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Ikiru (1954) / Akira Kurosawa

Inyección colectiva Más de medio siglo ha pasado desde que Akira Kirosawa estrenó Ikiru, y es allí donde precisamente radica la mística de esta película, ya que los diferentes mensajes que puede llegar a trasmitir siguen vigentes aún hoy día, desde su reflexión filosófica sobre el sentido de la vida, hasta la crítica política hacia […]

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Varios


07.03.2018

Inyección colectiva

Más de medio siglo ha pasado desde que Akira Kirosawa estrenó Ikiru, y es allí donde precisamente radica la mística de esta película, ya que los diferentes mensajes que puede llegar a trasmitir siguen vigentes aún hoy día, desde su reflexión filosófica sobre el sentido de la vida, hasta la crítica política hacia el estado japonés y a su excesiva burocracia. En esta ocasión, me detengo la segunda, ya que no puede ajustarse mejor a la actualidad de Colombia. No solo por la ineficiencia que producen estos procesos burocráticos, afectando directamente al bienestar social, sino por los efectos que tienen sobre cada uno de los funcionarios públicos atrapados en este tóxico sistema.

La escena del funeral de Kanji Watanabe es una clara muestra de esto, el uso de tomas desde posiciones similares por casi una hora me hizo fijar en el movimiento de los personajes y las figuras que formaban. Pasando de un rectángulo perfecto cuando los altos funcionarios estaban presentes, a un circulo deforme cuando solo quedaban los funcionarios de la sección de ciudadanos. En la transición de figuras, se evidenciaba también un cambio en el comportamiento de los personajes. En el rectángulo, se creaba casi un monólogo de la más alta autoridad de la oficina, donde nadie se atrevía a poner en duda las ideas que presentaba, se limitaban a asentir con la cabeza en silencio. Sin embargo, al final, cuando la perfección del rectángulo se destruyó, todos compartían sus ideas, gritaban y deliraban con sus sueños de servir a la sociedad por encima de cualquier cosa. Claramente, cuando terminó el efecto del sake, al otro día en la oficina todo siguió su curso normal. Cada uno de ellos se encontraba nuevamente reprimido por su posición en la oficina, y decidían someterse a eso. Esto llegaba incluso a permear sus vidas personales, como le ocurrió a Kanji. Si cambiamos el sake por un aguardiente, fácilmente nos podemos remontar a cualquier viernes, en cualquier tienda, al lado de cualquier entidad pública en Bogotá.

Así como la idea de enfrentar la muerte fue la inyección de lucidez que necesito Kanji para pasar por encima de los procesos burocráticos y dejar algún legado en la sociedad, se hace necesaria una inyección colectiva en nuestra sociedad para que los colombianos deliren con sus sueños, como aquel grupo de oficinistas japoneses, y se sientan capaces de generar un cambio real desde cualquiera que sea su posición.

—Diego Rodríguez

Los silencios y los sonidos

Ikiro es una película enfocada en el personaje del Sr.Watanabe, quien intenta descubrir cómo darle un giro a su vida para disfrutar del poco tiempo que le queda antes de morir. Aunque la trama en si misma logró hacer que me cuestionara sobre el sentido de mi existencia, fue el uso de los silencios y sonidos lo que más me llamó la atención.
Inicialmente, Watanabe fue diagnosticado con cáncer de estómago y debido a la conversación que había tenido con otro paciente en el hospital, él sabe que le quedan pocos meses de vida. Tras recibir tal noticia, Watanabe va por la calle caminando de vuelta a su casa. A pesar de ver cómo pasan los carros, la escena permanece muda, no hay ni un solo sonido. Durante 15 segundos se muestra su caminar pausado, cabizbajo y con su rostro en shock. Posteriormente, el sonido de los carros se activa. Ese silencio momentáneo hizo que como espectadora tuviera esa empatía con lo que el personaje estaba sintiendo. Percibí ese silencio como esos lapsus mentales que uno tiene al vivir algo muy impactante, como si todo se detuviera, como si no hubiese un contexto exterior.

Más adelante en la película, Watanabe está con Toyo y le cuenta que va a morir muy pronto y que por eso quisiera hacer un cambio drástico en su vida para olvidar la soledad y la tristeza, y sentirse vivo aunque fuera por un solo día. De un momento a otro, sus ojos se abren, se ilumina su rostro. Una idea se le acababa de ocurrir para lograr su objetivo… sonríe, se da cuenta que no es demasiado tarde. Rápidamente sale del lugar y en ese mismo instante llega una mujer a quien un grupo de personas estaban esperando. A medida que Watanabe va saliendo, a la mujer le empezaron a cantar el cumpleaños. Me pareció bastante rara tal coincidencia. ¿Por qué el director decidió acabar de esta forma la escena? Tal vez el sonido de cumpleaños, que rompe con la banda sonora que venía llevando la película, representa justamente el cambio que Watanabe estaba esperando. Ese anhelado momento en que dejaría ver el transcurrir de su vida, a vivirla directamente.

Es así como la película logra mediante los silencios y sonidos transmitir la emocionalidad de su protagonista y marcar los sucesos relevantes de la trama.

