«Fue un libro sobre un país que no conocíamos o habíamos olvidado»

Colombia Amarga, el clásico del periodista Germán Castro Caycedo, cumple 35 años de publicado. El escritor recuerda el impacto que tuvo la aparición del libro, pionero de la crónica moderna en Colombia.

por

Cerosetenta


12.09.2011

Foto: Lorenzo Morales

Cerosetenta: Su libro Colombia Amarga se publicó por primera vez en 1976. Para muchos sigue siendo un referente de crónica periodística. ¿Qué impacto tuvo en su momento la publicación?

Germán Castro Caycedo: Colombia Amarga, fue mi primer libro en el que recopilé mis crónicas para El Tiempo. Creo que ese libro llenaba un vacío en la narrativa de no-ficción, que por entonces era muy poca en libro.

Colombia Amarga salió después de diez años de trabajo en El Tiempo. Fue idea de mi esposa. Carlos Valencia Editores apoyó la idea. Yo creí que no valía  la pena. Si vende 100 libros es mucho, pensé. Se hicieron mil libros, que me pareció que era una barbaridad, y se agotaron en muy poco tiempo. Colombia Amarga todavía circula y creo que pasa ya de 40 ediciones. Para esa primera edición no toqué los textos –algunos tienen problemas de redacción- porque quería que se viera la fatiga con que se trabajaba en El Tiempo.

¿Qué quiere decir con que se note la fatiga?

En la redacción de un diario se corre mucho. Después, fui ganando mi espacio como cronista y ya tuve la suerte que me decían, “esto es para el próximo domingo”. Entonces tenía un respiro de 24, 36 o 48 horas para escribir mis notas. En ese momento la crónica estaba muy vigente y le daban a uno un tiempo para ir muy lejos, y moverse mucho si tocaba.

¿Cree que eso se ha perdido?

Se ha perdido muchísimo. Cuando yo llegué al periodismo (años 70), los periodistas estaban sentados en la redacción de los diarios. No viajaban. Yo había visto a la generación anterior de grandes cronistas, y me había educado leyéndolos. Así que empecé a hacer  lo mismo. Y ya no me tocó cubrir fuentes, como se llama. Me liberaron de eso y me dediqué a viajar. Los resultados fueron muy buenos. Se hablaba de un país que no conocíamos, o que habíamos olvidado.

Parte de mi trabajo era para explicar el porqué de una noticia. Y esa es la crónica: el cómo y el porqué. Una noticia es el quién, el dónde, el cuándo.

¿Cuándo supo usted que quería ser cronista?

¿Quieres que te lea un párrafo de nuevo periodismo?

Sí.

Palomo Linares fue uno de los mejores toreros del mundo en la década del sesenta.

El párrafo dice: “Este hombre no es capaz de pintar un toro. En cambio los toros se han ido pintando en él. Comienzan junto a la boca; una cicatriz amarilla para recordar que fue roja, con ese lujo de la sangre tan pictórico. Y ya bajo la camisa, entre los pelos del vientre, borrando el ombligo, lo que esa maraña de costurones muestra es retrato completo del toro. Arte abstracto de los cuernos. Resbalones de la muerte. Y no es figura animal, sino humana, la que nos mira desde ese autorretrato que los toros han ido haciendo del matador Palomo Linares”. (Oiga a Germán Castro Caycedo leyendo este pasaje)

Eso es nuevo periodismo. 1971. Germán Pinzón. Ese es el modelo que tuve cuando decidí que quería ser periodista.

Si vende 100 libros es mucho, pensé. Se hicieron mil libros, que me pareció que era una barbaridad, y se agotaron en muy poco tiempo. Colombia Amarga todavía circula y creo que pasa ya de 40 ediciones.

Han pasado 35 años desde Colombia Amarga. Su último libro, Objetivo 4 (2010) es sobre cuatro operaciones exitosas de los servicios de inteligencia de la policía colombiana. ¿Cambió en algo su idea de la policía después de terminar el libro? ¿Se llevó sorpresas?

