En estas elecciones, que muchos candidatos quieran ser independientes se está volviendo un problema. Llegar solos a Alcaldías y Gobernaciones, y no contar con una mayoría que los acompañe en Concejos y Asambleas, implica, entre otras cosas, no tener suficiente capacidad de gestión. El Gobierno no es un asunto de individuos sino de colectivos.
Se necesitan individuos que hagan parte de los colectivos para que, con mayorías, puedan aprobar proyectos. ¿Qué hacemos teniendo alcaldes independientes con todo el Concejo en contra?
En Colombia, los políticos empezaron a tomar distancia de los partidos Liberal y Conservador hacia mediados de los ochenta, cuando el bipartidismo empezó a desdibujarse . Durante los noventas se mantiene el régimen bipartidista aunque, en el fondo, surgen varias alternativas como los Liberales de Tolima o Conservadores de ‘x’ que aclaran que, a pesar del apellido, están parados en otro lugar que los aleja de la mala reputación de los partidos. Los candidatos dicen ser “buenos, a pesar de ser liberales o conservadores”. Pero el apellido todavía importa. Solo hasta la reforma política de 2003 se termina por oficializar el sistema multipartidista.
Hoy la independencia se valora como positiva en contraposición a la dependencia, que es percibida como un lastre. Es como si cargar con el aval de un partido restara, como si el partido fuera peso muerto. El candidato independiente quiere decir que quién toma las decisiones es él, no su partido. Se quiere mostrar como un espíritu libre que, en virtud de su independencia, va a sacar adelante la ciudad. Quiere desmarcarse de su partido para lavarse las manos de sus problemas. Parece una estrategia de mercadeo político para presentarse con un valor agregado, aunque nunca nos dicen muy bien por qué quieren ser independientes o de qué son independientes.
Los partidos también son importantes para rendir de cuentas a sus electores. Si un partido o el candidato que pertenece a una colectividad incumple o falta a su palabra, el elector lo recuerda en la siguiente elección y decide si vuelve a votar por él o no.
Lo cierto, sin embargo, es que cuando un candidato hace parte de un partido podemos ubicarlo en el espectro político. Pertenecer a Cambio Radical o al Centro Democrático o al Polo Democrático o al Partido Verde, implica un tomar partido por un proyecto político o una posición ideológica determinada. Al independiente, en cambio, no se sabe dónde ponerlo. No se conocen sus alianzas, no se sabe con quién va a gobernar.
Sergio Fajardo es un buen ejemplo. Al escudarse en su independencia el elector no sabe qué representa, no es claro si su ubica en el lado que más le conviene. En las elecciones presidenciales estaba gravitando entre el centro y la izquierda, buscando en algún momento alianzas con Claudia López y con Gustavo Petro. Hoy parece gravitar hacia la derecha, acercándose al Centro Democrático. Es dificilísimo saber quién es Fajardo y qué ofrece porque si de un año a otro cambió tan drásticamente de posición ideológica, no es claro dónde se va a parar mañana si llega a tener una posición de poder.
Los partidos también son importantes para rendir de cuentas a sus electores. Si un partido o el candidato que pertenece a una colectividad incumple o falta a su palabra, el elector lo recuerda en la siguiente elección y decide si vuelve a votar por él o no. Ante los independientes, en cambio, no hay con quién rendirles cuentas.
Por eso, la independencia hoy solo es una cualidad por el concepto que tiene la ciudadanía de ella.
Es cierto que en Colombia los partidos deberían ser mucho más sólidos, mucho más institucionalizados y mucho más representativos (que recogieran los intereses y preocupaciones de los ciudadanos para ofrecer soluciones a través de su gestión). Pero hay algunos que funcionan, el Partido Mira y el Centro Democrático, por ejemplo. El primero es un partido cristiano que depende de una Iglesia tanto en funcionamiento como en su agenda política. El Centro Democrático es parecido: prometió que modificaría y que no profundizaría la implementación del Acuerdo de Paz con las Farc y lo está cumpliendo. En ambos, sus electores se sienten representados.
El resto de partidos, en cambio, son vaporosos y menos sólidos a la hora de definir su proyecto ideológico, las políticas que se desprenden de éste y los resultados que pueden ofrecer a la ciudadanía.
Pero la independencia no es una solución a esos problemas. Es, si acaso, un síntoma.
El ejemplo claro es el de Carlos Fernando Galán, que aunque ha edificado toda su campaña en la independencia, sabemos que es muy cercano a Germán Vargas Lleras y a su partido, Cambio Radical. Por eso, si gana, es de esperar que cuente con su colaboración. Pero el hecho de que el candidato marque distancia pública con ese partido es sintomático de que las cosas en ese partido no andan bien.
Usar la bandera de la independencia es instrumental y en últimas, les quita posibilidad de ser representativos.
Además, los independientes pueden volverse caudillos populistas como le pasó a Rafael Correa en Ecuador o a Hugo Chávez en Venezuela, por mencionar algunos. El caudillismo es una forma de independencia. Antes los llamábamos outsiders y durante unos años, hicieron carrera en América Latina. Por ejemplo, Alberto Fujimori en Perú: él se desmarcó de los partidos y se convirtió en una figura muy popular. Pasó lo mismo con Collor de Melo en Brasil. Las dos experiencias terminaron siendo catastróficas. La de Fujimori lo fue no sólo en el entramado político sino en el nivel de vulneración de derechos humanos.
Hay otros, como Gustavo Petro, que se quieren desmarcar de un partido político, no para crear otro, sino para formar movimientos como la Colombia Humana. Al menos, en esos casos intentan venderse como un colectivo y no como un independiente.
Es evidente que los líderes políticos quieren hacer cambios, tener poder de decisión y manejar recursos. Usar la bandera de la independencia es instrumental y en últimas, les quita posibilidad de ser representativos. Un candidato sin partido no tiene quién lo respalde.
Por eso, en el fondo la pregunta persiste: ¿Queremos realmente tener ruedas sueltas?