Pessoa y las moscas: en tributo a Juan Mosca

Una mirada a la lectura que Fernando Garavito (Juan Mosca) hizo del Libro del desasosiego de Fernando Pessoa.

por

Jerónimo Pizarro

profesor de literatura de la Universidad de los Andes


07.08.2024

Portada: Cubierta del libro Amor y desamor ilustrada por Luz Lizárázo. Cortesía: BADAC - Fondo María Mercedes Carranza.

Este texto hace parte del especial “El mundo es esto que miro: vida y obra de María Mercedes Carranza”. Para ver otros textos del especial, haga clic aquí

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Melibea, la hija de María Mercedes Carranza y Fernando Garavito, me dejó ver un día, entre muchas otras cosas que guardaba en su casa, la edición anotada por Garavito del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Pude entonces consultar la 2.a reimpresión (enero de 2003) de la versión publicada, a finales de 2002, por la editorial Acantilado. No recuerdo qué otros libros vimos ese día, pero sí que ella dirigió mi mirada hacia las muchas moscas que Juan Mosca, o El señor de las moscas, como firmaba muchas columnas Garavito, había dibujado en su edición, leída en 2005.

A título de curiosidad, hoy quisiera rescatar algunas páginas y pasajes de ese libro: en parte, porque le debo a Mosca haber redescubierto con asombro muchas moscas (gracias a él me percaté de cuántas realmente existen); en parte, porque sólo Mosca, creo, podía haber localizado tantas. De hecho, ningún “pessoano” ha escrito sobre Pessoa y las moscas, y creo que eso se debe a que ninguno se ha fijado bien en su número ni en su significado. Las moscas tienen algo de invisible —acaso porque no queremos verlas y les lanzamos manotazos—, pero ellas, cuando volvemos a mirar, más despiertos, todavía están allí.

Empecemos por la portada interior, donde además de algunas citas se encuentra la firma del lector-propietario, una mosca y los números de algunas páginas: 55, 191, 349-50, 370, 527, 535. Este índice privado y moscario ayuda a encontrar las moscas pessoanas de un tirón y a captar que Juan Mosca “andaba mosca” cuando leía, como, por lo demás, lo demuestran otros apuntes. Garavito solía leer de manera muy atenta, en un estado de sospecha, pues lo que leía a veces lo mosqueaba y él, que fue corrector, quería pillarse todos los lunares del texto; esos lunares que, de alguna forma, también son pequeñas manchas negras o algo oscuras, si bien las moscas tienen diversos colores. Así que este escrito es sobre moscas y manchas.

Portada.

Empecemos en orden, para no andar de un lado al otro como una cucaracha (o una mosquita; ¡pobres insectos!). Tras destacar que Pessoa describe a la humanidad como “una suma de animales” (p. 15) y rodear con un círculo al “gato” de la oficina del protagonista (p. 22), Garavito se topa con las primeras moscas del libro: “Hay puercos a los que repugna su propia porquería, pero no se apartan de ella […] Hay puercos del destino, como yo, que no se apartan de la banalidad cotidiana por esa misma atracción de la propia impotencia. Son aves fascinadas por la ausencia de serpiente; moscas que sobrevuelan los troncos sin ver nada hasta que acaban poniéndose al alcance viscoso de la lengua del camaleón” (pp. 54-55). Pessoa imaginó una variante para esa frase enigmática “por la ausencia de serpiente”: “por el pensamiento de la serpiente”. Garavito no se detuvo en ese paso, sino en el siguiente: el de las moscas antes de llegar a la lengua infalible del camaleón. Hay que estar mosca para no correr riesgos, pero incluso las moscas mueren si una lengua pegajosa, de un animal que cambia de color se lanza sobre ellas. Ahora bien, Pessoa dice que así, como una mosca, él pasea su “inconsciencia consciente” alrededor del “tronco de lo habitual”, y que de su sucia vida monótona (pues no ha hecho nada por cambiarla) solo lo salvan los breves comentarios que hace y deja escritos. Yo admito que, en este punto, como en otros, Garavito se haya reconocido en el autor del Libro del desasosiego.

Página 55.
Página 191.

La monotonía reaparece en el siguiente pasaje por el que circula una mosca. Al fin y al cabo, “mosquear(se) “tiene los usos transitivos de ‘causar desconfianza o enojo’ y ‘espantar las moscas’, y el pronominal de ‘sentir recelo o enojarse’. Pero en el castellano coloquial de gran parte de la América hispana, el Perú incluido, mosquearse, además, significa ‘llenarse de moscas un alimento’, ‘exhibirse una mercancía sin conseguir que se venda’, ‘aburrirse en el trabajo por falta de labores’” (Martha Hildebrandt). En el Libro se lee: “La monotonía, la igualdad incolora de los días iguales, la nula diferencia entre el hoy y el ayer —que esto me quede siempre, con el alma despierta para gozar de la mosca que me distrae pasando casualmente ante mis ojos, de la carcajada que se alza voluble desde la calle incierta, la enorme liberación de ser hora de cerrar la oficina, el reposo infinito de un día de fiesta” (p. 191). Estas líneas surgen tras otras, más axiomáticas, que declaran que la vida es, en últimas, monotonía y que la forma más sabia de vivir es monotonizar la existencia. Pessoa aspira a que “la más mínima cosa constituya una distracción” (p. 191) y no quiere perderse nada mínimo, ni el vuelo de una mosca, en medio de su contemplación del espectáculo del mundo.

