Los días internacionales de cualquier cosa, de la justicia social, de la radio, de la danza, de la salud mental, del urbanismo y de los humedales, por nombrar algunos de los que están señalados en el calendario para que los recordemos, tienen hastiados a muchos y dese hace rato. La verdad, es comprensible. En los registros web de días internacionales y mundiales pueden encontrarse hasta más de doscientas fechas. Y aunque en los récords de la ONU el calendario es menos apretado, hay alrededor de ciento ochenta días para conmemorar. Hay tantos días internacionales y mundiales que ¿quién no se cansa, sobre todo de la publicidad que se le hace a algunos de ellos, comercialmente e incluso mediáticamente? Pero aunque sean muchos, estos días dan pié para discusiones grandes y agitadas que algún resultado interesante arrojarán. Son incluso útiles para considerar las contradicciones y el desencanto de mantener ciertas fechas vigentes que a veces naturalizan prácticas inaceptables o que excluyen otra variedad de realidades.
El caso del Día de la conmemoración de las víctimas del holocausto es iluminador. Se celebra el 27 de enero de cada año, en el aniversario de la liberación de los campos de concentración nazi, y pretende recordarnos que toda violencia racial, étnica y religiosa, en cualquier lugar, es intolerable y condenable. Pero quienes saben que los Roma, además del grandísimo número de judíos, también sufrieron el holocausto nazi, critican que esta fecha pueda servir para privilegiar una memoria judía, ignorando otras víctimas importantes de la historia: los Roma mismos, por su puesto, y los armenios en Turquía en la época de la disolución del imperio Otomano entre 1908 y 1925, por ejemplo. Este día es polémico y da para conformidades e inconformidades.
La violencia consiste no sólo en agresiones físicas y sexuales, sino en marginalización laboral y deterioro continuo de las condiciones sociales y económicas de las mujeres
Hace poco, se conmemoraba el Día internacional de la no violencia contra las mujeres, y por supuesto alrededor de estos días que tienen la palabra mujeres hay también todo tipo de polémicas. Lo sabemos bien, y todavía más en el mes de marzo cuando se celebra el Día internacional de la mujer y algunos defienden la causa política e histórica de la fecha mientras otros dan a las mujeres flores en las empresas y en sus casas. De nuevo, más allá de esas discusiones y desencuentros, sin embargo, estos días son una ventana para repensar algunos de los problemas que persisten en nuestras sociedades y revelar las búsquedas que se emprenden para solucionarlos.
Específicamente, el Día de la no violencia contra las mujeres vuelve sobre problemas diarios que muchos creen ingenuamente superados: existe en nuestro país inequidad de género; la violencia consiste no sólo en agresiones físicas y sexuales, sino en marginalización laboral y deterioro continuo de las condiciones sociales y económicas de las mujeres; en el conflicto, las mujeres pierden con creces; todo esto, se combina con el problema cotidiano, pero muchas veces minimizado, de la misoginia escondida en los chistes tipo “tenía que ser mujer para…”.
El Día de la no violencia contra las mujeres genera, con seguridad, inquietudes: ¿quién se inventó esto de la necesidad de una equidad de género y quién decide lo que es violencia contra las mujeres? ¿Por qué esperar a un día de conmemoración para denunciar, recordar y visibilizar la violencia que sufren las mujeres? ¿Quién dice que lo que es tenido como violencia en un lugar no lo es en otro? Estas preguntas y los debates que generen otras más son importantísimos. Además, sea como sea, este día también pone en escena a mujeres que seguirían a la sombra de no ser por el pretexto de celebrarlo. ¿Vamos a sostener que es vacío conocer lo que estas mujeres hacen con otras y por otras?
*Una versión de esta columna fue publicada previamente en El Espectador.