Barrismo, perubólica y piratería: ¿por qué Bucaramanga es un epicentro cumbiero popular?

Entre perubólicas, ventas informales, minitecas, danzas y barrismo, Bucaramanga se posiciona como la capital de las cumbias, una identidad y contracultura que nace en los jóvenes de las barriadas. 6 datos sobre este fenómeno.

por

Isabella Daza


20.12.2025

Portada: Isabella Londoño.

Después de la lamentable muerte de un asistente al concierto de Damas Gratis en Bogotá, las redes sociales se llenaron de comentarios cargados de odio hacia los barristas y los cumbieros, estigmatizados una vez más como violentos e “incivilizados”. Esa reacción dejó al desnudo el clasismo que sigue atravesando a la sociedad colombiana. 

En medio de la polémica, la respuesta de Gato e’ Monte para 070 abrió otra mirada posible: entender el barrismo y la cumbia no como focos de violencia, sino como fenómenos culturales complejos, con historias, comunidades y prácticas que desbordan por completo los prejuicios. Según Gato e’ Monte, el movimiento cumbiero de Bucaramanga vive la cumbia desde lo popular, de una manera auténtica que la apropia y la resignifica desde el barrio, desde la esquina, desde la vida cotidiana. ¿Pero cómo y por qué  Bucaramanga se convirtió en un epicentro de la cumbia en Colombia?

A continuación, seis datos:

1. La perubólica llega a Bucaramanga

En los años 40, la cumbia se presentaba en Big Band. Este formato popularizó la cumbia nacional e internacionalmente. Luego, en los 60 compositores como Lucho Bermudez, le dieron una reinterpretación al género, creando el famoso “chucu chucu” o cumbia urbana, resonando en diferentes partes de Latinoamérica, entre ellos Perú.

En los años 70, en Lima, la cumbia urbana —con su carácter rebelde— se arraigó en las periferias, especialmente entre poblaciones indígenas y campesinas que habían migrado a la ciudad y que enfrentaban discriminación y marginalización por parte de las élites urbanas. El impacto del género fue tal que muchos músicos peruanos comenzaron a experimentar y a producir sus propias versiones. 

Destellos, la agrupación comandada por Enrique Delgado, hizo una verdadera revolución sonora: tomó los ritmos colombianos de Pastor López y Alfredo Gutiérrez, los cruzó con guarachas peruanas y  con otros ecos andinos hasta crear algo completamente nuevo. Con “Huascarán”, la banda dió nacimiento oficial a la cumbia chicha, un ritmo que se enraizó rápidamente en los barrios populares de Lima y Huancayo.

Más adelante, el género dio un salto internacional cuando Tito Mauri, líder de la reconocida banda de cumbia chicha Los Biochips, se unió a Rossy War, la gran estrella popular del género. Juntos reemplazaron la instrumentación tradicional por bajos eléctricos, baterías, teclados y secuenciadores. De esa transformación se originó la tecnocumbia, según la crónica escrita por Ricardo Abdahllah para Rolling Stone en el 2005.

¿Pero y cuándo llega a Bucaramanga? El consenso popular dice que la cumbia peruana llega en los 80 por televisión. En los estratos 1 y 2 en las barriadas de Bucaramanga se instalaban antenas parabólicas  —las “perubólicas” llamadas coloquialmente — capturaban ilegalmente los canales que se transmitían vía satélite. 

“Pudieron verse los programas de HBO, MTV y CINEMAX sin pagar televisión por cable [que en esa época era un lujo de los estratos altos], pero el grueso del paquete eran los canales peruanos como América, Global y Frecuencia 2, donde podían verse películas y series traducidas, talk shows atrevidos y programas de cumbia como el de Janet Barboza. Por ahí empezó todo” dice Abdahllah en su texto para Rolling Stone.

Fotografía Mural dedicado a la cumbia peruana en Comuna 14, Bucaramanga. Foto de Juan Pablo Peña Rueda, 2024.

