Los discursos del presidente del Senado, Ernesto Macías, y del presidente electo, Iván Duque, en mi lectura, no son ni excluyentes ni contradictorios. Todo lo contrario: son dos caras de una misma moneda. Creo que es una estrategia que el Centro Democrático ha venido desarrollando desde la campaña y que consiste básicamente en tener dos tipos de discursos para satisfacer dos tipos de elector o dos tipos de bases políticas totalmente distintas. El primero es el de Ernesto Macías, que es el mismo de la campaña presidencial de Álvaro Uribe y el que se refleja en los puntos que contienen las páginas completas que salieron publicadas en El Tiempo y que pagó el Centro Democrático. Es un discurso con varios elementos que no tiene el de Duque. El primero es que es un discurso de espejo retrovisor. En el discurso de Macías –como en el de los avisos de prensa o el de los discursos de Uribe– hay una adjudicación de culpas muy claras hacia el Gobierno anterior, no solamente en el tema de la paz, que es el tema de mayor interés para ellos, sino en otros temas adicionales.
El objetivo es satisfacer al grupo más radical de las bases uribistas del Centro Democrático. Lo que algunos llaman el “Uribista pura sangre”, que es el que entiende perfectamente que su postura política es una que está dada necesariamente en contradicción con el proceso de paz y el gobierno de Santos. Es un discurso que obligatoriamente necesita enemigo y por eso necesita ser virulento, agresivo, y necesita adjudicar culpas. Es un discurso “nosotros vs. ellos”.
Lo que en apariencia son dos discursos contradictorios, al final es simplemente una estrategia política para ampliar las bases del Centro Democrático.
El de Duque, en cambio, es un discurso más moderado y que no se basa tanto en la contradicción sino en la necesidad de poder construir un consenso o pacto nacional del que él mismo habla constantemente. Estos dos discursos, a simple vista, no son compatibles el uno con el otro, pero cumplen ambos un objetivo importante que es ampliar la base: de un lado, activa electoralmente a los uribistas de toda la vida —que son los que odian al santismo, al proceso de paz y a las Farc— y de otro, activa electoralmente a un nuevo tipo de uribista que está intentando constituirse, si se quiere, en una suerte de conservador contemporáneo. Un nuevo conservador que tiene unas posturas muy parecidas a los republicanos nuevos de Estados Unidos, pero conservador que no necesariamente está obsesionado con el tema de la paz o con los desaciertos de la administración Santos.
Los nuevos conservadores
Son entonces dos discursos para dos públicos que, aunque diferentes en matices, son ambos uribistas y conservadores. El discurso de Macías, por ejemplo, estuvo lleno de alusiones a Dios y la religión. Ese es el tipo de uribista conservador tradicional, una persona supremamente religiosa -no en vano esa es la razón por la cual Ordóñez terminó aliado con el uribismo, no en vano Viviane Morales se desmarca del liberalismo y termina en las filas del uribismo–. Hay, entonces, en esa agenda conservadora tradicional del uribismo un componente religioso fuertísimo. Cuando Macías hace alusiones a figuras religiosas no lo hace únicamente porque seamos el país del Sagrado Corazón, sino porque sabe que esa base del uribismo además de ser profundamente antisantista, es profundamente religiosa, tanto católica como cristiana.
En el discurso de Duque esas alusiones no son tan claras. El tipo de conservador que está tratando de sumar Duque a las filas del uribismo es un conservador mucho más contemporáneo. Un tipo de conservador que tiene posturas económicas en las que, por ejemplo, el intervencionismo del Estado no es bien visto. El asunto religioso no cala tanto en esos nuevos conservadores. Son mucho más académicos, si se quiere, menos cercanos al conservador tradicional colombiano. Y justamente, por esa razón, ahí hay también un movimiento de Duque para acercarse a los jóvenes. Duque sabe que hay una población joven que tiene ideas conservadoras sobre la economía o sobre el papel del Estado, pero no es necesariamente tradicionalista ni religioso.
Lo que en apariencia son dos discursos contradictorios, al final es simplemente una estrategia política para ampliar las bases del Centro Democrático.
Una oportunidad para el Centro Democrático
Lo que el Centro Democrático tenía el día de la posesión del nuevo presidente Duque, era una gran oportunidad. Era el momento para reivindicar el hecho de ser ganadores en términos electorales. Esto es muy importante para este sector porque, dentro del uribismo persiste una narrativa de despojo después de su victoria electoral en el Plebiscito. Muchos de ellos tienen la impresión de que ganaron y, sin embargo, el gobierno Santos terminó implementando un acuerdo de paz que la mayoría de la gente había rechazado a través del voto.
Hoy pueden reclamar sin contemplaciones y ambigüedades su éxito electoral: haber llegado a la Casa de Nariño y tener una bancada importante en el congreso. Es un momento de triunfo crucial para ellos y de reivindicación del liderazgo de Álvaro Uribe. Por eso las ovaciones durante la posesión cada vez que Macías lo mencionó.
Una de estas tendencias piensa en Uribe como el líder supremo que dicta los pasos a seguir y la plataforma del partido.
El 7 de Agosto quedaron deletreadas las dos tendencias políticas al interior del Uribismo y queda solo esperar la división del trabajo que asumirán en el contexto de la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Una de estas tendencias piensa en Uribe como el líder supremo que dicta los pasos a seguir y la plataforma del partido. Y otra parte del partido que está en una sintonía, otra vez, mucho más moderna, más colegiada y mucho más deliberativa. Esas, creo yo, son las dos fuerzas —marcadas también por razones generacionales— que se están gestando dentro del uribismo.
Lo interesante es que lo que en otros partidos sería una tensión irreconciliable, acá es una gran oportunidad que el Centro Democrático sabe cómo aprovechar.