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Anatomía de un mordisco

Antes de que terminara la primera mitad de este año, más de ocho mil mujeres en Colombia denunciaron haber sido maltratadas. Este es el valiente testimonio de una de ellas.

por

cerosetenta


10.07.2013

Me desperté muy temprano ese domingo. Fuí al baño y el reflejo en el espejo me devolvió una imagen que no creí posible en ese instante. En mi mejilla derecha tenía un morado que la cubría casi por completo. Volví a la cama y empecé a recordar, minuto a minuto, lo que había pasado. Hacía más de seis meses que no bailaba con mi novio y la noche anterior habíamos ido a un cumpleaños en una discoteca en el Parque de la 93. Me estaba alistando cuando él llegó. Me dijo que no podía quedarse hasta tarde porque al día siguiente tenía golf con su tío. Sabía que no había cómo hacerlo cambiar de opinión. Sentí rabia y busqué algún desquite. No fue la mejor decisión cogerla con el vodka, pero a los 21 años las elecciones no son muy sabias.

No recuerdo bien cómo llegamos al sitio de la fiesta. Pero sí de que antes de entrar le  contesté una llamada a un amigo que no le caía especialmente bien a él. Incluso lo invité a llegar al lugar. Supongo que eso desató la rabia de mi novio a quien, además, yo había decidido ignorarlo: ¿por qué era más importante su cita del día siguiente para jugar golf que bailar conmigo hasta las tres de la mañana? Después de pagar, subir varios pisos y estar bailando, los tragos ya se me estaban bajando.

Él y yo estábamos bailando y me tenía muy fuerte entre sus brazos. Nunca lo había visto tan molesto. En uno de sus reclamos, pensé que me iba a dar un beso, pero terminó mordiéndome en la mejilla. No fue una forma extraña de cariño. Fue una agresión. De mi boca escapó un grito. Ahí los tragos desaparecieron del todo, me zafé de él y me fui a la antesala del sitio. Nunca pensé que fuera a traducirse en el morado que vi cuando llegué al baño de mi casa. Imposible que él lo hubiera hecho, pensé, él que siempre era tan tranquilo. La que gritaba y explotaba en  las discusiones era yo. Eso me repetía la mañana siguiente: no podía haber sido él, aunque en el fondo yo sabía que negármelo era  una mentira descarada.

Volviendo a esa noche, después de quedarme un rato afuera, sin que sus amigos me ayudaran mucho, encontré a mi novio y seguía bravo. Como pude traté de contentarlo, no duramos mucho más ahí y me llevó a mi casa. Le envié un mensaje reclamándole por lo que vi en el espejo. Cuando me levanté tenía un mensaje de él disculpándose e invitándome a almorzar con su familia. Complicado llegar con la mejilla así, pensé. Creo que él tampoco se imaginó la magnitud de lo que me había hecho. Llegar donde los suegros ignorando un morado era imposible. Fue ahí cuando me di cuenta que nada de lo que pasó esa noche me habría importado si no fuera por esa marca en la cara.

Ese morado en mi mejilla provocó muchas reacciones. Declaraciones de muerte por parte de mi mejor amigo, preguntas en la universidad, bromas sobre si había estado experimentando en la cama… Yo misma tuve dudas sobre si era peor decir que había sido un mordisco o un golpe. Hubo incrédulos que pensaban que estaba diciendo mentiras, otros que me pidieron que noles hablara del tema o los que me decían que calma, no era para tanto. Yo me sentía triste de haberle tenido que terminar a él por ese morado. ¿Cómo iba eso a derrumbarlo todo? Con el tiempo el veredicto unánime de los que me rodeaban era que no podía volver con él. Cada vez que alguien me repetía eso yo sentía algo que me empujaba a volver, a demostrarles a todos que estaban equivocados: él no era así, fue el error de una noche, de los tragos. En esa época había afiches contra la violencia de género en todos lados. Y sin embargo, algo me empujaba a estar de nuevo con él y a ignorar el resto.

Nunca dejamos de hablar y eso ayudó a que volviéramos. Además yo sentía que tenía más poder por lo que había pasado. Él estaba arrepentido y estaba dispuesto a enmendarlo. Lo que más me preocupaba era cómo lo iban a tratar mis amigos. Lo curioso es que no me importaba tanto lo que ellos pensaran de mi. Un amigo suyo me dijo que no me convenía seguir con él. Me parecía injusto que lo trataran así. Si yo lo pude superar, ¿por qué la gente no?

A veces buscaba que se pusiera muy bravo conmigo, peleándole a propósito para ver cuál iba a ser su reacción. ¿Me golpearía de nuevo? Por lo general se iba del lugar dónde estaba conmigo. Pero un día, en sus cinco sentidos, me cogió del cuello por detrás, con fuerza. Decidí ignorarlo y no tentarlo más. ¿Qué decía de mí haber escogido de nuevo una persona que me agredió?

No estaba lista para la respuesta a esa pregunta. Dilaté mucho enfrentarla, hasta que ya nadie opinó más nada y yo, insatisfecha, un día me lo pregunté. Había escogido estar con alguien que me hizo daño físicamente y psicológicamente. Ese daño no me dejaba ver que una buena parte del amor propio, se fue a la basura por escoger ignorar ese pequeño incidente. Y por más que todos los que me rodearan me lo dijeran, sólo yo pude verlo cuando estuve lista, cuando por fin entendí que le estaba queriendo más a él que a mí. Y estoy segura que me pude haber demorado más en reconocerlo, porque es una espiral en descenso dónde ves que te vas a estrellar justo antes del impacto.

Antes de que terminara la primera mitad de este año, más de ocho mil mujeres fueron maltratadas en Colombia. Según datos de Medicina Legal, poco más del 20% de las mujeres maltratadas denuncian el caso. Esta es mi historia, la escribo porque esto que me sucedió pasa todo el tiempo y el miedo hace que estas historias caigan en el olvido. La escribo para esas niñas y mujeres que les ha pasado. Lo escribo para todas las que han decidido seguir con la persona que alguna vez las maltrató. Perdonar está bien, pero ojalá se puedan perdonar también ceder su autoestima a alguien más.

Él no es una mala persona, quizá su problema es sufrir la maldición de no saber amar, como los Buendía de García Márquez. Él sólo cometió un error muy grave y yo también.

Nota del editor: esta nota fue escrita por una estudiante de la Universidad de los Andes que ha preferido reservar su identidad para proteger a los familiares de los implicados en los eventos acá narrados.

Segunda nota del editor: ¿Qué opina de la imagen que acompaña este artículo? Vea aquí una breve reseña de la discusión que tuvimos en 070 sobre cómo ilustrar este artículo.

 

 

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