En un país de migrantes y desplazados, miles de historias se quedan en el olvido. Esta es la de Chavita, un personaje anónimo que en los últimos 60 años ha vivido con el recuerdo de un viaje sin retorno.
Número de hijos: 6 (Alberto, Martha, Carmenza (+), Álvaro, Nubia y Olga)
Número de nietos: 7
Número de bisnietos: 3
Número de hijos y nietos adoptivos: desconocido
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Mientras los titulares sobre el exilio del General Rojas Pinilla y el Frente Nacional inundaban las primeras planas de los periódicos, una joven de 21 años dejaba atrás todo lo que conocía, dejaba atrás su tierra y prometía que «nunca más regresaría a vivir en ella». Con un niño en sus brazos, una maleta de ropa, una imagen de la Virgen de Las Lajas y siguiendo las promesas de un hombre que la enamoro, Isabel, a quien llaman cariñosamente Chavita, viajó a Bogotá.
Durante las décadas de 1950 y 1960 en Colombia se da un éxodo de los sectores rurales a las ciudades, producto de la «violencia» y de un creciente desarrollo industrial. Bogotá registró un crecimiento del 6% anual, que según la profesora de la Universidad Nacional y doctora en Demografía Nubia Yaneth Ruiz, fue “desordenado y masivo”. Lo cual se reflejó en los barrios de la periferia, convertidos en focos de asentamientos de migrantes rurales. Bogotá creció a partir de los flujos migratorios internos, a tal punto que para el censo de 1964, se registró «que el 71% de los hombres entre los 15 y los 64 años residentes en Bogotá “eran migrantes”».
Rumbo a Bogotá
Chavita salió de Potosí, un pequeño municipio en el Departamento de Nariño, que hoy apenas supera los 12.000 habitantes. Allá conoció y se enamoró de un obrero que trabajaba en la construcción de carreteras. Llena de ilusiones decidió viajar con él a Bogotá. Pero al llegar se enteró que él tenía otro hogar con 5 hijos y una esposa, que al igual que ella se llamaba Isabel. A pesar de esto, su promesa de no volver se mantuvo y decidió adaptarse a las circunstancias. Después de todo, «¿para qué mirar atrás?».
La realidad del momento: un niño que empezaba a caminar, una niña en camino, un esposo con otra familia que alimentar, una habitación pequeña de madera para vivir, una ciudad gigante y lejos de su familia. La esperanza: «la certeza de que Dios no la iba a abandonar, una suegra y una cuñada que la iban a apoyar, una familia en el inquilinato que la acogió como a una hija y tejer ropa de bebé para vender y así asegurar un ingreso».
Una casa, un hogar
Después de siete años y con 5 niños, obtuvo un cupo en un proyecto de la Caja de Vivienda Popular (CVP), un acuerdo del Concejo Municipal de Bogotá, que desde 1942 permitió iniciar la construcción de barrios populares, con recursos del Estado y de la ciudad. Las casas se entregarían a familias para que las pagaran a cuotas. Gracias a este acuerdo, Chavita logró tener una casa en los cerros de centro-oriente de la ciudad, donde aún predominaba el bosque. La casa estaba en obra negra y ni siquiera tenía ventanas. Dado que el barrio, como la ciudad, se construía sobre la marcha, «no había luz, ni agua» y las calles estaban sin pavimentar.
El día del trasteó llovió a tal punto que era imposible el tránsito por ese camino. Un militar que pasaba por el lugar se compadeció de su situación y la ayudó a trastearse. Un comienzo difícil, pero no por eso se iba a rendir: «ya tenía un lugar “propio” donde vivir y a pesar que no era lo que en principio hubiera deseado, ya estaba allí».
Tejer no era suficiente. Así que Chavita inició en un puesto vendiendo tintos. Los cuales, se convirtieron en desayunos y luego en almuerzos que vendía de lunes a domingo, sin descanso alguno. No contaba con más ayudantes que sus propios hijos y la jornada era realmente extenuante: «levantarse temprano para poner a hervir las ollas, ir hasta la plaza de mercado a comprar lo necesario, volver a cocinar en estufa de carbón, vender la comida, lavar platos y dejar alistando el mayor número de tareas para el otro día». Un trabajo arduo que le permitió enseñarles a trabajar a sus hijos, mantener a su familia, pagar puntualmente las cuotas de la casa y dar de comer a buena parte de los hijos de los vecinos que rondaban el puesto.
Una tragedia
Cuando su hijo mayor presentaba juramento a la bandera en una base militar en Villavicencio, ella fue a visitarlo junto a su esposo y Carmenza —la tercera de sus hijas—. En el trayecto, el bus en el que viajaban se fue a un abismo y su hija murió a los pocos días en un hospital. Ella y su esposo fueron dos de los únicos tres sobrevivientes del accidente. Después de un mes en el hospital, se enteró de la muerte de su hija, un funeral al que nunca asistió, un esposo en otro hospital, un duelo que se aplazó, porque la realidad del momento la obligaba a regresar a su trabajo para poder pagar la hospitalización de su esposo. Además, «cuando tienes 5 hijos vivos no puedes ahogarte en la pena por el que se murió, tienes que trabajar por los que quedan, por los que te necesitan». Después del accidente su esposo nunca se recuperó por completo: «no quedaba más alternativa que seguir trabajando».
Hoy
Isabel trabajo durante más de 40 años, gracias a su esfuerzo logró sacar a su familia adelante y hoy en día dos de sus hijos y uno de sus nietos son profesionales. Tres de sus nietos se encuentran en la universidad y los demás se desempeñan en diferentes trabajos.
Ella es una mujer muy fuerte que se adaptó a las circunstancias y gracias a su trabajo arduo logró constituir de la nada un patrimonio estable para su familia. Hoy en día, trabaja los fines de semana con sus hijas en su restaurante, ahora ya no lo hace por necesidad sino más como una obra social, ella manifiesta que le produce «una profunda satisfacción saber que las personas pueden comer al brindar este servicio».
Su vida, no es sólo el ejemplo de tantas personas que llegaron a Bogotá, buscando nuevas alternativas, siguiendo un sueño o simplemente desplazadas por las circunstancias. Su vida es un ejemplo de constancia y trabajo.
Una joven que viene de un lugar que, como muchos afirmarían, está en la parte trasera del mapa de Colombia, se convirtió en ejemplo de superación y de solidaridad. Chavita se caracteriza porque transmite mucho amor a todas las personas que tenemos la oportunidad de conocerla, a tal punto que tiene un número desconocido de hijos y nietos adoptivos.
Dato Adicional
Durante el quinquenio 2000-2005 más de 81.000 personas migraron a Bogotá. Los motivos de la migración van desde desplazamiento forzado hasta migración en búsqueda de mejores oportunidades laborales o estudiantiles. Pero más allá del motivo, cabe señalar que, Bogotá es una ciudad rica por la variedad de personas que la componen, cada una tiene una historia llena de luces y sombras, una historia para contar.
* Sarah Muñoz es estudiante de Ciencia Política y de la opción en periodismo del CEPER. Esta historia se realizó en el marco de la edición GÜELCOM —historias foráneas en Bogotá—de la clase Laboratorio de Medios.