Con esos amigos, pa’ qué enemigos: Europa, dos años después de la invasión de Ucrania
Este 24 de febrero se cumplieron dos años de la invasión rusa de Ucrania. Dos años para los que nadie estaba preparado que han demostrado que Rusia no es el tigre de papel que muchos se imaginaban. El tiempo también ha develado las grietas de la UE, que ya da señales de fatiga en la guerra y desaceleración en la economía.
por
Felipe Uribe Rueda
28.02.2024
Rusia comenzó ganando. Todos los analistas occidentales, por más optimistas que fueran, no le daban más de una o dos semanas a Ucrania, que se enfrentaba sola al poderío de la tercera potencia militar del mundo. Todos pensábamos que, como había sucedido en Georgia, Putin iba a ganar otra guerra relámpago. Incluso, cuando los rusos estaban a punto de tomar Kiev, Estados Unidos alcanzó a ofrecerle al presidente Zelensky sacarlo del país.
Sin embargo, el ejército ucraniano logró estabilizar el frente a pocos kilómetros de su capital. A partir de ahí, con la retirada de las tropas rusas en los frentes de Kiev y Jersón, la “intervención militar especial” que planteó Putin se convirtió en una guerra de atrición contra el ahora candidato a socio de la Unión Europea.
En ese momento, el prospecto de una guerra de tal naturaleza no era del todo malo para los líderes europeos. Al fin y al cabo, la inflación no se había disparado y la economía se estaba recuperando bien de la pandemia, al tiempo que se percibía a Rusia como una economía débil e incapaz de sostener una guerra por más de pocos meses. Además, se pensaba que Estados Unidos iba a poner la plata y Ucrania, los muertos.
Así fue como, envalentonados por una victoria relativamente fácil a la vista, von der Leyen –presidenta de la Comisión Europea– y compañía se embarcaron, bajo la batuta de Estados Unidos, en una campaña de sanciones contra Rusia y ayudas económicas y militares para Ucrania. La idea era simple: fortalecer al ejército ucraniano y estrangular a la economía rusa, apuntando a que eventualmente Ucrania pudiera romper el frente o Putin tuviera que recular, presionado desde adentro por la crisis económica y el descontento popular –lo que pasara primero–. Dos años después, ninguno de los dos escenarios se ha cumplido. Al contrario: Ucrania está perdiendo la guerra y Europa se debate entre dejarse llevar por la espiral bélica o ceder a las pretensiones territoriales de Putin.
El motor de Europa se quedó sin gas
Alemania ha liderado a la facción más belicista en los debates dentro de la UE. Junto con Polonia y las repúblicas bálticas (las tres, exrepúblicas soviéticas traumatizadas con la hegemonía de Moscú), el gobierno de Scholz ha presionado por producir masivamente material de guerra y profundizar las sanciones contra Rusia, a pesar de depender de sus hidrocarburos. Esta postura parece contradecir una tradición pragmática en el manejo de las relaciones con Rusia que se remonta incluso a tiempos soviéticos, y que siempre fue central para la estabilidad económica de Alemania.
Tanto el gobierno de Angela Merkel como el de Gerhardt Schröder –otro día hablamos de la polémica que suscitó su fichaje por parte de Rosneft y su posterior renuncia–, basaron buena parte de su política industrial en subsidiar la demanda de las actividades intensivas en el uso de energía, como la petroquímica y la automovilística. Merkel siempre tuvo claro que buena parte del éxito económico alemán de las últimas dos décadas se debía a la ventaja competitiva de electrificar su industria con gas barato proveniente de Rusia. Por eso, y a pesar de la condena expresa y las sanciones por parte de Estados Unidos, siguió adelante con el Nord Stream 1 y 2 y procuró mantener una relación cordial –digamos ambigua– con la potencia euroasiática.
A diferencia de su predecesora, Scholz parece estar hipotecando el bienestar de la economía alemana a cambio de una victoria pírrica en Ucrania, en el mejor de los casos. A finales del año pasado, en parte a causa de las sanciones a la industria rusa de hidrocarburos, Alemania se convirtió en el país con la energía más cara del mundo y tuvo una crisis de presupuesto que puso a tambalear al gobierno. Hoy en día, a pesar de que está logrando sacar adelante un ambicioso plan de reindustrialización verde y que la crisis de presupuesto pudo sortearse, la economía alemana está al borde de la recesión.
Europa se siente sola
Ucrania duró casi dos meses sin recibir un centavo de Washington, porque la bancada republicana gringa bloqueó el más reciente paquete de ayudas, de unos 60.000 millones de dólares, que Biden prometió. Esto generó presión sobre la Unión Europea, que tuvo que sacar de donde no tenía para suplir de municiones al ejército ucraniano –ya ni hablar de tanques–. Para empeorar la situación, en la misma semana que Rusia tomó la posición estratégica de Avdíivka, los líderes europeos se encontraron con una prueba de que el futuro puede ser mucho peor. Donald Trump, quien tiene serias posibilidades de repetir presidencia, dijo que, si un miembro de la OTAN que no cumpliera con el 2% del PIB en gasto militar era atacado por Rusia, bien podía defenderse solo. Incluso, llegó a alentar el hipotético ataque.
