“Leer la poesía de mi mamá es como bajar al infierno sin Dante ni nadie que te guíe”: Melibea, hija de María Mercedes Carranza

Entrevista con la hija de María Mercedes Carranza sobre la vida de su madre como poeta, militante y periodista.

por

Santiago A. de Narváez

editor de 070


07.08.2024

Foto: David Augusto De Salvador

Este texto hace parte del especial “El mundo es esto que miro: vida y obra de María Mercedes Carranza”. Para ver otros textos del especial, haga clic aquí

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¿Quién fue María Mercedes Carranza?

Cronología de unas de las poetas y gestoras culturales más importantes del s.XX en Colombia.

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El día que se inauguró la exposición, Melibea se paró frente al público en las escalinatas de la Biblioteca Nacional y leyó Tengo miedo, el poema que su madre había publicado cuarenta años atrás. “Ya lo podría decir de memoria de tanto que lo he recitado, siempre será mi poema favorito” dijo días después, cuando conversó con Cerosetenta, para hablar de esta exposición a los 21 años de la muerte de su madre, la poeta María Mercedes Carranza. 

La exposición, El oficio de vestirse, recoge buena parte del archivo de Carranza que su hija donó al Banco de Archivos Digitales de Artes en Colombia (BADAC) donde hay correspondencia, fotografías, diarios, libros anotados y textos inéditos de una de las poetas, periodistas y gestoras culturales más importantes del siglo XX en el país.

“A mí lo que me importa son los poemas, no la foto de mi mamá con Belisario Betancur o García Márquez” dice Melibea a propósito de la faceta pública de su mamá: aquella en la que figuraba como directora de la Casa de Poesía Silva, en la que militaba en el Nuevo Liberalismo o en la que participó en la Asamblea Nacional Constituyente. 

Y en esta exposición –organizada entonces entre la Biblioteca Nacional, el BADAC y la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes– los poemas de Carranza  están en el centro, acompañados de objetos de su vida diaria: la poltrona en la que leía, el espejo en el que se maquillaba, los múltiples anteojos que dejaba regados por la casa, su esfero, el carnet que la identificaba como Constituyente y hasta la carta a la compañía de teléfonos para que le cancelaran el internet por el pésimo servicio prestado.

A propósito de la exposición, conversamos con Melibea Garavito Carranza. 

María Mercedes Carranza, su hija Melibea y Eduardo Carranza. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

Quisiera empezar preguntándote por el proceso de entregar el archivo de María Mercedes Carranza al BADAC ¿Cómo fue ese proceso? ¿Cómo lo viviste?

Cuando mi mamá murió quedaron un montón de cosas en la casa y yo en ese momento no tenía muy claro qué iba a pasar. Yo debía tener 25 años pero algo en mí dijo: “Esto debe tener cierta importancia”. Y armé un montón de folders, cajas, cuentas de mercado y de vainas y ahí metí de todo. Paralelamente, por primera vez en la vida, empecé a leer la obra de mi mamá para hacer la primera edición de la obra completa. Y encontré este poema que está fuera de la exposición que dice Aquí entre nos. (“Algún día escribiré mis memorias”). Y en ese momento yo dije si algún día hay que hacer una exposición o algo, pues todo esto tiene que estar. 

Finalmente me fui a vivir con mi familia, mi esposo y mis hijos, que ya habían nacido a La Mesa, que es un lugar muy húmedo, y ahí ya me empezó a dar un montón de estrés, porque yo empecé a preguntar y ¿quién me recibe esto? ¿A quién le interesa? Mi sensación es que en Colombia es muy difícil entregar archivos. No es como que tú llegues y digas “oye, quiero entregar una biblioteca”, porque te responden “Ah, pero me la tiene que poner el inventario y no sé qué”. Imagínate, tú no sabes hacer eso…

Entonces pregunté por todos lados y apareció Jerónimo Pizarro, que fue el que me acompañó en toda esta parte del archivo. En una de esas conversaciones yo le dije: “oye, ¿y ahí en la universidad no les interesará recibir el archivo de mi mamá?”. Ella era de Los Andes y resultó que Jerónimo daba clases de archivo. Entonces Jerónimo me hizo el puente con el BADAC. Y fuimos, miramos las cajas, todo se estaba volviendo mazacote de humedad, con insectos. 

¿En La Mesa?

