De la vergüenza a la derecha

Bolsonaro simboliza
el ascenso de la derecha y también sus divisiones

Fábio Zanini

TIEMPO DE LECTURA: 14 MIN

Hasta hace unos años, declararse de derecha o conservador en Brasil era motivo de vergüenza y ridiculización. Ahora, a muchos les da orgullo. Este artículo trata de mostrar cómo fue posible semejante cambio en un corto período de tiempo. Analiza cómo se formó la ola ideológica que llevó a la elección del presidente Jair Bolsonaro, en 2018, y el rol de los grupos actuantes en la política, como los evangélicos, propietarios rurales y miembros de las fuerzas de seguridad. Discute además el futuro de la derecha y las perspectivas para las elecciones de 2022, en las que Bolsonaro se postulará para un mandato más.

Fábio Zanini

Con un área de tan solo 15 km2 y el mayor índice de desarrollo humano entre todos los 5.570 municipios brasileños, São Caetano do Sul, en la Zona Metropolitana de São Paulo, es una isla de la derecha en una región que es la cuna del mayor partido de izquierda de Brasil, el PT.

Cerca de allí, en la vecina São Bernardo do Campo, el entonces líder metalúrgico Luiz Inácio Lula da Silva comandó huelgas históricas que aceleraron la fase terminal de la dictadura militar, a fines de la década de 1970.

Pero la pequeña y próspera São Caetano siempre ha tenido una indiscutible tendencia al conservadurismo. Al inicio de octubre de 2020, sus habitantes recibieron un regalo del gobierno de Jair Bolsonaro, que tuvo en la ciudad el 75% de los votos en la elección de 2018.

La ciudad alberga ahora la primera armería de Brasil autorizada a vender a la gente común fusiles que solo eran utilizados por las Fuerzas Armadas. Es el resultado de un cambio de criterios de acceso a las armas determinado por el gobierno federal, que ha facilitado la obtención de equipamientos de calibres que antes eran restringidos. Desde la liberación de la venta de armas pesadas, ha sido intensa la búsqueda en Isaloja para la obtención de un Para-Fal, un arma estándar del Ejército.

“La gente quiere tener un arma en casa para su protección. El brasileño tiene que tener derecho a eso. No puedes ser tutelado, el Estado no puede decidir qué quieres hacer”, dice Charles Blagitz, uno de los responsables de la tienda.

Ampliar el acceso al armamento es una de las banderas de la revolución conservadora deflagrada por Bolsonaro al ser elegido.

Mantenerla energizada será fundamental para sus chances de reelección dentro de dos años.

Pese a los desgastes que enfrenta el gobierno Bolsonaro, sobre todo debido a la mala conducción de la pandemia y de las acusaciones de corrupción que han afectado a los hijos del presidente, su discurso conservador aún entusiasma a gran parte de la sociedad.

En la misma ciudad de São Caetano, Giovani Falcone, de 40 años, es uno de los nuevos activistas que han decidido apostar por el presidente. No hace mucho tiempo, él se dedicaba únicamente al sector privado, habiendo seguido carrera como ejecutivo en una de las mayores contratistas del país. El riesgo de que Brasil “se convierta en una Cuba, o una Venezuela”, afirma, le hizo abrazar el activismo. Falcone es uno de los líderes de uno de los tantos nuevos movimientos comprometidos con la defensa de pautas conservadoras que han surgido por el país en los últimos años.

“Soy Dios, patria y familia. Soy a favor de la libertad de expresión y de la economía, y también del armamentismo para el ciudadano de bien”, dice. El movimiento del que forma parte empezó con tan solo seis personas a fines de 2018, y hoy tiene alrededor de 250. Su apoyo a Bolsonaro, dice Falcone, es incondicional. “Él trajo de vuelta el patriotismo, que había sido olvidado. Cuando estaba en la escuela, la gente cantaba el himno nacional, respetaba la bandera. Y luego todo eso se fue muriendo, hasta que se convirtió en una vergüenza ser nacionalista”, afirma.

El pasado

Falcone nació en 1980, durante el régimen militar, período al que la derecha brasileña está inevitablemente conectada. En 1964, con la Guerra Fría en su auge y la Revolución Cubana aún fresca en la memoria y ejerciendo gran poder de fascinación sobre la izquierda latinoamericana, el giro populista del presidente brasileño João Goulart asustaba sectores de la clase media conservadora brasileña, del empresariado, prensa y grandes propietarios de tierras.

