Dice que la ficción es el lugar de las cosas inverosímiles. Dice que dejó el derecho por la letras. Dice que los viajes la inspiraron. Vanessa Londoño es el nuevo nombre en la escritura colombiana al que hay que seguirle la pista.
Vanessa Londoño ganó el año pasado dos de los premios para escritores y escritoras jóvenes de América: el premio Aura Estrada, de la Feria del Libro de Oaxaca, y el premio Nuevas Plumas de la feria de Guadalajara. Desde que vive en Estados Unidos ha venido construyendo a Los impares, su libro, una obra que está sin terminar y que justamente ha sido impulsada por estos dos galardones para que pueda ver la luz. Se trata de una búsqueda por encontrar formas de narrar los eventos violentos desde la literatura, se trata de una pregunta sobre las pérdidas que esa violencia va dejando en sus víctimas.
Con Vanessa nos encontramos en el café Milano del centro de Manizales, al lado del Palacio de Justicia, quizás uno de los lugares más frecuentados por los abogados y jueces de esa ciudad. Es que esta escritora bogotana, además de tener raíces caldenses, es abogada y lo cuenta con agrado, reconoce que el derecho le ha brindado herramientas para encontrarle una mirada precisa a las historias que quiere escribir.
Los premios.
Me gané dos premios: uno es el Aura Estrada, en México, en la Feria del Libro de Oaxaca; el otro, que es el Nuevas Plumas, en Guadalajara, que es de crónica periodística, lo organiza la Universidad Guadalajara y lo entrega en esa feria del libro. El premio Aura Estrada tiene un contexto importante. Ella era una escritora mexicana, que en 2007, antes de cumplir los 30 años murió en Mazunte, Oaxaca. Como consecuencia de esa pérdida, Francisco Goldman, su esposo, organizó un premio que honrara la memoria de ella.
Hace como cinco años leí el libro que escribió Goldman sobre la muerte de Aura Estrada, Di su nombre (‘Say her name’, en inglés). Además de estar muy bien escrito, es muy impactante. Entonces me obsesioné mucho con la historia y terminé haciendo una investigación particular sobre la escritora que me llevó a enterarme sobre el premio. Su idea es apoyar a escritoras jóvenes menores de 35 años que vivan en Estados Unidos o México.
Es un hecho que el mundo literario a veces les cierra las puertas a las mujeres emergentes, entonces la idea de Francisco Goldman con el premio fue estimular esas mujeres para que terminen sus proyectos literarios y los publiquen. Quería presentarme en el 2015, pero no tenía buen material para hacerlo. Durante estos dos años trabajé pensando en el premio, no pensando tanto en que me lo iba a ganar sino en que era una oportunidad para ponerme una fecha límite para terminar mi proyecto, porque escribir se vuelve una tarea muy difusa. Dije, “bueno, el premio vence el 2 de junio y yo para esa fecha tengo que tener tanto por ciento del libro terminado”. Me lo proyecté. Lo mandé sin pensar que me lo iba a ganar pero hice el mejor trabajo que pude.
El libro, sin terminar.
No estoy segura de cuánto porcentaje llevo avanzado. Lo que sé es que previo al premio entendí que había consolidado un mismo proyecto, que lo que había logrado escribir en los últimos dos años tenía un sentido, una vocación, digamos que lo convocaba un sentido. Tuve conversaciones con unos editores en México, porque creo que el libro va a salir primero en México que en Colombia, y con ellos vimos que me puede faltar cerca de un año de trabajo. Entonces no sé, diré que va como en un 60%. El premio tiene cuatro residencias, dos en Estados Unidos, una en Oaxaca y una en Italia. Voy a empezar en Estados Unidos. De ahí voy a ir decidiendo de acuerdo a mi cronograma, que de por sí es bien estricto. Tengo que terminarlo este año y yo soy lenta escribiendo. Ya tengo una editorial en México con la cual venimos conversando.
Es cierto que los hombres dominan los espacios editoriales y de toma de decisiones, ejecutivos de las ferias del libro, editores de revistas y de publicaciones. Es cierto, es difícil entrar. Pero tampoco me ha parecido fácil entrar al círculo de las escritoras mujeres
Los impares, las mutilaciones.
Hice un viaje hace 2 años, estuve por varios países del Sudeste Asiático y del Medio Oriente. Un país que me impactó mucho fue Camboya. Hay muchas personas mutiladas incorporadas en la vida cotidiana, algo muy parecido a la realidad colombiana. Pensé que hay un territorio general de la violencia, una patria que es universal, que no pertenece a ningún país. Fue ahí que empecé a ver que todos tenemos un cuerpo y que este puede ser un sistema para explicar la pérdida. Otro tipo de pérdidas son más difíciles de explicar. Como tenemos una relación inmediata con el cuerpo y tememos perderlo, tal vez apelando a una pérdida del cuerpo sea más fácil tratar de explicarle a otra persona que nunca ha estado en una experiencia violenta. Al mostrarle lo difícil que es tener una pérdida, incluso no necesariamente física, esa persona que está fuera de contexto se puede relacionar y entiende.
Los impares fue un nombre que se me ocurrió porque la imparidad genera mucha angustia. Hay una exposición de Doris Salcedo en la que, después de años de investigación con los familiares y personas afectadas, recoge piezas de la Toma del Palacio del Justicia. Encontró que ellas conservaban piezas impares: un zapato, por ejemplo. Esa sensación de lo impar genera mucho desasosiego, porque cuando falta una pieza algo anda mal. Eso expresa precisamente esa sensación de perder una parte del cuerpo.