Sí. Al comienzo era el semillero el que trabajaba con el archivo y finalmente ya entró el BADAC y lo recibió… 

Y en ese proceso, ¿tú mirabas los papeles o entregaste las cajas muy desprendidamente?

Yo les decía “por favor llévense esto que se está dañando”pero cuando uno ya va viendo lo que se están llevando es como que no, “¡llévatelo rápido!”, era una sensación como de que te están arrancando un pedazo del alma.

Me quedé con tres o cuatro cosas de pura porfiada, porque al final pues son cosas que tienen su belleza, pero uno no sabe muy bien qué hacer con eso. Mientras que en el archivo tienen todo un sentido. 

¿Cuáles son tus objetos preferidos en el archivo y en esta exposición? ¿Cuáles son las cosas que más te resuenan? 

¿Qué me gusta? Para comenzar, me gusta mucho la parte infantil de mi mamá, sus dibujos. Mi mamá no pintaba, ni hablaba de animales. Si lees su poesía no hay ni un gatico, ni un conejito, ni un pájaro. Y yo soy muy infantil. A mí me gustan los animales, me gusta pintar, me gustan los colores, toda esa sección infantil, esos dibujitos, todo eso a mí me encanta. Y bueno, me encanta el espejo de la niñez de mi mamá, que fue el espejo pues que acompañó a mi mamá toda su vida y que  ahora me acompaña a mí y a mis hijos y nos devuelve esa cosa mágica, el espejo que refleja y se ha reflejado. Y pues mi favorita es la silla. 

¿La poltrona?

La poltrona. Ahí leía ella, escribía, hacía visita. Mi mamá no se sentaba como en una silla normal, sino como de lado y de tanto que la usó se le armó el hueco debajo. Yo no he cambiado ni la tela, no he cambiado el hueco, porque no quiero perder el hueco: es como yo digo que es como sentarme en las rodillas de mi mamá. 

Melibea en la poltrona que era de su madre expuesta en «El oficio de vestirse», en la Biblioteca Nacional. Foto: David Augusto De Salvador.

Ahorita dijiste que tú empezaste a leer su poesía luego de su muerte. ¿Por qué? 

Yo creo que uno como hijo, y como adolescente, desprecia un poco eso que uno tiene al lado. Entonces sí conocía dos poemas de mi mamá que son Maldición y Oda al amor, que pienso que son los poemas perfectos para entrar a la poesía de María Mercedes Carranza…esos me los sabía y los recitaba, pero de resto no. 

Pero…

Cuando se muere mi mamá, siendo yo literata, lo más lógico en ese momento era que yo fuera la persona que cuidara la primera edición de la obra completa. Entonces para eso me senté a leer esos poemas. Me los leí, los digité y fue un baño como de agua fría porque fue como “wow, ¿quién es esta persona?”. O sea, esta persona estaba sentada aquí en mi casa, yo hablé con esta persona, con esta escritora. Además, yo no soy particularmente buena lectora de poesía… La poesía que te gusta es la que te cae y te pega en la cabeza. Pero yo no voy por ahí buscando libros de poesía. Entonces para mí, de alguna manera, casi que fue mi primera poeta. Y empecé a leerla y sentí, como al segundo libro, que ese lenguaje se abría como una flor, ¿sabes? Como que eso está ahí cerrado, subjetivo, chiquito, no me muestra nada, y de pronto yo sentí que entré en ese lenguaje y de pronto se me abrió esa flor. Quedé muy impactada. Y en ese momento dije que quería trabajar difundiendo la poesía de mi mamá. 

Mi mamá nunca hizo mucho por difundir su poesía, pero pues su poesía era muy buena. A ella se le conocía sobre todo por su trabajo en la Constituyente, por la Casa de Poesía Silva. y la gente sabía que la poesía de mi mamá era buena, pero ella como directora de la Casa de Poesía Silva no podía hacer publicidad a su poesía porque a ella eso le parecía mal. Yo dije “voy a enterrar a toda esa gente famosa, inmunda, y voy a quemar todas esas fotos asquerosas con Gabo y Belisario y todo eso y me voy a dedicar a difundir la poesía de mi mamá”. Y eso es lo que he hecho toda la vida.

