A pesar de todas las recomendaciones de las autoridades, las imágenes de carros de mercado llenos de papel higiénico y las filas interminables para entrar a discotecas del fin de semana siguen siendo noticia. ¿Cómo se explica la desobediencia en los tiempos del virus?
Profesora Facultad de Administración de la Universidad de los Andes
18.03.2020
El número de contagiados por el COVID-19 en Colombia ha superado los 100. Hoy podemos decir que la expansión del virus en el país ha sido más rápida que en Italia, España y otros países del mundo. Es un virus muy agresivo y lo que sabemos que funciona para parar su contagio es lavarse las manos, evitar tocarse la cara, taparse cuando estornuda y tose, y, sobre todo, distanciarse físicamente: quedarse en casa para limitar el número de interacciones sociales posibles. Aunque las recomendaciones son simples y relativamente fáciles de seguir, pareciera que el pánico nos está desviando la atención hacia acciones para nada efectivas y que ponen en riesgo la salud de cientos de miles personas vulnerables y pueden socavar el bienestar general.
Las expectativas sociales también juegan un papel importante en explicar por qué la gente no se distancia/aísla socialmente si es lo recomendado.
Podría hablar, por ejemplo, del “panic buying” o las compras de pánico como un mecanismo para mantener el control en situaciones inciertas (reflejado, sobre todo, en la compra de cantidades irracionales de papel higiénico, gel antibacterial y alcohol). Aunque este comportamiento puede llegar a afectar el bienestar general por desabastecimiento de algunos productos básicos, e incluso algunas tiendas están poniendo límites a las compras individuales, el comportamiento más preocupante durante la escalada de la pandemia es el de las personas que siguen saliendo a eventos masivos durante el fin de semana que pasó y las que, en general, no toman medidas para distanciarse socialmente.
Hacer visible el gran esfuerzo que está haciendo la mayoría de la población puede ayudar a ajustar las expectativas y cambiar comportamientos.
Desde la teoría de la auto-determinación sabemos que a la gente, en general, no le gusta que la controlen a través de intervenciones externas. Sabemos que las personas son reticentes al control porque valoran su propia autonomía; valoran poder tomar sus propias decisiones. El control genera comportamientos desafiantes, sobre todo entre los jóvenes. Que algunos jóvenes hayan decidido “desafiar” las recomendaciones de salud pública y aglomerarse en diferentes sitios de fiesta capitalina este fin de semana puede ser explicado por esta aversión a que las autoridades me controlen y me digan qué hacer. Sí, está bien reclamar autonomía, está bien desafiar el sistema. Pero en un contexto de pandemia es una completa irresponsabilidad.
Este comportamiento también se puede explicar por dos sesgos cognitivos comúnmente identificados: el sesgo de sobre optimismo —“eso”, piensan “no me va a pasar a mí”— y el sesgo de proyección — “no puedo imaginarme a mi misma en una mala situación en el futuro—. El sesgo de sobre-optimismo se puede “combatir”, al menos parcialmente, a través de información: la mayoría de los casos confirmados en Colombia son personas entre 20 y 29 años. El sesgo de proyección, si bien es más difícil de cambiar puede atacarse apelando a comportamientos pro-sociales: puede que sea incapaz de imaginarme en una mala situación, pero tal vez es más fácil imaginar a los que quiero en una mala situación, y querer evitarla. Identificar y comprender los sesgos debe ayudarnos a actuar de manera más reflexiva y pensando en el bien común.
Las expectativas sociales también juegan un papel importante en explicar por qué la gente no se distancia/aísla socialmente si es lo recomendado. Nuestras expectativas sobre los comportamientos y creencias de otras personas pueden estar influenciando nuestras propias decisiones. Afirmaciones del tipo “de qué sirve que yo me cuide si la mayoría no lo hace” es un ejemplo de esto. Por esto, hacer visible el gran esfuerzo que está haciendo la mayoría de la población puede ayudar a ajustar las expectativas y cambiar comportamientos. Y sancionar socialmente conductas egoístas como la de muchos viajeros que vienen de países con altas tasas de contagio, que no acatan las recomendaciones, y que rompen los esfuerzos de muchos.
Dependemos del aislamiento voluntario para disminuir la propagación. La probabilidad de contagiarse no sólo depende de sus propios cuidados, depende también de qué tan bien se cuiden los demás. Esto supone, claro, poner el interés colectivo sobre el individual. A veces, de manera incondicional. Sin importar que haya gente que ponga sus intereses por encima de los de los demás, como ocurrió con una mujer que habría viajado sin avisar que tenía síntomas del virus. Nadie quiere auto-aislarse, pero los beneficios colectivos son claros. Detener el contagio es un problema de acción colectiva y para resolverlo, o al menos diluirlo en el tiempo, tenemos que activar nuestros comportamientos pro-sociales. Es decir, cuidarme porque así cuido a los demás. A los más vulnerables, a los y las médicas y enfermeras que están en la primera línea cuidándonos a todos.