La Movida de los Sábados y el canal de radio Chichaweb fueron los responsables de traer la cumbia peruana a Bucaramanga, transmitían cumbia chicha y tecnocumbias. Los jóvenes de las barriadas acogieron estos ritmos con gran desenfreno y poco a poco el recibimiento fue tal que se consolidó toda una contracultura. Uno de estos jóvenes fue Fernando Palomino —actual coleccionista de música, especialmente de vinilos y CDs de cumbia—. 070 habló con él y nos dijo que: “En esa época, la única manera de conseguir cumbia chicha o tecnocumbia era conectar un Betamax o un VHS a una grabadora desde la salida del televisor, y trasnochar o levantarse temprano para ver los programas de cumbia en los canales peruanos que se transmitían en la perubólica, así poco a poco fui armando mi colección”.

2. La disrupción de la cumbia: nueva identidad juvenil y urbana

Quieren cumbia sin la villa: reflexiones sobre el concierto (que no fue) de Damas Gratis en Bogotá

El músico e hincha bogotano Gustavo Casallas (Gato e’ Monte) plantea unas reflexiones sobre el barrismo y la cumbia.

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La llegada de la cumbia marcó un antes y un después en la vida cultural de los barrios marginales de la capital santandereana. La cumbia —en sus distintas variantes— se convirtió en un símbolo de identidad, un distintivo cultural y una forma artística que expresa las vidas, los sueños y las esperanzas de las juventudes de los sectores marginados. 

En sus letras, estos jóvenes encontraron una representación propia: sin exotismos, sin estereotipos ni sesgos impuestos desde miradas externas, y ajena a la mercantilización de sus realidades difíciles.

“Las letras de cumbia hablan del día a día de la barriada… del amor, el desamor, la familia, las tragedias, las esperanzas, pero también por debajo de cuerda de la pobreza, la marginalidad, las drogas, la delincuencia. Nosotros nos identificamos porque se siente cerquita, entiende nuestra realidad. Una realidad que no le interesa a la mayoría, que ha sido estigmatizada, ignorada y, en muchos casos, borrada de la historia”, contó Jennifer Velasco a 070, integrante de Cultura Sentipensante, colectivo que trabaja para la conservación de la cumbia y hace trabajo social en los barrios populares.

Aunque la cumbia no soluciona los problemas sociales estructurales, estas canciones no solo los denuncian, sino que le brindan a los jóvenes una comunidad donde construyen amistad, identidad, afecto, y sentido de pertenencia, en contextos de precariedad y olvido estatal, de familias disfuncionales y permanente contacto con la criminalidad.

“La cumbia se conoció por medios alternativos, undergroud: las minitecas, la televisión ilegal, los jóvenes y su voz a voz, no por las emisoras comerciales” dijo Richi Oviedo, músico, investigador y profesor de cumbia.  Esto hizo que no se quedara solo en la música, sino que se convirtiera en un estilo de vida y un movimiento contracultural, que desarrolló su propio lenguaje estético; en la forma de vestir, de bailar, de crear y de hacer barrismo.

3. La piratería y los vendedores ambulantes

En la década de los 90, la identidad cumbiera se terminó de asentar en medio de la economía informal y ambulante de Bucaramanga. Según el DANE, las cifras de empleo informal más cercanas a la época en Bucaramanga son las de 2001-2003. En 2001, el 68,5% de los trabajadores se encontraba en la informalidad, mientras que en 2003 el porcentaje fue de 68,1%. 

Según Fabián Snneider Solano, DJ, investigador y joven perteneciente al movimiento cumbiero, en su texto De la Tierra, al Cielo, los vendedores ambulantes fueron actores indispensables en la consolidación de la cultura cumbiera. Ellos se convirtieron en los principales difusores e inversionistas de proyectos pro-cumbia y pro-tecnocumbia: desde la minitecas y consolas que impulsaron el surgimiento de DJ’s y músicos, hasta múltiples actividades relacionadas con el movimiento que atravesaban y articulaban la vida en la barriada bumanguesa.

Piratear música, grabarla en cassettes o CDs, y venderla se convirtió en una forma de generar ingresos desde la informalidad. Al mismo tiempo, este circuito permitió que la tecnocumbia se difundiera ampliamente, pues los precios eran más asequibles tanto para los jóvenes con poco presupuesto como para los DJ’s de minitecas.