La defensa de Goulart de las reformas de base que beneficiaban a los trabajadores, en el campo y en la ciudad, despertó en el imaginario de gran parte de las clases política, empresarial y militar la visión de un peligroso comunista. El presidente sería alguien que pondría al Brasil firmemente en la órbita de la Unión Soviética, como una versión anabólica del régimen cubano.

Ese supuesto coqueteo con el comunismo justificó la toma de poder capitaneada por militares, que prometían una participación transitoria en la vida nacional, solo por el tiempo suficiente para evitar una revolución marxista. Terminaron permaneciendo 21 años en el poder.

Los historiadores hoy son prácticamente unánimes al decir que el supuesto giro rojo del presidente nunca fue una real amenaza, y que él nunca tuvo simpatías por el comunismo. Pero el pretexto sirvió bien al objetivo de los militares de tomar el poder.

Cuando nació Falcone, el régimen entraba en su período final. Cinco años más tarde, el último general-presidente, João Batista Figueiredo, transfería el poder al civil José Sarney. Él entregaba un país muy distinto a aquel que los militares habían asumido 21 años antes.

Aunque los generales fueron responsables de un período de fuerte crecimiento económico al inicio de los anos 1970, la imagen que quedó es la de un régimen responsable de la muerte o desaparición de más de 400 personas, además del aumento de la desigualdad social.

El Brasil se industrializó y construyó grandes obras de infraestructura, como la usina hidroeléctrica de Itaipú, en la frontera con Paraguay, el mayor puente del mundo, que conecta Río de Janeiro a la ciudad vecina de Niterói, y varias carreteras gigantescas, que se desplegaron por el vasto interior del país.

Tal vez el mayor símbolo de esa megalomanía sea la Transamazónica, la inmensa carretera de más de 4.000 km de extensión que cruza la mayor selva del planeta. La obra nunca ha sido concluida, y los trechos que se construyeron tuvieron como resultado un gran aumento en la deforestación y la muerte de miles de indígenas de la región.

Los militares también iniciaron un ambicioso programa nuclear, en la región de Angra dos Reis, que solo fue parcialmente implementado. Proyectos como esos generaron un fuerte endeudamiento público, escándalos de corrupción y el agigantamiento de empresas contratistas, que en las décadas siguientes pasarían a corromper la política.

Pero el legado de la dictadura fue más allá de ese lado más visible. Además de la persecución, asesinato y tortura de opositores, se armó una máquina de censura, con efectos sobre la prensa, el cine, el teatro, la música y la literatura.

El engranaje oficial de propaganda jactanciosa y patriotismo exacerbado presentaba la imagen del “Brasil grande” y reforzaba el deber de la población de contribuir para el crecimiento del país, con orden y sin contestaciones populares. “Brasil, ámalo o déjalo”, era la consigna sutilmente amenazante del gobierno.

Cuando la dictadura entró en crisis, afectada por sus contradicciones internas, por la inflación acelerada y por el crecimiento de la sociedad civil, la aventura militar había generado un profundo sentimiento de desgaste para la derecha brasileña.

El fracaso del modelo autoritario puso en la agenda la creación de una nueva Constitución, aprobada por el Congreso Nacional en 1988. Como un hijo que se va de casa y quiere distancia de los hábitos y pensamientos del padre, la Carta Magna aprobada se destacó por radicalizar las libertades que habían sido negadas por los militares durante más de dos décadas.

Llamada “Constitución ciudadana”, fue elogiada en la época por prever la garantía de una amplia gama de derechos sociales para los brasileños. A lo largo de los años, sin embargo, pasó a ser criticada por vastos sectores, sobre todo en la derecha, por haber restringido el crecimiento económico y no haber enfatizado los deberes y responsabilidades que viabilizarían esos derechos.

Por décadas, el legado de la dictadura militar limitó el atractivo electoral de la derecha. Candidatos que se definían como conservadores eran, a menudo, irrelevantes en las urnas. El propio uso del término “derecha” era evitado por muchos de ellos.

El cambio en el escenario vino con la crisis de los gobiernos de izquierda, que estuvieron en el poder en Brasil entre 2003 y 2016. Acusaciones de corrupción y una profunda recesión llevaron a protestas callejeras que energizaron una base social de derecha que estaba dormida.

Una señal de ese cambio en el sentimiento popular fue el hecho de que miembros de las Fuerzas Armadas, incluyendo a generales, fueron elegidos en números récord en 2018. “Los militares traen un mensaje de compromiso con la causa pública, de ejecutar bien la misión que han recibido”, dice el general Roberto Peternelli, que se eligió diputado federal por São Paulo en 2018 y coordinó las candidaturas militares en las elecciones.

