Henry murió en Ochalí, Antioquia la noche del miércoles 19 de septiembre. Tenía 27 años y llevaba siete meses trabajando para la minera Continental Gold. La llamada que dio cuenta de la noticia llegó en la mañana del jueves. No recuerdo la hora exacta pero sé que era temprano. Yo estaba dormida y mi papá aún no había salido para la oficina. Mi mamá entró a mi habitación con el celular en la mano, en alta voz. Me desperté y escuché. El hombre al otro lado fue breve. Lo que había era un dato simple, frío: mi hermano estaba muerto. Entré en caos y repetí alterada ¡mi hermano, mi hermano, no!
Nadie imagina mi desconsuelo durante los días siguientes. Basta con mencionar que me desmayé un total de seis veces, entre el funeral y la inhumación.
Hoy, dos semanas después de su asesinato, y cuando los titulares de los periódicos recuerdan de diferentes maneras su muerte, luego de que el ejército bombardeó el campamento de alias Cabuyo, yo prefiero revisar las certezas sobre su vida.
Sé que yo nací un año y cinco meses primero pero él era mayor. Siempre lo fue.
Eramos tres hermanos, Henry era el del medio. Cada uno de nosotros nació en lugares distintos. Él fue el único que nació en la costa y conservó nuestra ascendencia en su personalidad extrovertida.
¿Qué puedo decir de Henry? Mucho y a la vez poco, como diría Julio Cortázar: “Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”.
Empezaré por mencionar que hace dos años él me salvó la vida. Literalmente así fue.
Tuve un accidente horrible, que me eriza la piel con tan solo recordarlo. Abracé a un perro y este me atacó. Yo caí de espaldas y entonces, me mordió la cara. No sé cómo no quedé desfigurada y sin ojos. Mi hermano me quitó al animal de encima.
Mi rostro estaba vuelto nada cuando llegué a urgencias. El médico de turno dijo: “las heridas de perro no se suturan, pero en tu caso, hay que poner varios puntos. Ve a la sala de espera y en un rato te llama el cirujano plástico”. Faltaban cuatro días para que yo tuviera que regresar a Venecia, Italia, donde estaba haciendo mi segunda maestría. Mi angustia era indescriptible: debía viajar con la cara destrozada y retomar sin excusa mis actividades académicas. Henry, en cambio, estaba muy feliz. Le daba las gracias a Dios porque yo estaba viva. Su hermanita estaba viva y eso era lo único importante.
Tras su muerte nos contactó un geólogo pensionado que quería hacernos llegar las condolencias por parte de una prestigiosa geóloga de la NASA.
Mi hermanito siempre estaba disponible para mí, incluso si en ocasiones eso significaba asumir mi lugar. Por ejemplo, fue él quien recibió mi diploma como politóloga de la Universidad de Los Andes, pues para la fecha de grado yo ya había iniciado mi primera maestría en Italia.
Él era una persona brillante, su inteligencia era desbordante. Todo su bachillerato lo estudió becado por excelencia académica y se graduó con siete honores diferentes. Ocupó el primer puesto en el Icfes. Pasó a la Universidad Nacional. Una revista científica de Estados Unidos le publicó un artículo de 62 páginas, un resumen de su tesis, galardonada en distintos lugares y presentada en un Congreso en Barcelona. Era una tesis de pregrado, que los expertos catalogaron como de maestría.
Tal vez pocos saben que su excelencia lo llevó también a ser profesor de petrofísica de la Universidad ELITE (Escuela Latinoamericana de Ingenieros Tecnólogos y Empresarios).
Mi hermano era tan dulce como fuerte. Y era tan encantador que incluso las chicas eran quienes lo buscaban. Muchas veces parecía duro pero en realidad era muy disciplinado.
Siempre encontraba la manera de animarme y animar a quien le confiaban sus problemas. Sé que no solamente era mi confidente sino el de muchas personas.
Algo curioso es que yo nunca presumí mis logros, como mi grado Cum Laude en mi primera maestría. Él, en cambio, se lo contó a todos. De eso me enteré en su funeral: sus amigos se acercaron y me contaron las cosas bellas que él hablaba de mí, y lo orgulloso que estaba de mí. Yo recordé, destrozada, cada momento en el cual él impidió que me rindiera.