—María Paula Rodríguez

Mantener la cabeza en alto

Viendo esta película estuve, al menos un 80% del tiempo, pensando en un elemento que me daba vueltas y vueltas en la cabeza: la manera en que el Sr. Watanabe mantenía siempre su cabeza inclinada hacia abajo. Parece ser un elemento muy pequeño de toda la cantidad de elementos que se podrían analizar de esta particular película. Sin embargo, creo que hablar de esto es ser fiel a lo que pensé y sentí a lo largo de la gran mayoría de la película.

En un principio no entendía muy bien qué pasaba con este personaje. Pensé que por tratarse de una película japonesa, esto podía explicarse desde la cultura, ya que es bien conocido que esta población inclina la cabeza y el cuerpo hacia abajo en señal de respeto a las otras personas. Esto tuvo sentido pero paulatinamente sentía que esta inclinación se iba haciendo cada vez más pronunciada. Después noté que se había agravado cuando el Sr. Watanabe conoce sobre su enfermedad, y adicionalmente le agrega una mirada completamente desgarradora. Al principio pude sentir empatía, pude ponerme en sus zapatos y pensaba que esa era una manera del personaje de representar la tristeza que estaba sintiendo. Sin embargo, tengo que admitir que a medida que iba desarrollándose la película y esto iba sucediendo este sentimiento iba remplazándose por uno de desesperación. Cada escena que pasaba en la que veía que el personaje se mantenía mirando al piso y que a duras penas alzaba la cabeza para responder las conversaciones que estaban teniendo me generaba más incomodidad. No entendía por qué me generaba tal nivel de desesperación, y me pasaba por la mente que estaba siendo totalmente insensible a lo que le estaba pasando al personaje.

Me pareció interesante que a medida en que iba siendo consciente de este fenómeno, me venía a la mente aquella frase famosa de “mantener la cabeza en alto”. Nunca había visto una situación en la que la frase aplicara tan literalmente. Mientras el Sr. Watanabe se hundía en su pena yo pensaba en esta frase, y en que su actitud, por más fundamentada que estuviera, de nada le iba a servir: no iba a hacer que se mejorara, y tampoco iba a hacer que fuera más feliz en lo que le quedara de vida. No sabía muy bien por qué este elemento causaba tantos sentimientos en mí. Más adelante cuando intentaba analizarlo pensaba que lo que sentía era que este personaje tenía una columna de cemento encima que le impedía por completo mantener su cabeza en alto. Pude llegar a la conclusión de que tal vez me resultaba tan desesperante porque sentía que esa columna de cemento era pegajosa, que eso es lo que pasa cuando hay una persona con un nivel de tristeza y energía pesada tal, que contagia a todo aquél que se encuentre cerca. Después de meditarlo, terminé concluyendo que mi incomodidad era sentir que ese personaje actuaba tan verdaderamente la tristeza, que lograba contagiarme, pero yo no quería que lo hiciera.

— Sofía Ramírez

La vida en contravía

Clase exprés de gerencia: es vital que todas las partes de una organización se orienten en la misma dirección con el fin de conseguir un objetivo. A través de esta simple regla la humanidad ha construido empresas colosales que parecen trascender de generación en generación al moldear nuestras vidas, impresionante ¿verdad? ¿Qué pasaría si esta simple regla no se cumple en la unidad fundamental de una organización: el ser humano? ¿Cuál sería el resultado si los ojos van para un lado, la boca para otro, el cuerpo para otro? Creo que el resultado de esto se ve clarísimo en Watanabe-san en la película Ikiru. En la gran mayoría de la película se observa el caos en él, su boca tiembla, sus ojos se pierden, su cuerpo se encorva y no hace nada. Solo se observan unos ojos, una boca, un cuerpo, un espíritu, un pensamiento que van en direcciones opuestas y resultan en un ser paralizado, que no habla y se queda quieto. A esto se le suma una nueva dirección, la dirección del tiempo, la dirección que por fin se vislumbra como finita para Watanabe-san. Ahí es el caos, la dirección de la vida (ojos, boca, espíritu, pensamiento) choca con la dirección del tiempo. No hay nada que hacer, mejor paralizarse hasta la muerte a que pase el revuelto direccional ¡No! Watanabe- san se rehúsa, todas sus fuerzas puestas en un solo objetivo, pone todas las direcciones alineadas, incluso la dirección del tiempo y resulta el parque, el legado, la muerte más deseada que podría tener un humano: dentro de su obra más grande. Una muerte emblemática, inspiración para los otros personajes ficticios y para nosotros seres humanos reales, con contravías reales en el mundo real. Ojalá logre lo que logró Watanabe, acabar la contravía entre la dirección del tiempo y las direcciones de todas las partes de mi cuerpo, dejar simplemente de existir y empezar a vivir y así poder morir, tal como lo hizo él, cantando habiendo llegado al final del camino. Y, de pronto esas emblemáticas empresas deberían ayudar un poco más a conseguir esto ¿no?

— Sebastián Ramos

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