“Creo que, como millennial, nuestro cerebro está especialmente defectuoso en términos de productividad. Ya sea que te des por vencido o te sientas mal al respecto todo el tiempo”.
Cuando Dave Kyu, de 34 años, gestor cultural en Filadelfia, se dio cuenta de que estaría trabajando desde casa durante el futuro próximo, comenzó a fantasear acerca de proyectos que ahora podría concretar. “Fuimos a comprar un montón de pintura y material para una alacena y creímos que podríamos terminar lo que siempre habíamos querido hacer”, comentó. Dos semanas después, él y su esposa siguen sin tocar el material. Tienen dos hijos y trabajos muy exigentes. No hay tiempo de sobra. “Ahora, nos damos cuenta de que fue una idea absurda”, dijo Kyu. “Es mucho más estresante de lo que pensé”.
A medida que el brote de coronavirus nos hace vivir la mayoría del tiempo en interiores, muchas personas se están sintiendo presionadas a organizar todas las habitaciones de su casa, convertirse en cocineros expertos, escribir el próximo Rey Lear y ponerse en forma. Internet ―con su constante flujo de instrucciones para hacer cosas en los encabezados y retos virales― solo reforzó la exigencia de concluir proyectos. “Está por todos lados”, comentó Julie Ulstrup, que tiene 57 años y es fotógrafa en Colorado. “Está en publicaciones de blog, en las redes sociales, en correos electrónicos que recibo de personas donde se lee: ‘¡Aprovecha este tiempo de manera productiva!’. Como si por lo general no fuera así”.
No obstante, en medio de una pandemia global que cambió drásticamente casi todas las facetas de la vida moderna, a las personas les parece cada vez más difícil concluir sus proyectos. “Ya es suficientemente complicado ser productivo en las mejores épocas, ni hablar de cuando nos encontramos en una crisis global”, afirmó Chris Bailey, consultor de productividad y autor de Hyperfocus: How to Manage Your Attention in a World of Distraction (Hiperfoco: como manejar tu atención en un mundo de distracciones). “La idea de que ahora tenemos mucho tiempo disponible durante el día es fantástica, pero en estos momentos, eso es lo contrario a un lujo. Estamos en casa por obligación, y disponemos de mucha menos atención porque estamos viviendo cosas difíciles”.
Después de que su oficina anunciara que comenzaría a trabajar a distancia, Sara Johnson, de 30 años, que se desempeña en el sector filantrópico, creó un horario detallado de todas las cosas que haría con las tres horas adicionales al día que ya no invertiría en su traslado al empleo. “El fin de semana pasado me senté y sentí que no había aprovechado al máximo este tiempo que por lo general no tengo”, dijo. “Establecí una hora diaria en mi calendario para ejercitarme en casa. Luego tomaría llamadas durante tres horas, después me prepararía un desayuno casero, saldría a caminar a la hora del almuerzo, trabajaría por la tarde en algo que no involucrara una pantalla, haría la cena y saldría a correr”, explicó. Hasta ahora, reconoció, “no hice nada de eso”.
Esta necesidad de tener muchos logros, incluso en épocas de crisis a nivel global, es un reflejo de la cultura estadounidense del trabajo incesante. En un artículo reciente para The New Republic, el periodista Nick Martin escribió: “Esta mentalidad es el extremo natural de la cultura estadounidense del ajetreo: la idea de que cada nanosegundo de nuestra vida debe capitalizarse y estar dirigido a obtener un beneficio y a mejorar como persona”. Drew Millard lo describió de manera más directa en un ensayo para The Outline: Si tienes la suerte de tener un trabajo, a la única persona a la que le interesa lo que estás haciendo en este momento es a tu jefe. Ann Helen Petersen, periodista y autora del libro de próxima publicación Can’t Even: How Millennials Became the Burnout Generation (Ya no puedo: Cómo los millennials se convirtieron en la generación agotada), apoyó su declaración. “Estamos muy acostumbrados a hacer que cada momento sea productivo de alguna manera”, afirmó. “Como cuando das un paseo y piensas que deberías escuchar un podcast para mantenerte más informado o ser mejor persona”.
Petersen aseguró que el impulso de optimizar cada minuto es especialmente habitual en los millennials, muchos de los cuales ahora tratan de equilibrar el trabajo y el cuidado de los hijos en casa. “Creo que, como millennial, nuestro cerebro está especialmente defectuoso en términos de productividad”, señaló. “Ya sea que te des por vencido o te sientas mal al respecto todo el tiempo”. Maggie Schuman, de 32 años, se enfrenta a esa disyuntiva ahora que su familia está participando en un desafío de la aplicación de Pelotón, una plataforma para ejercitarse. “Cada día, todos envían una palomita verde y, por alguna razón, ahora que tengo en mi cabeza esta idea de lo que se supone que tengo que hacer, no lo hago”, afirmó Schuman, especialista de producto en California. “De cierta forma, siento que soy un fracaso”. También ignoró a su hermana cuando la etiquetó en un reto de lagartijas en Instagram.