Sé que siempre amó la ciencia y que era una pasión que le llenaba de emoción el corazón. Nosotros dos éramos muy diferentes: yo siempre tuve una vena artística muy marcada y él desde niño soñaba con ir a la Nasa. Recuerdo que cuando tenía 10 años, leyó un libro de Stephen Hawking que él mismo compró con los ahorros que guardaba de lo que le daban mis papás.
Para sorpresa nuestra, tras su muerte, a mi papá lo contactó un geólogo pensionado que nos pedía un correo electrónico para hacernos llegar las condolencias de una prestigiosa geóloga de la NASA.
Tenía metas muy grandes y fijas. Era una persona profundamente admirable y bastante perfeccionista, quizá rozaba el límite del perfeccionismo en todo lo que hacía.
Ejemplo de ello es cómo se preparó para pasar la prueba de conocimiento que le concedió el empleo en la minera Continental Gold. Yo estaba viviendo en Alemania y recuerdo que para esos días hablábamos poco porque él estudiaba muchísimo. Quería ser excelente y su fuerte era el la geología del petróleo y no la minería. Estaba muy entusiasmado de aprender algo nuevo.
Mi hermano era geocientífico, una disciplina más enfocada a la investigación, y geólogo y por eso, tenía las dos tarjetas profesionales. Era el único geólogo de su entorno laboral, egresado de una universidad privada. Aún así, me contó que nunca sintió intriga o envidia por parte de sus compañeros. Es decir, el típico recelo que los estudiantes de universidad pública expresan hacia los uniandinos. Trabajaba en un ambiente muy sano. No sé si todos eran amigos pero sí llevaban una convivencia basada en el respeto.
Cuando lo aceptaron se mudó a Medellín. Arrendó un apartamento donde no estaba casi nunca. Trabajaba veinte días y descansaba diez, en los que regresaba a Bogotá para estar con nosotros.
Su último descanso fue bello y los días volaron. Henry tenía que viajar nuevamente a Medellín para empezar el próximo turno.
Recuerdo que lo llevamos un domingo al aeropuerto mi mamá, mi papá y yo. Al momento de despedirnos, él y yo nos abrazamos con una infinita dulzura y yo sentí una tristeza inmensa que no sé cómo explicar. Le dije que me sentía como cuando nos despedimos en el aeropuerto de Venecia, tras él haberme visitado allí.
No tengo manera de expresar lo mucho que me duele su asesinato. Especialmente me duele porque dada la exigencia física y demás del trabajo le pedí muchas veces que renunciara. Se lo supliqué. “No tienes una esposa, no tienes hijos, no tienes que responder por una familia”, le decía yo, porque él me había contado que sus compañeros estaban trabajando allí por necesidad. Pero él no. Mi hermano tenía muchos sueños, y uno de esos era poder seguir estudiando.
Henry fue sobre todo, la mejor persona me puso la vida. Hoy lo único que me reconforta es saber que está en el cielo, que es el único lugar que se merecía. Él es un ángel y eso es lo único que me da paz, saber que ahora es eternidad.
Desde el día que recibimos la noticia, la prensa ha estado insistiendo y pidiendo que demos declaraciones, pero hemos preferido vivir nuestro duelo en silencio.
Quienes conocieron a mi hermano académica y laboralmente saben que él era una promesa para la ciencia, incluso algunos lo llamaban “El Messi de la Geología”
Hoy lo único que me reconforta es saber que está en el cielo, que es el único lugar que se merecía.
Seguimos siendo un núcleo familiar de siete miembros: papás, tres hermanos y dos siberianos. No importa que uno de nosotros se nos haya adelantado al encuentro con Dios. En realidad Henry no murió, sino que se transformó en un ser más sublime. Dejó su cuerpo físico para convertirse en un ángel. Como familia la tristeza nos inunda, hasta nuestros dos lobos están muy tristes. Parecen estar sumidos en el aletargamiento.
Agradezco sinceramente y con el corazón a las personas, empresas, asociaciones e instituciones que han querido honrar a mi hermano. Es un verdadero orgullo para mí ver que su corto viaje en esta Tierra dejó un impacto tan bello y positivo en los escenarios donde con alegría se movió.
Sui generis. Eso era mi hermano. Y lo amo, eternamente lo amo.