[Este artículo hace parte el cubrimiento de Oi Cultural durante el Hay Festival]
Cualquiera que haya tenido un ligero roce con el punk sabe de la existencia de Eskorbuto, ese trío vasco, nihilista, destructivo y autodestructivo, que se convirtió para muchos en un refugio juvenil bajo el cual se podía afrontar el tedio. Quizás también otros se dejaron absorber por la nefasta música e historia de Cicatriz, cuyos cuatro integrantes clásicos fallecieron ya fuera de sida o por sobredosis de heroína. Otros más burlescos se divirtieron con el vacío existencial de la Polla Records. Y los más políticos juntaron y flexionaron las rodillas para bailar “Sarri Sarri” de Kortatu.
Es quizás por eso que ETA, la izquierda abertzale, el GAL (Grupo Antiterrorista de Liberación), y ciertos elementos básicos del conflicto Vasco no nos resulten del todo desconocidos. Estas bandas –y varias más– que hicieron parte de aquello que se denominó durante los años 80 como Rock Radical Vasco, son hoy un documento que nos narra la historia de una generación y del conflicto que esta vivió.
Edurne Portela, 1974, es hija de este contexto. Licenciada en Historia en la Universidad de Navarra, con una maestría en Literaturas Hispánicas y un doctorado en Literatura Española y Latinoamérica en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill (EEUU), Portela ha investigado sobre la violencia y sus representaciones en la cultura, haciendo énfasis en la relación entre memoria, testimonio y ficción. A pesar de que durante algún tiempo se enfocó en los conflictos de otras latitudes, con sus últimos dos libros decidió afrontar una historia que vivió de cerca, pues además de vivir en una sociedad que normalizó la violencia tenía incluso un familiar que hacía parte de ETA.
Hoy, Edurne es docente, ensayista y novelista. En su ensayo El eco de los disparos (2016) da una serie de memorias íntimas de la violencia, al tiempo que defiende a través de la reflexión de la literatura y el cine una cultura que ayude a afrontar las heridas del pasado. A este texto le siguió Mejor la ausencia (2017), una novela que narra la historia de una familia destruida que habita en un contexto de heroína, protestas, gases lacrimógenos, consignas asesinas, y una violencia naturalizada.
Hablamos con ella en el marco del Hay Festival en Cartagena acerca de la violencia y sus representaciones, del papel que puede jugar la cultura dentro de determinados escenarios que buscan la reconciliación y la paz. Hablamos del Rock Radical Vasco y de cómo ve ella hoy en día el independentismo tanto vasco como catalán.
Es en el terreno de la representación donde que se puede explorar y puede haber esas libertades interpretativas. En el plano de la justicia hay que ser mucho mas riguroso
Hablas mucho de la construcción de la memoria, pero ¿crees que el olvido puede jugar algún papel en una sociedad que busca superar una etapa de violencia? ¿Qué tan positivo o hasta qué punto es posible ser totalmente riguroso con la verdad?
Hay tres conceptos enormes: la memoria, el olvido y la verdad. A veces pensamos que el olvido y la memoria son dos conceptos opuestos y que de alguna manera podemos manejar a nuestro antojo, pero la realidad no es así. Una persona no se le puede imponer el olvido, aunque tampoco se le puede obligar a recordar si no puede o no quiere. Son entonces mecanismos individuales que de alguna manera manipulamos por motivos políticos para crear un discurso sobre la verdad, sobre la reconciliación, sobre la paz. En el fondo son actitudes que tienen que ver con los procesos individuales de duelo, de superación y de búsqueda de la justicia.
Creo que cuando la memoria de las víctimas está viva, cuando la memoria del daño y del dolor sigue presentes, no se puede imponer de ninguna manera el olvido. El olvido está reñido con esa voluntad de recordar, de buscar la verdad, de exponer el daño que tiene la víctima o las personas que apoyan a esas víctimas. Me parece una discusión en el fondo muy manipulada por los intereses políticos que tienen poco que ver con el derecho de la víctima a la memoria y el derecho de las sociedades a conocer su historia. Esa es la dificultad.
¿Crees que hay que complejizar el concepto de víctima y victimario? ¿Entrar en una zona de grises a la hora de leer la violencia?
En el plano de la justicia tiene que haber categorías muy claras. Por ejemplo, si has sido victima de la violencia paramilitar o de la violencia de las guerrillas, o en el caso español si has si has sido victima de ETA o de los GAL, en ese caso la justicia tiene que operar dentro de un concepto de víctima. O sea, de la víctima que ha sufrido ese daño. Cuando ya hablamos de la representación de los conflictos en la cultura, cuando hablamos de la representación de estos conflictos en el cine, en la literatura, ahí yo creo que es donde podemos alcanzar una dimensión de la complejidad del comportamiento humano. Los personajes que participan en estos relatos pueden tener todas las aristas que queramos y se puede explorar ese concepto dentro de un personaje. Esto, porque una víctima no siempre actúa en la vida desde su condición de víctima. Es en el terreno de la representación donde que se puede explorar y puede haber esas libertades interpretativas. En el plano de la justicia hay que ser mucho mas riguroso.
