Diciembre ya nos llegó con toda, y aunque algunos la aman, tampoco se harán esperar los grinchs que odian la navidad. En un abrir y cerrar de ojos estaremos cantando a coro el anuncio del fin de año para encarar con todo el decoro que se merece el inicio del próximo
Más allá de las creencias religiosas-católico-apostólicas-romanas, del niño en el pesebre o de la pagana tradición nórdica del árbol lleno de luces y la infinidad de sus formas de expresión en las que los factores guirnalda, alumbrado, rojos-verdes y animales invernales están presentes, veamos qué otras cosas aparecen durante este mes tan particular. Para empezar, quitándole tiza a la vaina, veamos que lo que sucede al final de año es en esencia algo muy simple: una serie de ritos, los cuales permiten hacer un tránsito (repetitivo y cíclico) de un año a otro. Así, simple. Eso significa que las diversas y muy creativas formas de encarar el hecho de que se-acabó-un-año-y-empieza-otro-nuevo son nada más ni nada menos que estrategias para dar sentido a todo lo acontecido durante los meses precedentes y proyectar hacia los que vendrán.
De una vez voy a excusarme de hacer un comentario en contra de la plaga consumista que empieza a dispersarse durante esta época (para eso remitirse a blogs o noticias cuya pregunta es “¿Qué hace un comunista en Navidad?”), así como también me excuso de hacer una lectura rayada frente a la simbología religiosa que ha colonizado el grueso de sus días y la cual, en un país que es al mismo tiempo premoderno, moderno y posmoderno, está lejos de definir diciembre. A continuación voy a soltar unas ideas sobre lo que veo que sucede en este mes y cuyo fin será decir porqué es que nos encanta.
Que en diciembre nos unimos
Esta es la idea que quisiera verse materializada por todos* en este mundo lleno de rencores, odios, agresividad y egos en constante pugna; y diciembre parece ser el tiempo en el espacio del calendario en el cual se comparte la idea de que es así… y esto es supremamente poderoso. Las cuñas radiales, los comerciales en la televisión, en los almacenes y hasta en las ventanas de las casas hacen que nos sintonicemos en ese canal. Diciembre está ocupado por una propaganda pro positivismo, pro unidad, pro valores que cualquier sociedad necesita para crear cohesión, confianza y –más importante aún- esperanza entre sus individuos. Y este último punto es realmente hermoso, más en un contexto como en el que estamos hoy día en Colombia. De cara a una vendida-prometida apertura a la era de paz, el caballito de batalla que mejor se puede emplear es el de la idea de la esperanza y fe, dos ideas que en diciembre son protagónicas y en redor de las cuales se puede aglutinar la gente (¿tótem quizás?). Eso sí, no olvidemos que la cohesión social no es sostenible si sólo se pone en evidencia en sus rituales o alrededor de sus totems.
La unión entre extraños: puede que en este mes las personas estén más positivas y más esperanzadas o alegres, y puede que ese estado anímico y mental interno tenga una repercusión en las relaciones que se entablan al exterior con extraños. Sí puede ser. Y puede ser que esto sea leído como una forma de unión social. OK, seamos a esta idea como lo es el mes a nosotros: permisivos.
La (re)unión entre conocidos (o conocidos de conocidos): Otro tipo de unión, se refiere a la proximidad (física), estar cerca, leit motiv de las reuniones. Frente a estas reuniones existe el papel de anfitrión o de invitado y están las reuniones indeseadas pero obligadas, deseadas, las desinteresadas y las automatizadas. Sea cual sea el tipo de reunión o la posición que se juegue en esta, lo que sucede es un espacio en el cual se comparte un tiempo con las personas que rodean nuestras vidas individuales (haciéndonos parte de un grupo) y en los cuales sucede una serie de actividades que buscan fortalecer los lazos sociales entre el grupo, usando recursos como el regalo, compartir la mesa, celebrando con y haciéndose presente al llamado del otro. Es por esto que no es cantaleta de la mamá cuando dice que es grosero desatender una invitación, y tampoco se sienta raro si al asistir a una reunión le cuesta trabajo decidir qué “bobadita” llevar para compartir o como agradecimiento a la invitación. El don y el contra don en su mayor esplendor.
Con todo y esto vemos que al final no todo es color de rosa, y que la añorada unidad no es total (menos mal!, qué susto si fuera así). No hay unidad total en la medida que haya diferentes posiciones frente a lo que termina siendo y sucediendo durante el mes. Hay quienes dedican todo su año preparándose para estas fechas, pero hay otros a quienes el 1 de diciembre les genera un cambio anímico tal, que casi que si se les recluye en una habitación cerrada por los 31 días lo agradecerían. O al menos eso dicen. Y esas diferentes posiciones aparecen en los tipos de personalidad a los que corresponden, o algo así dirían alguien que quiere entender por qué (psicológicamente) hay tan diferentes reacciones, a veces opuestas, a este alegre mes. Pero eso sí, nadie se amarga por recibir la prima de navidad, o por las vacaciones compartidas acordadas en la oficina.