Sí, muchísimas sorpresas. Me sorprendió la calidad de su trabajo. Su profesionalismo, su amor, digamos, por su trabajo. Entendí aún más que en la policía, como en el periodismo, como en la curia, hay gente fatal pero hay una gran mayoría de gente que es una maravilla.

Creo que nuestra policía tiene uno de los mejores servicios de inteligencia de América. Antes de escoger, le pregunté a dos generales retirados del ejercito ¿cuál es el mejor servicio de inteligencia de Colombia? Uno me dijo, “Yo creo con toda sinceridad que es el de la Policía”. En el trabajo me convencí de eso.

Los mismos policías me decían que a los gringos no le envidiaban nada, tal vez sólo la tecnología. Decían, nosotros ganamos en malicia, en habilidad. Imaginación, es la palabra.

¿Fue fácil relacionarse con ellos?

Fue al comienzo un poquito complicado. Son hombres que están hechos para no hablar.

¿Cómo logró que hablaran?

Para ese libro, comencé atendiendo el orden jerárquico. Empecé por el Coronel. Y cuando bajé un poquito me di cuenta que debía comenzar por un sargento, que son la mayoría de los analistas de inteligencia. Ellos llevan en una computadora el día a día y el minuto a minuto del trabajo de investigación. Y son los que tienen los secretos. Mas o menos ellos son los que van señalando a los demás cosas importantísimas para que desarrollen la investigación.

En adelante, entendí que había que olvidarse de la jerarquía. Pero eso me lo dio fallar con las dos primera sesiones de entrevistas. Eran cinco, cuatro entrevistas con cada personaje.

Creo que esa experiencia aplica a otros casos. A veces para reportear una historia es mejor empezar por abajo e ir subiendo en la jerarquía…

Depende. Si arriba esta la persona que craneó todo, eso te lo va diciendo el trabajo.

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¿En que se parecen los agentes de inteligencia a los periodistas? ¿Compartimos cosas aunque trabajemos con propósitos diferentes?

Ambos están tratando de profundizar en un hecho, sea criminal o no. Pero además, sí hay una diferencia: que en los equipos de inteligencia cada uno trabaja en un área y los demás no saben el todo, el conjunto de la idea. Sabe que tiene que hacer una cosa: seguir a una persona y no sabe más. Ellos están, como dicen, compartimentados. Quitando al coronel que sabe todo. En ese caso nosotros somos el coronel, porque nosotros planificamos nuestro propio trabajo, de principio a fin y desarrollamos el tema.

En Secreto (1996) es una serie de entrevistas a personajes que viven en la clandestinidad, entre ellos el paramilitar Carlos Castaño. ¿Cómo evita que el reportaje termine haciendo una apología del delincuente?  ¿Tuvo esa preocupación?

Fue la primera entrevista que se le hizo a Castaño. Sí, era solamente él hablando de cómo concibió y por que concibió las Autodefensas. Sin recrear lo que hacían las autodefensas. No se habla de eso. Después fue que se supo lo de las motosierras para descuartizar a la gente.

En el texto de Pablo Escobar, en el mismo libro, no se si haya apología de él. Mi intención era mostrar qué rondaba en su cabeza. El acápite es una frase que él me dijo: “yo soy todo lo que quise ser en la vida: un bandido”.

Y bueno, también está el tema de la estética… Aquí hay una frase que resume lo que aprendí hace muchos años: “Antes de estrenar Medea, Aristóteles pidió un deseo: díganle a Euripides que Medea no degüelle, no asesine a sus hijos en el escenario. Para los griegos, grandes maestros de la tragedia, recrear la sangre no hace crecer la intensidad del drama. Lo vulgariza”.

Esa frase me cambió totalmente. No me gusta el periodismo amarillo.

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