En lugar de eso, Schuman comenzó un diario de gratitud y está trabajando en practicar la aceptación. “Se supone que debes estar inventando algo o se te debe estar ocurriendo la próxima gran idea comercial o debes hacer algo relevante que haga que el tiempo que pasas en casa valga la pena”, dijo. “Yo estoy tratando de sentirme bien con solo ser”. Noelle Kelso, de 38 años, consultora científica de Georgia, afirmó que está “tratando de descubrir la productividad en los pequeños momentos”, pero que los sucesos recientes pusieron la situación en perspectiva. “Para muchos estadounidenses, todos los empleos están en riesgo en estos momentos, sin importar si creías pertenecer a la clase media alta, media o a la clase trabajadora, el sustento de todos está en riesgo”, dijo. Ahora mismo se enfoca en no dejar que su mente “se deje llevar por el miedo, la preocupación, el pánico o el estrés”, explicó, y en lugar de eso se anima a “conservar la fe y mantenerse agradecida”. “Presionarme y estresarme de esa manera es increíblemente contraproducente”, dijo Ulstrup. “Me estoy estresando durante una época que ya es estresante”.
Adam Hasham, de 40 años, gerente de producción en Washington, afirmó que solo es cuestión de tiempo para que más gente se dé cuenta de que la auto-optimización en estos momentos es inútil. “Ya dejé de ver la luz al final del túnel”, dijo, y añadió que su optimismo respecto a la situación se había “esfumado por la ventana”. “Es como si estuvieras bajo el agua”, señaló Hasham. Petersen aseguró que ser compasivo es clave durante estos momentos. “Creo que todos lo sobrellevamos de maneras distintas y existe una tendencia real a avergonzar a las personas que no lo sobrellevan como tú o que están en circunstancias diferentes”, dijo. Descubrir los pequeños placeres también es útil. Bailey dio una sugerencia: “Pide algo de comida india y bebe una botella de vino con tu pareja. Estamos pasando por muchas cosas y lo único que necesitamos es tomarlo con calma”.
The
promise of these pieces, as well as others like them at other
publications, is to encourage the reader to maximize their time so that
they feel more active when stuck inside. Americans supposedly love to
work, and if you ever make the mistake of looking at social media,
you’ve surely stumbled across the cult of productivity demanding you to rise and grind in service of squeezing every last ounce of value from your decaying flesh. And it’s not just work we love, but experiences,
like traveling to Iceland, going to the My Chemical Romance tour, or
waiting three hours to eat at a hot new restaurant, only now our sole
experiences comprise some variety of: walking to the end of the block;
making a paranoid trip to the grocery store; sitting on the couch,
consuming some media; eating food and/or making it, and so on. We have
all this displaced energy because of current conditions, and so we need
somewhere to channel it, preferably in some direction that makes money
for someone (potentially even you!).
But here’s the thing: Nobody
gives a shit how productive you’re being right now, except your boss,
and even he’s easy to fool given the average gulf between “hours of work
I have to do” and “hours I am legally required to sit inside the
office.” At this point, work’s main function is the money; its secondary
function is serving as a distraction from worrying about what’s going
to happen a year, a month, a week from now, placing it on the same level
as reading books, being too online, bingeing Netflix, playing video games, and not writing King Lear.
Things are bad, but it’s unclear if this is going to be the sort of bad
where life is on momentary pause, or if life as we know it is going to
come crashing down and we’re just drinking margaritas at the mall.
My best guess is that we’ll end up somewhere between “fine” and “a less-fun version of that Tupac music video where they ripped off Mad Max Beyond Thunderdome.”
Some businesses will be ultimately unaffected by all of this, while
others will be hurt tremendously and permanently, and at the moment it’s
impossible to tell which is which. Nobody can. Typically, you work for
the promise of something better — a promotion, a raise, a future that’s
more promising than the present. But with all of that in terrifying
jeopardy, the demands are much lower. It is just enough to get by, if
that’s all you’re capable of, since “getting by” may be the new
emotional normal for months to come. (If you’re one of the superhumans
responding to contemporary conditions by suddenly maximizing your
productivity and turning into Jon Taffer on steroids, good for you, but
please leave the rest of us alone.) The knowledge that you have no
control over your own fate is a shitty feeling, one that is more acute
than usual, and you’d be forgiven if you took the space to process it
all, however that processing might manifest itself.
So if you’re
lucky enough to still be employed at all, don’t put too much pressure on
yourself to maintain the same level of productivity that you might in
your office. Productivity is, under normal circumstances, a
value-agnostic term — spending an entire day writing a 10,000-word
article would make me “productive,” but it wouldn’t guarantee that any
of those words were worth reading — and at a time when there’s a good
chance that entire sectors of the economy could vanish at a moment’s
notice and that 10 percent of Americans might be jobless on the other
side of this whole thing, “doing work” becomes a more abstract concept.
It can be genuinely helpful for one’s mental health to have something,
anything, to do right now, and if that’s the case for you, then you
should remember that you are at this point not working for the sake of
your employer, you’re working for your own sake, and for the sake of
those you work with.
If working from home helps you feel normal, then by all means, work as hard as you possibly can (personally, writing articles about coronavirus has been a great way to help me process my feelings about it all, but I understand that I’m in a relatively unnatural position). If you’re not feeling like working or if working is making you feel unnecessarily terrible, that’s pretty understandable. Fiddle with some mindless phone game for a while, read a book, whatever. It’s not that none of this matters; it’s that what matters right now is staying sane and safe, and different people have different ways of achieving that, all of which are equally valid. Just make sure you stay logged into Slack so your boss doesn’t notice you’re screwing around.