas para visibilizar las historias de las mujeres víctimas de abuso sexual, como #Metoo y ‘No es Normal’ en la Universidad de los Andes, han surgido porque allí las mujeres al menos encuentran espacios seguros para hablar. “Y esa respuesta, ante la inoperancia del derecho, que no puede o no ha logrado solucionar el problema en este momento, es lo más interesante”, dice.

María dice que no le gusta la cárcel, no le encuentra sentido. A pesar del temor a ser cuestionada en una audiencia por haber estado tomada, siente que su obligación está en hacer que quien la abusó comprenda que lo que hizo está mal, pues considera que los agresores no tienen conciencia de su error, que piensan que pueden abusar de una mujer por el simple hecho de estar tomada, y por eso sigue adelante con el proceso judicial. Y si llegaran a una conciliación, para ella estaría bien, pues podría terminar antes el proceso.

 

*Este texto fue producido en el Taller Inaugural de la Maestría en Periodismo del Centro de Estudios – CEPER, dictado por Cristian Alarcón, director de la revista Anfibia y Cosecha Roja. 

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Angie Bautista, María Elvira Espinosa, Andrés Pérez y Juan Manuel Ospina


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