“Ahí está pintadx”: cartelismo del Paro Nacional para retar el periodismo

En Ritmos de la intuición, la exposición de 070, dos paneles están dispuestos para que cualquier visitante corte, pegue y raye carteles creados en el Paro Nacional. Esta es una apuesta por una reportería de las emociones, escrita por sus propias fuentes, un experimento para expandir las fronteras del periodismo.

por

Tania Tapia Jáuregui


30.08.2023

El periodismo nace de la interlocución con otros, de ponerse en relación y diálogo con personajes y contextos y transmitir lo apre(he)ndido en el camino a quienes no estuvieron allí. La semilla de la práctica periodística son polifonías que luego son discriminadas y curadas por quien cuenta la historia. 

Ese es el orden del periodismo en sus formas más clásicas: un pedazo de mundo que se decanta filtrado por la mirada de uno o unos que lo relatan.

Reconocer que todas las historias pasan y se moldean por quien mira, escucha y cuenta, y que eso le da una dimensión subjetiva al periodismo, fue uno de los principios bajo los que se configuró Ritmos de la intuición, la exposición de 070 abierta al público hasta el 7 de septiembre en la sala de exposiciones del edificio Julio Mario Santo Domingo, en la Universidad de los Andes. Este ensayo por traducir el periodismo digital a un espacio en el que interactúa analógicamente con los espectadores, también nos ha llevado a retar y jugar con los límites del periodismo, un ejercicio práctico de expandir las formas en las que consumimos y transmitimos historias y una oportunidad para descubrir otros horizontes a los que se puede expandir el periodismo.


Del interés por reconocer las polifonías, por descubrir otros modos de construir relatos y por permitirse el juego —a ver qué pasa— nació “Ahí está pintadx”, una intervención en dos paneles de la exposición Ritmos de la intuición que se nutre de copias de carteles y panfletos que surgieron en las manifestaciones de 2019 y 2021 en Colombia.

“Ahí está pintadx” es un espacio de interacción libre en el que cualquier visitante de la exposición puede manipular, recortar, pegar, hacer collage y cadáveres exquisitos con algunos de los carteles y textos que circularon de forma menos oficial y más callejera durante las protestas y que contaban en simultáneo cómo se vivía el momento.

El resultado son ocho metros de agolpamiento visual —un poco mugriento, un poco indecoroso y a momentos irreverente— compuesto de rayones, recortes, fotocopias y dibujos que parten de las mismas imágenes para tomar rumbos distintos en las manos de quienes intervienen. Carteles que recuerdan con rabia, indignación o dolor lo que fueron los paros nacionales de 2019 y 2021. Otros que recuerdan un poco más allá de ese tiempo, o un poco más acá, y que comentan una realidad de violencia política más extendida en la historia del país. También carteles que buscan dignificar, otros que buscan dejar atrás. Carteles que escogen otros caminos y comentan sobre lo uniandino del espacio, que hacen chistes, que critican. Otros que solo buscan darle espacio a la experimentación con los materiales sin pretensiones. Carteles que juegan.

Alrededor han ido pasando otras cosas: conversaciones que recuerdan la particularidad del momento, “esto no les tocó a nuestros papás”, dijo un visitante el día de la inauguración de la exposición; visitantes que reconocen las imágenes que les acompañaron en las marchas y estudiantes que los descubren por primera vez, “muchos no salimos porque a nuestros papás les daba miedo, no nos dejaban salir”, dijo una estudiante de arquitectura que visitó la exposición junto a sus compañeros de clase; representantes estudiantiles que llegaron convocados por quejas de otros estudiantes que aseguran que en los paneles se están reproduciendo “discursos de odio”.

El espacio es una polifonía en construcción en la que participa todo el que llega y se anima, y cuyo destino aún no es evidente (si es que tiene que tener un destino). Por ahora es una apuesta por una reportería de las emociones, en retrospectiva, de un momento en el que lo afectivo jugó un papel fundamental en las tensiones políticas que se disputaban en la calle. Una reportería que además propone usar otros lenguajes, más visuales y plásticos, que le den cabida a posibilidades del relato más allá de la palabra.

Tal vez se trata de un ejercicio que no es periodismo necesariamente, sus fuentes además son aquellas personas que llegan a la actividad (que ya plantea un sesgo en tanto es en la Universidad de los Andes) y que se animan a participar (lo que de cierto modo hace que las fuentes se hagan a sí mismas fuentes). Es un ejercicio que por tanto también juega con el papel del periodista, que por el momento está ausente. No hay un orden en el relato, más bien lo contrario. 

¿Qué carajos es, entonces, y cómo pertenece a una exposición sobre periodismo? Es sobre todo una apuesta por el juego libre y sin condiciones para explorar un capítulo de la historia colectiva, que confía también en lo feo, lo informal y lo espontáneo, en lo que sale de la tripa. Es una posibilidad escasa en un entorno periodístico comandado por el afán de la noticia, del clic y la coyuntura. Solo así, con un poco de tiempo, un poco de espacio y de libertad, es que seguramente se pueden encontrar nuevos caminos para renovar y hacer crecer lo que reconocemos como periodismo. 

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