The Beatles fueron los cinco, y no cuatro, reyes de los sesenta: Ringo Starr, George Harrison, Paul McCartney, John Lennon y, aunque muchos lo ignoren, George Best, “El quinto Beatle”, quien hizo música en las canchas a punta de gambetas, piques, enganches, caños y definiciones exquisitas.
Con un rostro hecho para las cámaras y las alfombras rojas, una sonrisa tipo Tom Cruise y los ojos de Leonardo DiCaprio, este chico malo de Irlanda del Norte decidió hacer sus recitales en los estadios de fútbol. Por eso, antes de un Óscar, ganó un Balón de Oro. Su talento fue igual a su desorden. El alcohol, las mujeres, el derroche y la fama la acompañaron hasta el 25 de noviembre de 2005, cuando murió.
George Best nació el 22 de mayo de 1946 en Belfast (Irlanda del Norte), cuyo nombre significa: “El vado arenoso en la desembocadura del río”. Precisamente en la mezcla de arena y agua, Best fortaleció sus piernas, en el potrero sus gambetas le permitieron driblar la pobreza. Brilló en el barro y un caza talentos del Manchester United se fijó en su genialidad con el balón. Tenía 15 años. Su familia la componían Dickie Best, el padre, y Anne Withers, la madre. De esa pareja nacieron otros cinco hermanos –cuatro mujeres y un varón–. Según el periodista español Jimmy Burns, George Best fue el hijo mayor de la familia liderada “por un trabajador portuario y la empleada de una fábrica de tabaco. De su padre heredó el amor por el fútbol y de su madre, el alcoholismo”.
A pesar de lo que el mito reza sobre la corpulencia de los irlandeses, George Best no fue un jugador fuerte. Rozó los ciento setenta centímetros, una estatura baja para cualquier europeo, pero eso le bastó para descrestar al mundo del fútbol. Antes de que la droga y el alcohol lo dejara mano a mano ante la muerte, Best expuso su talento en la Liga Inglesa y se consagró dentro del grupo de los mejores. En 1963, con tan solo 17 años debutó en el mágico Old Trafford del Manchester United en un equipo comandado por el legendario Sir Bobby Charlton, el rival de turno fue el West Bromwich Albion.
El equipo de los “Diablos Rojos” orquestó un recital con intérpretes que nunca, hasta ese entonces, tocaron tan bien el balón en el “Teatro de los sueños”, como se le conoce a Old Trafford. El público disfrutaba con cada concierto a un toque, con cada melodía de diagonales, con el contrapunteo de paredes y con la frecuente musicalización del poema más corto del mundo: ¡Gol! El éxito no dio espera, Best conformó el equipo campeón de la Liga Inglesa en 1965 y, como el que es caballero repite, volvió a coronarse en 1967.
Inglaterra era suya. Se adueñó de la banda izquierda y con velocidad impuso sus notas de calidad por los estadios ingleses, pero quería más. En 1968 el Manchester United se coronó campeón de la Copa de Europa ante el Benfica del inmenso Eusebio. El 29 de mayo de 1968, cien mil espectadores llenaron Wembley. Los noventa minutos reglamentarios terminaron en tablas: 1 – 1. En el minuto 93, ya en tiempo extra, Best marcó el 2 –1, para que luego Brian Kidd y Bobby Charlton, decoraran el marcador final: 4 – 1.
El infierno del Diablo Rojo
El Manchester United alcanzó por primera vez en su historia el título de Campeón de Europa y eso sirvió para que del fútbol surgiera el primer rockstar del balón. Con 22 años, George Best ya era rey de Europa. Sus actuaciones estelares en la cancha lo hicieron merecedor del Balón de Oro en 1968 y le entregaron pase VIP para las juergas de la farándula internacional.
Los rumores de sus noches interminables crecieron en Manchester. Los encargados del club recorrían los bares rogando para encontrarlo antes de los partidos. Él, sin embargo, sabía que su vida empezaba a llenar los tabloides sensacionalistas. Por eso, aunque era falsamente acusado de acostarse con cada Miss Mundo coronada, muy gallardo se defendía con honestidad: “Mucha gente va diciendo por ahí que me he acostado con siete Miss Mundo, pero sólo han sido tres”.
El gusto por las reinas lo ponía a dudar entre una noche de placer con la mujer más hermosa del mundo o una excitación visceral al marcarle un gol memorable al clásico rival: Liverpool Football Club. No tuvo que elegir entre una u otra noche de ensueño: “Si me daban a elegir entre dejar a cuatro jugadores por el camino y hacerle un golazo al Liverpool, o acostarme con Miss Mundo, hubiese sido una decisión difícil. Afortunadamente, he tenido la oportunidad de hacer ambas cosas”.
