Lo de Irán es un ‘bluff’ para que dejemos de prestarle atención al genocidio en Gaza
El creciente ostracismo diplomático de Israel llevó al régimen de Netanyahu a intentar escalar la confrontación en Medio Oriente. A pesar de la represalia iraní del 13 de abril y la subsecuente respuesta israelí del 19 de abril, sus cálculos de regionalizar el conflicto, con el fin de desviar la atención del mundo sobre el genocidio que está perpetrando en Gaza, parecen haber fallado.
por
Felipe Uribe Rueda
27.04.2024
La madrugada del 13 de abril, por primera vez en la historia, el régimen iraní atacó objetivos militares en Israel directamente desde su territorio.
Lo hizo en retaliación por el bombardeo de su sede diplomática en Damasco del primero de abril, donde murieron siete altos mandos de sus fuerzas militares. A diferencia del ataque israelí, que violó la Convención de Viena de 1961 y aun así no recibió ningún reproche por parte de Occidente, la más reciente acción militar del país persa fue ampliamente criticada por Biden y compañía. El 19 de abril, el régimen sionista volvió a atacar, pero de manera controlada, en concordancia con la sugerencia de Washington, que temía un escalamiento incontrolable. Por ahora, parece que el régimen del Ayatolá Alí Jamenei se abstendrá de tomar represalias nuevamente, consciente de que la regionalización de la confrontación solo le conviene a su adversario y que la instrumentalización de su posición de defensor no beligerante de Palestina le ha ayudado a esconder la represión que ejerce contra su propio pueblo.
Ya no pueden tapar el genocidio
Al momento de escribir esta columna, las Fuerzas de Defensa de Israel (en inglés, IDF) han masacrado a más de 34.000 personas desde el 7 de octubre de 2023, la mayoría de ellas mujeres y niños. El sufrimiento de las víctimas del régimen sionista se transmite a diario, y millones de personas alrededor del mundo están presenciando un genocidio en vivo y en directo. Los crímenes perpetrados por las IDF, que van desde bombardear hospitales hasta usar drones que emulan gritos de bebés y mujeres pidiendo ayuda para atraer auxiliadores y acribillarlos, inevitablemente han hecho mella en la reputación internacional de Israel. Las marchas multitudinarias en varias ciudades del mundo a favor de la causa palestina, el creciente aislamiento del régimen de Netanyahu y la reciente reticencia de algunos líderes occidentales son prueba de ello.
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Para tapar las atrocidades perpetradas por su aliado, los medios hegemónicos occidentales han desplegado un aparato propagandístico que busca tergiversar la situación en Gaza, legitimar la ocupación ilegal de los territorios palestinos y desviar la atención de las audiencias hacia realidades más fáciles de manipular y silenciar. La semana pasada, The Intercept filtró unos documentos que demuestran que The New York Times, uno de los medios que más le han lavado la cara al régimen sionista, distribuyó un memo con directrices para que sus periodistas no utilizaran las palabras “genocidio”, “limpieza étnica”, “Palestina” y “territorios ocupados” en sus reportajes sobre Gaza y Cisjordania. Así mismo, algunas universidades en Estados Unidos han despedido profesores que critican el genocidio, al tiempo que las protestas en solidaridad con el pueblo palestino han sido violentamente reprimidas. Al otro lado del Atlántico, la policía alemana, como en los viejos tiempos, ha censurado conferencias acerca del genocidio en Gaza y ha prohibido la consigna From the river to the sea, Palestine will be free (Del río al mar, Palestina será libre), por considerarla antisemita.
Sin embargo, lo único que han logrado estas medidas es incrementar el apoyo por la causa palestina, lo que ha llevado a Israel a intentar causar una escalada bélica en Medio Oriente, con el propósito de que el mundo mire hacia otro lado cuando llegue el momento de la incursión terrestre en Rafah.
El veto de las potencias occidentales, clave para el escalamiento
Estas semanas de tensión se habrían podido evitar, de no ser por la inoperancia de la ONU y la incapacidad de la comunidad internacional para controlar al díscolo régimen israelí. El 3 de abril, Rusia, aliada de Irán, propuso una resolución ante el Consejo de Seguridad de la ONU, encaminada a condenar el ataque israelí del primero de abril. A pesar de que dicha acción militar violó la Convención de Viena de 1961, al tratarse de una agresión contra una sede diplomática, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido ejercieron su poder de veto e hicieron naufragar la iniciativa. Esta táctica, que pasó casi desapercibida, tuvo un propósito escondido detrás de la usual solidaridad con el Estado de Israel: obligar a Irán a tomar represalias directas para convertir al conflicto en Gaza, que a todas luces es un genocidio, en una confrontación bélica regional de carácter convencional, algo más manejable en términos de relaciones públicas. Con esto, se pretendía minar la legitimidad de la causa palestina, al mostrarla como un apéndice más de una confrontación bélica entre la “única democracia del Medio Oriente” y un régimen fundamentalista islámico, y no como una resistencia legítima a un poder invasor.
