El cultivo lento en la capital del vino
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Costa Rica

La pequeña piñera que resiste frente a los gigantes

En un pequeño país donde empresas multinacionales han dominado el cultivo y exportación de la piña, una familia le hace frente a los gigantes. Hace más de diez años, Laura Gómez y Werner Lotz emprendieron en la búsqueda de un cultivo más sano para las personas y el ambiente.

Fotografías de Camille Garnier

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A lo lejos se ven miles de hojas filosas y puntiagudas abriéndose al cielo, como una iguana al sol, que se intercalan y se acarician entre ellas. Más cerca, entre esa vegetación despeinada, se asoman pequeñas coronas verdes que reposan dignas sobre una fruta panzona de escamas verdes o amarillas. Solemne, la piña brota del centro de esas hojas luciendo su corona. Aquí, la piña crece entre bichos, telas de araña, hongos y abono natural. Así se ve la Finca La India, uno de los cultivos pioneros de piña orgánica en Costa Rica.

Y mientras la piña tropical viaja desde este pequeño país a otras latitudes, el impacto medioambiental se multiplica: los grandes monocultivos han resultado en deforestación y en el mal uso de tierras protegidas —como las 5.566 hectáreas de selva virgen en las que ahora se cultiva esta fruta de forma irregular—

La finca, propiedad e iniciativa de Laura Gómez y su pareja Werner Lotz, está ubicada en Sarapiquí, en la provincia de Heredia. Sarapiquí es una zona de bosque lluvioso donde se ha cultivado café, cacao, maíz y se ha desarrollado la ganadería; pero hoy en día la actividad principal es el cultivo de la piña, la fruta que se ha convertido en símbolo del país a nivel internacional, junto al café y quizás el fútbol.

El boom mundial de la piña tica ha hecho crecer la demanda de la fruta en un 700 % en los últimos 20 años, según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este boom inició en 2001, cuando Del Monte —una productora y distribuidora de alimentos estadounidense— empezó a exportar la variedad llamada piña Golden o MD-2 a Estados Unidos y Europa. Hoy en día, 90 % de las piñas que se consumen en ambos lugares salen de Costa Rica, lo que genera alrededor de 1.000 millones de dólares cada año, de acuerdo a la Revista Piña de Costa Rica.

El cultivo de piña en el país abarca más de 65 mil hectáreas —el 1,28 % del territorio nacional— según datos de 2019. La gran mayoría son monocultivos extensos que buscan satisfacer la gran demanda de la fruta y que se demoran al menos un año en producir su cosecha.Y mientras la piña tropical viaja desde este pequeño país a otras latitudes, el impacto medioambiental se multiplican: los grandes monocultivos han resultado en deforestación y en el mal uso de tierras protegidas —como las 5.566 hectáreas de selva virgen en las que ahora se cultiva esta fruta de forma irregular—. Además, para plantar piña se requiere del dragado el suelo, lo que significa que se “limpian” cuerpos de agua como humedales para volverlos espacios de tierra productivos. Así, se han secado humedales para usarlos como espacio de cultivo, lo que a su vez ha resultado en el incremento de incendios forestales en zonas protegidas.

Además del impacto ecológico, estos cultivos afectan a quienes viven cerca de ellos: los pesticidas y agroquímicos exponen a los trabajadores y a las comunidades de las zonas aledañas a sustancias peligrosas que contaminan la tierra, las aguas subterráneas y las fuentes de agua potable. A todas estas problemáticas se suman también las denuncias por las condiciones laborales precarias de los empleados de las transnacionales que producen la piña y las restricciones que les imponen a los trabajadores para asociarse en sindicatos.

PLATO FUERTE

Frente a una industria dominada por corporaciones transnacionales, una familia con una propuesta rebelde le hace frente a los gigantes en solamente 80 hectáreas.