Foto sobre Denuncia pública al comercio de la piratería musical en Bucaramanga del año 2000. En: VANGUARDIA LIBERAL. Bucaramanga, lunes 14 de agosto del 2000. Fuente: DE LA TIERRA AL CIELO.

En el año 2000, Vanguardia Liberal publicó una noticia en la que denunciaba las supuestas pérdidas millonarias de la industria musical debido a la venta de álbumes nacionales e internacionales en Bucaramanga por menos de siete mil pesos. Esta situación desencadenó numerosos operativos para incautar mercancía pirata y provocó el desplazamiento de muchos vendedores ambulantes. Aún así, para ese momento la cumbia ya estaba profundamente arraigada en la ciudad.

4. Las minitecas en Mundo Tropical

En los años 2000, la cumbia también se consolidó como un movimiento urbano gracias al auge de las minitecas. Todos los domingos, en el Sanandresito La Rosita, funcionaba en una terraza abandonada un bar llamado Mundo Tropical. Aunque abría todos los días, solo los domingos, desde las 4 p. m., dejaba de sonar la música del momento para darle paso exclusivo a las cumbias. Cuatro DJs se rotaban hasta las 10 de la noche, y en sus mejores jornadas llegaban a reunirse hasta dos mil personas.

Contrario al imaginario que asocia a los asistentes con las periferias rurales, los cumbieros son, en su mayoría, hijos de la ciudad. Trabajan en talleres, almacenes o en las fábricas de calzado, otros son vendedores ambulantes o estudiantes de colegios públicos.

Los asistentes iban con un propósito claro: azotar baldosa hasta que cerraran el lugar. La entrada costaba 3.500 pesos. Johnny Pradilla, por ejemplo, recuerda que no se sentaba en toda la noche: “hay que aprovechar la entrada”, dice. Leydi Contreras lo confirma: “uno no va a pagar para quedarse quieto”. Los jóvenes se reunían, improvisaban y bailaban con otros asistentes, sin importar edades o si se conocían de antes. Aquí el baile no es una táctica de levante, aquí el baile es por el baile.

La figura del DJ dentro de las minitecas tecnocumbieras y cumbieras fue fundamental: del selector dependía el éxito de la fiesta. Con el tiempo comenzaron a surgir cantantes y compositores locales como Javier Martínez, Saúl Naranjo y John Jairo Quiñonez, quienes se convirtieron en los primeros referentes de la cumbia bumanguesa.

5. A 115 bpms: danza vernácula

En Bucaramanga, la cumbia no solo llegó: se transformó. La ciudad creó su propio estilo de baile, algo que no se parece ni a la cumbia rebajada mexicana ni a ningún otro movimiento. Jennifer Velasco lo dice sin dudar: “Lo particular de las cumbias en Bucaramanga es que creamos nuestro propio baile autóctono. A comparación de otros lugares como México con la cumbia rebajada, donde le bajan la velocidad al ritmo, aquí se lo subimos hasta 115 bpms; se baila rápido y con swim”. Y sí: aquí el cuerpo no descansa, vibra.

El baile es en pareja y tiene su técnica. “El Pecoso”, uno de los DJs más reconocidos del movimiento, explica que el paso base es parecido al de la salsa, pero con un giro bumangués: en vez de pasos picados, los pasos son rastreros, arrastrados, casi rozando el piso. De ahí salen los movimientos que todo el mundo reconoce: “la trenza”, donde ambas personas giran sin soltarse; “la sentada”, con el hombre arrodillado ofreciendo la pierna como silla; y “el resorte”, que es agacharse y levantarse de un brinco para seguir el ritmo sin perder la velocidad.

El hombre marca los pasos, inventa figuras y se lleva la mayoría de los aplausos. La mujer acompaña y sigue. Es parte del carácter santandereano: orgullo, competencia, demostración de fuerza incluso desde el baile. Cuando una pareja entra al centro del círculo, es como si empezara una pequeña batalla: pegados o sueltos, se retan, se miden, se enfrentan simbólicamente mientras alrededor todos miran, comentan y celebran el mejor movimiento.

