«Madre de tres hijos -10, 11 y 15-, divorciada. Americana. 30 años de experiencia como actriz de cine. Aún con movilidad y más afable de lo que dicen los rumores. Desea empleo estable en Hollywood (o Broadway)». Tan poca confianza debía tener Bette Davis en la película que acababa de rodar junto a Joan Crawford, su antigua colega de mesa y mantel en restaurantes de postín, que, a los diez días de dar claquetazo final, corrió a poner este anuncio en el periódico, sección ofertas de empleo. Podía haber esperado algunos meses, tal vez hasta que la Academia la nominase al Oscar por enésima vez, para comprobar que su futuro laboral no corría peligro inmediato. Pero no olvidemos que estamos hablando de alguien que en su epitafio mandó tallar: «Lo hizo del modo difícil».
Y quien dice difícil dice retorcido, adjetivo que se adapta como un guante a «¿Qué fue de Baby Jane?», una de esas películas que solo se podían haber rodado en los alquitranados años 60. La operación, sobre el papel, tenía su riesgo pero también su morbo: aprovechar el camino abierto en el cine de terror (lo de psicológico vendría después, y de propina) por «Psicosis» un par de años antes, reuniendo a dos viejas, o aviejadas, glorias del Hollywood dorado para una descarnada y hasta putrefacta fábula sobre cómo Saturno (la industria del espectáculo y sus tentáculos mutantes) devora a sus hijos (si fueron niñas prodigios, mejor; y si ahora son hermanas ancianas despellejándose a muerte en una carcomida mansión, ni te cuento). Robert Aldrich, veterano zorro criado bajo la sombra de Chaplin y Renoir, jugó fuerte al doble o nada y plantó sobre el tapete a dos damas que también habían vivido tiempos mejores: Bette Davis y Joan Crawford. La loba y la aún más loba (se dice que la enemistad entre ambas nació porque Davis dio calabazas a la insaciable e hiperpromiscua Crawford).
La cosa empezó con el pie izquierdo: por despiste del productor a la hora de firmar el contrato, Davis comprobó que a su «compañera» le pagaban unos cientos de dólares más que ella, por lo que exigió un reparto rigurosamente equitativo. Durante el rodaje, los dardos fueron envenenándose cada vez más, aunque muchos eran travesuras infantiles por parte de Bette: un roedor muerto para desayunar, una máquina de Coca-cola bien visible aprovechando que el marido de Crawford era un pez gordo de Pepsi, un poco de intensidad extra en las escenas de pelea, pesas en el bolsillo para fastidiar la espalda, una peluca de segunda cabeza rociada de caspa… Y Aldrich, tan feliz ante tanta intensidad y maldad que repercutían gloriosamente en su película. De hecho, un año después de su estreno (en Halloween de 1962, aunque el 26 de octubre tuvo lugar la premiere en Nueva York), había ingresado en taquilla casi diez veces más que el millón de dólares que costó.
Aunque, en realidad, la verdadera guerra estallaría cuando Joan Crawford no obtuvo la nominación al Oscar que sí logró Bette Davis. Crecida, Davis arponeó con hiel a Crawford, dedicándole frases que ya han pasado a la historia de las cloacas de Hollywood («no la mearía aunque estuviese ardiendo», «ha dormido con todas las estrellas de la MGM menos con Lassie»…). A pesar de ello, Aldrich intentó el suicidio de reunirlas de nuevo en «Canción de cuna para un cadáver» (1964), aunque la mala salud de Crawford frustró el intento. Cuando falleció en 1977, Davis la despidió a su manera: «Nunca hay que decir cosas malas sobre los muertos, solo buenas. Así que diré que Joan Crawford ha muerto… ¡qué bien!». Seguramente, los 12 años que la sobrevivió le supieron mejor que haber ganado 12 Oscar.
Impacto súbito
Medio siglo después, el culto a «¿Qué fue de Baby Jane?» sigue intacto (aunque algunas escenas han envejecido mejor que otras, como suele pasar). No solo por los chismes del rodaje y aledaños, sino por haber iniciado un subgénero (el grotesco «grand guignol») y una gramática a la hora de titular (que llega hasta nuestros días y en nuestras fronteras), convirtiéndose en referente cultural incluso en Springfield. De hecho, Walter Hill prepara un remake del clásico, que se unirá al dirigido por David Greene en 1990, protagonizado por dos hermanas reales, Lynn y Vanessa Redgrave. Difícil lo va a tener para pisotear una y otra vez la serpiente negra y viscosa, tal y como hicieron hace 50 años dos brujas que se odiaban y necesitaban a partes iguales.
«Nunca lo he pasado mejor que cuando empujé a Joan Crawford por las escaleras durante aquel rodaje».
Firmado: Bette Davis, arpía profesional con ojos de… Bette Davis.