Según él, los militares de hoy tienen compromiso con la democracia y traen valores que la sociedad prioriza, como la disciplina, al debate político. “Muchas veces cuando se habla de disciplina, siempre se piensa en el cuartel. Pero la disciplina es el camino del éxito para toda actividad”, afirma.

En los últimos comicios, los militares han elegido a seis parlamentarios, un número que no se veía desde el final de la dictadura. El gran símbolo de ese cambio de sentimiento de la sociedad, obviamente, es la elección del propio Jair Bolsonaro.

Su trayectoria está íntimamente relacionada al Ejército brasileño. Nacido en el interior de São Paulo, pasó por todas las fases de una educación vinculada a las Fuerzas Armadas, incluyendo la graduación en la prestigiosa Academia Militar de las Agujas Negras, la versión brasileña de la norteamericana West Point.

En el Ejército, ascendió al rango de capitán y seguramente habría llegado más lejos, no fueran dos factores: su índole rebelde, que le rindió problemas disciplinarios y puniciones internas, y su decisión de abandonar la carrera e ingresar a la política a principios de la década de 1990.

Se eligió concejal por Río de Janeiro y luego diputado federal portándose como una especie de líder gremial del sector militar, priorizando en su actuación reivindicaciones salariales para los servidores de las Fuerzas Armadas.

Durante 28 anos, tuvo diversos mandatos legislativos, pero nunca se destacó como líder político. A la agenda gremial añadió, a lo largo de los años, la defensa vehemente de temas conservadores, siempre con una retórica combativa. Una de sus marcas era el discurso del orden público, abogando armar a la población y hasta fusilar bandidos.

Otra era la apología al régimen militar, lo que incluía justificar el golpe de 1964 y la brutal represión a opositores de la dictadura. Durante décadas, fue visto como un político menor, una excrecencia folclórica, pero de cierta forma inofensiva, sin poder real de ser una amenaza a la democracia.

Al anunciar su intención de postularse a presidente de la República, en 2016, no fue tomado en serio, en un escenario similar a la reacción del medio político estadounidense cuando Donald Trump se presentó como candidato a la Casa Blanca.

El cambio

¿Qué pasó, entonces, para que se diera un cambio tan acentuado y en tan poco tiempo?

El politólogo Jorge Zaverucha, un estudioso del conservadurismo brasileño, afirma que Bolsonaro tuvo la capacidad de unir diversos pensamientos de derecha en torno a su candidatura. “Ya hemos tenido candidatos identificados con la derecha, pero nunca alguien había logrado convertirse en un símbolo como él, incluso utilizando con mucha habilidad la bandera del anticomunismo”, afirmó.

En la opinión del politólogo, profesor de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), el presidente brasileño es producto de los tiempos actuales. “Él no podría ser de otra época. Bolsonaro no ha caído del cielo. Él representa un cambio en la política, una reacción determinada de partes de la sociedad al avance de la izquierda sobre nuevas áreas”, plantea.

Hay razones estructurales y coyunturales que explican la creación del ambiente que posibilitó la elección de Bolsonaro en Brasil.

El primer motivo, como ya se ha mencionado, es la crisis de la izquierda, representada sobre todo por el PT (Partido de los Trabajadores), que eligió a Luiz Inácio Lula da Silva (el exsindicalista) en 2002 y 2006 y a Dilma Rousseff en 2010 y 2014. El partido estuvo en el centro de varios escándalos de corrupción, empezando por el “mensalão”, en 2005, que desveló un esquema de financiación ilegal de partidos aliados del gobierno Lula.

Tras nueve años, estalló la operación Lava Jato, que mostró cómo se utilizaban contratos de la Petrobras, la gigante estatal de petróleo, para corromper a políticos. El propio Lula terminó siendo acusado y encarcelado por un año y medio. Manifestaciones populares culminaron con el juicio político de Dilma en 2016, en un escenario agudizado por la mayor recesión ya vivida por el país. Ese momento reunió a varias corrientes del pensamiento

de derecha en una causa común. Sirvió como el despertar de un conservadurismo adormecido desde los años 1980.

El presente

Estructuralmente, hubo también una transformación social. Nuevos grupos adquirieron fuerza política inédita, entre los cuales se destacan tres: ruralistas, evangélicos y armamentistas.

Los evangélicos son quizás la fuerza más importante para la comprensión del cambio en la sociedad brasileña. En menos de 15 años, si se mantienen las actuales tendencias demográficas, este segmento debe sobrepasar el de los católicos como el más expresivo en la religiosidad del país.

