Después de 12 días de agitados eventos, corredera, encuentros inesperados, queda el cansancio y las preguntas. Nuestra editora de proyectos –que recién vuelve del cubrimiento en Cali– hace un recuento de la COP.
por
Nathalia Guerrero
editora de proyectos en 070
04.11.2024
Esta entrada hace parte de “Impresiones vivas. Diario de la COP16 en Cali”, nuestra bitácora de la dieciseisava cumbre de biodiversidad. Si quiere leer otras entradas, haga clic aquí.
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Cuando apenas nos estábamos adecuando al ritmo del frenesí obligatorio por estos días en Cali, nos llegó la hora del regreso a Bogotá. Así que ahora estamos viendo llover y andamos un poco como Fajardo: tristes, felices, cansadas y, sobre todo, intentando procesar todo lo que presenciamos y lo que aprendimos en la Cop16.
Sobre todo porque durante esta semana larga, lo inédito, o lo histórico, se convirtió en la nueva normalidad caleña. Por momentos, todos los asistentes a la Cop16 éramos partícipes de lo extraordinario que sucedía allí mismo, no solo en la zona verde del Bulevar del Río, ni en la zona azul del Centro de Eventos Valle del Pacífico, sino en todo lo que brotaba desde allí hacia diferentes puntos de la ciudad.
¿Y si hablamos de la caña de azúcar ahora que estamos en la COP16?
Un informe sobre los impactos socioambientales del monocultivo de la caña de azúcar en las vidas de las comunidades negras del valle del río Cauca abre una veta para hablar de un tema crucial en estos días de biodiversidad.
Así, a lo largo de la Quinta, líderes indígenas que venían de varias partes del país, y del mundo, pasaban vestidos con sus vestimentas tradicionales iluminadas por el sol, mezclándose con transeúntes caleños que se quejaban del tráfico imposible que se vive por estos días en la ciudad. En otro punto del bulevar del río, una guardia indígena formaba al lado de un puente, mientras cerca a la maloka de la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana, la OPIAC, arrancaba un acto musical impulsado por varias comunidades, mientras familias caleñas se apiñaban en frente para grabar con su celular.
Afuera, entre la brisa y al lado del río (una imagen que reiteró muchas veces el porqué de la sede), caleñxs y visitantes hacían fila para ingresar a los vistosos stands de marcas muy reconocidas, parte de grupos económicos enormes que han generado un impacto ambiental innegable en nuestro país. En contraste, los pequeños stands de distritos como el de educación, agolpaban a sus ponentes en carpas, mientras un grupo de personas les escuchaba con atención sobre sus liderazgos, procesos y experiencias.
Y alrededor, entre edificios de bancos y universidades aledañas se desplegaban a diario decenas, casi que un centenar, de conversaciones fugaces sobre todos los temas que pudieran relacionarse con el concepto de biodiversidad y medio ambiente. En un solo día podíamos escuchar atentamente sobre procesos comunitarios, el impacto ambiental del conflicto armado, el rol de las mujeres campesinas, indígenas y afrocolombianas en el cuidado de la biodiversidad, drogas enteógenas, juventudes participantes del Acuerdo de Escazú, uso de IA para líderes ambientales, entre otro millar de temas.
Cada día venía con una agenda inabarcable para periodistas, participantes y asistentes. Desde muy pronto, entendimos que la manera de sobrevivir a cubrir una COP era jugársela con apuestas singulares, construir una agenda diaria, en vez de tratar de abarcar un todo imposible de agarrar. Muchas veces durante estos días escuchamos o dijimos que no se podía llegar suficientemente preparade para cubrir una COP, y mucho menos una inédita zona verde con tantos espacios e iniciativas. Ese entendimiento fue liberador y frustrante a la vez, pues había días donde sentíamos que ese carácter histórico y extraordinario se nos diluía entre las manos y se escapaba entre las calles ardientes al final de cada jornada, sin que pudiéramos hacer mucho al respecto.