Hay un poema, que es El oficio de vivir, donde hay unos versos que me recuerdan a esto que estabas diciendo de “juepucha, yo vivía con esta persona, conviví con esta persona”. En esos versos ella dice “no es que me aburra, es que no sirvo para nada. Ensayo profesiones que van desde cocinera, madre y poeta hasta contabilizar estrellas”. Entonces te quiero preguntar por esa relación con la María Mercedes Carranza madre…

Ese poema siempre me ha parecido muy curioso porque es un poema que a mí me gusta mucho y con el que me identifico, pero no identifico a mi mamá con ese poema porque mi mamá era muy exitosa. Tenía esa Casa Silva llena y estaba con el Nuevo Liberalismo… O sea que desde mi visión de hija era como una mujer muy empoderada y en cambio yo soy como súper des-empoderada y leo ese poema y digo “sí, yo sólo sirvo para contar estrellas” (risas). 

María Mercedes Carranza y Melibea Garavito Carranza, 1986. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

¿Y la relación con ella? 

Pues mi mamá …era poco mamá…Ella pertenecía a una generación de mujeres que se liberaron, y pues sí, ella tenía una hija y de vez en cuando la miraba. Pero ella estaba muy ocupada siendo mujer. Mi mamá no era feminista, cuando digo siendo mujer es que estaba muy ocupada siendo María Mercedes Carranza. Y tenía todos estos almuerzos y reuniones y formaba parte del Nuevo Liberalismo y escribía poemas y dirigía revistas y tenía una vida social muy activa y yo estaba como por ahí. Me crió mucho mi abuela. Y fue al final de la vida de mi mamá donde ella y yo establecimos una relación. Yo no quiero decir que ella no me quisiera…era una generación. Venimos de familias poco amorosas. Mi mamá contaba que en su familia había poco beso y  poco abrazo. Y ella también poco beso y poco abrazo. Era un poco así. 

¿Crees que el paso de ella por España en su infancia y adolescencia fue importante para formar su carácter? 

Sin duda. Mi mamá era una persona muy dura, muy directa y siempre uno se sentía regañada. Y ella siempre decía “es que es así es mi tono, así hablo yo”. Y uno todo bogotano “¿pero qué le pasa?”. Y ya cuando fui a España entendí. Y de alguna manera todo el mundo siempre veía a mi mamá en el trabajo como una persona como “a mí me gustan las cosas así” y eso es muy español. Pero al mismo tiempo también la querían mucho porque era buena jefa, muy generosa, muy preocupada por su gente, pero nunca amable. Digo amable en el sentido de bogotano. 

Ahora te quiero preguntar por esta cosa de lo cotidiano que tiene que ver también con la propia poesía de María Mercedes Carranza. Tú has dicho que a tú mamá le gustaba escribir en la duermevela, al anochecer y al amanecer. ¿Recuerdas esos momentos de escritura? 

Pues el único libro que la vi escribir realmente fue El canto de las moscas, que mi mamá escribió en la cama. Yo digo que esa cama era como un barco. Y ella tenía un mapa de Colombia encima y empezaba a escribir esos poemas cortitos y los arrugaba y los tiraba. Y al final eso era como un mar de versiones rechazadas y ella navegaba en ese barco que estaba navegando esa realidad. Ese fue el único libro que yo la vi escribir. De resto yo era muy chiquita. Pero sí recuerdo a mi mamá sentada en su escritorio o en su cama con papeles de papel periódico escribiendo eso. 

Ahora, el duermevela para mi mamá era muy importante. Ella se acostaba muy temprano, tipo seis de la tarde ya estaba empijamada. Y el que se acuesta a las seis, se levanta como a las cuatro. Entonces mi mamá también se despertaba muy temprano. Yo me levantaba para ir al baño a las cinco de la mañana y ya la luz estaba como en en penumbra. Y mi mamá tenía una costumbre que era como de acunarse a sí misma en la cama. Y ese es el estado que yo pienso que es el estado de duermevela. Que al final es como cuando uno duerme mucho, es como cuando tú ya no tienes que dormir pero te fuerzas a dormir y empiezas  a navegar en imágenes. Entonces yo escuchándola a ella fue que saqué la conclusión de que mi mamá escribía en ese estado de duermevela, empezaba como a visualizar imágenes que después las llevaría al papel. 

María Mercedes Carranza en la década del noventa. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

Está esta anécdota de que ella era como una lectora, como furiosa…

Ávida.

Ávida…y que entre las cosas que leía había cómics, pero también leía literatura policial. ¿Cómo era eso?