Todo empezó hace más de 23 años, cuando Laura Gómez y Werner Lotz decidieron comprar un terreno. Doña Laura, de 63 años, dice que a ella siempre le gustó el campo y los animales: había iniciado la carrera de veterinaria por su amor al ganado, y a pesar que no pudo terminar porque se casó, tener la finca le permitía estar cerca de ese mundo.

Eventualmente empezaron a cultivar palmito para sacarle provecho a la tierra, pero rápidamente se dieron cuenta de que quienes trabajan en el cultivo, principalmente Don Werner, estarían expuestos a los pesticidas químicos necesarios para que el palmito crezca. Esto los motivó a buscar un producto más sano para el consumo y para quienes lo cultivan, con alternativas que no dependan de los químicos para dar frutos. Así llegaron a la piña orgánica. Eso fue hace casi 12 años, cuando lo “orgánico” todavía sonaba novedoso.

“No había mucho orgánico en esa época. Fue como prueba y error,” recuerda Doña Laura. Quienes estaban incursionando en este nuevo modelo tampoco querían decir nada por la competencia. “Era difícil, la verdad, y los productos eran muy pocos.”

La agricultura orgánica busca darle énfasis a la fertilidad del suelo y a la actividad biológica, como los bichos y pájaros que hacen parte del piñal, mientras minimiza el uso de químicos y recursos no renovables. Su objetivo es beneficiar la salud ambiental y humana.

Para cultivar piña orgánica se encontraron con que también debían aprender a hacer sus propios productos, como biofermentos que en esa época no existían en el mercado costarricense. En ese momento recibieron apoyo de la Universidad de Costa Rica para aprender a hacer y utilizar estos productos.

Poco a poco fueron mejorando la técnica, aprendieron cómo prevenir daños al cultivo para sacar lo mejor que les ofrecía la tierra. Con cada cosecha, la piña era mejor, más dulce y sabrosa.

“Lo bonito de lo orgánico es que es como trabajar en un laboratorio. Es un aprendizaje todos los días”, cuenta Doña Laura. Aquel deseo de comprar terreno, con el tiempo y la dedicación pasó de ser un hobby a una filosofía de trabajo: labrar el paso para que otros aprendan a cultivar de forma más sana para la tierra y las personas.

En el cultivo masificado de la piña, uno de los factores con impacto medioambiental y social más evidente es el uso de agroquímicos. Costa Rica es uno de los países que más utiliza plaguicidas por hectárea en cultivos agropecuarios, entre los países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Se pueden utilizar hasta79 productos químicos por plantación y algunos a diario.

Doña Laura explica que mientras en un cultivo de piña común una plaga o patógeno se soluciona con este tipo de agroquímicos, un cultivo orgánico es más delicado ya que los esfuerzos están en prevenir estos riesgos. “Tiene que ser con microorganismos benéficos o hongos benéficos, entonces es un poco más lenta la cura. Y si usted tiene una cuestión muy grande y la pérdida es muy grande, el costo es más alto,” explica Doña Laura.

Actualmente, entre las multinacionales en Costa Rica, solo Dole tiene cultivos de piña orgánica. “Es lo mismo hecho de otra manera. Yo no sé si es un rebelde o qué, pues tal vez es ser diferente. Tal vez uno quiere la cosa diferente, ¿verdad? ” remarca Doña Laura. Esa diferencia se ve en entre la cosecha, entre los bichos y nidos, porque “hay vida en el piñal”.

Crecer piña es un proceso demorado: al año y dos meses de ser cultivada da su primera cosecha. Vuelve a pasar un año y dos meses para que de la segunda y última cosecha. Después de eso queda solo la mata: esa de hojas filosas y puntiagudas, como un frailejón después de que un oso de anteojos comió sus frutos.