Durante ese viaje también me di cuenta que la realidad latinoamericana se despejaba mucho en esos lugares. Aunque sí trato la realidad latinoamericana, digamos que más que América Latina es la realidad de una violencia universal. Al fin y al cabo, el cuerpo es el mismo en todas partes del mundo.
La abogada
Soy abogada de la Universidad del Rosario. Es una formación de la que estoy muy agradecida. Me dio muchas herramientas intelectuales como para poder hacer una aproximación a la literatura y al derecho. Cuando me gradué me gustaban los litigios, trabajé en oficinas de abogados que litigaban en arbitrajes nacionales e internacionales. Fui hasta secretaria de los tribunales de arbitramento de la Cámara de Comercio de Bogotá. Era un trabajo muy técnico, mucho procedimiento, muchos contratos del Estado, mejor dicho, nada que ver. De ahí me fui para Nueva York.
Estados Unidos
En Estados Unidos estuve en Democracy Now, el canal de noticias independiente que dirige Amy Goodman. Mi experiencia como periodista no fue tan buena. En lo personal sentí que el discurso que tenía el medio de cámaras para afuera, de una tendencia marcadamente de izquierda y de protección de derechos humanos y de inmigrantes, era un poco letra muerta. Mi experiencia como inmigrante trabajadora que dependía de una visa, fue ingrata y desajustada con la filosofía de Democracy Now.
Vanessa Londoño en Manizales. Foto: Silvana Gallego.
¿Del de derecho a la literatura?
Creo que mi proceso fue al revés. Creo que llegué al derecho accidentalmente, más que llegar a la literatura como consecuencia del derecho. Yo vengo de una familia muy tradicional que pensaba para mí una trayectoria muy tradicional. Me gradué a los 16 años del colegio, no tuve mucho margen de decisión en ese momento, menos sabiendo que mis papás eran abogados. Pero siempre tuve el llamado a hacer literatura. Suena súper ambicioso, pero así como suena es igual de difícil el camino. Cuando ya tenía alguna experiencia de abogada, llevaba como 7 años de trabajo, dije que tenía que darle el chance a esto. Me fui a estudiar la maestría en escritura creativa en New York University. Un poco renuncié, dejé mi carrera, pero siento que nunca he dejado de ser abogada. La mirada que tengo se debe a esa formación que adquirí estudiando derecho.
¿El derecho puede narrar la violencia?
Muchas veces me lo he preguntado. Como dije, nunca dejé de ser abogada. Mi oficio como periodista o en la literatura ha sido otra forma de ejercer el derecho. Es una mirada que intenta reestablecer un orden o una justicia que no parece posible y que yo intento reconstruirla en la ficción o que al menos trato de resaltarla en la ficción. También los temas que escojo para las crónicas son aquellos que me interesan porque precisamente tienen ese punto de vista. Pienso en la Comisión de la Verdad que ayudó a conformar la Facultad de Derecho de la Universidad del Rosario sobre la toma del Palacio de Justicia. Creo que ofreció aportes valiosos para la narración de violencias y no me parece que esté mal hecho.
Literatura, periodismo y narración de violencia
La ficción y la no-ficción tienen una relación inversa. La ficción ayuda a explicar el mundo y la no-ficción ayuda a narrar el no-mundo. A veces las historias que uno se encuentra como periodista, si uno la escribiera desde la literatura, serían absolutamente inverosímiles. Precisamente el valor de la no-ficción es encontrar esas historias sacadas de la ficción. Y viceversa, la literatura también agarra elementos que podrían ser vistos como inverosímiles en la no-ficción. Ahora bien, en la literatura no debe haber una preocupación sobre cómo contar sino desde dónde contar. Procuré que los personajes que he escogido no fueran los que comúnmente narrarían el conflicto. Por ejemplo los indígenas, en la literatura no es común verlos narrar la violencia. Esa fue mi preocupación.
Escritoras colombianas
Seguro lo que me pregunta se suscita por la ausencia de mujeres en el año de Colombia en Francia, al que no asistieron ni escritoras ni cineastas mujeres. Recuero que en México, cuando me gané el premio Aura Estrada, me hicieron una pregunta parecida, por lo discriminatorio que parecía que los hombres no pudieran participar en el premio.
Ya cuando voy a la profundidad del asunto, en mi experiencia personal, sin ningún libro publicado, mi intuición es que a las mujeres poco les interesa que llegue otra figura femenina. Sentí cierta resistencia. Es cierto que los hombres dominan los espacios editoriales y de toma de decisiones, ejecutivos de las ferias del libro, editores de revistas y de publicaciones. Es cierto, es difícil entrar. Pero tampoco me ha parecido fácil entrar al círculo de las escritoras mujeres. Son dos círculos y es difícil entrar a ambos.
Estar afuera
En general, me parece que haberme ganado dos premios en México para abrirse un espacio en Colombia sigue dejando muchas preguntas. A veces no sé si sigue siendo muy excluyente, de publicarnos entre amigos y conocidos. En esto lo difícil no es estar afuera físicamente sino intelectualmente respecto de los círculos. En últimas es igual de difícil entrar desde afuera que entrar viviendo en Colombia. De las escritoras colombianas jóvenes no he leído mucho. Llevo mucho tiempo desconectada, por fuera.
Precursoras y precursores
Me gusta mucho Juan José Saer. Colombianos, me gusta mucho Álvaro Cepeda Samudio, creo que La Casa Grande es una novela grandísima que todavía no ocupa el lugar que merece. Joan Didion, me gusta mucho como periodista. Con el paso del tiempo nos vamos volviendo más repetitivos, ya es más difícil salir del gusto que tenemos. Diría que esos tres son los más cercanos en el último año.
*Camilo Vallejo Giraldo es manzanita, abogado y magister en periodismo del Ceper.