Actualmente, los evangélicos representan alrededor de un 30% de la población, contra un 55% de los católicos. Profundamente conservadores y militantes en áreas como la defensa de la vida y de la familia, cerca del 70% de los evangélicos apoyan a Bolsonaro, índice mucho más alto que el de la población en general, que se sitúa en la franja del 40%.

Los ruralistas, en cambio, representan el sector más dinámico de la economía brasileña, y el único que siguió registrando crecimiento expresivo incluso durante la pandemia de coronavírus. Aunque la agropecuaria responde por tan solo un 21% de la economía nacional, sus líderes tienen influencia política creciente, especialmente en el centro-oeste del país.

Los armamentistas, por su parte, reúnen a militares, policías y defensores del derecho a poseer y portar armas. También abogan por endurecer las leyes contra la criminalidad. En ese grupo se encajaba el propio Bolsonaro antes de ser electo presidente.

Unidas, esas tres bases sociales forman lo que quedó conocida como bancada “BBB” (balas, Biblia y bueyes). Su actuación extrapola los intereses inmediatos en el campo, en la iglesia o en las fuerzas de seguridad. Juntos, constituyen una formidable primera línea para revertir políticas identificadas con la izquierda.

Un ejemplo, afirma el profesor Zaverucha, son las denominadas políticas identitarias, que avanzaron en los gobiernos del PT y se tradujeron en acciones afirmativas para negros, indígenas, mujeres y miembros de la comunidad LGBT. Bolsonaro aprovechó la insatisfacción de sectores importantes de la sociedad, que vieron sus intereses amenazados con esas políticas, para ofrecer una alternativa.

El crecimiento del conservadurismo, según el politólogo, es tan expresivo que hoy no se puede más tratar ese campo de forma homogénea. “En 2018 se hablaba de la derecha. Hoy se habla de varias ‘derechas’”, afirma Zaverucha.

Una parte de esa derecha hoy hace oposición abierta a Bolsonaro. Un ejemplo es el movimiento Libres, que defiende una agenda liberal, sobre todo la reducción del tamaño del Estado y de su poder sobre las decisiones de los individuos.

En Brasil, el término liberalismo tiene un sentido opuesto al existente en Estados Unidos, donde está asociado a la izquierda. “Entre los liberales, la victoria de Bolsonaro hizo surgir muchas diferencias. Mientras nuestro campo se concentraba en la oposición a la izquierda, había una unidad. Ahora hay una gran división”, dice Paulo Gontijo, presidente de Libres.

Con su gusto por el autoritarismo y elogios al régimen militar, Bolsonaro rápidamente pasó a ser visto como la antítesis del pensamiento liberal, aunque su equipo económico está liderado por un defensor del Estado mínimo, el ministro Paulo Guedes.

En Brasil, un país en que el Estado siempre ha sido visto como proveedor de servicios por los más pobres, las ideas liberales nunca han tenido mucha fuerza. Eso está cambiando lentamente, dice Gontijo. “Hay una demanda creciente de la sociedad por ideas liberales, justamente por la ineficiencia del Estado”, afirma.

El futuro

Al llegar a la mitad de su mandato, Bolsonaro inevitablemente empieza a pensar en su proyecto de reelección para un período más de cuatro años, en 2022.

En ese contexto, surgen dos preguntas interconectadas: ¿cuáles son sus chances electorales? y, aún más importante, ¿cuál es el futuro para el conservadurismo en Brasil?

Los analistas creen que es improbable la repetición del fenómeno electoral de 2018, que incluyó no solo la victoria de Bolsonaro, sino también el aumento de la presencia de la derecha en la Cámara de Diputados, Senado, gobernaciones y Asambleas Legislativas de los estados.

Eso se debe a una serie de razones. La principal es el hecho de que el desgaste de la izquierda ha sido, en gran medida, reemplazado por el desgaste del propio Bolsonaro.

Así como Trump, él fue criticado por la mala gestión en la pandemia de coronavírus, al minimizar el potencial de la enfermedad.

Asimismo, tuvo que lidiar con acusaciones que afectaron directamente a su familia, sobre todo al hijo mayor, el senador Flávio Bolsonaro, de Río de Janeiro, acusado de un esquema de corrupción de cuando era diputado estadual.

Lo más preocupante para el presidente es que tuvo que desagradar a su base fiel de apoyadores en algunas ocasiones para poder gobernar. Pese a haber sido elegido con el discurso de la “nueva política”, Bolsonaro se dio cuenta, en el segundo año de mandato, de que necesitaría hacer concesiones a viejos caciques en el Congreso Nacional.

