por
01.03.2025
Isabella Bobadilla
fotógrafa
01.03.2025
todas las fotos por la autora
Estos vehículos, pequeños y ágiles, se han convertido en una herramienta indispensable para repartidores de plataformas como Rappi o Didi, pero también causan controversia por su impacto ambiental y el ruido que generan. Fotoreportaje.
En Bogotá, los ciclomotores son una presencia constante en las calles, especialmente en sectores donde los repartidores de aplicaciones de delivery realizan sus entregas.
En los últimos años se han convertido en una herramienta indispensable de un sector de la economía informal. Aunque no hay cifras oficiales precisas, se estima que miles de estos vehículos circulan diariamente. Según datos de la Secretaría de Movilidad, un alto porcentaje de estos vehículos no cuenta con la revisión tecno mecánica al día, y un número significativo carece de SOAT, el seguro obligatorio que cubre accidentes de tránsito.
Para los repartidores, estos motores son una solución económica. Un tanque lleno de gasolina, que ronda en los 6.000 pesos diarios, les permite recorrer la ciudad y cumplir con múltiples pedidos. Sin embargo, la falta de documentación y regulación los convierte en blanco fácil de la policía de tránsito. «Nos paran constantemente, nos multan y a veces nos quitan las ciclas. Pero ¿qué le hacemos? Necesitamos trabajar», comenta Juan Ángel, un repartidor de Rappi que trabaja en el centro de la ciudad.
Los ciclomotores son la mezcla de dos tecnologías. La bicicleta –un medio de transporte que ya cuenta con más de doscientos años de historia y popularidad en el mundo entero– y el motor de dos tiempos –una tecnología de combustión interna, sencilla pero menos eficiente y más contaminante que los motores de cuatro tiempos–. Estos motores funcionan con una mezcla de gasolina y aceite, que se quema durante el proceso de combustión.
En un motor de dos tiempos, el ciclo de trabajo se completa en dos movimientos del pistón (una subida y una bajada), a diferencia de los motores de cuatro tiempos, que requieren cuatro movimientos. Esto los hace más livianos y económicos, pero también menos eficientes en términos de consumo de combustible.
En el taller Frank el Líder, ubicado en Suba y creado en 2022, Alejandro, un mecánico que lleva cuatro años trabajando allí, explica cómo aprendió a reparar estos motores: «Empezamos comprando motores dañados y viendo cómo se arreglaban. También comprábamos motores nuevos y los desarmaba para entender cómo funcionaban». Este conocimiento empírico ha convertido a Frank el Líder en un lugar de referencia para quienes buscan mantener sus ciclomotores en funcionamiento.
«Estos motores son baratos y fáciles de reparar, pero contaminan mucho y hacen mucho ruido», explica Alejandro. Además, al quemar la mezcla de gasolina y aceite, liberan partículas contaminantes y humo, lo que contribuye a la polución del aire en la ciudad.
David González, un repartidor de Rappi que trabaja por Galerías y utiliza una bicicleta sin motor, describe lo complicado que puede ser no contar con un ciclomotor: “El 50% o más de los repartidores de Bogotá tienen ciclomotor. Porque en bicicleta, dando pedal, no aguanta para poder ganar bien. De resto, pailas. Si sales a las 7 a.m., a las 4 p.m. ya estás cansado, que no das más, y si apenas llevas 30 mil pesos, ya con eso te vas. Pero por bien que me vaya, máximo me hago entre 60.000 a 90.000 pesos”.
En cambio, Juan Ángel, que trabaja en el centro y tiene instalado un motor en su bicicleta, se hace entre 100.000 y 120.000 pesos en una jornada de trabajo.
Sin embargo, llevar un ciclomotor puede traer muchos problemas. La Secretaría Distrital de Movilidad expidió la Resolución 137609 de 2023, que establece restricciones específicas para la circulación de ciclomotores en ciertas zonas y vías de la ciudad. Según esta normativa, los ciclomotores o vehículos con cilindraje no superior a 50 cm³ –si son de combustión interna– tienen prohibido transitar por las vías troncales del SITP y por los carriles preferenciales destinados a los buses zonales.
Además, de acuerdo con la Resolución 160 de 2017, estos vehículos no pueden circular sobre aceras, andenes, ciclorutas o cualquier tipo de cicloinfraestructura. Es decir que los ciclomotores tienen prohibido transitar por los 609 kilómetros de ciclorrutas y en general para cualquier espacio destinado exclusivamente al tránsito de peatones o bicicletas. Solo pueden circular por las vías vehiculares (que no sean troncales del SITP).
Para muchos repartidores, estas restricciones representan un obstáculo más en su ya complicada labor.
Galería del hospital más antiguo de Bogotá.
Click acá para verEn talleres como el de Alejandro gran parte de estos ciclomotores son importados de China y no cuentan con número de serie, lo que imposibilita su registro ante las autoridades. «Estos motores no son costosos y fáciles de reparar, pero quizá no están diseñados para cumplir con las normas», afirma. Un motor de dos tiempos cuesta entre 600.000 y 800.000 pesos. La instalación del motor, 90.000 pesos.
La falta de serial no solo dificulta la legalización, sino que también representa un riesgo para los usuarios. Alejandro explica que “no tienen serial de importación, porque los compran en cantidades grandes, en el cual la empresa como tal, no les coloca serial, solo los entregan como un producto nulo y con un recibo. El ciclo solo cuenta con un solo serial que es el del marco de la bicicleta”. Al no pasar por una revisión tecno mecánica, muchos de estos vehículos circulan con fallas técnicas que pueden provocar accidentes. Según cifras del Instituto Nacional de Medicina Legal, en 2024 se registraron 1.200 accidentes de tránsito en Bogotá involucrando ciclomotores, con 50 fallecidos.
Además de los problemas legales, los ciclomotores son señalados por su impacto ambiental y acústico. Estos vehículos, especialmente los equipados con motores de dos tiempos, emiten niveles significativos de ruido y contaminación, lo que ha generado quejas en barrios residenciales.
En cuanto a la contaminación, aunque estos vehículos consumen menos combustible que un automóvil, su tecnología obsoleta los hace más contaminantes. La Secretaría de Ambiente reporta que el 10% de las emisiones de monóxido de carbono en la ciudad provienen de motores de dos tiempos, como los que equipan a muchos ciclomotores.
El Código Nacional de Tránsito establece que todos los vehículos motorizados deben contar con SOAT, revisión tecno mecánica y placas para circular legalmente. Sin embargo, la mayoría de los ciclomotores no cumplen con estos requisitos, lo que los convierte en objetivo frecuente de la policía.
«Nos paran constantemente, nos piden papeles que no tenemos y nos multan. A veces nos quitan los motores y nos toca pagar para recuperarlos», cuenta David. Esta situación genera un círculo vicioso: los repartidores necesitan trabajar para pagar las multas, pero las multas les dificultan seguir trabajando.
Mientras tanto, los ciclomotores siguen siendo un símbolo de la economía informal en Bogotá. Para muchos, representan una forma de sobrevivir en una ciudad donde el desempleo ronda el 9,7%. Para otros, son un problema que debe ser abordado con urgencia. Lo cierto es que, en medio del ruido y el humo, hay historias y esfuerzo.