Los grupos no tienen jerarquías ni pertenencias fijas, pero se reconocen por la euforia compartida en ese instante en el que el baile y la música acelerada los conectan. Son vínculos fugaces, intensos, que duran lo que dura la canción, la fiesta o la madrugada, pero que dejan la sensación de haber sido parte de algo colectivo y poderoso.

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Al día de hoy, comunidades como Cultura Sentipensante trabajan activamente por conservar, reivindicar y fomentar la apropiación de la cultura cumbiera. Una de sus estrategias ha sido organizar concursos de baile de tecnocumbia, espacios que, según nos contó Jennifer, suelen desbordar cualquier expectativa: asiste el doble o incluso el triple de personas previstas. Para ella, lo más significativo de estos encuentros es presenciar cómo, a través de la danza, la cultura y la comunidad, se diluyen las fronteras invisibles y las rivalidades entre barrios. Al ritmo de la tecnocumbia y del característico arrastre de los pies, se genera un territorio común donde las diferencias se suspenden y emerge una unidad festiva a través del movimiento.

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6. El barrismo del Atlético Bucaramanga

La cumbia tuvo una acogida tan contundente entre las clases populares de Bucaramanga que terminó convirtiéndose en el símbolo musical de las barras del Atlético Bucaramanga. En sus inicios, durante los años noventa, estas barras se identificaban más con el rock y el punk. Sin embargo, entre 2004 y 2006, con la popularización del género cumbiero, la cumbia pasó a ser el emblema sonoro del barrismo en la ciudad (Solano, 2022).

Los cánticos tradicionales fueron reemplazados por melodías cumbieras —locales, argentinas o peruanas. La cumbia se adaptó al formato musical de los instrumentos que las barras llevaban al estadio, adoptando una estética y una connotación futbolera al movimiento contracultural. El barrismo se volvió cumbiero, y la cumbia, a su vez, un emblema del Atlético Bucaramanga.

Richie Oviedo, músico, profesor cumbiero y miembro de la barra, vio en la cumbia un potencial identitario capaz de transformar el barrismo. Junto con Poncho Oviedo fundó La Banda del Leopardo, un semillero que apropió, interpretó, compuso y enseñó cumbias para apoyar al equipo y, también, para construir comunidad. “Mi objetivo era usar la música como arma, para que los pelaos a través de la pasión por el fútbol aprendieran música y entendieran otras dinámicas más allá de la delincuencia y las pandillas” dice Oviedo en conversación con 070.

Uno de los integrantes de la barra brava —quien prefirió hablar de manera anónima— explicó: “Todo empezó con una convocatoria. Era todos los sábados en la tarde, en el centro. A pesar de que era bien lejos, yo fui y me empezaron a enseñar a tocar mi primer instrumento, el bombo. Me gustó tanto que intenté ir todos los sábados que podía, así me tocara ir caminando”. También comentó que su forma de aprender música como colectivo era empírica, pocos saben leer partituras, pero que aprendían y enseñaban como podían. Si yo sé como hacerlo, le enseño a otros, esa es la lógica de la banda. Muchos pelados no tienen estudios, así que lo teórico es difícil, pero todo por amor a su equipo y a su comunidad.

Este semillero permitió que la cumbia llegara a cientos de jóvenes marginalizados —muchos sin estudio ni trabajo—, ofreciéndoles un espacio para aprender música, adquirir disciplina, divertirse, construir lazos de amistad y pertenencia, y hasta poder trabajar en eso. Como relató el integrante: “A mí, la Banda del Leopardo me devolvió la esperanza y el sentido. Nos mostró la música como una oportunidad para salir adelante, para construir comunidad, para llevarle algo de comer a mi familia y apoyar al equipo.”

En 2024, cuando el Atlético Bucaramanga le ganó a Santa Fe y se coronó campeón del fútbol colombiano, la cumbia —especialmente La cumbia de los trapos, interpretada por la banda— salió del barrio y se convirtió en un himno colectivo. Aquello que nació como gesto barrista terminó transformándose en una expresión de unidad ciudadana.

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Isabella Daza


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