Si avanzamos, llegamos a las páginas que tienen más moscas dibujadas: dos, en la p. 349; siete en la p. 350. El fragmento empieza: “Han pasado meses desde lo último que escribí”. Allí encontramos a un oficinista de vuelta a su mundo, con los codos apoyados sobre una mesa inclinada. Ese empleado regresa de un “falso sueño”, alza las manos y lo primero que ve es un moscardón posado en el tintero, al que contempla “anónimo y despierto”: “Tenía unos tonos verdes azulinegros y era de un lustroso repugnante sin ser feo ¡Toda una vida!”. La reflexión ulterior lleva a que Juan Mosca escriba en su ejemplar “La mosca como filosofía”. En La letra E (1987), de Augusto Monterroso, esa reflexión ya había merecido un comentario. Libro del desasosiego: “Quién sabe para qué fuerzas supremas, dioses o demonios de la Verdad por cuya sombra erramos, no seré sino la mosca lustrosa que se posa por un instante frente a ellos? ¿Consideración fácil? ¿Observación ya hecha? ¿Filosofía sin pensamiento? Tal vez, pero yo no pensé, sentí. Hice mi risible comparación carnalmente, directamente, con un horror profundo y oscuro. Fui mosca cuando me comparé a la mosca. Me sentí mosca cuando supuse que así me sentía. Y me sentí un alma de mosca, me dormí mosca, me sentí encerrado como mosca. Y el mayor de los horrores es que al mismo tiempo me sentí yo”. La letra E: “Y una oleada de afecto, de amistad, de compenetración me invade cuando mi lectura registra esas vacilaciones, ese temor a no ser digno del tema mosca que un día se posesionó de mí; su miedo a repetir una observación fácil, o ya hecha, o una filosofía pobre ante semejante tema. También un día a él, como aquel día a mí, lo atrapó la mosca y le exigió ocuparse de ella en su obra, a sabiendas de que cualquier idea que sobre ella tuviera estaría siempre por debajo de su mínimo e insondable misterio”. Garavito y Monterroso se sintieron hermanados con Pessoa cuando este fue mosca. 

Página 349.
Página 350.

Y no en balde. Recordemos que Monterroso, en Movimiento perpetuo, afirma sin ambages: “Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre. Traten otros los dos primeros. Yo me ocupo de las moscas…”. Tito recuerda entonces que tuvo la idea de preparar una antología universal de la mosca y deja más abajo un apunte entre paréntesis: “En el principio fue la mosca. (Era casi imposible que no apareciera aquí eso de que en el principio fue la mosca o cualquier otra cosa. De esas frases vivimos. Frases mosca que, como los dolores mosca, no significan nada. Las frases perseguidoras de que están llenas nuestros libros.)”. Fue ese tipo de frase —la frase mosca— la que Monterroso descubrió en el Libro del desasosiego, que se publicó en portugués por primera vez en 1982 y que Seix Barral dio a conocer en español en 1984, en traducción de Ángel Crespo. 

¡Juro que quería hacer un texto corto! ¡Mucho más después de citar a Monterroso! Así que al menos, en este caso, no me alargaré. Dejo solo una recomendación: el texto “La mosca y el dinosaurio”, de Margo Glantz. Y eso que el diablo está en los detalles y una voz diabólica me sopla que existen más de 150,000 especies de moscas en el mundo, que 3,200 fueron descritas en Colombia y que hay seres que odian a tales dípteros, pero actúan como mosquitas muertas… ¡Pobres animalitos! ¡Casi no los conocemos e imaginamos que en el arte del engaño se parecen a nosotros!

¡Cómo pululan las moscas! ¡Cuántos prejuicios tenemos! Tal vez tantos o más que moscas. 

Prosigamos, abreviemos. Página 370, el diarista dice ser “un espejo oscilante inútil por vender”, por el que pasan colores, formas y expresiones que no sabe qué expresan; todo un mundo que refleja o “recorre desde afuera, como una mosca sobre un papel”. Garavito dibuja una mosca lateral. Página 527, termina con un espacio que Pessoa dejó en blanco: “¡Benditos sean los instantes, y los milímetros, y las sombras de las pequeñas cosas, todavía más humildes que ellas!  Los instantes, □.” Garavito sugiere que lo podría llenar una mosca. Estamos ante un mundo minúsculo, incluso infraordinario, como diría Perec. Página 535, hacia el final de “En la floresta de la enajenación”, “zumba una mosca, incierta y mínima” y se diluye una “realidad-bruma”. Garavito dibuja esta vez una mosca azul y anota “la mosca como regreso a la realidad”. La vibración de las alas, ese bzzzz, saca del enajenamiento al hombre y la mujer que son Pessoa en esa floresta. No sobraría volver a leer el “Elogio de la mosca”, de Luciano de Samósata, sin temer que nos tachen de locos por hacer de una mosca un elefante.

