¿Cómo construir un dios? Aguirre, la ira de Dios, el filme de Werner Herzog, es una experiencia cinematográfica con una identidad propia muy marcada, sus juegos de cámara tan naturales (hechos a hombro) y el acoplamiento del ambiente, con los elementos de escenografía y personificaciones hacen de la experiencia algo completamente distinto a lo acostumbrado […]
Aguirre, la ira de Dios, el filme de Werner Herzog, es una experiencia cinematográfica con una identidad propia muy marcada, sus juegos de cámara tan naturales (hechos a hombro) y el acoplamiento del ambiente, con los elementos de escenografía y personificaciones hacen de la experiencia algo completamente distinto a lo acostumbrado por productoras más conocidas. Uno de los aspectos más importantes a considerar, respecto a la combinación técnica de la película es que logra resaltar el valor de cada uno de los personajes mostrados y la tensión que rebosa de sus situaciones, entre ellas, las del mismo protagonista, Lope de Aguirre.
En más de un momento de la película, con su ritmo lento y suspensivo, todos los elementos técnicos se enfocan en Aguirre, con su muy soberbio caminar, y su forma sencilla y obstinada de hablar; el filme se centra en seguir la evolución del personaje y comprender su psicología utilizando todas las herramientas a su disposición, y desde un buen principio, el personaje logra hacerse nombre para el espectador. En la primera mitad de la película, se entreteje una imagen de hombre posesivo y orgulloso para Aguirre, que no viene fuera de tono respecto a la época representada en la cinta, así el espectador siente cómo dicho personaje encaja completamente con el ambiente y el propósito planteado.
Al avanzar el filme, la personalidad de Aguirre se hace más fuerte, y sus decisiones afectan a más personajes cada vez; su forma de actuar se hace tan dominante que toma por su cuenta el propósito de su grupo y mueve los hilos de tal modo que consigue que la mayoría de personajes le sigan la palabra y el paso. La transformación de Aguirre llega pronto al punto en que él mismo se considera la ira encarnada de Dios, con la potestad de conquistar el mítico reino de “El Dorado” y cualquier tierra que se le cruce.
La conclusión del filme muestra un Aguirre solitario y hundido en sus delirios de divinidad, de pie en una balsa desgastada ocupada por cadáveres, siendo consumido lentamente por el poder de la naturaleza; a este punto, el personaje se ha construido completamente, demostrando que su orgullo sólo apresuró su muerte y destrozó sus ideales. Con un final sólido y acabado, la cinta deja el ejemplar de cómo a lo largo de la trama, puede desarrollarse un personaje y explorarlo con maestría.
—Héctor Daniel García
El cine y lo crudo de nuestros origenes
Observar esta película fue un gran reto para mí como católica. Soy una fiel creyente de la Iglesia y de la palabra de Dios, al igual que los españoles que nos conquistaron hace varios años. No obstante, la forma en la que fui educada en mi religión dista mucho de la de los personajes del largometraje. Para ellos, políticamente hablando, ser católico no es más que una herramienta para lograr el poder. Lastimosamente, esos fueron mis antepasados, pero así han sido también los orígenes de la gran mayoría de las personas en la tierra.
Es que en nombre de la Iglesia (o de cualquier otra religión) se han cometido las peores atrocidades. En este caso sería materializada por la corona española en contra de los indios y negros, pero en otros podría ser por los Israelís para obtener la propiedad de territorios palestinos. De ahí que no me haya afectado íntimamente mi historia hasta que pude verlo representado con crudeza en Aguirre la ira de Dios, de Werner Herzorg.
Esto sin duda es la gran fortaleza de este tipo de cine, pues hace visible a los ojos de su audiencia las miles de letras escritas por los historiadores. Aunque esta película no relata las hazañas de quienes lograron con éxito la conquista de nuestras tierras, si muestra la de sus pares que fracasaron en el intento. Nos logramos identificar con ellos, se nos convierte más real y cercano el horror sufrido.
En suma, me mostró un protagonista desbocado, llamado así mismo como invencible. Un ser dispuesto a usar la vida como medio para llegar al Oro, acompañado de un fiel sirviente católico que tenía la misma intención. Gaspar Carvajal fue el personaje que más me llamo la atención, e incluso el que me hizo dudar sobre la Iglesia, pues bajo su túnica ocultaba su terrible ambición por el reconocimiento y el control de las masas. Así lo evidenció en la escena en la que conversó con Inés de Atienza, pues para él “la religión siempre acompañaría a los más fuertes”.