Mi mamá leía un poco de todo. Además recomendaba libros para leer. Entonces era un poco omnívora. Le gustaba mucho la literatura policíaca. Por ahí en alguno de los textos que encontraron en el BADAC y que el Semillero transcribió ella habla de la literatura policíaca como una especie de punto de fuga. Como “estoy cansada, me voy a leer un Simenon”. Siempre tuvo ganas de escribir una novela policíaca. 

Pero sí, era una gran lectora de poesía y le gustaban mucho las novelas, los cuentos no tanto. Creo que lo que menos leía eran cuentos y era una gran relectora. Siempre me arrepentí de esto, porque ella tenía todo un estante que iba armando en su biblioteca para releer. Ahí estaban todos los libros que se iban a releer. Y yo ahí, en mi ignorancia, la desarmé. Debía haberle sacado una foto por lo menos. 

¿Y tú sabías que ese era el estante de los libros de relectura?

Sí. Yo sé que ahí estaba Shakespeare y sé que estaba El Maestro y Margarita, algunas cosas sé que estaban y otras no tengo ni idea. 

Dos años después de la muerte de María Mercedes Carranza tú escribiste un texto en el que hablabas, entre otras cosas, de la relación de tú mamá con las plantas. Eso fue en el 2005. “A tus matas, amiga, las veías como si fueran tu hijo bobo”.  Y luego dices “ahora las cuido con esmero: orquídeas, begonias, magnolias, jazmines”. ¿Cuál era su relación con las plantas? 

No, pues ella vivía en ese apartamento de la Macarena, que estaba rodeado por unas terrazas. Ahí ella fue creando un jardín con árboles. Al final me hicieron desarmar eso. Pero bueno, como sea, ella armó ahí un jardín y tenía…es que no me acuerdo, ese árbol que se enfermó en Bogotá. ¿Sí te acuerdas? Tenía uno de esos. 

Urapán, ¿será?

Urapán y tenía un plátano de tierra caliente. Bueno, tenía muchas matas, era como medio selvático el lugar. Y mezcladas con esos árboles grandes –que no iban a ser nunca grandes, eran entre bonsái y árbol– había muchas flores. Tenía pensamientos, agapantos, cartuchos y orquídeas. Entonces, cuando mi mamá se muere quedan esas matas, que ella cuidaba con mucho amor, esas plantas pasaron a ser mías. Y las plantas se dieron cuenta inmediatamente de que mi mamá se había muerto. Cambiaron. Todos los pensamientos se murieron. Se me murieron los cartuchos y los agapantos. Lo único que sobrevivieron fueron las orquídeas, que a mi mamá no le florecían y a mí me empezaron a florecer todas. Uno tiene como energía para algunas plantas y para otras no. Y yo las empecé a podar. Me enseñaron a podar y a cuidar el jardín. Vino Wadis [Echeverri Corre], que era como el general de los alzados en almas, y vino Enrique Uribe, y me enseñaron a cuidar el jardín porque no tenía ni idea de plantas. Y entonces yo me lo tomé muy a pecho y empecé a podar. Eso pasó de ser esa cosa selvática a ser  una cosa súper aséptica. 

Esa es la historia del jardín. Ella pasaba ratos en el jardín, podando. Y era la señora del piecito…se robaba piecitos…. ya estaba entrando como a ese club…(risas), se murió a tiempo…no mentiras (risas).

María Mercedes Carranza en su apartamento en La Macarena. Cortesía BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

Uno de sus poemarios se llama Hola, soledad. Un nombre que remite directamente a ese bolero que canta, entre otros, Alci Acosta… ¿Cuál era su relación con los boleros? ¿Con la con la música en general?

Sí. Mi mamá oía mucha música clásica, muchos boleros y oía música en francés. Y oía a los Beatles y a Elvis Presley. Por las mañanas oía boleros y música clásica, de pronto boleros si estaba enamorada… Me acuerdo de una época en que cantaba esa canción horrorosa, Amapola, todo el día. Y, sí, frente al título del poemario yo creo que el título sí viene del bolero, pero hubo toda una discusión con Darío Jaramillo de si en “Hola, soledad” soledad tenía mayúscula o no. Me acuerdo que fue toda una discusión de un almuerzo entero. Y finalmente quedó sin mayúscula

Me acuerdo que fue toda una pelea… Bueno, lo que pasa es que los amigos de mi mamá peleaban todo el tiempo…Digo, porque uno desde mi generación decía “ay, pero ¿por qué pelean?. Y ella respondía: “no estamos peleando, estamos debatiendo” y entonces me decía “¿Pero ustedes de que hablan en las fiestas?” y yo: “bueno, de los hipopótamos…no sé”.. Y ella “ay, qué conversaciones tan aburridas. ¿Usted nunca debaten?”.