Que se bota la casa por la ventana
La mejor parte sin duda, cuando las comilonas, el baile y los muchos placenteros vicios son aceptados en público. Como es bien sabido diciembre es un paisaje conformado por múltiples compromisos sociales, en los que la agenda de una persona se hace tan movida y diversa que daría ganas de cambiarla con la del Papa. Pero no hay placer más grande que el sentirse popular; entonces tenga su gustico en diciembre. Desde grados hasta fiestas de oficinistas, pasando por las reuniones familiares típicas y las autóctonas novenas, matrimonios, primeras comuniones, despedidas y bienvenidas. Los conciertos que – sea dicho de paso, han empezado con pie derechísimo este mes-, las rumbas y demás eventos que se sincronizan con la celebración del fin del año también pueden ocupar una fracción importante de la agenda personal. Mejor dicho, las celebraciones cunden este mes y la idea es siempre botar la casa por la ventana.
Ya estamos grandecitos, dejémonos de vainas y enfrentemos con la frente en alto, guaro en mano y al son de un swing guapachón el advenimiento de la época más festiva, más amada y al mismo tiempo la más odiada, y temida del año
Para cumplir con la serie de compromisos es sin duda necesario algo que incluso los mayores detractores de la época no pueden cuestionar: los pesitos extra que entran al bolsillo, eso sí, para irse nuevamente.Es casi que una entrada por salida ya que así como se reciben primas, vacaciones pagas, bonificaciones, el sobrecito de la abuela, se vuelve a sacar ese dinero para cumplir con la agenda misma, para los regalos y ¿por qué no?, los gusticos que uno se da durante el mes.
Como norma durante las celebraciones de este mes se encuentran algunas de las siguientes características: abundante comida y platos tradicionales de las fechas, una banda sonora particular que nos pone a bailar y a cantar con las manos en el aire a todas , el consumo de licor en frecuencias aún mayores a las normales del resto del año (así sea un vinito de caja 9 días seguidos para rematar la noche del 24 y culminar con el jolgorio de las vísperas de año nuevo). El recuerdo y a veces el culto a quienes ya no están entre nosotros (muy a la forma del ausente de Pastorcito López) también se presenta. Sólo al mismísimo grinch le resultaría aversiva la idea de comer sin sentir culpa alguna («la dieta la empiezo el otro año»), de seguir aceptando los tragos por no hacer un desplante al tío que este año se pensionó o de azotar baldosa al son de los cañonazos bailables y a la riquísima música tropical que se desempolva con toda en este mes.
Bueno, en este punto siento la necesidad de hacer un paréntesis, o más bien una campaña para este año: No saber bailar no es un crimen, ¡entonces diga! para acabar con el problemita. Hay quienes no les gusta el capítulo del baile en las reuniones, pero muchas veces se debe a que le tienen miedo a la pista por falta de práctica. Tranquilo, es sencillo amigo que no sabe bailar: en la próxima reunión mándese un guaro, levántese del sofá de la esquina, vaya a por su prima más cercana y dígale “enséñeme a bailar”. El resultado final esperado: volverse un trompo a la señal pactada.
Al final muchos se podrán preguntar qué tan merecida es esta sobrecarga de placer en forma de comida, de rumba y de regalos por doquier (sobre todo esos que son dados a los mas pequeños de las familias, grandes focos del comercio). Lo que puedo decir en defensa de la época y de sus dinámicas es que entrados en el tiempo del fin de año se está en un momento social de complacencia el cual se viste por definición de fiesta, y en donde se hacen lícitas las palmaditas en la espalda por haber vivido el año. Por eso la permisividad y el goce constantes.
La idea de la página en blanco
Finalmente lo que más nos gusta es la idea de terminar y de empezar de nuevo (esto es sarcasmo). Hay quienes se mueren del susto con esto y les produce una profunda angustia, pero hay también quienes ven en esas ideas cierta oportunidad de cambio, de transformación libertadora e incluso de suerte. No por nada las 12 promesas con las 12 uvas a las 12 de la noche el 31 de diciembre sigue siendo una práctica usada en las familias. Creencia o superstición, no se puede negar que algo de en serio tiene ese instante, y la preocupación porque la mente sea eficiente y elocuente sin que la garganta falle y uno termine en una sosa atragantada se hace notar en los rostros de las personas que se están abrazando al sonar de las campanas.
Las críticas sobre diciembre, lo banal de las cosas que suceden en él, la cuestionable autenticidad de las relaciones que se manifiestan o la negación del hecho social que se produce y reproduce en estas fechas no se van a hacer esperar en las conversaciones de las personas, los medios de comunicación y las redes sociales durante las siguientes semanas. Lo que digo es que ya estamos grandecitos, dejémonos de vainas y enfrentemos con la frente en alto, guaro en mano y al son de un swing guapachón el advenimiento de la época más festiva, más amada y al mismo tiempo la más odiada, y temida del año… pero eso sí, la que bien o mal nos permite hacer un alto en la rutina del año y aunque sea por unos instantes y de forma virtual nos permite pensar en que todo puede estar mejor.
*Y antes que empiecen las protestas por la generalización, ok, lo acepto, no se puede generalizar. Entonces se pide encarecidamente a la lectora que no se tome muy a pecho cuando encuentre las conchudas palabras que aluden a la totalidad (todas, ninguno, todos, ninguna) o de mayoría (muchas, muchas), y más bien recorra estas líneas sin la idea en mente de encontrar algo cierto o acaso interesante (mmm.. muy interesante) . Limitémonos a verlas con el propio ánimo que ya ronda estas fechas: festividad.