¿La cultura siempre tiene que formar un papel responsable frente a las acciones del pasado?
Yo no creo que a la cultura le debamos exigir un papel, pero sí creo que aquellos que estamos interesados en estos procesos, aquellos que los hemos vivido o hemos sido testigos, tenemos las herramientas y la necesidad o la querencia de desarrollarlos y explorarlos. Debemos hacerlo. No tenemos que tener miedo a enfrentarnos con estas historias que son muy complejas y que pueden ser muy problemáticas, pero que al mismo tiempo están clamando ser contadas. Todo sin la necesidad de decir, “bueno es que los escritores tienen que escribir sobre esto y desde este punto de vista”. Tiene que haber absoluta libertad.
Porque se puede caer en una suerte de censura…
Claro, o volver al realismo social. Tampoco es eso. Yo creo que hay la libertad creativa… tenemos que tener la libertad de crear y de elegir los temas, o de dejarnos llevar por los temas que nos eligen, pero no bajo mandato político ni mandato histórico.
Puedes no estar de acuerdo con ellas, te pueden producir sentimientos muy negativos, pero yo estoy en contra de cualquier tipo de censura artística
Se podría decir que el libro Mejor la ausencia termina siendo una aplicación de aquello que de alguna manera propones en El eco de los disparos: utilizar la imaginación para reflexionar alrededor de la violencia, ¿lo pensaste como un ejercicio práctico?
Fue un poco inconsciente porque la escritura de la novela llegó justo después de la escritura del ensayo. Me dejé llevar por las herramientas de la ficción para explorar algunos de los temas que había tocado: el vivir en violencia, en el silencio y cómo esto nos marca como individuos y ciudadanos. Pero en realidad no me propuse hacer ese ejercicio que clamo que debemos hacer en El eco de los disparos. Creo que si lo hubiera hecho de esa forma tan consciente no hubiera podido escribir la novela, porque habría dicho: “¿Seré yo capaz de contribuir con algo?”. Fue al publicar la novela, en la primera presentación que hice, que alguien me dijo “¿bueno tú te das cuenta que estas aplicando un poco lo que proponías?”. Espero haber llegado a ese mínimo que exijo para otros, pero eso lo tienen que decir los lectores.
Tanto en tus textos como en varias entrevistas hablas del rock radical vasco y lo que este significó durante tu adolescencia. Es por lo demás una música que genera gran fascinación incluso más allá del País Vasco. Hoy en día, ¿cómo sientes que se debe escuchar este tipo de manifestaciones en la cuales podíamos encontrar, en algunos casos, una reivindicación de la lucha armada?
Creo que hay que escucharlas como productos de un momento histórico muy específico en el que había una libertad que ahora no hay para crear y para que los músicos, los escritores, quienes fueran, hicieran su trabajo libremente. Son canciones que hacen parte de nuestro acervo cultural y parte de un momento histórico muy específico. Son memoria cultural y afectiva. Creo que se deben seguir escuchando de igual manera. Ahora, hace un año hubo todo un escándalo porque habían organizado un revival, un concierto con algunos de estos grupos cuyas letras muchas veces hacían apología al terrorismo, y se quiso censurar. A mí eso me parece una tontería porque al fin y al cabo dudo que todavía se grite en un evento de esos “Gora ETA”. No creo que la gente esté ya en ese plan. Pero que se censuren manifestaciones que al final son expresiones culturales que recuerdan a una época y a un contexto me parece problemático. En España estamos viviendo ahora mismo una persecución de la cultura alternativa brutal, entonces cuando empiezas a prohibir una cosa, ¿dónde está límite de seguir prohibiendo? Puedes no estar de acuerdo con ellas, te pueden producir sentimientos muy negativos, pero yo estoy en contra de cualquier tipo de censura artística.
Y esas manifestaciones crees que, después de pasado un tiempo, ¿se pueden resignificar? ¿Darles otro uso?
Darle otro uso en algunos casos es difícil. Por ejemplo, si hay una canción que ensalza la actividad de ETA no le puedes dar otro uso, es una canción que éticamente puede ser cuestionable. Lo que yo sí creo es que se puede estudiar como material histórico y artístico porque fue todo un movimiento musical que revolucionó la música en euskera, en vasco. Forma parte de una época muy específica que movió a la juventud de una forma y no solo en Euskadi pues, como dices tu, La Polla Records ha tenido conciertos multitudinarios en América. O incluso otro grupo como Eskorbuto, que no era político, que era nihilista punk, también aquí en Colombia se escuchó muchísimo. Es material para el conocimiento y para la historia.
También cuentas que en tu adolescencia el discurso radical del nacionalismo vasco hilaba dentro de su narrativa otros pensamientos o movimientos como el feminismo, por dar un ejemplo, y se daba por sentado que todo iba de la mano. ¿Cómo hiciste para romper eso y darte cuenta que no era una línea lógica o única? ¿Cómo rompiste con esa narrativa en tu contexto como adolescente?
