Leonardo Padura, el escritor y periodista cubano, apareció en el escenario del Teatro Campoamor de Oviedo para recibir el premio Princesa de Asturias a las Letras con una pelota de béisbol en la mano derecha. “Pertenezco profundamente a la identidad de mi isla, a su espíritu forjado con tantas mezclas de etnias y credos, a su vigorosa tradición literaria, a su a veces insoportable vocación gregaria, al amor insondable que le profesamos al béisbol”, dijo en su discurso.
Cuando los cubanos viajamos no queremos ir a museos ni playas. Queremos ir a un supermercado
Se agotaron sus libros, los medios internacionales le rogaban por entrevistas y en la calle le pedían fotos. Sin embargo, en Cuba no pasó nada. El noticiero del medio día anunció la noticia con dos frases y prometió ampliarla en próximas emisiones. Nunca lo hizo. “Cuando los cubanos viajamos no queremos ir a museos ni playas. Queremos ir a un supermercado. Nos faltan muchas cosas. Por eso, a veces, el triunfo de un cubano se vuelve la maldición del otro y uno, como escritor, entra a ser parte de ese juego”, confiesa Padura.
Y es que sus libros resultan incómodos para muchos. En El hombre que amaba a los perros, otorga dos pilares fundacionales al hombre socialista: la esposa, que garantiza la comida, y el mecánico que le arregla el carro; señala a Stalin como la prueba de que todas las grandes ideas pueden pervertirse, e insiste en que al mundo le hace falta refutar sus utopías para repensarse. Según Héctor Abad, autor de El olvido que seremos, Padura dijo todo lo que podía decirse sin ir preso. “La verdad fue mi escudo y mi escudo la verdad”, completa él.