Cuando ya el piñal dio sus frutos y solo queda la mata, ¿qué se hace? En los monocultivos extensivos, la solución más eficaz es quemar todo. Así, todo eso que es considerado como desechos —llamado rastrojo— se vuelve ceniza, que por supuesto daña la calidad del suelo y evita que la tierra se pueda regenerar por sí misma. Por cada hectárea de piña cultivada se generan entre 220 y 250 toneladas de rastrojo, el equivalente a 6 elefantes adultos, que pueden causar contaminación y atraer una especie de mosca que puede contagiar de enfermedades al ganado y otros animales. Qué hacer con el rastrojo es una de las preguntas complejas que Doña Laura y Don Werner en Finca La India están tratando de resolver.

“Ese rastrojo es voluminoso. En un cultivo extensivo son 70 mil matas en una hectárea, 70 mil matas por 46 hojas mínimo en cada mata, más la base de la mata,” explica Doña Laura. “Es un montón de biomasa, pero se puede utilizar.”

La propuesta rebelde de Finca La India es darle circularidad al cultivo, que nada se gaste y que ese rastrojo que hasta ahora se considera como un estorbo, cobre una nueva vida.

“Para hacerlo más amigable con el ambiente, nosotros lo que estamos proponiendo es sacar las fibras de esas matas y lo que queda de esas fibras, esas partículas, eso tiene nano celulosa, y todo eso sirve para hacer bioplástico, para hacer los diluyentes para las vacunas, sirve para comida animal, y el líquido que queda sirve para hacer abono para la misma piña,” menciona Doña Laura.

Las posibilidades son infinitas: hacer vasitos petri, cuero a base de piña, textiles, abono. Encontrar el valor de este desecho biológico es una apuesta por la sostenibilidad, por seguir hilando esa relación compleja que existe entre aquello que comemos pero que también podemos consumir y usar en otras formas.

“El subproducto, la biomasa, va a valer más en unos años que la misma fruta,” asegura Doña Laura.

Actualmente, Finca La India se ha convertido en un pequeño laboratorio vivo donde se exploran todas estas posibilidades. Cuentan con ayuda de profesionales y de la Universidad Técnica de Ciudad Quesada para desarrollar distintos prototipos que puedan servir de modelo para que otras piñeras lo puedan reproducir. Ahora usan el rastrojo para hacer abono y alimentar al ganado. También tienen pequeñas muestras de cuerda hecha a base de este producto, y en su tiempo libre Doña Laura se mete a la cocina a deshidratar la piña, su forma favorita de comerla.

Aquí no se esconde nada, al contrario. “En realidad es como un granito de arena para que la gente vea algún procedimiento sano, y que se puede hacer. El objetivo es tratar de concientizar a las grandes piñeras, que sepan que le pueden sacar un beneficio a eso que se quema,” dice Doña Laura.
POSTRE

“Hay una piña que es chiquitica, que nadie la compra porque es muy pequeña, pero es la más dulce,” cuenta Doña Laura. Uno de sus muchos “proyectitos” es deshidratar esta piña para consumo personal. Para lograr esta receta, es necesario un deshidratador.

Deshidratar las frutas mantiene sus valores nutricionales y permite que sean conservadas por más tiempo.

El resultado: Una piña crujiente y muy dulce lista para consumir en cualquier momento.

Receta de: Tips CR

Datos cocteleros
- Para el año 2014, las hectáreas de siembra de piña representaban el 10,6 % del área cultivable del país.
- El 74 % de la piña que se siembra dentro de áreas protegidas del país no está avalada por la Secretaría Técnica Nacional Ambiental. Se presenta cultivo de esta fruta en áreas protegidas como Refugio Nacional de Vida Silvestre Corredor Fronterizo, el Refugio Nacional de Vida Silvestre Barra del Colorado y el Refugio Nacional de Vida Silvestre Caño Negro.
- En Alemania 1 kilo de piña cuesta entre 2 y 3 euros, y en promedio un alemán consume 2 kilos de piña un alemán consume 2 kilos de piña al año.

Camille Garnier

Fotografía

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