Sí, cuando tenías esos intereses en movimientos más marginales que rompieran con la ideología dominante, todos estaban muy asociados al independentismo vasco. El cambio, o ese darte cuenta que había parte del conglomerado que no te convencía, creo que en mi caso se debió a dos motivos. En primer lugar por la realidad vivida, porque yo veía cosas de ese movimiento que me espantaban, no solo por la violencia sino con el proyecto que proponían. Me parecía muy cerrado en sí mismo, sin base sostenible en la realidad. Y luego, por otra parte, también veía una especie de parroquianismo que a mí me molestaba mucho.
En segundo lugar, a nivel ideológico, creo que me salvaron las lecturas que hice, ya fueran de filosofía política o de ensayo político, que me mostraban que ese tipo de ideología no era la que satisfacía mi deseo de una sociedad más justa, o de una utopía. Empecé a decantar guiada por una concepción más anarquista de la política, más internacionalista, que no tuviera nada que ver con lo que el independentismo vasco socialista defendía.
¿Qué significó dentro ese proceso una banda como Eskorbuto?, porque leí en una entrevista que decías que parte de la juventud también encontró en ese nihilismo un escape a ese dogma vasco.
Sí, una era la vía nihilista que tenia también mucho que ver con el consumo de droga, sobre todo el de heroína. Entonces era eso, un movimiento punk que no veía un futuro, que asumió el no futuro como propio, y que no veía otra salida más allá de esa rebeldía destructiva y autodestructiva. Y ahí está el gran problema, porque la heroína hizo estragos sobre todo en gente como Eskorbuto, un grupo en el que murieron dos de sus integrantes. También bandas como Cicatriz, y otro montón más, se desvincularon del proyecto político que podía estar más representado en Kortatu. O la Polla Records que con sus más y sus menos también perteneció al rock radical vasco. Todos estos y los chavales que les siguieron, que no tenían nada que ver con esta concepción política, fueron los que sufrieron la heroína y toda esa desposesión radical, esa devastación de forma más fuerte. Muy pocos salieron.
¿Todavía escuchas estas bandas?
Pues a veces sí. No los escucho mientras escribo ni cosas de esas porque sería imposible, pero mientras estaba escribiendo la novela, como están muy presentes, sí recuperé un montón de música que hacía tiempo no escuchaba. Desde Eskorbuto a Extremoduro, pasando por la Polla Records. Luego también está el punk inglés, lo que fueron los Sex Pistols o The Clash. Volví a canciones que tenía olvidadas. Y de vez en cuando si mis vecinos me molestan les pongo la música de Eskorbuto a tope (Risas).
¿Qué queda para ti del nacionalismo vasco? ¿Cuál es su papel hoy en día? O incluso, ¿cómo ves el caso de Cataluña?
Pues yo creo que está en un proceso de transición. Hay un sentimiento nacionalista innegable en el País Vasco, en las últimas elecciones había una mayoría nacionalista y estos partidos superaron a los partidos que no lo son. Yo creo que es un sentimiento político que hay que respetar y que tiene que encontrar un cauce democrático para alcanzar ciertas reivindicaciones dentro del respeto y la pluralidad. Esto porque también por otra parte hay, si no me equivoco, un 40 % de la población que quiere agotar otro tipo de proyecto que igual no es constitucionalista español. Es decir, votantes que tienen sus problemas con la relación entre el Estado español y Euskadi, que no aprueban la constitución vigente de forma mayoritaria, pero que sí quieren seguir siendo parte de España.
Creo que el gran reto de Euskadi y de Cataluña va a ser encontrar una fórmula que permita una convivencia plural, al mismo tiempo que el Estado español haga una profunda revisión de la constitución actual y de su relación con las llamadas periferias históricas. Esto para lograr que la convivencia sea posible no solo en Euskadi y en Cataluña, sino en todo el Estado. Estamos entonces en un proceso de transición que puede, o ir a peor, lo cual sería tremendo porque en Euskadi hemos sufrido por esto y ha habido muchos muertos; o a mejor, que sería que esta presión de las minorías nacionalistas periféricas contribuyan a una reforma constitucional que es absolutamente necesaria, pues no estamos ya en 1978. El deseo político, la concepción nacional, la fuerza de las llamadas minorías, y aquí hablo hasta del feminismo y de la participación de la mujer en las instituciones y en la política, ha cambiado muchísimo. Se necesita limpiar la casa de arriba abajo.
¿Hay futuro?
Hay futuro… pues yo soy muy pesimista. Voy a decir que lo veo muy difícil, además viendo un país en donde se dialoga tan poco, en el que siempre es conmigo o contra mí, donde hay esa polarización brutal y los políticos que tenemos son una auténtica porquería. Es una clase política corrupta sin imaginación. Entonces no sé… está por verse.