¡Cierren las maquilas: ya tenemos para vestir a seis generaciones!
Carta de amor a la industria de la moda que no sólo ha precarizado a trabajadores alrededor del mundo, contaminado las fuentes de agua y dejado montañas de ropa en el desierto sino que ya produjo suficientes prendas para que los humanos vistan de aquí al 2100.
Las declaraciones del precandidato republicano fueron recibidas en Europa como una muestra de que Estados Unidos puede dejarla sola. Francamente, yo diría que la dejó sola hace rato. Incluso, me atrevería a decir que se ha aprovechado de las debilidades estratégicas de sus aliados para domar al continente y quitarle la autonomía necesaria para salirse de una guerra en la que a veces parece otro proxy de Estados Unidos.
Como escribí en la columna pasada, Europa ha cargado con todo el peso de las consecuencias de las sanciones contra Rusia, las cuales se han manifestado en la mala hora de la economía y el retroceso en los objetivos ambientales de la UE. Mientras Estados Unidos sigue aumentando su producción de petróleo y gas, controlando la inflación e inyectando miles de millones de dólares a su economía, Europa apenas se repone del alza de precios de 2022 y 2023, pone en pausa sus objetivos de crecimiento sostenible y se enfrenta a una oleada histórica de manifestaciones del sector agrícola.
Todo lo anterior está directamente relacionado con la guerra. En el caso de las manifestaciones, aparte de la suspicacia hacia las políticas ambientales europeas y la reivindicación de la garantía de un precio mínimo de compra al productor –en muchas regiones agrícolas de Europa, los productores están vendiendo a pérdidas–, los manifestantes se quejan de que los cereales ucranianos están inundando los mercados europeos. En efecto, las medidas solidarias que Europa llevó a cabo para salvar el flujo de caja de Zelensky están agrietando su unidad política y acabando con su sector agrícola, que no puede competir con los bajos precios del trigo ucraniano, ni con los productos agrícolas altamente subsidiados de Estados Unidos. En el caso de la inflación y la agenda ambiental, la reducción del flujo de gas ruso ha obligado a Europa a comprarle gas licuado a Estados Unidos y a volver a quemar carbón para calentarse. A pesar de ser aliados, el gobierno de Biden no le ha descontado ni un centavo al precio de su gas, lo que ha puesto a las industrias europeas en una posición de desventaja con respecto a sus competidoras estadounidenses y chinas. Incluso países como Francia, España y Portugal se han visto afectados por la situación, a pesar de que el primero cuenta con una potente red de reactores nucleares y los segundos se desligaron del mercado europeo del gas, gracias a la “excepción ibérica”.
¿Qué sigue?
Si hay algo claro, es que Rusia puede aguantar muchos años más y está dispuesta a llevar al conflicto hasta las últimas consecuencias. La muerte en un accidente (¿accidente?) aéreo de Yevgueni Prigozhin, el líder de Wagner que se sublevó el año pasado, la sospechosa muerte en cautiverio de Alexéi Navalny y el desmoronamiento de la candidatura del antibelicista de derecha Boris Nadezhdin han confirmado el poder absoluto de Putin. En contraste, la postura díscola de Hungría, el belicismo de Polonia y las repúblicas bálticas y el reciente desacuerdo entre Macron y Scholz sobre la posibilidad de enviar tropas de la OTAN al frente tienen a Europa en un atolladero de incertidumbre y desarticulación política.
Estos dos años de guerra en Ucrania han puesto a Europa en una posición muy complicada que exige cambios urgentes en su política exterior. Ante el fiasco de una guerra que ha durado años en vez de meses, los líderes europeos se están preguntando si su relación con Estados Unidos en verdad es provechosa. Al mismo tiempo, la sociedad civil del continente está dando serias señales de fatiga y exigiendo una solución negociada del conflicto que, inevitablemente, por como pinta el frente, va a beneficiar a Rusia. Asegurar que esta guerra va a ser el fin de la OTAN puede parecer apresurado, pero ahí están los espasmos.
Coda
En la columna anterior, pequé de cuidadoso y me ceñí estrictamente a lo que dijo la Corte Internacional de Justicia (CIJ), que dice que lo que está pasando en Gaza es un «posible genocidio». Sin embargo, creo que, vistos el aparato propagandístico de Netanyahu y la censura en Occidente, debemos dar la batalla por las palabras, dejar a un lado las ambigüedades del lenguaje y llamar a las cosas por su nombre. Las Fuerzas de Defensa de Israel están cometiendo un genocidio en contra de los palestinos, y todo el mundo puede presenciarlo desde su celular. Debemos aprovechar espacios de opinión como este para condenar el genocidio, en vez de irnos a ver ballenas.