Yo fui uno de esos integrantes controlados, fui el resultado del derrame de sangre de una multitud de personas y del deterioro de una cultura indígena. Tal vez, en otro contexto, hubiera sido una creyente de los dioses indígenas. Sin embargo este fue mi pasado, por lo que debo aceptarlo y agradecerle. No obstante, no deja de disgustarme que se haya usado mi religión como sustento de las mayores guerras.
—Daniela Méndez
La cámara
Comienza la película, pasan 30 minutos y hago una pausa porque me siento abrumada. Decido retomar. De nuevo pasan pocos minutos antes de que vuelva a pausarla. Al terminarla, me doy cuenta de que esa necesidad de hacer varias pausas no solo fue causa de mi falta de atención, sino que la película en si misma me transmitía una atmósfera asfixiante. Gran parte de esa experiencia la tuve gracias a la forma en como la película fue grabada, a la forma en como el director decidió usar la cámara.
En varias ocasiones noté cómo la imagen se distorsionaba al enfocar a Aguirre. Esta distorsión hacía que su rostro y sus expresiones se plegaran y deformaran por pocos segundos. Luego, la cámara giraba rápidamente hacia otro punto y la imagen se “normalizaba”. Al principio creí que era un error. Tras suceder varias veces, me percaté de que Herzog no solo intentaba transmitir la locura y distorsión del pensamiento de Aguirre a través de lo que decía y por como actuaba, sino también a través de recursos externos al personaje como lo es la captura de las imágenes.
Asimismo, la escena final llamó mi atención. Comienza enfocando a Aguirre con el fondo ligeramente plegado y mostrando su fluir de conciencia: “cuando lleguemos al mar, construiremos un gran barco, iremos al norte, le arrancaremos Trinidad a la Corona Española y le quitaremos México a Cortés (…) Reinaremos sobre todo este continente, yo soy la cólera de Dios”. En seguida, el campo de visión se amplía. Todos en la barca han muerto, únicamente está Aguirre y su deseo de poder junto a unos monos. Al final, la insignificancia de sus deseos incrementa cuando la cámara, mediante giros de 360°, rodea la barca que se encuentra en medio del río y de la selva. “Lo natural invade lo humano ya enloquecido” (Peña, 2016). Es así como mediante la sucesión de imágenes comprendo el deterioro y lenta consunción de lo humano en medio de la inmensidad de la naturaleza.
De esta forma, Herzog hace uso de la cámara no solo para crear la atmósfera de su película, sino también la de los espectadores.
Peña, F. (2016). “Aguirre, la ira de Dios / Aguirre, der zorn gottes, de Werner Herzog”. Revisado el 24/02/2018 en http://filmparadigma.blogspot.com.co/2016/10/aguirre-la-ira-de-dios-aguirre-der-zorn.html
— María Paula Rodríguez
La balsa y el salón de clases
Aguirre la ira de Dios cumple una misión muy importante y es ambientar y generar en las personas que ven esta película las sensaciones que se tenían en la época. En este caso, durante la proyección de la película, se podrían comparar muchos aspectos del viaje de Aguirre en la balsa al recorrer del río con lo que estaba ocurriendo en el ambiente del salón de clases. Empezando por la balsa, esta es en general el salón de clases, en uno va Aguirre con los conquistadores, indios e incluso un caballo esperando qué va pasando durante su recorrido por el río; y en el otro todos los estudiantes con el profesor esperando qué ocurre de nuevo en la película. En la época de la conquista y la búsqueda de El Dorado, los que se atrevieron a hacer esta travesía solamente dependían de esperar qué pasa durante su camino sin saber qué se encontrarían, simplemente entregarse completamente al tiempo. Al igual pasa en el salón de clases, los estudiantes están preparados para ver una película, pero no saben a qué tipo de película se enfrentarán. Durante la trayectoria por el río, poco a poco van muriendo personas y dejando de lado la balsa ya que no llegan a ningún punto, sino simplemente se entregaron a la nada. Al igual pasa en el salón de clases, poco a poco las personas van durmiéndose y otras van dejando de lado el aula porque la película es extremadamente aburrida (como en la época era aburrido darse al tiempo y simplemente esperar), o tenían algún plan diferente, como lo hace Inés cuando escapa en la selva porque no está de acuerdo con el mandato de Aguirre. Finalmente, también se puede relacionar el final de la película con las emociones de las personas; en la balsa, todos los que quedaron vivos anteriormente (o no se durmieron durante toda la película), al final mueren porque son atacados con flechas por parte de los indios. Igualmente, las emociones de dichas personas que permanecieron durante la proyección entera solamente tienen un comentario final: “Qué carajos esta película” ya que no encontraron oro, ni una emoción de interés, odio, impacto, alegría o alguna otra, simplemente desperdiciaron tiempo de sus vidas llegando a nada finalmente.