Página 370.
Página 527.
Página 535.

Por estar papando moscas he olvidado al Juan Mosca corrector, que solía corregir a todo el mundo, según me confidenció su hija. En algún momento, él interpela al traductor, a Perfecto Cuadrado, y escribe en el margen derecho “¡Sr. Cuadrado!”, tras colocar dentro de un círculo la palabra “aprendiza”. La traducción es literal y sospecho que a Garavito le molestó ver “aprendiza”, en vez de “aprendiz” en la frase: “veo la salita que nunca vi, donde la aprendiza que no conocí…” (en portugués, “vejo a saleta que nunca vi, onde a aprendiza que não conheci…”). Ahora bien, aunque lo más habitual sea usar “la aprendiz”, también es válido el uso de “la aprendiza”. A veces no somos menos injustos pescando gazapos que matando moscas. En otra página, Garavito interpela a Pessoa: este ha escrito, “si existiera en el arte el mester de perfeccionador, yo tendría en la vida de mi arte una función” (p. 291); y aquel reacciona reacciona: “No, no. ¡Corrector de estilo! ¡Eso es lo que fui en vida!”. Garavito parece replicar que él cumplió esa función, que tal oficio sí existe, que no se puede olvidar al corrector. De hecho, anota bien algunos calcos y lapsos de la traducción que está leyendo: en vez de una lluvia que “pinga” (p. 242), podría haber sido una que “gotea”; en vez de “miraban para nosotros” (p. 365), “miraban hacia nosotros”; en vez de “me distraí” (p. 474), “me distraje”; en vez de “en un inexistente” (p. 475), “en un instante”; en vez de “es extiende” (p. 479), “se extiende”; en vez de “para que la Realidad, cuando entra, no me vea” (p. 566), “para que la Realidad, cuando entre, no me vea”; en vez de “un puede ser” (p. 586), “no puede ser”; o en vez de “descampados del ama” (p. 593), “descampados del alma”. Estos y otros deslices merecen alguna comprensión. Cuadrado no siempre es Perfecto (he aquí una frase mosca, como diría Monterroso), los teclados a veces nos juegan malas pasadas e incluso al ojo más avezado siempre se le escapa algo…

***

De la lectura de Garavito hay un último aspecto que quisiera destacar, este sí más allá de las moscas: hay páginas del Libro del desasosiego que hacen que él piense en Colombia y en algunos escritores colombianos. En algún momento, por ejemplo, al autor portugués le pesa el futuro “como la posibilidad de todo” y el pasado “como la realidad de nada” (pp. 120-121); y el lector colombiano escribe: “Epígrafe para Colombia”, refiriéndose tal vez a un libro que diera continuación a País que duele: una década en la historia de Colombia (1985-1995). En otro momento, el portugués reflexiona sobre su generación, precedida por otras que derrumbaron todo tipo de creencias e ideales (pp. 194-195); el colombiano señala: “Marco teórico Colombia”. Luego en la página 199, donde Pessoa habla del “libro que se me hojea en el alma”, deja el nombre de una obra que vislumbra: los Escolios a un texto implícito, de Nicolás Gómez Dávila. De hecho, al autor de los Escolios lo vuelve a entrever cuando llega a este párrafo: “Soy los alrededores de una ciudad inexistente, el prolijo comentario a un libro que nunca se escribió. No soy nadie, nadie. No sé sentir, no sé pensar, no sé querer. Soy una figura de novela aún no escrita, existiendo en el aire y deshecha sin haber existido entre los sueños de quien no supo completarme” (p. 283). Y ya para terminar, es interesante observar que en la página 450, tras llegar al fragmento que empieza “Todo, excepto la vida, se me ha hecho insoportable”, el lector colombiano recuerda un soneto de Eduardo Carranza, padre de María Mercedes Carranza: el que termina “Salvo mi corazón, todo está bien”. Garavito advirtió al leer el Libro que Pessoa precedía de alguna forma a Deleuze (p. 406), a Proust (p. 409) y a Borges (p. 529); pero también a Gómez Dávila. 

Tras este puñado de moscas me queda la tarea de buscar otras en la obra pessoana, es decir, más allá del Libro del desasosiego. También tengo pendiente indagar qué leyó, de esa obra, María Mercedes Carranza, quien murió dos años antes de que Garavito leyera el Libro y de quien ya se había alejado hacía años. Pero en el principio fueron las moscas. Ya vendrán el amor y la muerte. 

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Jerónimo Pizarro

profesor de literatura de la Universidad de los Andes


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