La razón, irónicamente, es la posición de fragilidad en la que él mismo se puso al flirtear con movimientos radicalizados de derecha que defendían el cierre del Congreso y del Supremo Tribunal Federal.

En más de una ocasión, Bolsonaro se sumó a actos que incluían banderas y pancartas antidemocráticas. Pero ahora él no es solo un militar rebelde, o un diputado federal elocuente. Es el presidente de la República.

Obligado a posicionarse, y bajo la amenaza de sufrir un juicio político, hizo una retirada estratégica. En el Congreso, prestigió a políticos experimentados que ya habían participado en otros gobiernos. Para el Supremo Tribunal, ha nombrado a un respetado juez de carrera, pero sin la pureza ideológica que le exigía su base.

“Bolsonaro viene de una vertiente autoritaria de la derecha, pero que sabe jugar el juego democrático. Él no tuvo más remedio que bajar el hervor. El presidente no tiene convicciones democráticas, pero sabe actuar estratégicamente”, afirma el profesor Zaverucha.

Una de esas acciones “estratégicas” emprendidas por Bolsonaro fue un retroceso momentáneo en su agenda económica liberal, para buscar recuperar parte de la popularidad perdida debido a la pandemia. El presidente se mostró inicialmente reacio a crear una red de asistencia de emergencia para proteger a los trabajadores, sobre todo los informales, que perdieron su fuente de ingreso durante la crisis de coronavírus. Decía que el costo presupuestario era muy grande, y que equivaldría a aumentar aún más el peso del Estado en la economía, algo que Bolsonaro había prometido siempre combatir.

Convencido por aliados políticos, aceptó que se estableciera un auxilio de emergencia en el valor mensual de R$ 600, que ha beneficiado a casi 70 millones de personas, o el 35% de la población. La acción sostuvo la aprobación popular de Bolsonaro en un nivel cercano al 40%, e hizo que creciera su popularidad incluso en antiguos bastiones de izquierda, como la región nordeste. Al igual que la alianza con políticos tradicionales, la medida le dio aliento al presidente para que llegara al final de 2020 con alguna fuerza, y sin correr grandes riesgos de ser destituido.

Posibilitó, incluso, que el presidente se sintiera seguro para seguir dando declaraciones fuertes y polémicas, que escandalizan a los medios políticos, pero energizan a sus apoyadores.

Esa es una de las razones por las que es improbable que la base conservadora abandone a Bolsonaro, sobre todo porque no hay opción más competitiva que él en ese campo ideológico para mantener la Presidencia de la República en 2022.

El presidente, además, sigue cultivando y complaciendo a sus apoyadores, como lo demuestra la liberación para la venta de armas pesadas en São Caetano. “Estoy en la política y en la militancia para ayudar a nuestro presidente. Quiero ser un granito de arena. Porque si no entran buenas personas en la política, la corrupción pasará de padres a hijos. Quiero acabar con la hegemonía de los bandidos”, dice Falcone, el activista de São Caetano do Sul, que decidió postularse a concejal.

Bolsonaro ciertamente será un fuerte candidato dentro de dos años a la reelección, incluso porque su propia fuerza política es un síntoma de una sociedad en mutación.

El modelo político que existió tras la aprobación de la Constitución está, para todos efectos, agotado.

Durante casi 25 años, se basó en la alternancia de poder entre el PT, un partido de izquierda no dogmática, y el PSDB, con raíces en la socialdemocracia.

Ese período le dio a Brasil estabilidad política y macroeconómica, además de modernizar la economía. Hubo también, por primera vez, una preocupación por reducir los índices de pobreza y desigualdad en el país, con la creación de programas sociales como el Bolsa Familia.

Pero el crecimiento del Estado y el avance en agendas progresistas del período no tuvo en cuenta los valores de una parte significativa de la sociedad.

El bolsonarismo surgió en ese contexto y ha llegado para quedarse, aunque en una versión más diluida. Y debe sobrevivir, independientemente de la fuerza del propio Jair Bolsonaro.

KIT DE LA DERECHA EN BRASIL

Defensa de Dios, Patria, Familia y Libertad.

Base social compusta por grupos evangélicos, militares, fuerzas de seguridad y productores rurales.

Retórica agresiva y muy actuante en las redes sociales.

Visión benevolente sobre el período de la dictadura militar en Brasil.

Uso del fantasma del anticomunismo para mantener a apoyadores cohesionados.

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