Los malentendidos en torno a las neurociencias son profundos. La creencia de que los seres humanos sólo usamos el 10% de nuestros cerebros, por ejemplo, es bastante generalizada y equivocada. Pero ningún malentendido es tan desconcertante como el del libre albedrío que tanto atesoramos los seres humanos. Fernando Cárdenas, profesor asociado del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes, concluye sin ambages que el libre albedrío es una ilusión.
Este fue el tema de investigacín de Benjamin Libet, investigador de la Universidad de California en San Francisco. En los años ochenta hizo una serie de experimentos que llevaron a buena parte de la comunidad científica a concluir que las decisiones no eran fruto de nuestras decisiones. Libet les pegó electrodos en la cabeza a sus sujetos para monitorear su actividad cerebral. Los puso frente a un reloj y les dijo que apretaran un botón y registraran la posición del cronómetro en la que habían tomado la decisión de hacerlo.
Libet descubrió que la corteza motora, la que planea y ordena el movimiento, empezaba a trabajar mucho antes de que la persona fuera consciente de que iba a presionar el botón y registrara el número del reloj en el que supuestamente había decidido hacerlo. Según la actividad eléctrica que se veía en el cerebro, una parte empezaba a activarse, mandaba la señal a la corteza motora para que iniciara el movimiento y, casi simultáneamente, enviaba una señal al cortex frontal que creaba la conciencia de la supuesta decisión. «Tú no tomas la decisión sino que una parte del cerebro te informa la decisión que tomó y tu experiencia subjetiva es ‘yo tomé la decisión’”, explica Cárdenas. Parece que somos como el bebé en el carrito de juguete del carro de supermercado; creemos que estamos al volante pero nos somos quienes decidimos hacer los giros.
Hay otro experimento que pone en duda el libre albedrío de manera más dramática. El sujeto A tiene dos teclas para decidir si un punto en la pantalla que tiene al frente se mueve hacia la izquierda o hacia la derecha. Cuando oprime, manda una señal que activa un aparato que estimula el cortex motor del cerebro del sujeto B que está frente a una pantalla idéntica. La estimulación hace que este sujeto B presione involuntariamente la tecla justo como lo hizo el sujeto A. Aunque el dedo se mueve por la estimulación magnética generada por la decisión del sujeto A, el B queda convencido de que tomó la decisión de oprimir el botón.
Resulta que la conciencia de nosotros mismos, esa que nos dice que somos individuos únicos con pensamientos y decisiones propias, es tan sólo una de las muchas conciencias que la actividad cerebral produce. “Hay conciencias de lo motor, de lo intuitivo, de lo visual, de lo auditivo, de lo que está pasando dentro del cuerpo”, explica Cárdenas. “Todo confluye en algunas partes del cerebro donde se crea la sensación consciente de que tú eres el que está ahí. Nuestra conciencia está hecha por múltiples pedacitos y uno de ellos es la de uno mismo”. La conclusión ilusoria de nuestra conciencia es que estamos a cargo de todas las decisiones que partes del cerebro toman de manera autónoma.
La distancia entre activación cerebral, acción y conciencia no es la única que menoscaba la idea que tenemos de libre albedrío. Como explica Sam Harris, filósofo y neurocientífico estadounidense, “las decisiones, los pensamientos y esfuerzos de una persona están precedidos por causas de las que no somos conscientes. Es más, son precedidos por causas profundas – genes, niñez, experiencia, etc. – por las que nadie, sin importar cuán malvado, puede ser responsabilizado. Nuestra ignorancia de ambas crea ilusiones morales”. De cualquier manera, para Harris la conclusión de que nuestros pensamientos y decisiones tienen causas insondables no nos libera de la realidad de que esos pensamientos y decisiones son los que construyen una vida feliz o miserable. Aunque los hallazgos científicos parecen demoledores para la percepción de nuestra agencia sobre el mundo, puede ser que la única manera de actuar en él es hacerlo con una conciencia de control y deliberación. Más allá la única conclusión certera es que nuestra conciencia es mucho más compleja de lo que sospechamos.