A pesar de que muchos analistas occidentales sostengan que en cualquier caso la retaliación era inevitable, varios representantes del régimen iraní han dicho que, si el Consejo de Seguridad de la ONU hubiera condenado el bombardeo del primero de abril, se habrían abstenido de tomar represalias. De hecho, si bien son contextos diferentes, el precedente histórico de la toma talibán del consulado iraní de Mazari Sharif, en 1998, la posterior condena por parte del Consejo de Seguridad de la ONU y la retirada de la Guardia Revolucionaria de la frontera afgana muestra cómo tal situación habría podido solucionarse por canales diplomáticos.
Netanyahu, acorralado entre la presión de EE. UU. y la sed de sangre de la ultraderecha con la que cogobierna
Las imágenes del genocidio son tan brutales y la condena de la sociedad civil es tan fuerte, que incluso Estados Unidos y la Unión Europea han comenzado a ponerles peros a las acciones del régimen sionista. Conscientes de que apoyar sin miramientos a un régimen genocida les puede salir caro en el futuro, las potencias occidentales han optado por desmarcarse simbólicamente de lo que sucede en Gaza, sobre todo desde que las IDF asesinaron a siete trabajadores de World Central Kitchen (¡es increíble el poder de movilización de la piel blanca y el pasaporte poderoso!). A comienzos de esta semana, Anthony Blinken, el secretario de Estado de Biden, aceptó haber abierto una investigación contra un batallón de las IDF que habría cometido violaciones de los derechos humanos en un operativo en Cisjordania a principios de 2022. Este matiz de la política exterior gringa con respecto al régimen de Netanyahu es notable, porque es la primera acción simbólica que emprenden sus autoridades para apaciguar a su proxy en Medio Oriente, más allá de sus pocas implicaciones prácticas. Es más, el anuncio de la investigación desbarata varias narrativas sionistas, pues se refiere a hechos anteriores al ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 y sucedidos en Cisjordania, lo que implica que incluso los gringos son conscientes de la sistematicidad de la limpieza étnica en todos los territorios palestinos, más allá de Gaza. Si hilamos más fino, este anuncio podría verse como un aliciente discursivo para la agenda de los defensores de la causa palestina, quienes, desde el comienzo de los bombardeos, han insistido en que las violaciones a los derechos humanos por parte de Israel no comenzaron el 7 de octubre de 2023, sino durante la Nakba (1948-1949).
En el frente doméstico, Netanyahu tiene que lidiar con las presiones belicistas del Frente Nacional Judío (en inglés, JNF), un partido etnonacionalista de ultraderecha con el que cogobierna. Una de las cabezas más visibles del JNF, Itmar Ben-Gvir, el actual ministro de defensa, se ha hecho célebre por instigar una respuesta militar más vigorosa contra Irán, lo que probablemente sí habría causado una guerra regional y la intervención directa de Estados Unidos en defensa de Israel.
Todos los ojos sobre Rafah
Natanyahu decidió hacer all in, al verse acorralado por las presiones occidentales, los tambores de guerra del JNF y la indignación nacional que ha producido la falta de prioridad de los rehenes que siguen en manos de Hamas. Al parecer, la jugada salió como el viejo tahúr quería. Según fuentes anónimas citadas por varios medios, después de una reunión de alto nivel con los gringos, el régimen de Netanyahu aceptó atacar con más mesura a Irán, a cambio de que su aliado le diera luz verde para llevar a cabo una incursión terrestre en Rafah, algo que llevaba buscando desde febrero de este año. Con esto, Netanyahu logró evitar una guerra regional, que era la línea roja de Estados Unidos, al tiempo que apaciguó al ala derecha de su gobierno, que bien podrá saciar su sed de sangre en Rafah, no en Teherán.
El genocidio en Gaza continúa, a pesar de lo que nos quieran mostrar –u ocultar–. Actualmente, en un área donde hace pocos meses vivían menos de 300.000 personas, más de 1,4 millones de desplazados luchan todos los días contra la crisis sanitaria y la hambruna inducidas por Israel, a la espera de un desenlace que ahora parece inevitable. Las movidas de las últimas semanas pueden haber salvado al Medio Oriente de una guerra a gran escala, sin parangón desde 1967, pero han condenado al pueblo palestino a una masacre peor de la que ha sufrido hasta el momento. Según varios observadores internacionales, una incursión terrestre israelí en Rafah, dado el hacinamiento en el que se encuentra la ciudad, sería catastrófica en términos de pérdida de vidas humanas. Esto no parece importarle al régimen de Netanyahu, que considera la toma de la ciudad más meridional de la Franja de Gaza como la clave para acabar con Hamas y, eventualmente, dar por concluida su intervención militar. Como periodistas y movilizadores de la conversación pública, estamos obligados a hacer que los ojos del mundo giren hacia Rafah, porque es ahí donde Israel continuará con el genocidio palestino y Estados Unidos se lavará las manos.
CODA
En diciembre del año pasado, muchos vimos con ilusión cómo Sudáfrica, en un acto cargado de poder poético, llevó al estrado de la Corte Internacional de Justicia a Israel para frenar el genocidio. Sin embargo, los últimos meses de masacre nos han demostrado que el derecho internacional no aplica para todos, y que las vías de hecho son la nueva regla. El genocidio en Gaza no va a parar, si no tomamos vías de hecho. Por eso, las tomas de las universidades en Estados Unidos, la resistencia del movimiento palestino en Alemania y el bloqueo del comercio marítimo por el Mar Rojo de Ansar Allah son tan loables. No es tiempo de ir a ver ballenas.