¿Cómo era esa red de amistades?

Pues era un grupo muy interesante. Muy amplio. Se comunicaban mucho por teléfono. Los fines de semana, por ejemplo, leían todos el periódico, las revistas, leían todo. Entonces empezaban a llamarse “¿si vio lo que dice Semana?, nosequé, tal”. O sea, imagínate esa generación con el Google Meet. ¡Buenísimo!

Entonces era como “No, voy a llamar a Daniel ya” y colgaba “Quiubo, ¿si vio que no se qué y que Carmen dice que sí sé qué?”. Y esto pasaba todas las mañanas y el fin de semana era más amplio, más largo. Pero entre semana, en las mañanas también había comentarios de noticias. 

Estaba muy conectada… 

Sí y era como un grupo muy selecto. Todos ellos estaban muy interesados en la idea de cambiar las cosas. Y aparte de ese grupo, ella tenía su grupo de amigas, eran Carmen [Barbo], Aseneth [Velásquez], Pilar [Tafur]. Y ellas se reunían mucho para almorzar. Cuando mi mamá era más joven le gustaban las fiestas, las famosas de la Macarena. Y después ya era más como de almuerzos. En mi casa había tres o cuatro almuerzos a la semana, o se iban a un restaurante o iban todos a la casa de una amiga o muchos a la casa de mi mamá. Y ahí estaban. Y eran almuerzos simpáticos porque era una mezcla entre temas profundos o temas de actualidad como “¿si supo la nueva crema de Estée Lauder? ¡no, qué maravilla!”. Entonces tenían esa capacidad de no tener que ser serios todo el tiempo sino de poder reírse, echar el chiste, hablar de la crema y ahí le vamos metiendo un poco de filosofía a la vida. Eso me quedó. Esa posibilidad de encontrarle la filosofía al lápiz labial de la vecina. Lo que no me quedó fue lo de la actualidad, no leo noticias, las odio.

Sí. De hecho, hay un poema que habla de la crema Ponds…

En Vainas y otros poemas… 

Alejandro Obregón y María Mercedes Carranza. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

Sobre esto del círculo de amistades involucradas en la política y con un deseo de cambio, me gustaría preguntarte por la participación de ella en el Nuevo Liberalismo… 

Digamos  que yo era muy chiquita y no voy a poder responder eso claramente. Yo sé que estaba muy involucrada porque me acuerdo caminando por prados y con campesinos metiéndome por entre la de caña de azúcar con el hijo de Luis Carlos Galan. Haciendo marchas. Me acuerdo también una casa en tierra caliente, me acuerdo de mucha gente y de conversaciones…me imagino que así son las reuniones políticas. Me acuerdo que en esa época se podía hacer campaña el día de las elecciones y que cuando [Galán] perdió me acuerdo de estar todo en la calle gritando, con las manos pintadas de rojo. Y repartiendo votos. Me acuerdo de eso, de ella muy involucrada. Cuando se murió Luis Carlos Galan también me acuerdo del dolor tan profundo, da la sensación de “aquí ya no hay oportunidades”. Y creo que era una cosa de esa generación, ¿no? Como “ese era”. Y si ese no fue, ya no es. Y ella se retiró de la política, ya nunca más militó en un partido político. Ya lo otro fue eso que te digo, de estar conectada con la realidad y comentarla. 

Y la Constituyente…

Después llegó la Constituyente y la invita al M-19, entonces ella dice “me interesa, pero quiero que a ustedes les quede claro que yo no soy del M-19, yo iría como mujer, como minoría, como ciudadana, como poeta”. Ellos aceptan eso y ella  va a la Asamblea Constituyente con esa bandera y dice “yo estoy acá invitada por ellos, pero yo no soy ellos. Yo vengo a trabajar por las minorías, por el derecho a la información”. Y ella trabaja mucho por legalizar el aborto, trabajó por los derechos de la mujer, por los indígenas. Y después de eso está muy desde la barrera opinando, pero ya no está involucrada con ningún proyecto político. 

