Cerosetenta hizo presencia en Lindau, Alemania en el encuentro anual de premios Nobel. ¿Podrían los transgénicos acabar con el hambre? fue el título del artículo publicado en la revista tras la conferencia de Sir Richard Roberts, un premio Nobel de medicina en 1993, quien respaldó los transgénicos como una gran ayuda para suplir las deficiencias alimenticias en los países en vía de desarrollo.
El artículo se enfocó en explicar las ventajas de los alimentos modificados genéticamente y la afectación que generan los grupos ambientalistas que se oponen a la producción de dichos alimentos que van dirigidos a poblaciones necesitadas. Sin embargo, aunque los transgénicos puedan proveer beneficios, no se pueden dejar de lado las implicaciones que tienen para los pequeños productores y la biodiversidad. Más allá de ir en contra de estos alimentos, se trata de cuestionar cuál es la mejor manera en que éstos deben introducirse y manejarse dentro de los países en desarrollo.
Indudablemente los transgénicos pueden colaborar a disminuir el hambre, pero hay que tener muy claro que no es lo único que se puede hacer. Resolver el problema del hambre es un tema mucho más complejo y requiere de soluciones políticas, sociales y económicas. En muchos países, el hambre es una fuente de preocupación, pero su verdadero origen, la pobreza, es el gran problema.
Los transgénicos tienen ventajas innegables al generar mayor producción, menor utilización de químicos y permitir el aprovechamiento de tierras poco aptas para cultivos. Pero no todo es bueno y su utilización debe ser cuidadosa. Introducir semillas genéticamente modificadas de manera obligatoria genera cambios en las prácticas ancestrales del campesinado, implica nuevos trámites y costos para el agricultor y crea dependencia de semillas importadas. Además, la utilización masiva de transgénicos puede ser alarmante si se tienen en cuenta los intereses comerciales que generan excesivo control de unos pocos sobre la producción de alimentos en detrimento, sobretodo, de pequeños productores en países en desarrollo. Esto sin contar con los riesgos para la biodiversidad. Dedicarse a la siembra de cultivos transgénicos podría significar la pérdida o alteración de variedades nativas.
No obstante, también es cierto que la agricultura tradicional tiene desventajas. La toxicidad de plaguicidas tiene efectos nocivos en el ambiente y las personas. Las plagas, los suelos inapropiados y factores climáticos generan pérdidas importantes que podrían evitarse con el uso de transgénicos.
Está claro que no hay que satanizar los transgénicos, sino enfocarse en la puesta en marcha de su utilización. Los alimentos modificados genéticamente son sometidos a controles rigurosos de producción y bioseguridad; incluso más que un producto normal. Además, nada asegura que los demás alimentos que consumimos sean totalmente seguros, puesto que pueden contener plaguicidas y otros químicos nocivos.
Por ello, más allá de los transgénicos está la necesidad de una política que promueva la producción de alimentos sanos, una agricultura sostenible, conservación de suelos, agua y biodiversidad. Además, es importante que las personas tengan una posición formada e informada además de estar capacitados. Esto se refiere al alfabetismo científico para el público en general y especialmente para los agricultores y consumidores. Muchos no saben qué son ni cómo se producen los alimentos genéticamente modificados y ello es necesario para que la sociedad decida qué siembra, qué compra y qué consume.
*Liliana Reyes es microbióloga y profesora de cátedra de los Departamentos de Ingeniería Civil y Ambiental y de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes.
[Las consideraciones expresadas en esta nota no representan necesariamente la opinión de la Universidad de los Andes]