La sensación no era muy diferente en la zona azul, a donde llegaban a diario más de 7.000 diplomáticques, activistas, polítiques, funcionaries de todo el mundo, a hacer parte de esas escenas inéditas que se convirtieron en lo cotidiano. Por ejemplo, la mayoría llegaban y se iban apiñades a bordo de un bus MIO, que les llevaba gratis desde varios puntos de la ciudad hasta el centro de convenciones. Algunes regresaban a moteles, la única opción de estadía que consiguieron. Allí, entre las decenas de páneles y espacios para tomas de decisiones que ocurrían a diario, se originaban protestas planificadas por parte de organizaciones activistas o representantes de pueblos indígenas. Al lado, un Crepes & Waffles mantenía lleno, fiel a esa costumbre de la eterna fila en Crepes, solo que esta vez eran decenas de extranjeros balbuceando nombres de helados. Si no era Crepes, un diplomático extranjero podía comprar una cajita de lechona y un Sandwich Cubano. Las conversaciones sucedían en pabellones grandes y pequeños, en stands de países y en todo lado que fuera propicio para sentarse a descansar del sol. En la sala de prensa se veían consejos de redacción enteros de todo el mundo, todos quejándose del WiFi.
Al final de la jornada, lo inédito empezaba a esparcirse más allá de las zonas de colores, hacia los bares y discotecas de varias zonas de la ciudad. El sábado, por ejemplo, lo inédito alcanzó al Estadio Pascual Guerrero, que fue la sede del concierto Paz con la Naturaleza. Arrancó con el cacerolazo sinfónico, nacido durante el estallido social en Cali, y cerró con Herencia de Timbiquí, un acto clásico de la zona Pacífica. En la mitad, un Ruben Blades en su versión más ensamble experimental junto a Boca Livre de Brasil y Editus Ensamble de Costa Rica. Antes de él, artistas como Chucho Merchán, Ana Tijoux y Aterciopelados se montaron al escenario con música y mensajes muy a medida del marco de la Cop16.
Las opciones en la noche eran menos que las opciones de la jornada de la COP, porque todos los caminos llevaban de una u otra manera a la salsa. La había en varias presentaciones: en discotecas típicas para gente no local, como La Topa Tolondra, en remataderos como donde Fabio, o en viejotecas detenidas en el tiempo, donde mujeres caleñas de 70 años forradas con escarcha y montadas en tacones bailaban con hombres mayores que ellas con mocasines blancos y olor a colonia fresca. También la hubo en vinilo y en parlante de la calle acompañada de una cerveza helada, disponible a cualquier hora del día. Ya de noche lo inédito volvía a reconfigurarse, e interacciones sociales nunca antes vista en la ciudad cobraban vida en un bar, casi nunca una calle, hasta altas horas de la noche.
Al siguiente día, con un cansancio acumulado, y quizá un mareo leve de guayabo de viche en la cabeza, arrancaba una nueva jornada y nos volvíamos a preparar de nuevo para presenciar lo inédito. Charlas sobre poblaciones indígenas no contactadas, o conversaciones aledañas que hablaban del impacto de los cultivos de caña en el entorno y la vida de las comunidades negras del norte del Cauca, o sobre los nombres indígenas de los mapas. Charlas con líderes ecofeministas, entrevistas con líderes del barrio Siloé que criticaron la institucionalidad del evento, recorridos para entender cómo se ve la biodiversidad en Cali. Todo eso hicimos, vimos y aprendimos, entendiendo que fue una mínima parte de toda la magnitud de la Cop16.
De nuevo, lo inédito ya dejó de ser parte de nuestra jornada. Y aunque estamos agotadas, nos sentimos desinfladas, como vacías de acontecimiento. Ahora, luego del final de la Cop16, y mientras pensamos en el desinfle respectivo que va a tener Cali luego de haber hecho de lo inédito una realidad impostada, creemos que nos queda el reto periodístico de comunicar lo que pasa después de un evento así.
De momento, me quedan estas preguntas. ¿Cómo eso que se decide en la zona azul va a impactar en nuestras vidas? ¿Cómo hacemos que eso que se decidió le importe verdaderamente a la gente? ¿O no tendría por qué? ¿Qué ocurrirá con la idea inédita de una zona verde para las Cops del futuro? ¿Qué reflexiones hará Cali a nivel de ciudadanía e institucionalidad luego de este evento histórico? ¿Si ayudó la Cop16 a que nos acercáramos de forma real a conceptos como biodiversidad, crisis climáticas y liderazgos ambientales? ¿Qué aprendieron les caleñes sobre la Cop16 estos días? ¿Cómo nos proyectamos ante otros países durante la Cop16? ¿Con qué opinión queda la comunidad internacional sobre el rol de Colombia en la conservación de la biodiversidad luego de este evento?
¿Cómo seguir contando lo aprendido, lo que vimos conectar y lo que se decidió?
Quizá las respuestas vayan surgiendo en los próximos días.