Como asegura el artículo Controversia por caza «científica» de ballenas en Japón de El Espectador, el país asiático hoy dice que el consumo de carne de cetáceo podría prevenir la demencia y reducir los problemas de memoria. Pero también es cierto que hace diez años decían que las ballenas estaban consumiendo muchos peces y que ello estaba afectando a las poblaciones humanas que dependen de la pesca. Las excusas para justificar la caza de ballenas con supuestos fines científicos han sido múltiples y la controversia que este tema genera no es nada nueva.
La cacería comercial de ballenas funcionó durante dos siglos. Pero a mediados del siglo XX se hizo evidente la disminución de algunos grupos de ballenas, lo que llevó a que en 1946 se creara la Comisión Ballenera Internacional (CBI): un ente que no prohíbe la caza, sino que se encarga de establecer cuotas y definir el manejo de las poblaciones de ballenas a nivel mundial. Es algo político, pero que tiene una base científica.
En 1986 comenzó a regir una moratoria que cerró todas las actividades de cacería comercial de ballenas a nivel mundial con el fin de recuperar algunas poblaciones de cetáceos que se encontraban en riesgo de extinción. Sin embargo, en dicha moratoria quedó lo que se conoce como “un mico”: el estatuto de la CBI prohíbe las actividades de cacería comercial, pero permite la cacería con fines científicos a través de un permiso que pueden expedir los países a quienes quieran hacer cacería con “fines investigativos”.
Japón es uno de aquellos que se vale del vacío en la moratoria para justificar la caza de estos animales. Se conoce, además, que el país asiático le ha pagado a pequeños países los 10 mil dólares que se requieren para poder tener voto dentro de la convención de la CBI, a cambio de la aprobación para su “cacería científica”.
Pero está claro que no se necesita matar para investigar y que hay otras maneras no letales de estudiar las ballenas. Con una biopsia remota (toma de una pequeña muestra de la piel del animal) es posible determinar la edad, la dieta, los estados hormonales y las diferencias genéticas; y con fotografías de las aletas y colas se puede identificar el grupo al que pertenecen.
Por ello, aquello que Japón denomina como objetivos investigativos, en realidad no lo son. Se ha hecho monitoreo de mercados en dicho país y se ha encontrado que las especies que se cazan con supuestos fines científicos terminan en los mercados japoneses; detrás de la caza de ballenas de Japón, lo que hay es un negocio. Además, está comprobado que las publicaciones que realizan sobre cetáceos no tienen una calidad científica alta.
Hace dos años la Corte Internacional de Justicia de la Haya le suspendió al país asiático cualquier permiso para cazar ballenas con fines científicos, debido a una demanda interpuesta por Australia. Ahora el comité científico en la CBI está reunido y Japón está haciendo todo lo posible para que se les validen sus programas científicos: la consideración de que el consumo de carne de cetáceo reduce el Alzehimer es algo que no está fundamentado y que nadie ha comprobado. Para hacer dicha aseveración sería necesario que otros grupos científicos, fuera de Japón, investigaran este tema y lo comprobaran.
*Susana Caballero es profesora asociada del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes y directora del Laboratorio de Ecología Molecular de Vertebrados Acuáticos.
[Las consideraciones expresadas en esta nota no representan necesariamente la opinión de la Universidad de los Andes]