Música de ascensor mientras pienso en qué hacer con mi vida 

El escritor Harold Muñoz reflexiona sobre la rutina, el escapismo y la dualidad del yo a partir de la serie Severance y la música muzak. Entre la tentación de evadir lo tedioso, y el valor de habitar lo cotidiano, elige —cuando puede— poner su propia banda sonora

por

Harold Muñoz


16.05.2025

Ese ascensor por el que ingresan los personajes de Severance, serie original de Apple TV, no tiene música.

Basta con una campanada para que los empleados severed de Lumon Industries (separados en dos personalidades por un procedimiento que les implanta un chip en el cerebro) pasen de su innie (que no recuerda nada de su vida por fuera del trabajo) a su outie (que no recuerda nada de lo que hace dentro de Lumon). Ese es el núcleo del conflicto de la serie: la promesa de saltarse la monotonía laboral endilgándosela a un alter ego que en teoría no sufre porque no conoce y por ende no extraña nada que no sea parte de ese trabajo. El sueño del outie es pestañear adentro de ese ascensor y que la jornada laboral se haya consumido. El del innie es cerrar los ojos y haber cumplido con los méritos que lo conviertan en el empleado del mes. Todos felices, en teoría, luego de que suena la campana del ascensor: cada quien ha llegado a su piso. Cada quien hace la parte que le toca.  

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Hay ascensores como el de Severance, en el que solo suena una campanita, y hay ascensores con música ambiente para que sus ocupantes no se angustien mientras suben o bajan diez, cuarenta, los ciento dos pisos del Empire State. En 1922 el inventor militar George Orwen Squier fundó Muzak Corporation, una empresa pionera en la psicología del sonido aplicada al marketing y que además compartía un propósito parecido al de Lumon Industries —al menos en principio, pues luego el alcance de Lumon resulta ser aún más siniestro—: mejorar la productividad de los empleados borrándoles de la memoria lo ocioso del mundo exterior. En vez de un microchip, algo difícil de imaginar hace cien años, Muzak creó la estimulación progresiva, una música que se reproducía en oficinas o en fábricas y que, a partir de un ritmo repetitivo que se cambiaba sutilmente cada quince minutos, generaba un ambiente de eficiencia garantizado. Se mezclaba a partir de versiones suaves de éxitos de aquel momento del jazz o música clásica, con arreglos llanos que procuraban eliminar emociones fuertes. No tenía voces para evitar distractores o mensajes políticos indeseado. Sonaba a 72 decibeles, o sea, lo suficientemente suave para pasar casi desapercibido.  

Recomendaría una lista de muzak para quien no lo haya escuchado, pero no creo que haga falta: es muzak la musiquita de cuando nos ponen en espera en una llamada. Está en todo. Es el verdadero himno de la alegría, un canto a la productividad. Con el tiempo —no niego que a veces quisiera que la vida tuviera elipsis narrativas como esta— comenzó a llamársele música de ambiente o elevator music o solo muzak. La banda sonora del capitalismo —así la define DeepSeek, la inteligencia artificial china—, que ha estado sonando incluso en aeropuertos o en centros comerciales sin que muchos la noten. Aunque también ha sido reinterpretada por la contracultura para luego ser digerida nuevamente por el mercado. En Blade Runner suena en los anuncios futuristas. En Fight Club —otro referente de personajes duplicadossuena en las escenas de oficina y se acelera cuando Jack comienza a sufrir de insomnio. La banda sonora de Severance, compuesta por Theodore Saphiro, es un muzak frío y laberíntico. Otro detalle precioso en una serie llena de alusiones a la modernidad y su asfixiante positivismo: en la arquitectura, en el diseño de interior, en la cinematografía. 

"No voy a mentir: en varias ocasiones he fantaseado con tener una mitad que responda por mí en el trabajo o, mejor aún, que me haga la declaración de renta o la fila en la EPS"

En la segunda temporada, sin embargo, los personajes parecen más interesados por la vida de su contraparte. Sobre todo luego de descubrir el alcance de Lumon Industries y de las aplicaciones de su innovador procedimiento, que además de la rutina ahora promete evitar el dolor. El gran descubrimiento de las mitades es que la existencia es sobre todo un eterno tiempo muerto y, sin embargo, ninguna querría perdérselo. No voy a mentir: en varias ocasiones he fantaseado con tener una mitad que responda por mí en el trabajo o, mejor aún, que me haga la declaración de renta o la fila en la EPS. Una mitad que escriba esto por mí de forma más eficiente. Una mitad que incluso se enferme para que yo pueda irme de paseo o dedicarme de lleno a jugar fútbol. Una mitad que me salve de la tristeza de perder a alguien, que llore en mi lugar. Una mitad, en fin, que haga todo lo que me da pereza o que a veces, simplemente, preferiría evitar. Y sin embargo, también le he ido cogiendo cariño a la rutina y a lo inevitable cotidiano. Más que una cárcel, lo veo como un orden transitorio para el tiempo en el que me deshago. He tenido la oportunidad de mudar, podría recoger las rutinas que he abandonado y narrar las personas que he sido: buena parte de la vida se va en volverse hábil armándose rutinas. Toca hacer que las cosas pasen. En algún momento, cuando nos sintamos preparados, eso sí, tendremos que atravesar el dolor, la enfermedad, la pérdida: Mark Scout entró a Lumon para olvidarse de la muerte de su esposa, para fugarse de ese duelo en las ocho horas que dura su jornada laboral. 

No digo que no me interese sacarle el jugo a la vida. Digo que no me angustia. Yo procuro escoger la música. A veces muzak —recomiendo, ya que, esta lista—. A veces llevando un libro. A veces acompañando a alguien que quiero a hacer una fila o algo que esa persona, seguramente, querría saltarse.  

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