De sus mujeres es imposible llevar una cifra, pero de sus goles sí hay registro. Con el United alcanzó 178 tantos en 464 partidos. Luego infló las redes en Estados Unidos, Escocia y otros equipos ingleses, ya no tenía la rapidez del principio, pero conservaba una indiscutible calidad. Marcó en total más de 250 goles, de los cuales nueve fueron vistiendo los colores de Irlanda del Norte, su selección, con la que estuvo en 37 juegos oficiales.
He gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y automóviles...el resto lo he despilfarrado
Cuando el alcoholismo empezó a mermarle su virtuoso juego, sus bolsillos iniciaron la escasez. Montó una tienda de ropa y un par de bares en Manchester, pero todas las ganancias terminaban en juergas. Eso sí: nunca las despilfarró. Desde su irreverencia total soltó un par de frases que lo bautizan, con brindis a bordo, como el Charles Bukowski del fútbol: “En 1969 dejé las mujeres y el alcohol, fueron los peores 20 minutos de mi vida”. Y: “He gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y automóviles…el resto lo he despilfarrado”.
Hoy, Best sería algo así como una suma de David Beckham y Diego Maradona. Ante los flashes, tenía la pose de Beckham. En el campo, el cambio de ritmo de Maradona. Sonreía gustoso ante cualquier fotógrafo, pero también aceleraba a fondo, frenaba en seco en fracciones de segundo y quebraba las cinturas de arqueros y defensas. Con los años, lejos del fútbol, se volvió un crítico, pero nunca perdió su sinceridad. Por ejemplo, del mismo Beckham, capitán de la Selección de Inglaterra en ese entonces, dijo: “No le pega de izquierda, no cabecea, no defiende y no hace muchos goles. Aparte de eso, está bien”. Mientras que del Rey Pelé, aclaró que su trono mundial sólo estaba regido por la ley del más feo: “Si yo hubiese nacido feo, nunca hubiesen oído hablar de Pelé”. En cambio, el Rey le entregó un cumplido al irlandés, destacando que su juego tenía la irreverencia del enganche latino como sello: “George Best creo que es el más brasileño de los ingleses, porque su estilo era casi latino”.
Sus declaraciones recorrían el mundo periodístico del deporte, igual que sus escándalos. En 1984 estuvo preso por manejar borracho, luego su hígado colapsó por tanto alcohol. La década de los noventas presenció el descenso al infierno del Diablo Rojo que alcanzó el cielo del fútbol. Apenas entraba el milenio cuando recibió un trasplante de hígado, pero no abandonó la bebida. Fiel a su estilo cayó en una cama y murió. Intentó redimirse, cinco días antes de irse publicó una foto en el tabloide británico The News of the World, donde se le ve decrepito y moribundo. La foto tenía una titular gigante: “Don’t die like me” (No mueran como yo).
Su enfermedad menguó sus fuerzas, pero su historia no deja morir su vida de crack en las canchas, en los bares, en las camas y en las juergas. Al morir, los homenajes no se hicieron esperar. En Belfast, desde su muerte, cada visitante que llegue por aire a su tierra natal, sabrá que el avión descenderá al “Aeropuerto George Best”. Igualmente, cada asistente al magnífico Old Trafford sabrá que hubo un George Best, que junto a Denis Law y al gran Sir Bobby Charlton, hicieron un ataque demoledor en los sesentas, pues desde 2008 hay una estatua llamada “The United Trinity”, que honra el talento de esa delantera efectiva. También el banco Ulster Bank (Irlanda), sacó un millón de billetes conmemorativos de cinco libras con su imagen para recordarlo en el primer aniversario de su muerte, quizá ver su rostro en el dinero impreso es un homenaje más que preciso para su estilo de vida.
No hay duda de que el Quinto Beatle dejó su marca en la historia del fútbol y la juerga. Los hinchas del fútbol exquisito agradecen cada enganche, desborde, drible, pase y gol. Los amantes de los excesos lo pueden tener como modelo a seguir. Él es una muestra de que el talentoso puede ser pernicioso. Su ley la implantó con magia en las piernas, tanto en las camas como en los campos. Otra de sus frases de antología funciona como su epitafio: “He dejado de beber, pero sólo cuando duermo”. Sólo hay que hacer una salvedad: esta vez el sueño, como George Best, fue eterno.