Luis Carlos Galán, 1983. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

Hay una entrevista donde ella dice que haber participado en la Constituyente fue el gran honor de su vida. Pero entonces entró la década de los 90, con la intensificación del conflicto, la ampliación del paramilitarismo, las masacres, y ella hace El canto de las moscas. ¿Cómo fue para ella esa década? 

¿Como que si la entristeció y se suicidó? (risas)

Pues no exactamente es lo que quiero preguntarte. Pero….(risas)

(risas) Pues yo creo que al final sí hubo una desilusión. Sí hubo un dolor. Es una generación que trabajó duramente por el cambio. Y estuvo muy involucrada. Y al final yo tuve alguna conversación en la que estábamos hablando de mi papá, él estaba exiliado en ese momento por todas las denuncias que había hecho de [Álvaro] Uribe, y entonces mi mamá me dijo que a ella le daba mucha tristeza lo que había pasado con la generación y le parecía que mi papá era muy valiente porque era uno de los pocos, si no el único, que después de todo el camino seguía siendo firme con lo que ellos querían y seguía denunciado… Porque hubo muchos que habían abandonado…no en el sentido de corrupción, sino de “agh, ya no se hizo nada, me acomodo”. Y que mi papá era uno de los pocos que seguía en pie de lucha, como “vamos a hacerle”. Entonces sí hubo una desilusión, al final, alrededor de eso…. Y pues tristeza, dolor de patria. Y pues seguramente fue una de las múltiples piezas para decir “que aburrido todo esto”. 

Hay un poema que has leído varias veces en el último año, entre ellas, en la inauguración de esta exposición, que es Tengo miedo. ¿Por qué ese poema?

A lo largo de mi vida he ido cambiando de poema favorito, pero el único que siempre permanece es Tengo miedo. O sea, Tengo miedo es como un poema que, a pesar de que pasan los años y cambian las cosas, siempre será mi favorito. ¿Qué es un poema favorito? Algo que te toca hasta la más profunda fibra. Y yo siento que, ya sea por colombiana, o por literata, o por lo que quieras, yo tengo miedo (risas). El miedo es un sentimiento que me acompaña. Vivimos en un país muy peligroso. 

En el archivo del BADAC hay, por ejemplo, diarios que María Mercedes Carranza escribió durante ciertos años. ¿Tú has pensado que esas cosas se publiquen en algún momento? 

En algún momento, sí. Pienso que lo decoroso, o el protocolo que hay que seguir, es que los involucrados estén muertos. Entonces hay ciertos temas ahí que hay que esperar a que se mueran unas dos o tres personas y ya todo eso saldrá o quedará pues a disposición y que cada quien podrá mirar. Pero en este momento sí hay dos o tres personas involucradas para las que de pronto no sería divertido levantarse en la mañana y abrir internet y encontrarse con algo que tú dices “pero, uy” (risas).  Ya llegará el momento. No les queda mucho, ya están bien viejitos. 

¿Quiénes son esas tres personas? 

No te voy a  decir (risas). 

Bueno, no me digas, pero te pregunto esto. Al comienzo de la conversación decías “quiero quemar estas fotos con García Márquez, con Belisario”. ¿Por qué?

Yo crecí en un mundo lleno de gente importante que no hizo un culo. Es mi conclusión. Yo no veo noticias, ni participo de nada, hasta cierta edad lo hice y después sentí como una gran desidia porque yo vi a mis papás crecer con una gran pasión y morir con una gran decepción y pienso que este país es un estercolero absoluto. Y subir al poder, no importa si se es de izquierda o derecha, subir con muchas ganas para llegar y no poder hacer nada…Debe ser horroroso. Pero también es gente que habla mucha mierda….

Pero vamos a la trama. En la exposición me dicen “¿Vas a poner fotos con…?”… Me sabe a mierda toda esa gente… Es mi sensación, no me importa si en esa foto está el Merencejito, Perengano. Quítenme esa foto. No me interesa. No me dice nada y no creo que a nadie le diga nada. O sea, claro, a un montón de gente sí, pero eso a mí es lo que menos me parece importante. Y si tú te fijas, me metieron dos [fotos] allá…de un lado con Belisario y con García Márquez y del otro lado con Fanny Mikey. Pero me las metieron porque yo no quiero nada de eso. No porque me parezca que estén bien o mal. O sea, yo estoy seguro de que toda esa gente trató de hacer lo mejor que pudo…pero es que no hay nada que hacer. 

