Inactividad: esa sería la palabra que elegiría para caracterizar el mandato de Iván Duque. Si durante la presidencia de Andrés Pastrana el chiste era que había que decirle que ya se había acabado la campaña, durante la de Duque es que deben avisarle que ya empezó el Gobierno. En términos de logros, el presidente no tiene mucho que mostrar. En cambio, sí ha hecho uso de algunas tácticas para generar debate en la opinión pública y lograr algo de reconocimiento.
Proponer cadena perpetua para violadores y asesinos de niños es solo un ejemplo del uso de una conocida fórmula: el populismo punitivo, que busca mostrar una posición de cero tolerancia frente a ciertas conductas para ganar favorabilidad en las encuestas. En términos prácticos, medidas como estas solo sirven para agitar las emociones del público, pero es bien conocida su inefectividad para reducir el crimen. Esto es algo que los abogados penalistas han discutido por décadas y siempre se ha llegado a la misma conclusión: el endurecimiento de penas tiene muy poca efectividad si lo que se busca es disuadir prácticas delictivas.
Otro ejemplo del populismo de Duque fue emitir un decreto que prohíbe el consumo de alcohol en las calles o que repenaliza el porte de la dosis mínima. El efecto de esta medida se produce principalmente en las redes sociales en las que de ambos lados se rasgan las vestiduras frente a la utilidad de la medida. Pero, ¿cuál es el problema de fondo que está solucionando? Ninguno.
Lo que Duque está haciendo es lanzar propuestas que resuenen, que agiten discusiones en Twitter, así no tengan ningún sustento técnico o teórico. El uso de redes sociales para llegarle a la ciudadanía es la nueva cara del populismo y el presidente la está usando. Al final, Duque sabe que no se van a poder implementar muchas de las medidas que propone. Pero logra su objetivo: generar ruido, ganar likes, ser trending topic.
Lo que Duque está haciendo es lanzar propuestas que resuenen, que agiten discusiones en Twitter, así no tengan ningún sustento técnico o teórico.
Donald Trump es el campeón en esta técnica. Cada vez dice cosas más incendiarias, más absurdas, más ridículas, pero todo el mundo el sigue el juego. Él sabe cuándo está mintiendo pero no le importa: el objetivo final es tener a la gente discutiendo mientras por otro lado promueven las verdaderas políticas que les importan.
Estas son formas de nuevos populismos, pero si nos vamos a la historia, una figura reconocida del populismo fue Juan Domingo Perón en Argentina. Perón era muy apreciado por la clase trabajadora e implementó políticas para beneficiarlos a la par con un modelo de desarrollo proteccionista. En Colombia no hemos tenido líderes claramente populistas, pero tampoco podríamos dejar de lado a Álvaro Uribe –mentor de Duque–, quien en sus famosos Consejos Comunitarios, y en medio de una escuela de cualquier pueblo, terminaba dándole órdenes a sus ministros para mostrarse como una persona conectada con el pueblo.
Duque no ha logrado tal conexión. No apela constantemente a la movilización de las masas o al contacto directo con las personas. Su populismo no es generalizado. Su estilo de gobierno es el típico de un líder de derecha, dándole preponderancia a posiciones morales frente a argumentos técnicos –“está mal usar sustancias” vs. enfrentar el problema del consumo desde la salud pública, por ejemplo. Sus propuestas carecen de contenido sustantivo y en cambio se basan en la protección de los valores tradicionales y las buenas costumbres. Este es un gobierno corto de iniciativas, aunque muy eficaz a la hora de bloquear el desarrollo de los acuerdos de paz.