Por eso yo decía: quiero centrarme en mi mamá. Y eso lo pedí para esta exposición. Y Lucas [Ospina] me ayudó en eso. ¿Cómo hago para que los poemas se vean? Quiero que lo único que los poemas sean. Eso es lo que queda. Eso es lo que hay. No, la foto con Belisario o García Márquez. Todo eso es como pose…

María Mercedes Carranza. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.

¿Cuál es el lugar de María Mercedes Carranza hoy?

Carolina [Cerón] decía que le impactaba mucho cómo María Mercedes Carranza atravesaba generaciones: iba de una generación a la otra y en todas encontraba raíz. Y yo siento que la gente joven está descubriendo a mi mamá por la poesía y de pronto de ahí entonces van hacia el otro lado, hacia el lado público y su trabajo en la Constituyente y en la Casa de Poesía Silva. Pero la entrada es por la poesía y uno de los libros que más golpea a la juventud es El canto de las moscas. Hay tesis, trabajos y animaciones de todas las piezas musicales con ese libro. Ese libro se ha convertido como en un portal a la poesía de mi mamá

El canto de las moscas…

Sí, porque tú lees la historia de dónde viene ese libro, y de porqué se escribió y dices “pero ¿cómo así? ¿lo publicó el año pasado o qué?” (risas). O sea, eso está pasando todavía. Es lo mismo. Llevamos desde 1997 al 2024 patinando en la misma pista. 

Bueno, yo creo que ya…

Espero haberte contestado. Igual cualquier cosa me llamas, si te hace falta algo, o me quieres preguntar algo más…

Bueno, sí me queda una pregunta. Está este texto, que parece que es de mediados de los años 80, que es inédito, donde ella dice “incluso las cosas que me gustan, no puedo hacerlas”. Y desde ahí ya uno prefigura un quiebre emocional muy duro. ¿Tú cómo ves, en retrospectiva, esa parte relacionada a su salud mental? 

Como te digo, una era la madre y la mujer que yo conocí, y otra, la que uno va descubriendo a través de la lectura. Mi mamá era Géminis, entonces yo creo que ella proyectaba la imagen de una mujer súper fuerte, súper poderosa. Así la veía yo. Y pues leyendo su poesía, como a la quinta vez que leí el libro [de la poesía completa], llegué hasta la mitad. Creo que justamente con El corazón y dije: “no puedo seguir más”. O sea, no puedo creer que tenía todas estas pistas para saber el estado que mi mamá tenía adentro y nunca me di cuenta. Y además porque tú cuando lees este libro varias veces seguidas, de pronto ya empiezas a ver como el hilo conductor y cómo eso es ir bajando al infierno, sin Dante y sin nadie que te guíe. Es muy fuerte. Pero es que no sé quién las veía. 

Y aparecieron esos textos y hay un cuaderno grande, de unos escritos donde ella habla de su relación con el alcohol, donde ella se desnuda muy humanamente sin buscar hacer un poema. Y habla de esa incapacidad de hacer. Si uno se pusiera a estudiar eso y viniera un psiquiatra diría “aquí está la dicotomía del ser moderno”. Como “a  mí me toca ir allá, hacer una Constituyente, y eso de alguna manera me empodera, pero, en el fondo, lo que quiero es hacer las cosas que me gustan: escribir unos poemas, leer Simenon, comer arroz de la olla”. Pero digamos que todos esas cosas son sorpresas. Lo único que no fue una sorpresa fue el suicidio, que siempre estuvo sobre la mesa. 

¿No fue una sorpresa?

No. Mi mamá siempre dijo que se iba a suicidar. Desde que tengo uso de razón mi mamá habló de ese final. Entonces no fue una sorpresa: cuando llamaron a decir “es que no se despierta”. Yo dije “ah, ok, lo hizo. Salimos de esto. Cerramos este capítulo”. Y hablaba mucho de eso. Eso no fue una sorpresa. Lo que sí fue una sorpresa fueron todos esos sentimientos que estaban allá dentro y que eran muy íntimos.

María Mercedes Carranza, sin fecha. Cortesía: BADAC – Fondo María Mercedes Carranza.
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Santiago A. de Narváez

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